4. Yo seré el primero que no te pagará.

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T A E

Mierda, mierda, mierda y jodida mierda.

Maldita mañana, maldito lugar, maldito dolor de cabeza y maldita seas Oscar.

Suspiro rendido cuando ya pierdo la cuenta de las calles que caminé en busca de un taxi y decido sentarme en el cordón de la calle para poder descansar. Con esperanzas vuelvo a encender el móvil para ver si tengo oportunidad, pero como ha hecho desde que salí del hotel, solamente se enciende la pantalla y luego se apaga.

Suspiro.

Me duelen los pies de tanto caminar, estoy sudando como un cerdo y la cabeza me está por estallar debido a la resaca. Pienso en tirarme de espaldas en busca de mi muerte, pero ni loco acepto morirme en un barrio de mala muerte, así que me levanto y voy en busca de un taxi.

Maldito orgullo por no dejar que el recepcionista del hotel llamará uno.

No sé si es mi imaginación, pero cuando a lo lejos veo un vehículo amarillo inmediatamente levanto mi brazo para llamarlo. Sonrío cuando por fin logro conseguirlo, pero la sonrisa se me va de inmediato al ver que no es un taxi.

¿Quién es su sano juicio conduce un vehículo amarillo? ¡Por el amor de Dios!

— ¿Te sucedió algo, cariño?

«Bien, Tae, es hora. No le veo nada de malo, ya dejaste que tu propio mejor amigo te drogara, te acostaste con una prostituta que insinuó estar posiblemente embarazada de ti, te fuiste con el orgullo intacto de ese jodido hotel y oh, no lo olvidemos, casi mueres en un lugar de mala muerte. Subirte a un coche amarillo que conduce una anciana no esta tan mal después de todo.»

Me encojo de hombros al oír a mi subconsciente.

—Me asaltaron, no sé donde estoy y deseo irme a mi casa lo antes posible. —Suspiro, fingiendo estar desesperado aunque en el fondo lo estaba y demasiado.

—Oh, pobre niño. —La mujer hace una mueca de disgusto golpeteando con sus dedos el volante fundado en rosa. Desvía un poco la mirada por la calle solitaria y termina encogiéndose de hombros detrás de un chasquido—. Bueno, espero que todo se solucione, adiós.

« ¿Qué?»

—No, espere. —La detengo antes de que acelere—. ¿Usted no podría acercarme hasta donde pueda conseguir un taxi?

— ¡Claro que sí! —responde emocionada, haciéndome soltar un suspiro lleno de alivio—. ¿Pero tú quién eres?

«No me puede estar pasando esto a mí

—Un hombre que le compensara su tiempo perdido si la acerca hasta una calle principal. —Trato de sonreírle, conteniendo mi poca paciencia.

—Sube, sube. —Me anima, abriéndome la puerta. Subo y cuando me siento me tengo que inclinar un poco hacia adelante al ver lo pequeño que es por dentro—. ¿Dónde quieres que te lleve, cielo?

—A una calle principal.

— ¿Y dónde queda eso?

—Usted solamente sigue de largo. —Le señalo con mi dedo índice el lugar. Ella asiente quedándose en silencio.

—Perdone por mi pregunta pero, ¿soy taxista? —Cierro mis ojos conteniéndome, la pobre anciana no tenía la culpa de mi día de mierda y las desgracias que estaban ocurriéndome.

—No, solamente me estás ayudando. —Vuelvo a suspirar, esta vez con exasperación.

La señora asiente.

— ¿Y tú quién eres?

(...)

Tiró la chaqueta de mi traje al suelo cuando escuchó unas risas en la sala de mi departamento y mientras me voy acercando voy aclarando aquellas voces. Aprieto mis puños enfurecido y cuando entro a la sala me acerco a Oscar propinándole un golpe en su mandíbula. Su acompañante chilla desde su costado y Hank se levanta para separarme cuando le doy otro y Oscar cae de espaldas al sofá.

— ¡Eres un completo idiota! —grito, apartándome del agarre de Hank—. ¡Te quiero ahora mismo fuera de mi casa!

Oscar me sonríe.

— ¿Esa es tu forma de agradecerme? —Pasa una mano por su labio inferior limpiándose la poca sangre que brota de ella.

— ¿Agradecerte qué, imbécil? ¡Me drogaste! —Amelie se sorprende cuando aparece por su costado al ver su labio sangrando e inmediatamente se separa de él—. ¡Y todo para que me acostara con una de tus putas!

—Tae —me regaña Amelie, alejándose de la sala.

—Baja la voz que está Thomas —me avisa Hank en un murmuro.

—No fue para tanto —agrega Oscar—. Te deje en buenas manos.

—Sí, veo en qué buenas manos me has dejado —ironizó, recordando a la chica de esta mañana—. ¿Eres sordo o qué? Porque recuerdo que te he dicho hace apenas cinco segundos que te largaras de mi casa. —Acomodo las mangas de mi camisa buscando un poco de autocontrol al recordar la presencia de Thomas en casa—. Tuve una mala mañana, por favor, vete por las buenas Oscar.

—Bien, bien, me iré. —Toma de la cintura a la chica que está a su lado, pasándose la otra mano por su labio inferior nuevamente—. Te espero para que luego de tu estúpido enfado de niño te vengas a disculpar por esto, hermano.

Espera algunos segundos para que pueda responderle, pero al ver que no voy a hacerlo decide comenzar a caminar en dirección a la salida bajo un silencio tenso entre todos. Apartó la mirada de las mangas de mi camisa y llevándome ambas manos a la cintura sonrió.

—Oscar —lo llamo, sé que está todavía aquí, la puerta no se escuchó—. Te recomiendo que esperes sentado, porque parado te vas a cansar. Adiós.

Salgo de la sala sin detenerme a ver si se fue y me acerco hasta mi habitación. Me saco la camisa y tomó una toalla entrando inmediatamente a la ducha para sacarme la sudoración. Al terminar, envuelvo una toalla en mi cintura y salgo con otra en mano para secarme el cabello.

— ¿Dónde estuviste? —pregunta Hank sentado en la punta de la cama—. Estuvimos realmente preocupados por ti.

—La chica que mandó Oscar me dejó en un hotel lejísimo, no había taxi y me tuve que venir con una anciana que al parecer tenía pérdida de memoria o algo así. —Recordarlo realmente me daba escalofrío pero de rabia.

Hank suelta una pequeña risa.

—No sé qué da tanta gracia —Vuelvo a hablar y dejó la toalla en mi escritorio—. Me duele la jodida cabeza de haberle repetido la misma cosa todo el viaje y la espalda.

— ¿la espalda?

—Su coche era jodidamente chico y tuve que venir todo encorvado —protesto, masajeándome el hombro izquierdo.

—Bien, tomate el día para pasar el mal trago. —Hank se levanta y mete ambas manos en sus bolsillos—. Me llevaré a Amelie y Thomas, tomate el día y llama a Martha para que te de esos masajes que solamente ella sabe dar.

Sonrío.

—No está tan mal la idea. —Asiento.

—Nos vemos, tengo cosas que hacer.

Sin perder mucho tiempo le hago caso a aquella propuesta y mientras escucho los saludos de Amelie y Thomas desde la sala tomó el móvil de la cama después de responderles. Busco el cargador, lo conecto y mientras enciende voy en busca de ropa cómoda. Al terminar me siento en el borde del colchón y le escribo un pequeño mensaje rezando para que esté desocupada, aunque en realidad cuando se trata de nosotros siempre hace tiempo para atendernos.

Martha era una mujer de casi cincuenta años que casi la gran parte de su vida trabajo en casa y con mi padre. No solamente fue el ama de llaves, también fue la masajista profesional de él ya que según Renaud sus manos eran mágicas y no mentía. Nunca hubo problema alguno en que ella fuera su masajista profesional, pero al final cuando todos decidimos irnos de la casa de mis padres ella decidió abrir su propio estudio después de mucha insistencia por parte de mi padre.

Cuando llegó a su consultorio en el medio de la ciudad después de recibir el mensaje que estaba disponible, me acerco hasta la recepcionista que está hablando por teléfono y espero que acabe mientras repaso con la mirada el lugar. Muy pocas veces era de visitarlo, con el tema de la prenda Martha se apiadaba de nosotros y nos visitaba en casa para brindarnos sus servicios. Al acabar de hablar me reconoce al instante y me da el pase libre enviándome directamente a la habitación en la que está esperándome.

—Hijo mío. —Martha se aleja del cuerpo de la chica que parece estar dormida y se acerca a saludarme—. Te estaba esperando, Clari por favor ocúpate de la muchacha.

A la chica no parece molestarle ya que está totalmente relajada, así que Martha me indica la última habitación y nos acercamos. Como el masaje lo quiero en la espalda no es necesario que me desvista, así que solamente me saco la camiseta y me recuesto boca abajo en una de las camillas vacías.

Martha pone una canción relajada como siempre y cerrando los ojos me dejo llevar por sus manos. La sensación de relajación me invade y sin poderlo evitar sonrío al sentir sus manos trabajando en mis hombros. Esto sí que es vida.

Entre medio de mi viaje de relajación escucho como tocaban la puerta, pero la verdad poca importancia le doy hasta que sus manos dejan de tocarme y confuso abro los ojos aunque no pueda verla. Escucho como aprueba algo y en el hueco donde puedo ver veo como unos pies entran y se van hacia la derecha. No me preocupo porque las camillas están divididas por cortinas, así que nuevamente me dejo relajar gracias a sus manos cerrando los ojos.

— ¿Y me perdonas? —Las manos de Martha no dejan de masajearme y aunque quisiese decir que no, ella también logra escuchar aquellos murmurios—. Vamos nena, te traje a un spa, ¡El más caro!

— ¿Puedes hacer silencio?

«Oh, esa voz la conozco

Abro mis ojos de inmediato.

—Sí, sí, perdón. —Hundo mis cejas—. Aparte te deje con un buenorro, no muchas veces pasa eso.

—Era un imbécil con dinero. —Elevo una de mis cejas y asiento con mi cabeza cuando Martha me avisa que se retirara unos segundos.

— ¡Estaba bueno!

— ¡Que hagas silencio, puta madre! ¿Qué te cuesta? —Bufa—. Sí, estaba bueno, pero es un imbécil. Me basto oírlo solamente una vez para describirlo.

— ¿Y cómo es?

—Atractivo, se ve que la tiene grande, puede que bueno en la cama. —Sonrío con arrogancia—. Eso son sus cosas buenas y las malas, ¿Por dónde empezar? —Suspira y yo me levanto de la camilla—. Imbécil, irritante, mimado, como todos, un estúpido con traje que solamente busca un hueco para poder colocar a su amiguito porque su vida es tan miserable que hasta las mujeres que lo rodean no lo satisfacen. —Abro la cortina con cuidado y la veo recostada boca abajo. No nota mi presencia y su amiga está del otro lado de la cortina así que tampoco me ve —Por eso nos buscan, para poder encontrar lo que en sus patéticas vidas jamás encontrarán.

Sin poder creerme realmente sus palabras aprieto mis labios y conteniendo mi respiración para no alertarla me inclino hasta su cabeza creando un poco de distancia entre los dos.

—Tengo millones, más que dinero, de mujeres que me satisfacen mañana, día, tarde y noche, no me es necesario pagarle a nadie para que se acueste conmigo, nena. —me alejo de ella cuando se remueve en la camilla sorprendida y gira a verme tapándose los pechos—. Y solamente por si te da curiosidad, dile a Martha que te de mi dirección y averiguas como soy y como la tengo, en mi departamento, solamente que yo seré el primero que no te pagará.

Le guiñó uno de mis ojos cuando, como su amiga, quedan sorprendidas ante mi presencia y giró sobre mis talones dispuesto a irme.

(...)

Tecleo en mi computador contestando los correos que tenía pendiente y de reojo veo las pasantías que mi secretaria me había traído. Estaba atareado de cosas y aunque había decidido no venir a la empresa, al final vine para adelantar las cosas pendientes que tenía.

Amelie se había ido cuando Thomas salió del jardín y luego pasó toda la tarde con él, así que con Hank nos la teníamos que arreglar para terminar con todo a tiempo. Ya era de noche, la luna se veía desde mi ventana, pero así mismo no tenía pensado ir a casa todavía.

En unos días tenía un viaje pendiente, no de trabajo, solamente un viaje que había pospuesto por trabajo y eventos personales como los primeros actos de Thomas. Como no se avecinaba nada importante, dentro de lo que me importaba, decidí ir y darme un respiro.

Desde que las empresas comenzaron a tener problemas jodidos, había tenido que dejar de gastar mi dinero en viajes y caprichos grandes porque no tenía tiempo. Y eso molestaba demasiado porque tenía muchísimo dinero y necesitaba gastarlo para no dejárselo a nadie el día que me muriera.

Y tampoco es que a alguien le sirva. Amelie tiene su fortuna y la divide con la de Thomas, Hank tiene la suya, mi madre tiene lo que le queda y yo tengo lo mío. Así que, como a nadie le hace falta, haré lo que mi tío Axel hizo antes de morir con la suya.

Incinerarla si es que queda.

Sonrió ante aquella idea.

—Me da miedo cuando sonríes de la nada —admite Hank entrando a mi despacho con su computador.

—Si, Hank. Pasa cuando quieras —ironizó, apoyando mi espalda en el respaldo.

—Gracias hermano. —Sonríe, sentándose en uno de los sofás individuales—. ¿Fuiste con Martha esta tarde?

Pongo mis ojos en blanco.

—Sí. —Cruzo mis dedos en mi abdomen.

— ¿Y?

— ¿Y qué? Son masajes, Hank. —Hundo mis cejas—. ¿Qué se supone que debería contarte?

—Porque tienes esa cara, por ejemplo. —Se encoge de hombros.

Suspiro.

—Yo también me hice la misma pregunta. —Gesticulo una mueca de disgusto—. Es raro ser tan perfecto, ¿Pero qué te digo? Son genes, yo que tú ya voy preguntándole a mi madre de qué orfanato te saco.

Hank pone sus ojos en blanco, pero sonríe.

—Eres un imbécil, no se puede hablar en serio contigo.

— ¿Qué quieres saber, Hank? —Elevo una de mis cejas.

— ¿Qué sucede con Cielo? —Dispara sin timidez.

—Nada, ¿por qué?

—Por nada importante, solamente que hoy apareció en tu departamento buscándote. —Se encoge de hombros.

—Ah, ni idea. De todas formas, si es que sucede algo, no te lo contaría. —Tomo mi móvil del escritorio—. Hay algo que se llama vida personal y yo no me ando metiendo en la tuya preguntándote, por ejemplo, quien era la pelirroja que salió de tu despacho arreglándose la falda el otro día.

— ¿Cómo lo sabes? —pregunta y yo levanto mi vista para sonreírle con arrogancia.

—Soy como Dios, estoy en todos lados y en ninguno. —Le guiñó uno de mis ojos, antes de bajar mi vista a mi móvil y llevármelo a la oreja.

— ¿Qué harás?

—Despedir a Cielo, me canse de ella.

Hank se sorprende.

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