ESPECIAL

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E S P E C I A L

Podría haberte dicho que no aquella vez que nuestras miradas se encontraron detrás de una ventanilla, haberla esquivado o no ruborizarme, no balbucear, no mirarte de la manera tan profunda que me salió por verte, pero desde el primer momento decidí confiarte hasta mis peores miedos, mis más grandes inseguridades.

Estaba ahí, viéndote. Observándote entre un silencio escurridizo que me impulsaba a querer abrir la boca, a moverme, a poder respirar, pero tu presencia imponente desde el otro lado me obligaba a estar como estaba, a volar pisando el suelo, a vivir sin poder respirar. No todo fue tan malo, eso lo supe cuando te vi sonreír. Maliciosa y encantadora, una mezcla diabólica que me tiró a la profundidad de mi verdadera tempestad.

—Te marco después, Carter.

Los vellos de mi piel se erizan al darme cuenta que tu atención era mía, de nadie más y que de ahí en más cada palabra que saliera de tu boca sería para mí. Di un paso hacia atrás, temí al verme acorralada porque seguía sin saber que decir aún sabiendo a lo que me dedicaba, las manos me temblaban y el corazón asustado se acurrucó contra mi pecho.

Pero claro, tú desde el primer momento tenías las cosas claras, tenías en mente robarme el corazón. Apoyaste una de tus gruesas manos en el volante sin apartar tu mirada de mis expresiones, de mi propia mirada que no hacía más que recorrerte. Lo gozaste, incluso vi una pequeña sonrisa asomándose por tus rojizos labios, pero no dijiste o hiciste más nada, solo encendiste nuevamente el coche y te fuiste.

Dejándome con miles de preguntas y unas ansias de volver a verte.

Los días siguientes no te pensé, me sentí con el alivio de decir que hasta ahí conservaba mi propia identidad, mi propia razón, pero el destino divertido con verme sufrir te siguió poniendo en mi camino, en cada ocasión, en cada sentido.

Nuestro segundo encuentro recuerdo haberlo vivido en una farmacia, aún siento mis piernas adoloridas por todo lo que corrí aquella vez que Estrella se enfermó. Deje a mis hermanos solos en casa, con el frío del invierno en la cama arropados, ¿lo recuerdas? Te lo conté cuando volvíamos a casa después que te ofreciste a pagar los remedios cuando me di cuenta que de la desesperación no lleve dinero.

Te hice ingresar a mi pequeña casa, te abrí la puerta, el calor hogareño de adentro te embriago, las paredes fueron testigos de tu llegada y ahora comprendo porque con el tiempo fueron oscureciéndose. El Diablo había llegado. Compraste café porque no tenía qué ofrecerte, no te burlaste, esperaste en la cocina hasta que atendiera al bebé y luego lo calentaste al sentarme delante de ti.

Seguía sin saber que decirte, las piernas me pitaban de dolor pero también temblaban, sentía frío mientras estaba en un mar de nervios, la lengua se me enredaba, apretaba y mordía mis labios desesperada, hasta que me sonreíste. Lo hiciste con el plan de asegurarme que a tu lado siempre estaría bien, que ibas a estar ahí, ¿entonces por qué?

—No voy a preguntarte nada que no quieras responder, solo déjame saber tu nombre —pronunciaste en un tono bajo, alentador, transmitiendo confianza—. Mi nombre es Oscar.

Me hubiese mordido la lengua, ponerme de pie y terminar ahí la conversación, pero mi inocencia me llevó a sonreírte, porque me hiciste sentir segura. Sé que te diste cuenta.

—Mi nombre es Lacie.

Te llevaste la taza de café a los labios y ocultaste tus intereses, porque aunque creí que eras el Diablo, no me sonreíste de frente y me atacaste por detrás. Ahí comprendí que tú eras mucho peor.

Eras Oscar...eras la persona que más iba a amar.

(...)

Nuestra primera cita fue en el centro comercial, tú te las habías ingeniado para conseguir una niñera que cuide de mis hermanos y me animaste a romper mi estructurado sistema. Dijiste que solo sería una película, que volveríamos rápido a casa, porque sí, era nuestra casa. Comenzó a ser tuya cada tarde que salías de trabajar y no faltabas un solo día a nuestro encuentro de café, cuando de ser una desolada casa fría paso a calentarse con risas, con juegos, con conversaciones a las madrugadas, con tus sonrisas.

¿Por qué, Oscar?

Llegamos al cine y nos situamos en la parte de atrás, a unos asientos de lejanía que otra pareja más chica que nosotros. Me acuerdo de nuestras bromas a susurros, a tus comentarios coquetos por mi aspecto, siento aún mis mejillas calientes cada vez que alimentabas mi autoestima como tú querías, a tu dosis.

Creo que esta parte la recuerdas, ambos escogimos la película. Confesaste que no te agradaba el romance, que lo tuyo era la acción, ¿romperme el corazón también venía en el manual? Porque a media función, cuando te inclinaste a besarme, me costó leer la letra chica de tus verdaderas intenciones.

Tocaste mis labios tibiamente, los acariciaste, los avivaste y les diste vida. Fuiste su turista cuando se encontraron perdidos, tu lentitud me animó a imitarte, a querer seguirte y entonces se unieron, no hubo nadie que en ese momento me impidiera ser tuya, ¿irónico, no?

Salimos de esa sala al acabar la función con una sonrisa que no cabía en nuestros rostros. Yo porque acababa de dar mi primer beso, ¿y tú, Oscar? ¿por qué sonreías?

Fuiste el primer influyente para desordenar mi vida, me hiciste creer que lo que tenia no me lo merecía y me chantajeaste para creerte porque sabias que te quería. ¿Alguien realmente va a quererte o mirarte como lo hacía yo cuando te creí ser mi luz? ¿por qué?

Claro que nadie iba a ser tan indefensa de leer tus verdaderos intereses, pero yo no era una persona para poner en la tabla de juegos, sabías a la perfección mi conocimiento en la vida, te confié mis miedos, ¿realmente pensaste en que me iba a dar cuenta? ¿haber ganado te hizo sentir mejor? ¿Cuál fue el premio?

Como cuando aquella noche que terminamos de hacer el amor, porque sí, tal vez para ti fue un juego pero yo lo hice con amor. Aquella noche que me tenías entre tus brazos, sudados y en silencio, disfrutando de la compañía del otro, recuerdo tus caricias en mi espalda y tu melodía pequeña cuando mi cuerpo de apoco se iba apagando porque me sentía tan completa que me dolía. Porque realmente te quería.

Me abrazaste mientras lloraba, confesándote todo, desde lo primero a lo más doloroso, ¿qué te generó oír de mis labios decirte que te quería? Porque tu sonrisa solo podía comprarme en aquel momento. Quiero saber si sentiste lo mismo que yo aunque sea muy poco, aunque sea muy cruel, necesito saber si tu disfraz fue siempre eso o en algún momento fuiste la persona que me hiciste creer que existía.

Aquella que cada noche que compartíamos, que en cada mal momento me sostenía mientras me derrumbaba, me sonreía a la lejanía cuando mi corazón se rompía, me mecía entre sus brazos tarareando una melodía, aquella que llegó a llenar mi corazón y la de mis hermanos como no tuve idea. ¿Existió ese Oscar que en nuestros momentos descabellados de pensar en futuro me aseguro que terminaríamos casados?

Pensé que todo iba mejorando, pero la verdad todo iba en decadencia.

(...)

¿Por qué? Esa fue y será mi única pregunta.

Porque cuando pensé que me amabas, cuando sentí que así era, tus acciones comenzaron a ser extrañas. Porque desde un día para otro, desde un beso a la noche a la sonrisa de la madrugada llego tu mal humor. Porque tu energía para preparar café, para desayunar con los niños, murió cada vez que no te encontraba ni siquiera a mi lado al amanecer.

¿Te sentirías orgulloso al oírme decir cuántas veces me dejaste sola, desnuda y en silencio después de tener sexo? Porque estaba segura que ya no hacíamos el amor.

Ese día no regresaste a casa, no atendiste mi llamada, no te despediste a la madrugada y me asusté. Creí lo peor, cuando lo peor eras tú. ¿Te acuerdas de esta parte, no? Es grandiosa, recordémosla.

Fue una noche calurosa, el verano ya estaba llegando y mis piernas estaban desnudas. Eso a ti te molestaba, entre bromas siempre me lo hiciste saber aunque inocente no comprendí el grado. Abriste la puerta porque solías tener la llave, jamás te la di, tú hiciste la copia en la remodelación. Pensé que no era malo, nos habías regalado la oportunidad de mejorar la casa y era lo menos que te merecías, ¿o no fue un regalo?

Me levanté dispuesta a enfrentar lo que estaba sucediendo, eso que ocurría y moría entre los dos, pero no pude hablar. Me quedé en silencio. Te vi levantar la mirada roja llena de lágrimas, me rompiste el corazón. Mi instinto pudo más que yo, corrió para poder sostenerte como cada vez lo hacías tú, pero sin preguntarte qué sentías me lo demostraste.

La sala se llenó de un gran silencio que solo lo logró compensar un sutil y simple jadeo, uno lleno de indignación, confusión, asustado, aterrorizado. Se me nubló la vista, el suelo comenzó a estar más frío y mi mano tembló junto a mi mejilla. Me golpeaste.

Fue claro, preciso y duro. Lo hiciste sin respirar, solo levantaste la mano y me golpeaste con tu puño cerrado. ¿Qué había hecho mal?

Tus pasos se movieron y yo retrocedí aún en el suelo. Tenía miedo, podía sentir la música de terror de todas aquellas películas que veíamos juntos. Cuando mi espalda chocó contra la pared te pusiste en cuclillas para verme más de cerca, tus ojos cafés delataban que habías llorado, tu cabello castaño estaba mojado y tu prenda desprendía un olor a perfume de mujer. Y lo comprendí, pero no sabía ponerlo en palabras.

—Lo siento —susurraste. Pensabas que con tu sonrisa esta vez se arreglaría, pero mi corazón ya estaba perturbado. Me dolió más saber que fuiste capaz de engañarme, que de todo lo que estaba ocurriendo, me sentí estúpida.

—¿Qué hiciste? —pregunte abrumada. Te sentía tan lejos y estabas tan cerca que podrías volver a golpearme con demasiada facilidad.

Elevaste tu nudillo cuando una única lágrima se dignó a bajar y la apartaste con delicadeza.

—Te quiero, Lacie.

Me querías.

¿Me querías?

¿Eso hacen las personas que quieren?

Entonces no quiero que me quieras.

(...)

Las manos me temblaban, sentía como lo que había ingerido hace poco subía y bajaba por mi garganta. Idaly, del otro lado, me observaba sin expresar nada, porque era la única que podía llegar a juzgarme y lo hacía. Lo sé, estuve mal, pero pasó.

¿Cómo podría explicarle a alguien lo que significabas para mí aún cuando todos conocían tu peor parte? Tú eras una mala persona, un mal hombre, pero nadie vivió lo que yo sí contigo y me odiaba, porque siempre me quedaba con lo mejor. Con esa persona que creí que existía.

Me convertiste en una persona masoquista, resentida, vengativa, tan asquerosa por dentro como tú lo eras, aunque a cualquiera le sacarías ventaja. ¿Te acuerdas, no? ¿te acuerdas de aquel día que me enseñaste quien verdaderamente eres y cuáles eran tus planes? No pudiste con la idea de saber que fui yo quien decidió darle un alto a todos tus comodines, entonces decidiste actuar. Y como no, dañarme siempre te funciono.

Cuando decidiste escogerme como acompañante ambas sabíamos tus intenciones, ya eras fácil de leer e Idaly me lo advirtió, pero siempre fui y seré tonta. Ahora las consecuencias me están atormentando.

—Da vuelta eso, deja ese drama —pidió histérica, porque ya sabía el resultado y estaba odiándome por eso.

Por primera vez decidí hacerle caso. Tome entre mis manos el pequeño test que me negué a hacer por meses y lo di vuelta sabiendo su resultado. Solo lo confirme.

Mis propios miedos se hicieron persona, se convirtieron en aquella pesadilla que jamás pensé presenciar, pero que una parte de mí se alegraba. ¿Por qué?

Ya ni siquiera tengo las fuerzas necesarias para preguntártelo, solo quiero que me digas porqué.

¿Por qué jugaste conmigo cuando fui tan inocente?

¿Por qué abusar así de mi buena fe?

¿Por qué golpearme?

¿Por qué humillarme?

¿Por qué odiarme?

¿Por qué matarme de la manera en la que lo hiciste?

¿Por qué, Oscar?

¿Por qué?

¿Por qué cuando todos estuvieron en tu contra no supiste valorar mi lealtad? O tal vez, siempre la supiste y por eso te abusaste. Ahora me queda claro quién en verdad fuiste y serás.

Atentamente: Lacie Bawerk, la única persona y el único motivo en este mundo por el cual caerás.

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