2. Bajo la trampa de su juego.

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T A E

—S'il vous plaît comment ennuyeux —murmuro soltando un bufido que apenas consigue oír Amelie al frente de mí.

Odiaba los lunes, odiaba las reuniones, pero sobre todo odiaba tener que asistir a ellas cuando no entendía de lo que hablaban. Es que, ¡por favor! ¿Quién en su sano juicio lee los correos un domingo? un psicópata, de eso no había dudas. Sin poder prestarle atención a los demás vuelvo a tomar el bolígrafo y la hago dar vuelta en la mesa llamando la atención de Amelie, quien esta vez decide inclinarse un poco sobre la mesa para acercarse a mí.

—Si no quieres que después de esta reunión te patee las bolas, deja de comportarte como un niño por una sola jodida vez en tu vida. Gracias. —Vuelve a su lugar, tomando aquella postura desafiante. Debido a que estábamos sentados muy alejados a los demás solamente yo conseguí escucharla, así que esboce una sonrisa retadora y bastante rebelde.

En busca de desobedecerla vuelvo a girar el bolígrafo en la mesa demostrándole que no me importaban sus tontas amenazas, ni mucho menos estar ahí. Mi padre al fallecer no solamente nos había dejado una herencia de una cantidad grandísima de dinero que nos correspondía por ser sus hijos, sino también en el transcurso de su vida fue poniendo a nombre de los tres todo lo que iba construyendo.

Hoteles, bufetes de abogados, empresas, restaurantes, tiendas y muchísimas más otras cosas en las que Renaud, mi padre, había decidido invertir. Su imperio había comenzado a construirse cuando el cumplió los dieciocho años y heredó gran pertenencia de su padre, luego nunca se detuvo y comenzó a comprar cosas en las que iba dejando a nuestros nombres como futuros herederos.

No lo negaba, realmente admiraba a mi padre, sobre todo porque tenía una mente muy creativa e inteligente, él se movía por el dinero pero más allá de eso también pensaba en su familia y en el futuro de nosotros. Y aunque ahora ocuparse de todo realmente era devastador y muy pesado, no iba a negar que sus beneficios eran extraordinarios.

No siempre nos ocupamos de todo, al principio sí era así y se debía a nuestra gran desconfianza con el mundo, pero después comprendimos que aunque la tuviéramos lo mejor era delegar un poco el puesto, sobre todo cuando teníamos a la prensa prendida de nuestra espalda intentando saber sobre los tres magnates de la ciudad.

Por lo poco que había conseguido entender de la reunión antes de que mi cerebro decidiera enviarme imágenes de paisajes increíbles que debía conocer pronto, era que había algunos problemas en una empresa que hace poco decidimos establecer en Rusia. El motivo era desconocido para mí, pero sabía que Hank y Amelie se ocuparían bien del asunto porque así fue siempre y lo conseguían con facilidad, sobre todo mi hermana.

Amelie era una aficionada por el trabajo, casi igual que mi padre, aunque a ella la vida misma la arrastró hasta aquí y tuvo que hacerse cargo de grandes responsabilidades tomó su puesto con bastante seriedad aún cuando era chica y a decir verdad nos dejó a todos con la boca cerrada, Amelie supera las expectativas, cualquiera que cualquier persona quisiera ponerle.

Cuando la reunión termina, por suerte, los tres nos levantamos de nuestros lugares para poder despedirnos de los demás antes de que se fueran.

—Tae, detente —me pide Hank cuando hago el amago de irme—. Necesito hablar contigo.

Asiento con mi cabeza volviendo a mi sitio y le sonrío a Amelie cuando pasa por al lado mío y me lanza una mirada digna de un criminal. Sabía que odiaba mi comportamiento, pero si en mis veintisiete años de vida no había cambiado, tampoco lo haría con sus tontas amenazas.

—Hank, perdí mucho tiempo esta mañana y verdaderamente me estoy muriendo de hambre, así que si te apuras podrás tenerme en esta vida un poco más de tiempo —bromeó, recostándome en la silla antes de comenzar a girar en ella. La expresión seria de Hank no cambia en ningún momento y aunque quisiera decir que me preocupa, la verdad es que no es así.

Él termina suspirando, rendido ante mi sonrisa.

—La abuela falleció —me avisa.

Asiento con mi cabeza y cuando veo que hunde sus cejas me encojo de hombros.

—Mándale flores de mi parte, aunque no se para que si no las verá. —No puedo retenerlo y me río al ver el desconcierto en su rostro.

— ¿Por qué eres tan...?

— ¿Tan?

—Tan Tae.

Pongo mis ojos en blanco.

—En algún momento se tenía que morir, como tú y como yo, ¿Qué quieres que haga? ¿Qué llore? porque puedo actuar muy bien —respondo dejando de girar en la silla. El aire entre los dos comenzó a ser más tenso y si era posible, más aburrido que el anterior. Lo único que deseaba en ese momento era ir a mi departamento y devorarme una pizza sin importar las calorías.

—Podrías ser un poco considerado, ella ayudó a nuestro padre para conseguir todo esto. —Sé que está enojado, las facciones de su rostro son inconfundibles.

—Bueno, envíale una tarjetita de agradecimiento con las flores de mi parte. —Sonrío—. Aunque dudo que lo vea también.

—Vete a la mierda, Tae —farfulla.

—Con gusto, muchas gracias. —Me levanto de la silla y acomodo mi traje—. Por cierto, ¿irás a la fiesta esta noche?

—Acabo de decirte que murió nuestra abuela, ¿y quieres irte de fiesta? estás completamente loco. —Exagera como siempre, él era un experto haciéndolo.

— ¿Y qué quieres? ¿Qué vaya al velorio de una persona que no veo desde los quince años? —Hundo mis cejas cruzándome de brazos—. Olvídate, el papel de hipocresía te lo dejo para ti que al parecer te afecta la muerte de una persona que no te llamó e inmuto a verte después de la muerte de nuestro padre, suerte hermano.

Sin esperar otro de sus reclamos me apresuro a salir de la sala de reuniones con su mirada densa persiguiéndome en cada paso. Me molestaba mucho que por culpa de sus sentimientos intentará convencerme a mí de lo que mis propios ojos habían visto, su ausencia todos estos años luego de que leyeran el testamento y ella supiera que toda la herencia de su hijo mayor había quedado solamente para sus hijos, para nadie más. Aún recuerdo que salió de ahí hecha una furia, incluso insultándonos y luego nunca más la volvimos a ver. O por lo menos yo, eso parece.

Entro a mi despacho soltando los botones de la chaqueta de mi traje y con la mirada comienzo a buscar un papel en concreto en medio de todo el desorden que estaba en mi escritorio, realmente había tenido que dejarle la llave a mi asistente pero caprichoso y receloso con mi espacio no lo hice, ahora el desorden era mi consecuencia. Lo tomo cuando de milagros lo encuentro y antes de que pueda girar e irme el móvil del despacho comienza a sonar.

— ¿Qué sucedió ahora? —Ni siquiera preguntó de quién se trataba, estos móviles están puestos para hablar entre nosotros tres para no salir de nuestras oficinas. Hacía ya tres años que los habíamos puesto cuando nos dimos cuenta que ninguno daríamos el brazo a torcer al llamarnos por estupideces y nunca ir al despacho del otro.

—Thomas sale en unos minutos del jardín y como estoy atareada con el problema de la empresa, que efectivamente no te interesa, no podré ir a buscarlo —responde Amelie desde el otro lado de la línea—. ¿Podrías ir tú?

—Podría ser, ¿Qué obtengo a cambio? —Trató de chantajearla aunque es un fracaso, ella sabe tanto como yo que por Thomas haría todo sin ningún precio.

—Usen mi tarjeta y váyanse un rato al centro comercial —ofrece.

—Me parece justo. —Me encojo de hombros antes de colgarle.

Salgo del despacho y esta vez en contra de mi voluntad le dejo la llave a mi asistente para que acomode el desorden que hice anoche. No es que desconfiara de ella, de hecho trabajaba conmigo desde la primera vez que tomé mi cargo, conozco a su esposo y teníamos buen trato, pero la desconfianza era algo que vivía dentro de mí. Paso por el despacho de Amelie para tomar la tarjeta y después de escuchar su advertencia sobre la comida chatarra que no debería darle a mi sobrino, salgo de ahí.

Amelie era una gran madre, pesada, pero gran madre al final. Suponía que así eran casi todas, realmente no tendría como verificarlo porque no recuerdo que mi madre haya sido tan estricta o amorosa conmigo. Desgraciadamente Amelie hacía el papel de madre y padre al mismo tiempo ya que el donador de esperma cuando supo sobre la llegada de nuestro niño decidió huir como todo imbécil. Aunque la verdad aquello no hace ni falta, con Hank supimos adoptar aquel puesto con triunfo y a Thomas no le hace falta absolutamente nada, mucho menos de él.

Cuando llegó al colegio estaciono el coche y me bajo al ver a Thomas con una niña rubia esperando un poco alejados de los demás. Ahogó un suspiro al verlo con el chupón, que por más veces que le hayamos dicho que para su edad ya no era necesario, él se negaba a dejarlo de usar y no iba a negar que verlo con aquello puesto me daba una sensación increíble al alma.

—Estrella, tu hermana te está buscando. —La maestra de los pequeños llama a la niña de cabello rubio antes de que Thomas note mi presencia.

— ¡Tío Tate! —grita mi pequeño, sacándose el chupón antes de venir hacia mí cuando me pongo en cuclillas.

—Hola, pequeño. —Tomó su cuerpo y lo alzó—. ¿Quieres ir a comer con tu tío más lindo?

— ¡Sí! —responde antes de despedirse de la maestra embobada con nuestra escena.

(...)

Con mi dedo índice en mis labios le pido que haga silencio mientras esperamos que los pasos en el pasillo sigan acercándose. Thomas cubre su boca con ambas manos cuando su risa comienza a desprenderse de su cuerpo, pero logra retenerlas al sentir la puesta de la habitación abriéndose de inmediato. Una vez más le enseño mis dedos, esta vez para contar hasta tres y cuando acabó tomó el pomo de la puerta del placar y la abrió de sopetón, asustando a una Amelie que estaba en su cama.

— ¡Sorpresa! —grita Thomas.

—¡Oh, corran, porque acabaré con ustedes dos! —Amelie se levanta de la cama dispuesta a venir por nosotros.

Nos volvemos a meter al gran placard y al sentir los pasos de ella detrás de nosotros, salimos por la otra puerta que da al baño. Con adrenalina logramos salir de la habitación y comenzamos a correr hasta las escaleras. Abajo vemos como Hank entra por la puerta principal y sonrío al ver una salida.

—Hazte cargo, fue mucho por hoy —logró decirle, antes de tirarle el chupón de Thomas y salir de la mansión.

Suspiro buscando oxígeno y mientras bajó del porche acomodo mi atuendo. Bien, la noche había llegado y aunque sabía que no tenía tiempo para ir al restaurante y luego a mi departamento, me daba lo mismo, la impuntualidad me caracterizaba más que nada.

De camino al restaurante pongo un poco de música y bajó la ventanilla para dejar que el aire fresco de Nueva York me despabile un poco. Golpeteo el volante a ritmo con la canción de Moongliht y la tarareo de vez en cuando sin apartar mi atención del tráfico.

Minutos después logró llegar a uno de nuestros restaurantes y estaciono sobre el parking. Bajo tomando mi móvil y bloqueando el coche comienzo a caminar hacia la entrada del restaurante. El de seguridad me reconoce, así que me deja pasar entre la multitud de personas que esperan o piden reservas.

Entró a nuestro despacho y el que usa el supervisor, sentándome en la silla detrás del escritorio para ver los papeles del restaurante. Por suerte esta noche solo tenía que ver unos papeles importantes que habían llegado hace poco y requerían de una firma nuestra, así que con atención comencé a leerlo completo sin perderme ningún detalle que pudiera afectarnos.

— ¿Por qué no me avisaste que vendrías? —Elevo la mirada cuando no escucho que abren la puerta y frunzo mi entrecejo.

«¿En qué momento entró y hace cuanto estaba ahí mirándome de aquella manera tan escalofriante.»

— ¿Por qué no eres nadie para ir avisándote a donde es que voy cada momento de mi vida? —Finjo una sonrisa, disgustado con su comportamiento—. Y por favor, la próxima vez toca antes de entrar como si fuera tu propia casa.

— ¿Nuevamente estás de mal humor, guapo? —Bufo con exasperación y me quito los lentes antes de recostarme en la silla para buscar un poco de paciencia—. Perdóname por lo de la noche anterior.

— ¿Hablas de cuando te liaste a golpes con una chica porque me estaba mirando? —Elevo una de mis cejas—. Descuida, suelo relacionarme con personas psicópatas todo el tiempo.

—Deja la ironía para otro momento, te extraño. —Se cruza de brazos.

—Que dulce, pero yo no. —Me levanto dispuesto a no permanecer más tiempo cerca de ella y tomó los papeles que tenía que ver para leerlos en la comodidad de mi departamento.

— ¿Ya te vas? Podrías esperarme e irnos juntos.

Me río antes de darme media vuelta.

— ¿Alguna vez te espere? —No dice nada al respecto—. Genial, bueno, esta vez no será la excepción. —Le guiñó uno de mis ojos—. ¡Ah! y antes de que me olvide, deja de aparecer en mi departamento como una psicópata dispuesta a golpear a todo el mundo solo por verme porque me veré obligado a ponerte una restricción y créeme, no lo querrás.

Logró salir antes de que me intente retener y de camino a la salida me cruzo con el supervisor a quien consigo saludar con un ademán de mano. Suspiro. La razón del porqué no despedía a Cielo de su puesto de trabajo y toleraba todos sus actos de una persona tóxica, era porque la conocía y porque en gran parte, la culpa de que se convirtiera en esto era mía.

Cielo es la hermana de mi primera y única novia, relación que se vio arruinada cuando me acosté con Cielo sin ninguna importancia. No la estábamos pasando bien con su hermana y acostarme con ella fue la excusa perfecta para dejarla. Como justificación, aunque no lo hacía, podía decir que era un adolescente hormonal que no sabía cómo terminar una relación de años porque jamás había tenido otra, pero la verdad es que me arrepentía cada día de mi vida de aquel suceso, sobre todo por todo el karma que me llegó.

Luego de aquello Cielo comenzó a entrometerse en mi vida y no como algo sexual, es más, no habíamos tenido sexo hasta hace algunos meses. La había considerado como una amiga, pero por un desliz de una noche cometí el error de acostarme con ella y dejar que se quedara la mañana siguiente en mi departamento. Hice que de alguna extraña manera pensara que tenía una oportunidad conmigo para una relación estable, pero aunque en varias ocasiones se lo aclaré, Cielo cambió y se niega a que incluso alguien se me acerque.

Cuando llego a mi departamento me apresuro para tomarme una ducha y tomar uno de mis trajes menos formales para ir a esa fiesta o reunión a la que me habían invitado algunos socios de la empresa. Al terminar de ducharme me visto con apuro y cuando estoy listo vuelvo a salir para ir esta vez a la mansión donde se haría.

Sonrió victorioso al ver un mensaje de Hank donde dice que al final decidió venir a la fiesta y dejó que la misma canción de hoy se reproduzca mientras me voy acercando a la mansión. Al llegar le entregó las llaves al chico que está en la entrada y subo al porche para esperar a mi hermano.

A los minutos, su coche se estaciona en la entrada e imitando mi acción se acerca. Ambos nos sorprendemos al ver que todos son hombres y que están entusiasmados hablando de algo que no llegamos a escuchar. Saludamos a los más allegados y cuando nos quedamos libres, nos acercamos a la barra en busca de algo.

— ¿Usted sabe qué ocurre? —Hank llama la atención del chico de la barra antes de que nos diera los tragos que le pedimos.

—Claro, el señor Oscar decidió traer algunas personas para regalarles un show. —Nos deja los vasos de Whisky—. Con su permiso.

— ¿Por qué no me sorprende? —murmuró antes de darle un sorbo a mi vaso.

Oscar es nuestro amigo de la infancia y lo conozco demasiado como para no saber lo que se trae entre manos. Le había dicho miles de veces que odiaba que mezclara su trabajo clandestino con los socios que teníamos, pero a Oscar parecía que nada le importaba más que su placer.

Sabía que todos lo que estaban esta noche en esta mansión eran unos cerdos y saber qué era lo que ocurriría luego me generaban náuseas. Muchas veces me había negado a los regalos que mi gran querido mejor amigo me quería dar, pero él jamás se rendía a la posibilidad de que cediera a conocer el placer del que tanto hablaba. Hank también lo conocía y aunque solía decir que no le gustaba, sabía que varias veces había caído en la trampa de nuestro amigo aunque él muriera negándolo.

— ¡Chicos! No pensé que vendrían. —El susodicho aparece, observándonos con una sonrisa divertida al vernos bajo la trampa de su juego.

—Si sabía que traerías a unas prostitutas créeme que me hubiese quedado en casa —farfulló, dándole un trago a mi bebida.

—Un poco más de respeto, son mujeres, por favor —se burla, aunque el respeto se lo esté faltando más él que yo y mi simple palabra.

—¿Sabes? Todavía estoy a tiempo de irme. —Hago el amago de levantarme, pero me lo impide.

—Te tengo una sorpresa, mi mejor adquisición para mi mejor amigo. Solo date el lujo de conocerla, no ha defraudado a nadie —ofrece sin borrar aquella patética sonrisa de su rostro.

— ¿Realmente piensas que te daré el brazo a torcer? —Me carcajeo—. Que feo que no me conozcas.

—Tae, deja el egoísmo. —Bufa con cansancio, soltando su agarre en mi brazo que había ejercido inconscientemente al ver que estaba por levantarme—. Estás acostumbrado a estar de cama en cama, esto es lo mismo solamente que tienes que dejarles una limosna.

Aprieto mi mandíbula. Oscar era mi amigo, único amigo, pero siempre odiaba la manera en cómo se dirigía a alguien. No me importaban, ninguna de ellas, solamente odiaba la manera en la que se aprovechaba de sus necesidades y las usaba. Siento como Hank apoya una mano en mi hombro y decide responder por mí, aceptando quedarse solamente unos minutos.

Molesto y no a gusto con la situación veo como Oscar se pierde entre la multitud de hombres antes de desaparecer. Hank pide nuevamente dos vasos de Whisky cuando nos lo acabamos y cuando nos lo entrega, escuchó de fondo una melodía erótica.

Jamás había sido participe de ningún baile erótico, ni tampoco había tenido que pagarle a alguien para tener sexo. Oscar tenía razón, yo amanecía en una cama diferente cada vez que tenía ganas, pero la diferencia era que yo no obligaba a nadie para tener sexo conmigo solamente porque tenía una necesidad económica.

No iba a dejarme manipular por Oscar, aunque haciéndolo era muy bueno. Sabía cuales eran mis gustos y por suerte, no me desviaba jamás en busca de algo fuera de mi gusto personal.

Veo como varios cuerpos femeninos, con poca ropa, comienzan a aparecer acercándose a varios hombres bailándoles eróticamente mientras dejan que las toquen. La escena o baile no me motiva para nada, pero a comparación a Hank se le es difícil ocultar su satisfacción al verlas.

Veo como una de las chicas se va acercando, por suerte del lado donde está Hank. Son tantas las personas que ahora están en la mansión que pierdo al instante a mi hermano sobre la multitud, así que decido ir a casa de una vez. Dejó el dinero en la barra y sin esperar el cambio, me bajo del taburete con intenciones de irme.

—Amigo, ¿Dónde vas? Aquí está tu regalo. —La voz de Oscar me hace girar sobre mis talones, captando la presencia de una chica a su lado—. Tae, ella es Idaly, nena él es mi gran amigo. —Sonríe—. Quiero que le des la mejor noche de su vida. 


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