53.1. ¿Feliz, celosía?

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L A C I E

—¡Detente, Jarvis! —gritó, abalanzándome contra él cuando veo que intenta golpearlo. Juvier logra tomarlo de ambos brazos antes de que pueda tocarlo, consiguiendo inmovilizarlo con fuerza.

Entre su agarre, comienza a removerse intentando soltarse con demasiada violencia, pero él no se lo permite en ningún momento. Asustada, con el corazón hecho un manojo de nervios, me pongo detrás suyo para tomarlo entre mis manos buscando su tranquilidad.

La presencia de Juvier no lo pone nada fácil, Jarvis está tan cegado que su único objetivo es golpear a alguien y lo consigue, solamente que esta vez es a mí. Me llevo una mano a la mejilla cuando su codo me envía al suelo y reprimo las lágrimas que amenazan con salir debido al dolor. Fue muy cerca del ojo, así que me mantengo segundos con ellos cerrados buscando fuerza para no chillar.

—¿Estás bien? —la pregunta de Juvier me devuelve a la realidad. Abro los ojos y esta vez encuentro a Jarvis a mi lado.

—¡No te acerques! —masculla al percibir su movimiento. Vuelve a darme su atención y asustado me inspecciona—. Lo siento tanto, Lacie...

Intento sonreír, fingiendo que todo está bien. Apoya su mano en la mía y con cuidado la baja para verificar el golpe. Al instante gesticula una mueca de disgusto.

—¿Se pondrá feo?

—Soy un imbécil.

—Claro que no —murmuro, intentando apartar su mirada de mi golpe.

—¿Quieres que te lleve al hospital? —sugiere Juvier por lo bajo. Jarvis, al recordar su presencia, arruga su nariz aportando su expresión seria pero esta vez no se separa de mí.

—¡¿Qué haces todavía aquí?! —inquiere molesto. Abrumada suelto un suspiro—. ¿No te has dado cuenta que no eres bienvenido?

Al ver el odio latente en la mirada de su propio hijo da un paso hacia atrás, asumiendo sus palabras con un asentimiento de cabeza. Hubiese preferido que este encuentro jamás se diera porque era consciente de que Jarvis no sería capaz de perdonarlo nunca por más excusa que tuviera y que todo esto solo le traería dolor.

Desde pequeño siempre fue un niño reprimido, consumidor de su propio dolor porque no quería sentirse débil y el motivo de su trasfondo era más tenebroso de lo que pensé. En aquellas épocas donde sus compañeros vivían abusando de su buena fe, descubrí que Jarvis no quería expresar sus sentimientos porque quería dejar de ser quien era, porque no quería sentirse tan débil para que abusaran de su buen corazón. ¿Qué tan mal tiene que estar uno por dentro para decirle a alguien que expresarse es de débiles?

Creció en su burbuja de intimidación, cada año peor, acostumbrándose a su distanciamiento consigo mismo y conmigo también. Deje de tener acceso a lo que ocurría una vez que creció y perdí las riendas de su vida desconociéndolo completamente.

El abandono de Juvier tampoco ayudó mucho con sus propios demonios. Cuando él se fue Jarvis tenía la edad suficiente para comprender que decidió irse sin nosotros y desgraciadamente eso no se lo conté yo, eso lo vivió. Lo sintió con cada pesadilla a mitad de la noche, con preguntas por la tarde como que habíamos hecho mal para estar donde estábamos y porque nadie nos quería. A todas esas veces que en silencio veía familias reunidas en las plazas y se desanimaba, a los actos de padres en el colegio, a fiestas festivas solos, a la vida de mierda que nos había tenido que tocar.

Y ahora él aparecía. ¿Pretendiendo qué? ¿Reparar todas esas navidades de lágrimas? ¿Esos años nuevos y cumpleaños solos? ¿Cuál era su objetivo?

—Solo quería seguir hablando con Lacie, no pensé que estarías aquí —confesó.

—¿Ustedes ya se vieron? —Giro a verme confundido y dolido—. ¿Qué te dijo?

Con pánico relamí mis labios secos dirigiendo mi mirada hasta Juvier y luego la volví hasta él. Me negaba a tener que decirle la verdad, no era capaz de confesarle lo que en su momento Juvier me dijo, me aterrorizaba su reacción.

Si todavía era difícil para mí, ¿qué iba a esperar de él?

Juvier no era mi padre, eso no cambiaba el hecho de que nosotros éramos hermanos, pero me daba pavor. No me interesaba saber quien lo era, si él no lo era, si estaba muerto o con vida, a mí solamente me importaba el bienestar de mis hermanos y decirle a Jarvis la verdad era derrotarlo por dentro, porque le dolía más que a mí verme donde estaba.

Hasta este punto de mi vida no comprendía porque a los demás le dolía más en donde me encontraba que sus propios fracasos, pero lo comprendía porque querer a alguien nublaba esa parte de ti y en mi mente no existía nadie más que ellos dos.

—No consiguió decirme nada —mentí—. Una vez llegué a casa y lo vi con otra familia, ahí terminó todo.

Jarvis, no creyendo lo que le había dicho, se puso de pie en un solo tirón y con la misma velocidad consiguió golpear el rostro de su padre.

—¡¿Cómo te atreves?! —protesto con un nudo en la garganta. Me puse de pie y me metí entre medio de los dos para que no lo golpee de nuevo.

—Él no vale la pena...—farfulló nerviosa. Con una mano en su mentón atraigo su mirada—. No lo vale, Jarvis.

Con los ojos aguados apretó sus labios y asintió, estando de acuerdo. Se quedó en silencio porque si pronunciaba algo más iba a tirarse a llorar, así que antes de ser testigos de aquello decidió marcharse sin dirigirnos una mirada. Subió al ascensor y cuando las puertas se cerraron apreté mis ojos con fuerza masajeándome las sienes.

—Te lo diré por última vez porque realmente estoy cansada de todo esto —refleje mi disgusto cruzando una mano por mi estómago antes de verlo—. Te quiero lejos de mí, lejos de ellos y lejos de todo ser que nos rodee. Si todavía tienes un poco de amor haznos el favor de desaparecer, no te necesitamos, aprendimos a vivir sin ti. Vive con la conciencia de que fuiste tú quien nos fallo, que no hay nada que puedas reparar porque dejar a tus propios hijos en la calle sin nada en la vida no te lo perdona ni Dios. Espero que esta sea la última vez que vea tu rostro, porque tú ya no tienes derechos sobre nosotros.

No espero a que responda, solo giro sobre mis talones y entró al departamento cerrando la puerta con seguro. Cuando la soledad de adentro me recibe tomó una bocanada de aire y dejó que las lágrimas salgan sintiendo el alivio de la opresión en mi pecho.

(...)

Jarvis no había atendido ninguna de mis llamadas en lo que transcurrió de la noche desde que se fue. Eso me preocupaba un poco, sobre todo porque él suele tener reacciones de impulsividad y aunque una parte de mí me ordenaba llamar a las estaciones policiales y hospitales, mi corazón tranquilo me garantizaba que nada le había ocurrido.

Así mismo la tranquilidad de mi corazón no relajo a mi mente que me mantuvo toda la madrugada despierta esperando una noticia, ni mucho menos a la ansiedad que me llevó a tomar una jarra completa de cafeína. Una de las razones del porque no había dormido también, fue porque era la primera vez que Estrella no dormía en casa y aunque hicimos videollamada anoche y esta mañana, estaba viviendo lo que era liberarla de apoco por primera vez.

No era un asunto de confianza porque sí confiaba en Amelie, solo era porque siempre fui muy sobreprotectora y estas cosas me ponen nerviosa de alguna manera. Estrella es mi responsabilidad y si le llega a suceder algo no podría perdonármelo.

Esta mañana, cuando hicimos videollamada, Amelie me había dicho que no podría traerla al edificio porque tenía que ir directamente a la empresa por una emergencia, así que me tocaba ir hasta allá. ¿Lo malo? Es que no estaba Idaly. Ayer había llegado muy tarde del trabajo y esta mañana se fue muy temprano ya que cumplía doble turno por esta semana hasta que entrara a trabajar yo.

Como no habíamos podido rescatar nada de la antigua casa, Evolet nos obsequió prendas de ropa que su hija dejó antes de mudarse. Al principio nos negamos porque ya había hecho suficiente por nosotras, pero ella insistió en que no le servía y que a nosotros sí. Lo que estaba haciendo esa mujer por nosotras no tenía precio alguno, realmente estaba agradecida por haber coincidido con ella.

La tía de Idaly también ayudó un poco más y para nuestra suerte nos dio ropa de niña que nos hacía falta. Al igual que Evolet, se había comportado tan bien con nosotras sin esperar nada a cambio.

Hoy era mi último día en casa, después de tanto insistir al final me habían dejado ir a trabajar a partir de mañana solo por el hecho de que Idaly no podía cumplir con el doble turno. Jarvis no tenía campañas aún, así que se quedaría con Estrella en lo que nosotras cambiábamos de turno.

Terminó de prender la chaqueta de lana y verificó que el color marrón claro no delate mucho el hecho de que decidí no ponerme brasier. Subo la falda hasta mi cintura y la bragueta en la parte de atrás antes de buscar los tenis debajo de la cama. Amelie dijo que estaría por la empresa alrededor de las doce así hacía desayunar a los niños, pero como tendría que ir caminando entonces pensé en salir más temprano.

Elevo la mirada cuando escucho el timbre del departamento sonar y salgo del baño terminando de arreglar mi cabello. Aún no estaba acostumbrada al corte, pero no iba a negar que me era muchísimo más práctico. Tenía sus pros y sus contras. Me acerco a la mirilla de la puerta y después de ver quién es la abro.

Una escandalosa Bera entubada con un vestido apretado y corto de color negro sonríe ensanchando sus labios rojos impecables. Nunca iba a entender porque esta mujer podía estar presentable siempre a la hora que fuera, ni mucho menos porque lo suyo con Tae acabo cuando es una mujer maravillosamente agradable para la vista de uno.

Poco la conocía y de eso sabía que era un encanto, la verdad.

—¿Qué te ocurrió? —Su sonrisa se desdibuja observándome preocupada. Coloca sus lentes de sol en su cabeza y se acerca para inspeccionarme.

—Nada grave, fue sin querer. —Le resto importancia, apartando la mirada hasta su bolso cuando rebusca algo dentro. Me extiende una caja pequeña negra y dubitativa se la aceptó.

—Es para esconderlo, ese nada grave podrá alcanzarme a mí que no indagaré en tu vida privada, pero a otras le sentará muy mal. —Sabiendo a que se refiere, asiento agradeciéndole el gesto.

—¿Qué haces aquí? —pregunto confundida, correspondiéndole la sonrisa finalmente.

—Vine a verte...en realidad vine a ver si tenías cafeína. No soy muy amante de ir a las cafeterías y en casa no había nadie que fuera a comprar —cuenta, ingresando cuando me aparto. El repiqueteo de sus zapatos en la cerámica provoca un puntazo en mi cabeza que me hace gesticular una mueca.

—¿Entonces te pareció más correcto venir a robarme cafeína antes de ir a comprar?

Bera hace un ademán con su mano restándole importancia.

—Algo así.

—¡Bien! Porque me vienes genial, tengo que ir a la empresa Carter así que si me llevas podrás consumir tu dosis de cafeína. Dar y recibir, excelentes conceptos. —Entrecierra sus ojos al oírme.

—¿Estás usándome?

—Tú has venido a robarme cafeína. —Me encojo de hombros, ella me apunta con su dedo índice.

Touche. —Sonrío victoriosa—. Aunque sea déjame beber agua.

Meneo mi cabeza en dirección a la puerta de la cocina.

—Como si fuera tu casa, ahora regreso.

Camino detrás de ella y sigo de largo hasta la puerta de la habitación para tomar mis cosas. Aún no eran las doce pero si llegaríamos con tiempo, en realidad Amelie no me confirmó si era a las doce y punto, ella dijo por esa hora. ¿Eso qué significaba?

Ingreso al baño con el producto que Bera me había dado y comienzo a tapar el moretón que Jarvis me dejó la noche anterior junto a las ojeras delatadoras debajo de mis ojos. Al acabar tomó el móvil de la cama y las llaves del departamento saliendo nuevamente. La busco en la cocina sobre el marco y la encuentro bebiendo agua mientras observa el cofre que traje de la antigua casa.

—¿Son tuyos?

Niego.

—No, de mi madre. Pensé que era otra cosa, estaba por desecharlos.

Bera asiente.

—¿Te molesta si me los llevo?

Me encojo de hombros.

—Todo tuyo. ¿Nos vamos?

Termina de beberse el vaso de agua y toma el cofre antes de salir de la cocina. En el estacionamiento nos acercamos a su coche aparcado en la primera fila y salimos saludando al guardia de turno. Tae me había dicho que era de confianza y que cualquier cosa que ocurriera se lo comunicará, así que anoche cuando corroboré que Juvier se había ido, le pedí que no volviera a dejarlo subir. Él, por supuesto, no tuvo problema.

Quejándose sobre su falta de cafeína condujo a una reducida velocidad por las calles principales para llegar directamente a la sede del centro. Como supuse, a esa hora había demasiado tráfico, así que nos costó un poco más llegar de lo pensado.

Bajó al estacionamiento subterráneo del edificio Carter y dejó aparcado el coche en una de las filas principales para no tener complicaciones. Resumiéndole el porqué estaba aquí a sus insistentes preguntas dimos la vuelta para ingresar a la empresa por la puerta principal. Según ella era una entrada más glamurosa que la trasera, yo solo pensé que me hizo caminar más.

Cuando ingresamos lo primero que vi fue una presencia desagradable, pero manteniendo mi comportamiento infle mi pecho con aire y seguí adelante sin bajar el mentón. Curiosa a mi lado Bera sonrió.

—¿Sabes quién soy?

Bera se apoya contra el mostrador con demasiada naturalidad.

—La loca psicópata, te reconocemos cariño. —Se saca sus lentes de sol y se los pone en la cabeza fingiendo una sonrisa amigable—. ¿Firmas autógrafos?

La chica detrás del mostrador oculta una sonrisa fingiendo estar tecleando algo en el ordenador y Cielo la aniquila con la mirada antes de girarse.

—Veo que Tae solicitó reunir a todas sus amantes —menciona, no dándose cuenta de mi presencia. Lejos de ofenderse esboza una sonrisa de superioridad.

—Nunca fui su amante, en todo caso él lo fue, porque muy al contrario que tú, yo jamás he dejado que nadie me pusiera en ese lugar —respondió enderezando su cuerpo—. Y me resulta sospechoso que te haya llamado cuando es el primero que quiere verte lejos de su entorno.

—Llámalo y compruébalo —desafío. Sintiéndome cada vez más lejos de la conversación decido dar un paso hacia adelante haciéndome notar. La mirada de Cielo no tarda en caer sobre mí, en específico sobre mi cabello—. ¿Ataque de crisis?

Sostengo del brazo a Bera cuando veo que quiere acercarse. Esbozo una sonrisa ignorando su comentario y me pongo delante de ella sin apartar mi mirada de la suya.

—¿Tae está esperándote? —curioseo. Desconfiada asiente—. Me encargaré de avisarle que estás aquí.

—¡No puede subir, el señor Carter está ocupado! —grita detrás de mí la recepcionista cuando comienzo a alejarme. Bera se ríe.

—Créeme, de todas aquí quien no necesita presentación es ella, yo que tú bajaría ese móvil, la cosa se pondrá interesante.

Me cruzo de brazos esperando que las puertas del ascensor se abran y cuando lo hacen presiono el piso correspondido de los despachos privados. Nerviosa, repiqueteando la suela de mis tenis contra el suelo, me muerdo el labio inferior molesta. Estaba sintiendo como de apoco iba hiperventilando solo por la presencia de Cielo y aunque me debía muchísimas, la manera no era pelearme con ella ahí. No iba a darle lo que ella tanto esperaba, así no era yo.

Cuando las puertas se abren observó la desolada sala principal y sin ser consciente de mis propios movimientos me veo acercándome hasta la secretaria de Tae. Le enseño mi dedo índice ignorando su advertencia de que no puedo ingresar y traspasó su puesto hasta la puerta del despacho. Detrás escucho sus pasos acercándose, pero llega tarde para cuando abro la puerta sin ser cuidadosa.

Tae, quien estaba detrás de su mostrador recostado en su silla, eleva la mirada de su pantalla y después la dirige detrás de mí. Con un movimiento le pide que se retire y siendo consciente de que está en una reunión virtual esta vez cierro con más cuidado.

Tragando saliva vuelvo a aportar mi posición de brazos cruzados sosteniéndole la mirada. Se inclina unos segundos hasta su computador, teclea algo y vuelve a verme.

—¿Qué haces aquí? —pregunta, tomando un bolígrafo de su escritorio.

—Cielo está esperándote abajo —aviso. Carter asiente despreocupado. Presiono mis labios cuando siento mi sangre hervir y terminó sonriendo.

—Dile que en unos minutos la atenderé, que no se vaya —pide, volviéndome a ignorar.

—No soy tu secretaria, baja y díselo tú.

—Bien, entonces vete.

Encaprichada por no tener su atención, molesta por no saber qué se traen los dos y furiosa porque después de todo seguía hablándose con ella, repiqueteo mi pie izquierdo con fuerza intentando hacerle saber cuán enojada estaba. No iba a moverme de ahí, no porque no quería, sino porque Tae Carter no iba a ser la persona que me dejara como estaba.

Sin prestarme atención, escuchando a la persona que detrás sigue hablando, juega con su bolígrafo mientras se mueve en su silla desinteresado. Asumiendo que no iba a dirigirme otra palabra deshago mi postura y recobrando fuerzas me acerco hasta donde está. Tomo la silla por el borde y girándola me inclinó hacia él apoyando mis labios contra los suyos.

Tae me responde al instante, se inclina hacia adelante para alcanzar mi cintura y se tira hacia atrás llevándome con él. Me siento en su regazo abriendo con dificultad mis piernas debido a la falda y apoyó una de mis manos al lado de su cabeza para tener más resistencia. Negándome a darle la oportunidad de mandar sobre mí soy yo quien lo guía en el beso, despojándolo de su trono y dejándolo por debajo de mi mando.

Busco el momento sincrónico para meter mi lengua y cuando consigue reunirse con la suya mi estómago se retuerce entre caricias revolucionarias. Abro mis ojos al oír entre medio del fogoso momento una voz más y dirijo la mirada hasta la pantalla de su computador. Hay más de una persona y todas están vestidas formalmente, incluso también está Amelie.

—Supongo que no están viéndonos —murmuró, volviendolo a ver.

—Ni escuchándonos —jadea.

—Perfecto, seré directa. ¿Qué hace Cielo abajo?

Tae sonríe.

—No te debo explicaciones, Lacie.

Elevo una de mis cejas indignada.

—Estás jugando con fuego.

—¿No te había dicho que me encanta quemarme si es contigo?

—No intentes desviar el tema de conversación —siseo.

—Lo siento nena, no me sacaras ninguna palabra al respecto.

Chasqueo mi lengua.

—Subestimas mis métodos.

—Sorpréndeme.

Aprovecha el momento que Amelie dice su nombre y con una mirada de advertencia me pide silencio. No enciende la cámara, pero si lo veo prender el micrófono. Aún arriba de él lo observo hablar sobre algo que no entiendo, pero que me genera lo contrario a algo relacionado con orgullo. Es una sensación conocida debajo de mi vientre, pulsante y atrevida que me exige obtener el deseo que hormiguea mi cuerpo de a poco.

No iba a saber jamás qué faceta de Tae era la más caliente, pero verlo de traje y hablando en una reunión seriamente, era un delirio para las mentes débiles como la mía.

Recordando el motivo del porqué estaba ahí sonrío con malicia y me inclino hasta donde está él. Carter intenta esquivarme, pero por el corto espacio consigo llegar a su cuello con facilidad. Abro mis labios alrededor de su piel y humedeciéndolo comienzo a besar cada parte. Como respuesta, Tae termina metiendo su mano por debajo de mi falda y aprieta mi trasero con fuerza.

Con ambas manos recorro su torso lentamente guiándome hasta su espalda y después vuelvo por sus costillas hasta el comienzo de sus botones por la parte de arriba. Ágil, comienzo a desabrochar cada botón escuchándolo hablar mientras beso la piel húmeda de su cuello. Mi cuerpo reacciona cuando hago contacto con su piel caliente y bajo mis labios por su clavícula guiándome hasta su pecho.

Me bajo de sus piernas colocándome entre medio de ellas y las abro para tener más espacio. Dejándose hacer, Tae no impide ninguno de mis movimientos mientras intenta mantener su atención en lo que está diciendo. Muerdo la piel de su abdomen provocando que de un respingón en su lugar y frunce su entrecejo observándome. Para compensarlo paso mi lengua ayudándome con mis manos a sacarle el cinturón y bajó a su zona V.

—...Amelie, ¿puedes seguir? —pide. Bajo la bragueta de su pantalón y me aparto de su cuerpo para verlo.

—Sigue tú, vas bien —lo anima. Reprimo una risa para que no me escuchen y él me da una mirada fulminante.

Retoma lo que estaba diciendo apoyando su frente en la palma de su mano y cierra sus ojos mientras presiona el borde de la silla con la otra. Siguiendo con mi juego meto mis dedos debajo del elástico de su bóxer y arrastró la tela un poco para liberar su miembro semi-erecto.

Nervioso por no poder mantener el control niega con su cabeza, pidiéndome entre súplicas que no lo haga, pero yo lo ignoro como él lo hizo conmigo regalándole una sonrisa inocente. Tomo entre mis manos su miembro y descaradamente paso mi lengua por su tronco hasta llegar a su punta rosada, provocando que se remueva en el asiento cuando chupo su glande.

—Yo creo que...—se detiene unos segundos soltando un suspiro. Sin apartar mi mirada de la suya abro mi boca sacando la lengua y lentamente comienzo a meterlo entero a mi boca—. Creo que deberías seguir tú, Amelie.

Tae apaga el micrófono antes de que el sonido de mi garganta lo delate y abre sus ojos sorprendido. Amelie no insiste, toma su puesto y comienza a hablar, así que aprovecho para dar marcha atrás poniéndome de pie.

—Suerte en la reunión, señor Carter —intentó despedirme. Alcanza justo a sostenerme del brazo cuando quiero irme y me atrae hasta su cuerpo.

—No vas a irte a ninguna parte, nena —sisea. Esbozando una sonrisa elevo una de mis cejas.

—Entonces responde lo que te pregunte —insisto. Tae mantiene su mirada sobre la mía quedándose en silencio, no queriendo ceder, pero al final termina suspirando rendido.

—Edward me pidió que le diera unos papeles, está aquí por eso, ¿feliz, celosía?

Victoriosa asiento.

—Así mejor, Carter.


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