Cap. 1: Lop, la chica del rincón

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La tensión del lugar era notoria, al respirar se sentía el cansancio, unos con la vista fija en la hora, otros en sus hojas y, por supuesto, no faltaba el que intentaba copiarse de su compañero más cercano o el sonido de los papeles que se pasaban con las respuestas.

Por otro lado, el profesor de tanto en tanto miraba para fijarse que ni lo intentaran, sin éxito; cosas normales en un examen. Por mi parte, había terminado de responder todo, quedaba un minuto aproximadamente y se acababa el tiempo para entregar la prueba. Llegado el momento, con suerte o no, el timbre sonó.

—Se acabó el tiempo, entreguen sus exámenes —Habló el profesor y todos se levantaron a entregar sus hojas, unos más felices que otros.

Como es costumbre para mí, esperé a que todos salieran para entregar. Me levanté de mi asiento que estaba en uno de los rincones de salón, tomé mi bolso y fui con el profesor.

—Hola, ¿cómo se encuentra, profesor Ramón? —Le pregunté al hombre de cuarenta años, formal y agradable maestro de matemáticas.

—Oh, señorita Lop. Estoy bien, gracias por preguntar —Sonrió amable mientras guardaba los exámenes en una carpeta y luego en su maletín—. Qué tenga buen día.

—Igualmente.

El profesor se despidió saliendo del aula, separando nuestros caminos al cerrar la puerta. Caminé por los atiborrados pasillos intentando no chocar con nadie, hasta llegar a mi casillero para dejar mis cosas y solo tener lo que necesitaba para después del almuerzo. A mí alrededor puedo escuchar como los alumnos de Houston hablan entre sí, logré identificar a algunas personas con las que estudio.

—¡Hubieras visto, no tuvieron oportunidad de alcanzarme y luego...! —gritó una morena, haciendo reír a una chica con lentes.

Ellas siempre estaban juntas, era agradable verlas.

—No puedo creerlo, esa perra me las va a pagar... —susurró una chica que, más que de clases, parecía venir de una tarde en un centro de belleza.

Sonreí de lado y la vi marchar de reojo, ¿qué habrá sucedido ahora?

—¡Apúrate, que ya nos esperan los del equipo! —apresuró un muchacho con un balón en brazos, agitándole una mano a otro al final del pasillo, que lo alcanzó y lo abrazó por el hombro

Era hora del almuerzo, pero ya se iban a otra practica, ¿de dónde sacaban tantas energías sin vomitar?

Cerré mi locker con esa incógnita en mi cabeza. Sonreí de largo y continué mi camino, así como el resto del universo que continuaba girando.

En el mundo existen mundos y de estos mundos se despliegan otros mundos, multiplicándose y expandiéndose entre sí; de esta manera también viven las personas.

Algunos mundos habitan en lo que trabajamos, en los estudios y metas, se esfuerzan por crear un futuro; otros afortunados lo encuentran en el amor y en sus familias, dando todo por ellas para crear un lugar en que vivir en paz; por otro lado, están algunos que son consumidos por su mundo interno y otros que simplemente caminan sin rumbo en él.

¿Qué tipo de lugar era mi mundo? Supongo que silencioso y aislado. A esta hora, al llegar a mi lugar de siempre, detrás de la cancha de fútbol, había una pequeña banca en donde encontraba la combinación perfecta para poder leer en paz, sin que nada ni nadie me molestara: el rincón, ese era el tipo de mundo al que pertenecía.

Bueno, no era que tuviera muchas otras opciones.

Saqué un envase donde llevaba mi almuerzo, tomé mi teléfono, di en uno de los iconos de acceso directo que llevaba a un PDF de un libro nuevo, tomé unos de mis sándwiches y me coloqué a leer.

Consumí página tras página sin fijarme en el tiempo que pasaba. En menos de lo que cantó un gallo ya terminé el cuarto capítulo por ese día; así mismo mi comida, el último sorbo del jugo y ya era hora de dar un suspiro, ¿por qué los recreos siempre pasaban tan rápido?

—Tres... dos... —conté los segundos previstos para escuchar el timbre.

—¡Cuidado! —Oí un grito.

Sobresaltada volteé y algo redondo me pegó en la frente. Mis sentidos se desorientaron y perdí el equilibrio. Enmarqué una mueca en mi rostro, luego de que la pelota cayó al suelo tras el impacto, recuperando la compostura justo al sonar la campana.

—Uno... —susurré.

"¿Quién será el imbécil?". Proseguí a tomar mis cosas, las guardé en bolso y boté el envase de jugo en la papelera cercana; de regreso, me agaché y tomé la pelota que estaba en el piso, interceptando a una persona tras levantarme.

De frente un chico bronceado, de ojos verdes y cabello rubios enrulado, que llevaba el uniforme del equipo de basquetbol y sudaba a cataratas; me sonrió con un atisbe de vergüenza. Entorné los ojos, incrédula al reconocerlo.

—¿Esto es tuyo? —pregunté, cortando el contacto visual con él y poniéndolo sobre la pelota, a la que empecé a sacudirle la grama.

—Sí, lo siento —Su voz agitada salió ronca—. El idiota de mi amigo...

—¿Te dices idiota a ti mismo? —Entreabrió la boca al verse interrumpido—. Vaya, no esperaba eso de ti, Felixiano.

Devolví la pelota, pasé por su lado y me fui, dejándolo tragando moscas. Estoy segura que tardó en salir de trance y luego se dio vuelta, pero para entonces ya yo estaba lo suficientemente lejos para poder darle explicaciones que no era más que trivialidades.

Después de caminar un buen rato llegué al salón de primera y me senté en el último puesto de siempre. Saqué mi cuaderno y mi libro de historia, un lápiz al que le saqué punta y dejé dentro, entre las hojas.

Rato después llegó el profesor, quién me saludó al notarme y yo se lo regresé silenciosamente, extrañada, ya que no solía hacerlo, mientras la masa de estudiantes del salón entraba y empezaba la clase. La hora pasó más rápida de lo que esperaba, solo dieron un repaso de la última teoría y después el profesor anunció inesperadamente que tenía que retirarse.

—Antes de irme, como estamos algo atrasados, nos faltan dos actividades todavía: la primera, el examen que se hará el viernes, y la última, que será un trabajo en parejas con defensa.

Como era de imaginarse, todos los estudiantes ya se daban miradas y gesto decidiendo con quienes trabajarían, pero se callaron al oír al profesor:

—Yo armaré las parejas.

Todos se quejaron, menos yo. Como en el salón hay veintinueve estudiantes, un número impar, tendría que haber un grupo de tres personas y las demás en parejas, o uno individual y las demás en parejas. Como mis compañeros tiraban a ignorarme, los profesores sabían que en estos casos yo haría mi trabajo sola sin problemas.

—Profesor —Llamó un alumno.

—¿Sí?

—Hay un problema. Hay un alumno de más, ¿puede haber un grupo de tres?

Abrí mis ojos tanto como pude, enderezándome para ver mejor qué pasaba en la clase.

—Somos veintisiete alumnos, a Josh lo Trasladaron.

"Qué estupidez". Rodé los ojos y perdí la atención de nuevo. Ya entendí y no valía la pena.

—Ah, es cierto, pero se equivoca en la cuenta, ustedes son veintiocho alumnos —dijo el profesor, revisando la lista.

"Esto no me suena nada bien". Arrugué la frente y de nuevo me alcé.

—Sí, con Josh, pero él ya no está aquí —Habló otro alumno.

—Con el serian veintinueve.

—Profesor, se equivoca —repitió otra alumna y logré ver que el profesor tenía la mirada puesta en mí.

"No...". Me removí en mi asiento, inquieta de lo que sospechaba que podría pasar.

—No, no me equivoco —sentenció, fijando la mirada en los demás—. Hagamos los grupos y si alguien queda afuera me dicen.

Apreté mis labios entre sí, sin poder creerlo. Dicho esto, empezó a nombrar a cada uno de mis compañeros, cada vez acercándose más mí:

—Foster y Green.

"Que salte mi apellido... que lo salte, por favor".

—Harrison...

"¡Profesor!".

—Larbi...

"No puede ser...". Me dejé caer en la mesa de mi asiento. De todas las personas, ¿él? tiene que ser, ¿él? ¿Félix Larbi? Debía de estar bromeando.

Giré mi cabeza para ver a mi compañero de trabajo y este, de esperarse, estaba confundido. El profesor terminó de dar los nombres y acto seguido nos despachó. Todos los alumnos empezaron a desalojar el aula; excepto yo, que quería hablar con él y reclamarle, no iba a permitir esto tan fácil.

—Profesor... —Levanté la vista al notar que alguien se me adelantó.

Sonreí con incredulidad. La ironía no podía ser más grande.

—¿Qué pasa, Félix? ¿Quedó solo? —indagó el profesor sin verlo mientras guardando sus cosas, una sonrisa burlona en su boca.

—De hecho... Harrison es el apellido de Josh. Él no está...

—Sí, ya lo sé.

—¿Entonces, por qué me puso con él?

Hago una mueca, o de verdad estaba confundido o era realmente idiota. El profesor lo miró igual que yo, tal vez con un poco menos de incredulidad.

—Yo no te puse con él —declaró después, cerrando su maletín.

—¿Entonces con quién? No hay otra persona que se apellida Harrison en nuestro salón, ¿o sí?

Junté mis cejas, su tono sonaba extremadamente sincero, ¿había gente tan ciega o, repito, era idiota?

—Sí, la hay...

Sin mirarme, el profesor me señaló. Félix volteó y me vio agradando sus ojos, impresionado de encontrarme de nuevo mientras que, a un lado, el profesor ladeaba una sonrisa y negaba; entorné los ojos, no hallaba el chiste a todo esto.

—¿Cómo está, señorita Harrison? —Crucé mis brazos, acercándome a paso lento, mostrando mi desaprobación—. Supongo que quería hacer su trabajo sola, ¿verdad?

—Envié mensajes telepáticos, usted entendió, ¿y aun así me puso con él? —dije lentamente ya de frente a ellos.

—Con toda la buena intención y respeto posible, señorita Harrison —Volteó serio, sonriéndome de una forma que no soy capaz de entender—, creo que es momento que deje su soledad y haga amigos.

—Pero profesor... Usted sabe porque...

—Debería reconsiderarlo —Miró a Félix—. Entiendo las circunstancias, pero insisto en que al menos lo intente.

—Pero...

—Nada, está hecho. Ah, y espero un buen trabajo —sentenció y dirigió otra mirada a Félix, luego a mí—. De parte de ambos —Remarcó—. Que tengan buen día —Tomó sus cosas y salió del salón.

—Ni me dio opciones... Traidor —murmuré.

Volteando, me fijé en el rubio chico que me miraba con asombro, aún sin caer en el asunto. Hice una mueca de sufrimiento por lo bajo.

—Bien, supongo que tendremos que trabajar en esto juntos... —Me resigné, tomándome del puente de la nariz—. Te veo en la biblioteca mañana después de clases. Adiós, Felixiano.

De igual manera que el profesor, tomé mis cosas y me fui del aula, apresurando mi paso con el pasar de los segundos en que oía que un tercero me imitaba, acercándose a toda velocidad detrás de mí.

—¡Espera!

—¿Qué quieres, Felixiano? —Volteé frustrada.

—Deja de llamarme así —pidió fastidiado de oírlo.

—¿Qué tiene de malo llamarte así? —Me reí en su cara incrédula.

—Qué es raro escucharlo de alguien que ni conozco.

Lo peor del caso, era que lo decía muy enserio. Sus ojos me escaneaban mientras su aliento agitado recuperaba su regularidad. Pintando una sonrisa en mi rostro se puso un tanto nervioso, pero no retrocedió, haciéndome reír en voz baja.

—Tranquilo, no es para tanto, solo es un honorifico familiar, ¿no? Sé que no es tu verdadero nombre —susurré para calmarlo, pero en vez de eso creo que lo inquieté más.

—¿Cómo sabes eso?

—Los demás elefantes te molestaron con ese nombre por un tiempo, ¿verdad?

Con eso pareció relajarse un poco. Se quedó pensando, analizándome detenidamente, todavía desconcertado.

—¿Quién eres? ¿Desde cuándo vamos a las mismas clases? ¿Cómo es que nunca te vi? Y... —No dejé que terminara y le tapé la boca con la mano. Ya iban demasiadas preguntas.

—¿Eres idiota o de verdad te haces...? —Inclinó el cuello y me miró sin saber que decir—. No puede ser, ¿es en serio? —Asintió lentamente, confundiéndome.

Destapé su boca y nos quedamos viendo. Estaba acostumbrada a tener la mínima atención y ser ignorada hasta por las piedras; esta situación me ponía los pelos de punta, el sol atrás oscurecía el frente de Félix, pero aún así parecía que los rayos lo hacían brillar.

Me sofocaba su luz.

Gruñí por lo bajo, sacando y viendo la hora en mi teléfono como si lo demás no importara.

—Tengo tanto tiempo en Houston como tú, vamos a las mismas clases desde siempre. Te conozco pues, ¿quién no te conoce aquí? Eres una estrellita en el deporte, ¿no? —Chisté y él se sonrojó—. Así de simple. Y mi nombre no es de tu incumbencia —respondí bastante calmada, al acabar guardé mi celular.

Todavía más desconcertado, me estudió con detenimiento a ver si encontraba algo que dijese que no fuera cierto, pero no encontraría nada porque no había incoherencia alguna en lo que decía.

—Desde hace tanto... No entiendo, ¿cómo es que no te vi antes o al menos escuché tu nombre?

—Si lo escucharías, pero ahora no lo recuerdas —Hice un además, restándole importancia—. Además, en nuestro primer año sucedieron cosas, y luego les pedí a los profesores que saltaran mi nombre en sus listas, que sólo miraran al último puesto que estaba en un rincón y que tomaran mi asistencia si estaba.

—Eso explicaría porque siempre vi que miraban en los puestos de atrás, pero... ¿Por qué pediste algo así? —Siguió preguntando.

—Porque sí.

—Lo que dijo el profesor... —Pensaba en voz alta—. ¿Por qué...?

—Porque me gusta estar sola y supongo que no lo ve normal —Me crucé de brazos, suspirando con bronca—. Pero yo opino que es mejor que estar mal acompañado... —susurré, recordando lo que dijo con molestia.

"Y vaya que hay molestias aquí", agregué ladeando una mueca de la que Félix no entendió. Era como si viera a un alíen a una criatura rara, y a decir verdad no sabía si era él o yo.

—¿Y nadie aparte de los profesores sabe de ti?

—¿Te refieres a que si hablo con alguien? —Reí, no sabía que daba más lastima—. El director, su secretaria, la enfermera, las cocineras y ahora, desgraciadamente... tú.

—¿Por qué lo dices como si fuera algo malo?

Reí secamente y le di un rápido vistazo, repitiendo la acción en mí. La evidencia estaba en frente de nosotros.

—No lo entenderías.

—¿Qué no entendería? —Extrañamente no se ofendió.

—¿Cómo decirlo? Un chico tan divertido, carismático, inteligente, atlético, al que lo quieren todos y todas, con una hermosa familia y buen futuro por delante —Sus mejillas se sonrojaron un poco. Negué, que tierno—. Lo siento, pero es mejor dejarlo donde estamos: uno lejos del otro.

Permaneció mudo y luego:

—¿Eres una acosadora o algo por el estilo? —preguntó achicando los ojos, desconfiando de mis palabras.

Reí ante su ridícula conclusión y negué una vez más.

—Se podría decir que sí, pero al mismo tiempo no.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Quién eres tú? —Sonreí de lado, contrariada.

—Solo una chica que se sienta en el último puesto en un rincón de la clase.

—Eso no fue lo que quise saber.

—Lo sé, pero tampoco especificaste —Liberé una sonrisa de lado, logrando intimidarlo—. Si quieres saber quién soy, eres libre de preguntar, pero dudo que alguien te responda.

—¡Dame una pista! —pidió saliendo de sí, dándose cuenta de que me daba la vuelta y me iba.

—¡No! —grité alzando mi diestra al aire señalando al techo, como señal de mi victoria.

Después de eso me fui al laboratorio, él logro alcanzarme siguiendo su horario de clases, el mismo que el mío. Sonreí por lo bajo, por el resto de la jornada trató de mirar a la parte trasera para ver si me encontraba ahí, y, al verme, se encogía en su asiento, llamando la atención de algunos de sus compañeros.

Esto no me gustaba y sé que me iba a traer problemas. El chico aseguraba no saber nada de mí y tenía curiosidad de saber de investigarlo, cuando la respuesta era más que fácil:

Soy Lop, la chica del rincón.

Una chica distanciada del mundo, del que él conocía.

_______________

¡HOLIWIS, MY LOFFES!

Este capítulo me dio con que trabajar :'v

Creo que quedó mucho mejor que el original

¿Ustedes que dicen?

Ahora sí, comenzamos (otra vez) el choque de mundos más dramático y divertido que he creado en mi vida.

Y vaya que tengo historias dramáticas XD 

No me creen, pregúntenle a los lectores de Frases para Amanda

Pero bueno, ese es otro caso 7w7r

¿Qué creen de Lop?

¿Qué onda con Félix?

¿Qué demonios pasará?

Manita arriba si todos estamos tan confundidos como Félix

En el próximo cap, tal vez halla algunas respuestas XD

Solo algunas XD

He de advertí que esta historia es muy rara y para entenderla tienes que leer con atención, porque habrá momentos en los que parece que estemos respondiendo todo y al siguiente nada.

Es una metáfora tras otra y existe mucho simbolismo

Hay muchos giros, muchos secretos, mucho que te dará que pensar

Porque esta historia trata de como Lop y Félix conocen sus mundos y el del otro

Así como también trata de nosotros y de como identificamos el nuestro

Pero bueno, te dejaré con estas crisis existenciales por ahora.

¡Hasta el siguiente viernes!

Y ya que estamos a dos días: ¡Feliz san solterin!

Bye bye 

ATT: Kele

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