Cap. 2: Una compañera literaria

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—Tienes que estar más pendiente —decía Claus al Tom mientras nos deteníamos en su casillero.

—A Félix se le escapó la pelota ayer y no le dijiste nada.

—Pasó de largo, Fran estaba más cerca —Me defendió.

—¿Y? Una vez que a mí me pegan en la cabeza y ya soy distraído —Se quejó él, mirándolo con fastidio.

—Pero si lo estabas... —acoté y volteó con la boca de par en par.

—¿Ves? —Se morfó Claus y Tom nos vio con odio.

—Vale, vale, ya entendí —Se alzó de brazos, resignado a aceptarlo.

Mientras uno insistió en darle algunos tips al otro para mejorar sus reflejos y concentración, yo me quedé al lado riendo de sus demostraciones gráficas; Claus como capitán era lo más gracioso que me pudo haber pasado.

Pero no logré estar sumido en la conversación por mucho tiempo debido a que, una vez más, me pareció ver a alguien en particular cerca de nosotros. No sé cuantas veces iban en ese día, sin embargo, era seguro que sentía que empezaba a sentirme loco.

Cabellera castaña recogida en un descuidado chongo arriba, alta y delgada figura enfundada en camisa morada de mangas hasta los codos y un overol de jeans hasta por debajo de las rodillas, zapatillas de promedio femenino.

Esa chica no veía a nadie al pasar, pero era una experta a la hora de esquivar a los demás, como si para ella no existiera nadie o como si para nadie ella existiera.

—¿Qué ves, Félix? —Me preguntaron de repente y me sobresalté.

—Eh, bueno...

—¿Qué, Alice está por ahí? —Me picó Claus, logrando sonrojarme.

Negué con rotundidad.

—No empieces —murmuré cohibido; él riendo se hizo hacia atrás y yo pude voltear hacia el pasillo—. Oigan, ¿saben quién es...?

Pero al momento en que ellos giraron, ella había desaparecido.

—¿Quién? —preguntaron ambos, confundidos.

Recogí el dedo con el que pensaba apuntar y resoplé, retomando nuestro camino a clases.

—Nada...

Cuando creía que lo había visto todo, el mundo me sorprendía.

Solía estar rodeado de personas, mis amigos me consideraban alguien muy sociable y entretenido, así que siempre estaba incluido en sus actividades y rara vez me encontraba solo.

Son esos pequeños instantes los que hacen la diferencia entre la casualidad y el destino, en que las fibras de tu cerebro son superadas por lo incomprensible.

¿Por qué parece que nadie la conocía, pero todos diferían de hablar de ella?

¿Por qué nadie era capaz de darme una sola respuesta?

Pensé que teniendo esta ventaja sería capaz de entender algo del enigma de esta chica; pero habían pasado casi veinticuatro horas desde que la conocí y a cada alumno que le hacía la pregunta, o mal esquivaban o mal se hacían los locos, de este modo terminó la jornada escolar y volví a donde estaba: en cero.

¿Conoces como se llama? ¿Quién es? Le pregunté a uno de los chicos a primera hora.

Él volteó disimuladamente hacia la puerta y al verla salir del aula, me pareció ver como su piel perdía color y juntaba sus labios en una linea recta, ¿asustado? No sabía decir, pero lo que más me sorprendió fue que si me dio una especie de respuesta:

—Amigo, aléjate de ella, nada bueno sale de esa perra —espetó desdeñoso y cogió camino, dejándome solo.

Pero aun así, seguí preguntando a quien estuviera cerca cuando la veía cruzar los pasillos. La intriga se me hacía mayor con cada respuesta negativa, parecía que el mundo entero —bueno, más que todo el curso de séptimo— se había puesto en su contra para simular que esa chica era invisible.

No me gustaba.

Siempre me había sentido orgulloso de la escuela a la que representaba en los partidos, pero en ese momento el Houston que conocía parecía tan lejano y sombrío, que me creaba una nebulosa alrededor de la cabeza.

Lo peor del caso era que ella, fingiendo o no, no parecía molestarle en lo absoluto, como un espectro que vagaba en la soledad del rincón.

Por un momento pensé en ir a ver al director, pero luego recordé en que la propia chica había afirmado la consciencia del mismo sobre ella; sin embargo, ¿sabrá que era tratada de esa forma? Era una de sus alumnas, no podría estar de acuerdo.

Todo es muy confuso.

—¿Qué te ocurre, Félix? —Me sobresalté en mi puesto y volteé.

Una chica baja, delgada, castaña, de cejas finas y con lentes; recogía sus cuadernos de la mesa continua, mirándome con aprensión y curiosidad. Solté el aire y negué, imitando su acción al comprender que la clase había terminado.

—Solo estoy un poco contrariado, es todo.

—¿Hum? —murmura, subiendo el cierre de su mochila para guidársela—. ¿Algo en específico?

—El mundo funciona de una manera extraña —susurro exhausto, colocándome el bolso.

—Eso es cierto, pero ¿en qué sentido?

Entonces le expliqué y, al igual que al resto, me pareció verla palidecer.

—Eh, bueno... ¿será quien creo? —murmuraba para sí, sin dejar de verme—. ¿Cómo es esa chica?

—Delgada, castaña, como de esta altura —Alcé una mano y ubiqué su tamaño un palmo más abajo del mío—. No tiene el cabello corto, pero tampoco largo y... overoles, usaba overoles.

Sí, en efecto había palidecido.

—Te ha tocado alguien difícil —Sus voz iba en tensión, bajando el volumen.

—¿Sabes quién es?

—Eso creo...

Silencio.

—¿Y bien?

—Bueno... —Se lo piensa—. Su nombre era Penny, o algo así y... —Se relamió los labios, buscando las palabras—. Digamos que no le cae bien a nadie.

—Eso supuse, pero ¿por qué?

—No estoy segura, hay muchos rumores sobre ella y ninguno es especialmente bueno, o acaso creíble, pero aún así los de nuestro curso no se les acercan.

—No me sirve de mucho... —Resoplé, redoblando mi eje para irme—. Pero ya no tengo tiempo, debo irme, me esperan en la biblioteca.

—Yo también voy, tengo trabajo.

—¿Ah sí? —Sentí un bombillo prendiéndose y le sonreí—. Ah sí... —Me miró a los ojos, ladeando la cabeza sin entender—. Vamos, tengo que pedirte un favor.

. . .

El pasillo estaba concurrido de gente, algunos con dirección a la salida ya que ya estaban terminando las últimas horas de clases. De camino a mi encuentro, una chica alta, negra, de cabello en crestas largas y castañas; pasó por mi lado cargando con una maqueta que se notaba que le pesaba, era grande y alta, casi le tapaba toda la visibilidad, se tambaleaba sin orientación, podría caer en cualquier momento.

Quise pasar de ella, pero me fue imposible ignorarla. Resignada me acerqué y me puse a su lado, pero no me sintió hasta que la ayudé a cargar dicha maqueta hasta un aula cercana. La dejamos sobre la mesa de exposición y, antes que ella volteara y me viera, salí corriendo hasta pasar una esquina.

—¿Eh? ¿Dónde está? —Oí decirle—. ¿Habrá sido mi imaginación? —susurró para ella, pero dado a que el lugar estaba completamente solo, su voz retumbó en ecos y pude escucharla—. No, estoy segura de que vi a alguien —sentenció y vi como su sombra se movía y miraba a ambos lados.

Caminó a la izquierda, de frente y luego hacia la derecha, cerca de donde estaba yo. La sombra de Maritza Thatch se asomó y miró, buscándome, pero no me encontró.

—¿Hola? Eh, ¿persona que me ayudó con la maqueta? —Llamó y disimuladamente sonreí de lado, pareciéndome gracioso como se me refirió—. Bueno... Si estas... ¡Gracias! —dijo alto, provocando un fuerte eco en los atiborrados pasillos.

Escuché pasos y noté que siguió observando el pasillo por un rato, antes de irse, volver a asomarse, y después rendida, se fue. Solté el aire retenido y, finalmente, me encaminé a la biblioteca.

El minimalista lugar de grises paredes, estantes marrones, una que otras mesas con computadoras y sillas, la cartelera de información de los clubes, macetas de palmeras artificiales y una aceptable cantidad de libros, revistas, archivados y cuentos, con mucho polvo, telarañas y el irrefutable olor a guardado; era todo lo que el presupuesto escolar podía ofrecer.

El resto, y mayor cantidad, iba para los amados equipos deportivos y la cafetería, que, en mi opinión, deberían considerar cambiar el menú. Hasta el puesto de empanadas de la vieja señora que atendía a unas cuadras de mi casa, tenía más decencia y sabor en cuanto a calidad entre comidas.

Seguía con mis debates sobre comida, un gruñido proveniente de mi estómago se presentó mientras sacaba algunas cosas de mi mochila para hacer el trabajo. Indirecta fue aquello, había echado fuego a la hoguera por haber pensado en comida a estas horas de la tarde, y no tener ni una barrita de cereal de refuerzo.

—Je... Grandioso —Me encorvé, pegando mi frente del cuaderno que recién había puesto sobre la mesa.

Miré hacia la izquierda, tomé mi lápiz y empecé a jugar con él entre mis dedos, pasándolos de uno en uno, dándole vueltas y al final se me terminó cayendo sobre la mesa y resbaló hasta caer al suelo.

"En realidad grandioso", bufé. Me reincorporé, bajé de la silla y me agaché hasta tomar mi lápiz.

—Ya casi...

—¿Qué haces? —preguntaron detrás de mí de golpe y del susto pegué la cabeza de la mesa dándome un buen golpe.

—Ay... —Me quejé y salí de abajo con el lápiz en una mano y la otra sobándome el golpe—. No asustes así a las personas, Ana.

—¡Ay, lo sien...! —Quedó muda al verme.

Sonreí sin ganas y negué, tomando asiento de nuevo mientras ella seguía parada sin decir nada.

—Lo siento... —completa al fin y asiento, comprensiva.

—Nunca llames a alguien que esté buscando algo debajo de algo —Reí por lo bajo—. Muy bien... —La miré y sentí que se tensó.

—Yo... continuaré con... —Señaló y señaló los estante, sin dejar de mirarme como si quisiera decirme algo.

Asentí y volteé, esperando que así se fuera; pero en su lugar, lo único que recibo es ella como una estatua, en el mismo lugar, de brazo cruzados, abrazando un libro contra su pecho, observando y buscando lo que seguro no encontrará.

Al cabo de unos minutos se fue, pero no tardó nada en regresar con un carrito con libros, usándolo como excusa para disimular que quería mirarme, como un investigador a un bicho raro. Trato de ignorarlo y me enfoco en avanzar el trabajo de historia mientras que, se suponía, esperaba la llegada de Felixiano.

Ya estaba un ochenta y siete por ciento segura que no iba a venir; lo que en verdad me alegraba: si se olvidaba de que tenía compañera, yo podría hacer el trabajo completo por mi cuenta y él, bien, el suyo aparte.

A no ser...

—¿Cuánto se supone que me seguirás observando, Ana?

Con un estruendo, pareció resbalarle el libro de las manos y este y otros cayeron a sus pies, exaltándola al momento en que volteaba a verla, un poco curiosa y otro poco preocupada porque se hubiera lastimado.

—Lo siento, yo... —Negó repetidas veces, agachándose para recoger los libros.

—¿Estás bien? —Quise asegurarme y asintió.

—Sí, yo solo...

—¿Qué es lo qué quieres preguntarme?

Dando en el clavo se tensó, atajando los libros en sus brazos con fuerza antes de que se les cayera de nuevo, de pie junto al estante. Impresionada, aunque era muy obvio, levantó la mirada y tragó saliva, tomando aire antes de hablar.

—¿Quién eres en verdad? ¿Cómo te llamas?

Sonreí y ella se inquietó. Me levanté de mi sitio y caminé alrededor de ella, haciéndola poner nerviosa y se posicionara firme como un soldado siendo evaluado por un coronel, derecha y con la vista firme, su mirada fija sobre mí.

Escuché que un libro fue cerrado de golpe cerca de donde estamos. Esa fue mi señal. Tomé un mechón de su ondulado y bonito cabello marrón y la vi a los ojos, cuyos parecían los propios de un búho con los lentes puesto, al tenerme tan cerca de ella, aunque no pensaba hacerle daño. Nunca hemos hablado, pero sé que no es mala persona.

—¿Sabías que tus brazos actúan como un escudo cuando intentas «protegerte» de quienes te inquietan o sientes amenaza?

—¿Eh? —Aflojó la intensidad de sus ojos, desorientada.

—Mírate los brazos.

Sus ojos cafés me examinaron confusa y algo aterrada; empleando mi sugerencia miró hacia sus brazos, que bajó y vio detenidamente, encontrando marcas rosados sobre su blanca piel, provocadas por haberse aferrado tanto tiempo a ese libro que llevaba consigo. En eso entendió a que me refería y me miro con miedo nuevamente.

—¿Cómo es que...?

—Llevas alrededor de dos minutos abrazando ese libro, cuando me levanté y también me puse a observarte, te pusiste nerviosa y te aferraste a lo primero que tenías a la mano. Como resultado tienes marcas que se te irán en uno par de minutos, cuando mucho, si te relajas y no vuelves a aceptar trabajos de otro.

—Detente ahí, ¿trabajo de quién? —Alcé mis cejas y sonreí.

Sin anunciarme, me alejé de ella y di unos cuantos pasos hacia la izquierda, donde, detrás de una estantería, me asomé de golpe y asusté a un rubio chico de incrédula mirada.

—Hola, Felixiano —susurré.

Se echó para atrás de golpe, casi derribando unos libros. Abrió y cerró la boca, sin saber que decir.

—Si vas a espiar mis conversaciones con quienes mandas a investigarme, trata de ser más discreto y no asustarte cuando tu detective lo haga —Sonreí con algo de pena hacia él—. Ahora, recoge ese libro y vente, tenemos un trabajo que hacer y no quiero pasar más tiempo contigo del necesario.

—Pero es que...

No lo dejé terminar. Le señalé con un dedo el libro que había dejado caer cuando lo asusté y fui de nuevo con Ana, que no salía de la graciosa situación.

—¿Cómo lo supiste? So-solo te pregunté tu nombre. Era algo simple...

—«Tal vez sea la propia simplicidad del asunto lo que nos conduce al error» —cité sin mucha dificultad, sorprendiéndola—, ¿Te suena?

Edgar Allan Poe... —susurró mostrando sus grandes e insólitos ojos con una pisca de curiosidad, hacia mí y luego a su libro que era de dicho autor que mencionó.

—Eres lista, Ana, y de buen corazón a aceptar hablarle a una extraña, a cambio de que te ayudaran a conseguir miembros nuevos para el club de literatura.

—¿¡Qué!? —gritaron ambos, ahora si los sorprendí.

Solté una sonrisa y les señalé detrás de Félix, una cartelera de información con varios carteles, en unos te invitaban a diversos clubes, entre los primeros distinguía en letra cursiva el de literatura donde, casualmente, Ana era encargada.

Cuando estamos realmente nerviosos o inseguros de hacer algo, desviamos nuestra atención a donde nos sentimos seguro y nos delatamos sin darnos cuentas; la asistente de la bibliotecaria, era, irónicamente, un libro abierto, miró tanto hacia esa cartelera como a la estantería donde, detrás, se ocultaba Félix. Solo tuve que unir hilos.

—La mayoría de tus miembros egresan este año y, antes de perderlos a todos, buscas ayuda para que el club no tenga que cerrar por falta de miembros —Volteé a verla—. No es tan mala idea, pero ¿te digo algo? Félix y acaso lee la tarea.

—Oye no... —Trató de protestar el rubio, reí por lo bajo, sabiendo que no era así del todo.

El chico en verdad era un buen estudiante.

—En clase de literatura, hoy, estabas a los cinco minutos, luchando por no dormite.

—¡Ramírez da sueño! —Estaba rojo.

—Je... Claro, lo que digas. No podrías dormir con ese señor balbuceando sus explicaciones, menos cuando eras unos de los que recibían su prestigiosa saliva en los primeros puestos.

—No me recuerdes esa pesadilla —Su rostro se contrajo asustado y se suavizó con un puchero—. Ya extraño a Danielle —Rodé los ojos, que niño.

—Ella volverá en una semana cuando mucho, no te deprimas.

Le sonreí burlándome y él me gruñó por lo bajo. Reí un poco y volteé hacia Ana, que parecía querer decir algo otra vez.

—¿Algún comentario, Ana?

—Me asustas... —dijo en tono bajo, abrazando su libro de nuevo y desviando la mirada al suelo.

—Oye... —Me acerqué a ella y le sonreí con suavidad—. Faltan meses para la egresión, ya encontraras miembros —Traté de darle ánimos y esta me sonrió tímidamente.

—¿Te gustaría unirte? Ya que estamos. El cuervo es el siguiente libro.

—Ya lo leí. Y lo lamento, pero no gracias —Sonreí de lado algo apenada por la expresión que puso al rechazarla—. No te deprimas, no eres tú o el club, soy yo, no soy buena con las personas, hablar en público, o algo por el estilo —confieso en voz baja, ante la curiosa mirada de Félix—. Además, prefiero guardar mis aprendizajes literarios y decirlos en el momento adecuado, así no malgasto saliva cuando no es necesario.

—Tú también eres muy lista —Sonrió con admiración, sonrojándome un poco—. Me agradas.

—¿No te daba miedo? —Ironicé, intentando desviar la atención.

—Eres interesante... —Me observó de pieza a cabeza—. Repelas y atraes, es contradictorio e intrigante.

Sonreí, sintiéndome algo alagada.

—Vuelve a ayudar a tu tía, Ana, seguro ya te busca.

Y como si la hubiera invocado, justo la bibliotecaria Wilson, lanzó un grito llamando a Ana.

—¡En la biblioteca no se grita, tía!

—¡Lo siento!

Ana negó divertida y se despidió de nosotros para ir a asistir a su tía. Reí un poco apretando mis labios y giré hacia Félix, que aún no salía de su incógnita y me observaba con mucha más intriga que antes.

—Félix, ¿sabes? Hay algo llamado «nomina», donde salen los nombres de cada uno de los miembros de una clase.

Nos sentamos y él hizo una «O» perfecta con su boca, como si se hubiera dado cuenta de la cura para el hambre. Reí de nuevo y le pasé un lápiz para que empezara a escribir lo que le dictaba. Unas horas más tarde, ya la biblioteca estaba por cerrar y de milagro terminamos esa tarde el trabajo. Me alegraba, ahora solo me tendría que preocupar en como el profesor de historia decidiría como tendríamos que exponerlo.

—¿Te acompaño a tu casa? —preguntó Félix estando ya en la entrada del instituto. Alcé una ceja, obviamente diría que no—. ¡No lo mal pienses! —Lo miré sin entender. Él era el que estaba malinterpretando—. Es tarde y... no quiero que vayas sola a casa.

"Este chico...". Negué a su propuesta, al mismo tiempo que me daba ternura verlo tan nervioso por algo que él mismo había provocado.

—Mi casa no está lejos de aquí, iré caminando —Mentí.

En realidad, tenía que tomar transporte público, pero no quería que me acompañara siendo que, si no me equivoco, él vive en dirección opuesta.

—¿Segura?

—Sí, no te preocupes, sé cuidarme —Sonreí agradecida—. Con permiso, adiós, Felixiano.

—¡Oye! ¡La salida es al otro lado!

—¡Me dejé algo! ¡Vuelve a casa que te tocar ayudar con la cena!

El rubio chico abrió los ojos con impacto. Me reí de él, estaba adivinando en ese momento e igual pegué con mi respuesta.

—A ver... —susurré ya frente de esa cartelera de inscripciones para los clubes.

Tomé la lapicera que tenía detrás de mi oreja y coloqué un nombre en el formulario del club de literatura, luego otro, y otro, y otro, hasta tener ya seis.

—Con esos puede comenzar... —murmuré con una media sonrisa.

—¿Hum? ¿Qué haces, Lop? —Di un brinco en mi sitio, volteando hacia quien me habló.

—Bibliotecaria Wilson —Me dirigí hacia ella con un tono asustado, había hecho lo mismo que Ana.

"Pasarán mucho tiempo juntas, que pies más ligeros".

—Buenas tardes, ¿qué hacías, Lop? —Volvió a preguntar, curiosa.

—¿Yo? Nada, solo buscaba mi lapicero —Levanté dicho objeto, enseñándolo como si nada había pasado.

—Oh, ya... ¿Para escribir algo en los clubes?

—No, tomé una de las hojas repetidas y anoté unas cosas que necesitaba. Es todo.

Hum... Ya veo.

—Sí, bueno... hasta otra —Me despedí de ella y salí de nuevo, esta vez sí, de vuelta a mi casa.

Solía hacer cosas así a menudo. Tal vez era la solitaria chica que se sienta al rincón y no se relacionaba con nadie, pero una buena obra de tanto en tanto, no hace daño a nadie.

Y al fin de cuentas, en esta ocasión, no podía dejar sola a una compañera literaria.

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¡Holiwis, my loffes!

Cuando quieren pasar las cosas PASAN :'v

Mejor ni que contar, no voy a deprimirlos

La cosa que es lunes ya aquí y no viernes, pero quiero actualizar, así que aquí estoy

Más tarde los veo en Frases para Amanda en nuestro lunes de inmortales 7w7r

Pero buenoooooo

Modifiqué un poco mucho este cap, y eso es toda la parte en que narró Félix

Él es un bebito, hay que cuidarlo :'c

¿Qué piensan de Fel?

y ya que estamos, ¿qué les pareció la bibliotecaria?

Ella es mood lectora XD es un amors

Manita arriba si también te sorprendiste con ese poder de observación de Lop

En el próximo cap nos pelearemos un poco XD

Y aparecerá cierto personaje que bien van a odiar

Pero ya los dejo por ahora :'3

AHÍ NOS VEMOOOS

ATT: Keni


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