Cap. 31: Otro domingo de Mayo (Parte 1)

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

—Aquí tiene, que disfrute —dijo la amable recepcionista entregándome mi pedido. Le agradecí con una sonrisa al tomarlo.

—Wau, esas son muchas galletas, ¿harás algo especial, Fel? —preguntaron detrás de mí. Acomodé la bolsa en mis manos y volteé para ver de quien se trataba.

Pasando por alto su uniforme de repostera, delante de mi estaba una hermosa joven de piel fría y poros rosas, con una elegante cabellera rubia rojiza atada en una dona alta, su nariz muy fina, sus labios voluminosos y brillantes, y sus ojos de un cálido capuchino. Abrí los míos nada más verla, logrando que me sonriera divertida y pasara a extenderme los brazos para abrazarla.

—¿Cuándo volviste a la ciudad? —Me separé de ella.

—Tengo un buen tiempo ya. Te vi el otro día en el café de hecho, pero como parecías muy ocupado con una chica no te saludé —Me sonrió pícaramente—. Has crecido, ya tienes novia, ¿eh?

—¿Qué? —Reí en seco. Sabía a quién se refería y no tenía ganas de hablar sobre ella—. Más despacio, Elle. Estás confundida, solo es una amiga; acompañábamos a mi hermana y mi tía.

—Sí, por supuesto —Me guiñó un ojo, sin creerme una palabra, y miró de nuevo la bolsa—. ¿Qué harás?

—Si no te molesta, te enviaré una foto en la tarde cuando esté todo —Me dirigí a la salida.

—Como quieras, nos vemos.

Suspiré al salir de la pastelería. Me tomó desprevenido su regreso, pero me daba mucho gusto verla.

Elle fue mi vecina, es como una hermana para mí. Es una gran repostera, cada vez que volvía me daba a probar una nueva receta. La admiraba, no era más que cinco años mayor que yo, pero viajaba por Europa y otras partes del mundo solo para perfeccionarse.

Tenía meses sin saber de ella. Si se quedaba por el resto de la temporada podríamos salir junto a Samuel.

Pero eso tendría que dejarlo para después. Repasando mentalmente la pequeña lista que me habían dado para comprar, ya tenía uno de dos y solo me faltaba lo otro: las flores; algo que no me emocionaba por la poca factibilidad que tenía para elegirlas, pero que no me desagradaba porque tenía un lugar en donde consultar y en que me conocían. Seguro ahí me las arreglaba.

—¡Félix!

Siendo el segundo llamado esa tarde, giré sobre mi eje para ver quién era esta vez. No acabándose las sorpresas, vi como Henri llegó a mi lado y estrechó mi mano con una sonrisa.

—¿De compras del día de las madres? —Señaló mi bolsa.

—Así es, ¿tú igual? —Señalé la suya.

—Ah sí —Sonrió—. JJ hará una cena.

—¿El señor de los hot-dogs cocina?

—Es el chef de la familia —Rió—. Aunque entre nosotros, mi salsa para espaguetis es mejor —Me guiñó un ojo y reí también, imaginándomelos en una competencia—. ¿Tú que harás?

—Una merienda de frutas y dulces —Levanté la caja de galletas. Abrió los ojos y señaló la caja.

—Esas son muchas galletas.

—No lo digas tan altos, quiero que quede algo para la semana también —Bajé la bolsa y vi a mi alrededor—. Sin mal no recuerdo es por aquí.

—¿Qué te falta?

—Flores.

—¿Ah sí? Acompáñame entonces al trabajo de Lop y ahí las compras —Empezó a andar, dejándome atrás con la boca entre abierta y una duda estúpida.

—¿Lop trabaja? —Corrí a su alcance y él asintió—. ¿Desde cuándo?

—De hecho, comenzó esta semana —Me miró de reojo—. Pensé que te lo habría dicho.

—Pues no...

"No he hablado con ella esta semana". Agregué en mi cabeza, sintiendo el choque de sentimientos de la otra vez, colarse en mi pecho mientras seguíamos andando en silencio.

—No te sientas mal —murmuró él de repente y lo observé detenerse—. Ella no es muy honesta tampoco...

Sin darme cuenta habíamos llegado al frente del pintoresco letrero de Exótica. Me sorprendí tanto cuando estudié la fila qua salía del local que fácilmente pasé por alto lo que dijo sobre Lop y también me detuve.

—No recordaba que este lugar fuera tan concurrido.

—Me imagino que es la fecha, Félix.

—¿Lop ahora trabaja aquí?

—Ah cierto —Chasqueó uno de sus dedos—. Ustedes trabajaron aquí en la semana de la caridad de Houston, ¿verdad?

—Ajá —Me atreví a avanzar hasta la entrada y pasar sobre la cola, quería ver antes las flores podría elegir.

Henri me siguió la corriente y ante las protestas de algunos clientes nos colamos al interior, convirtiéndonos en testigo del gran huracán que arrasaba la tienda. Allí, la dueña y otro empleado, hacían todo lo posible por atender a todos sin perder la calidad de sus servicios.

—¿Sí? ¡Felicidades! Que tenga buen día —dijo la dueña a una cliente, girando para tomar la tijera y pasar a cortar trozos de cinta adhesiva para atender a la siguiente—. ¡Abai no pierdas el ritmo! —gritó hacia el otro extremo y el otro empleado asintió, entregándole un hermoso ramo a un hombre de mediana edad.

Ahora que observaba bien, la mayoría de los clientes eran hombres...

—¿No se está tardando? —preguntó la dueña al otro chico.

—Sí, ¿qué está haciendo? —Abai entregó otro ramo y miró hacia la puerta del fondo—. ¡Lop, apúrate, necesitamos una mano aquí!

—¡Enseguida! —gritó de vuelta ella, entrando a la sala y dejando dos cajas en el mostrador—. Lo siento, no encontraba las cintas de colores.

—No te preocupes. Rápido, empieza a atender —Le dice él y Lop asintió, corriendo a su puesto.

En eso, amarrándose con agilidad su cabello, parece que se sintió observada y cayó en nuestra presencia. Entreabrió la boca mientras Henri ahogó una risa en sus manos y yo la saludé cabizbaja.

Tragando saliva, rodo los ojos, nos ignoró y continuó con lo suyo. Escuché la risa de Henri y vi como de reojo negó sonriente, fascinándose con la actitud de Lop al trabajar. No tardé en caer en lo mismo. Era todo un espectáculo ver como solo tres personas atendían a tan salvaje multitud sin perder un solo cliente.

La chica del rincón, siendo nueva, apenas llegó puso manos a la obra y se desenvolvió con gran facilidad, no temía en hablar con las personas y ayudarlos a escoger sus flores, ¡incluso sonreía! Pasaba las flores a Abai para que armara los ramos y los entregara; finalmente, pasaban todo a la caja, donde la señora Cavalet hacía la mejor de sus finanzas sin confundir un solo número.

Había visto equipos increíbles, incluyendo el mío, pero este me había dejado sin palabras. Cuando me di cuenta, el gentío disminuyó y solo quedaban tres personas. A los cuales atendieron con las mismas energías que antes y luego dieron un gran respiro unísono al cerrar la puerta, despidiéndose del último cliente por ese momento.

—Buen trabajo —Henri fue el primero en romper el hielo y acercarse al grupo.

Justo momento en que Lop dejó de lado la amabilidad que usó con la clientela y lo miró molesta. Por instinto me detuve antes de avanzar también.

—Creí haberte dicho que no vinieras.

—Uh —Se ríe el otro empleado—. ¿Tu novio?

—Ya quisieras, Abai —Le siguió el juego Cavalet, cerrado la caja registradora—. Un placer, soy Cavalet, la dueña.

—Igualmente, soy Henri. Somos amigos de la infancia, pero a ella le fastidia aceptarlo —Estrecharon de manos y Lop rodó los ojos, sentándose en un banco detrás del mostrador.

—Me lo imaginé, esta chica es más seria que Abai —Señaló inclinando la cabeza al muchacho que las acompañaba—. Sobrino tienes competencia.

El chico ni se inmutó, nos miró haciendo de su boca una línea recta y pasó a ignorarnos, metiendo la cabeza entre sus brazos. La dueña partió en sus carismáticas risas y vio a sus dos gruñones empleados, decayendo de nuevo en nosotros y sonriéndome a mí al reconocerme. Le devuelvo el saludo en silencio, no recordando a que había venido a la tienda hasta que miré las flores.

—Eh... yo...

—Comprendo —Me guiñó un ojo—. Oye, Lop, visto la avalancha de gente que hubo solo en esta hora, nos turnaremos para descansar. Si quieres, puedes almorzar afuera en la banca de al frente.

—Es muy generoso, pero olvidé mí... —La sonrisa de Cavalet la confundió, descubriendo al seguir su mirada la razón por la que había venido Henri. El cual sostenía una lonchera—. No...

—Imaginé que olvidarías comer —Henri le sonrió y Lop quedó sin habla—. Anda, vamos afuera.

Sin otra opción, resopló y asintió, saliendo con él a almorzar. La espalda de Lop crujió al alzar sus brazos y estirarlos, dejándome ver mejor el logo blanco del local en su camisa vino tinto. Sonreí de medio lado y asentí para mí, le quedaba bien el uniforme.

—Ha cambiado tu forma de mirarla, Félix —Escuché decir a la dueña a mis espaldas y recordé en donde estaba. Me volteé rascándome una mejilla, apenado de haberme distraído.

—¿Disculpe? —Me hice el desentendido y Cavalet sonrió, negando mientras cruzaba la puerta que nos separaba del mostrador.

—Digo, creo que viniste a comprar, ¿ya viste algo que te guste? —Asentí sin pensar—. ¿Cuál?

—¿Ah? —Alzó ambas cejas e inclinando la cabeza señaló las flores exhibidas—. Oh... Bueno... —Miré a ambas entidades de la tienda, esperaban mi decisión. Al ver que no tenía ninguna finalmente negué—. No, lo siento, sigo sin poder diferenciarlas...

La señora se rió de mí y el otro empleado negó en silencio, pasando a meter la cabeza entre sus brazos de nuevo. Despreocupada de la vida, no se molestó conmigo y la dueña me indicó que me acercara para ayudarme a elegir. Me explicó que todas las flores que ese día había, en especial las de las primeras filas, tenían alguna relación con el día de las madres.

Luego de una pequeña lección, pude comprender a que se refería y elegir iris y orquídeas para mi abuela y mi madre —en ese orden correspondiente—, dejando de lado a mi tía, que aún no tenía hijos. Mientras Cavalet le pasó las flores a Abai para que armara los ramos, yo me quedé observando un rato más la gama que presentaba ese día la tienda, cayendo en unas flores amarillas que reconocí sin problemas, ya que tenía una relación con ellas.

—¿Quieres agregar algo más, Fel? —preguntó la dueña al verme fisgonear.

—No... Solo creo... Son bonitas.

—Girasoles —Asintió estando de acuerdo conmigo—, es una de las más populares mundialmente —Se colocó las manos en la cintura, deteniéndose a mi lado—. Significan positivismo, felicidad, vitalidad y... alegría.

"Con que por eso fue".

—Me dijeron que se la diera a quien quisiera —susurró y pegó la flor de mi pecho—. ¿Está bien si es a ti, señor alegría?

Me vino el recuerdo y entreabrí la boca, ahora entendiendo a que se refería Lop cuando me la dio.

—Ahora que lo pienso —Me miró de costado—. Se parecen a ti.

—¿Cómo dice? —La miré también.

—Sí, eres un sol, Félix.

Aun quedándome en las misma, no me dio explicaciones y caminó hacia el mostrador de nuevo. No es hasta que transcurrieron un par de segundos que uní hilos y mi cara se puso roja. Eso quiso decir que no era tanto por la flor, o lo que dije, sino por el significado de esa flor por el que ella me la dio.

"¿Por qué se parecían a mí?". Eso me avergonzó, no pensé que Lop pensaría así de mí...

—Y es que es curioso —agregó y volteé mientras Abai me entregaba los ramos.

—¿Qué? —Me acerqué a ella para pagar.

—Oh nada, recordé que también son las favoritas de Lop —Sonrió, recibiendo el dinero y sacando el cambio de vuelta, mientras yo le dediqué la mejor de mis caras sorprendidas.

Sus favoritas. El significado. El regalo.

Creo que el color de mi rostro ya no es carne.

—Oye, deja de avergonzarlo o se desmayará —Le dijo Abai y la dueña no pudo evitar reír.

—De ninguna manera —dijo alguien entrado, haciendo sonar la campanita de la puerta con un débil estruendo.

Todos volteamos, Lop no parecía contenta.

—Vamos, no seas testaruda y déjame acompañarte —Le siguió Henri, manteniendo la calma mientras se guindaba la lonchera en donde trajo el almuerzo de Lop.

—El testarudo eres tú —Se volteó y apoyó del mostrador con su mano derecha—. Insiste todos los años, pero mi respuesta sigue siendo no, iré sola.

—¿Y si te los encuentras a ellos como el año anterior?

—Aunque quisieran no me reconocerían —Afincó sus ojos y Henri cedió, viéndola molesto. Lop negó con resignación, dándose la vuelta—. Yo lo he superado, haz lo mismo —Sentenció y se dirigió al interior de la tienda, desapareciendo de la sala.

Confundidos, nos quedamos en silencio sin saber que decir. Henri no se molestó en explicar y, antes de que pudiésemos sin quiera pensar en preguntar, se dio media vuelta también y se fue del local, despidiéndose por el aire de nosotros.

Un minuto después Lop regresó y el ambiente se tornó muy incómodo. Me sentí mal, no parecía feliz de ganar la discusión. Nunca sabía que pensaba realmente, pero en ese momento sentí que ya había visto esa mirada antes y no me gustó para nada.

—Creo que yo... —Hice el intento de irme, pero la dueña alzó la mano y me detuvo, enseñándome algo.

—Espera, toma —Lo recibí, se trataba de dos pares de zarcillos en formas de las flores que había comprado. La miré sin comprender—. Promoción del día de las madres, lo hago todos los años. Tengo un socio que tiene una joyería, él agrega un pequeño ramo si vende estos zarcillos, y yo lo hago con mis flores, sin extras para el cliente. Te lo explicaba mientras pagabas, pero creo que no escuchaste. Veías los girasoles —Disimuladamente señaló a Lop y yo bajé la mirada a los zarcillos, sintiendo mis mejillas arder de nuevo.

—Oh, gracias... —Los guardé en mi bolsillo—. Fue un gusto verla, hasta otro día.

Terminé de darme la vuelta.

Al final tampoco le hablé ese día.

. . .

—¿Félix eres tú? —preguntaron apenas entré a mi casa.

—Sí, ¿Dónde...?

—¡La cocina! —Me cortaron de repente, de manera que intuyo que ya llegaron las celebradas.

Sin decir una palabra más, caminé rápido hasta la cocina, dejando sobre la encimera la gran caja de galletas y los ramos de flores.

—Oh, por Dios, ya era hora —Mi tía se acercó secándose las manos de su delantal—. ¿Dónde estabas?

—Perdón, me encon...

—Luego me cuentas —Me interrumpió, procediendo a sacar todo—. No te cambies todavía, David llegó hace un momento, se equivocó con la fruta. Anda rápido y acompáñalo, necesitamos fresas y naranjas, si trajo los arándanos. Anda, muévete.

No tuve tiempo ni de procesar, en el momento que escuché el nombre de mi padre la sangre se me congeló, y cuando reaccioné ya estaba dándome la vuelta para salir de la cocina. Me lo encontré entonces bajando la escalera.

Instintivamente mis hombros se tensaron y mi espalda se puso recta, revisé disimuladamente si estaba vestido bien y no había confundido las medias esa mañana. Afortunadamente, no lo hice y pude respirar un poco, antes de que él terminara de bajar y se acercara a mí. Tragué saliva cuando dejó de acomodarse el cuello de su polo negra y me miró.

—¿Estás listo? —preguntó y asentí, recibiendo una pequeña sonrisa de su parte; al menos estaba de buen humor—. Vamos.

Con una mano agitó las llaves en su mano para confirmar que las traía, mientras que la otra me indicó que nos fuéramos. Yo solo lo seguí en silencio hasta el vehículo; entré, cerré, abroché mi cinturón y, cuando él lo imitó, arrancamos.

No hay conversación. El motor era el único corte entre nuestras respiraciones y el insensible aire acondicionado. Como cada principio en que nos quedábamos solos.

Muy pocos lo sabían: mi relación con mi padre era un tanto fría. Se preocupaba por mí, claro, pero a comparación de mi hermana y mi madre, conmigo era un poco diferente, ¿más estricto? Quizás. No era de esos padres que buscaban la perfección en sus hijos, pero indirectamente me decía siempre: No me decepciones.

Creo que era la cosa que más odiaba y la que más compartíamos: Decepciones.

La mitad de su tiempo la invertía en su trabajo y la otra en nosotros, su familia; llevaba una vida ajetreada y estresante. Mi abuelo, al igual que mi padre, fue un hombre centrado y que esperaba lo mejor de quienes lo rodeaban; por lo que, siendo su único hijo, luego de que él falleciera, adquirió de golpe muchas responsabilidades y desde entonces su vida cambió. Andaba de un lugar a otro, casi nunca lo veía, pero cuando estaba procuraba ponernos atención y a veces podía llegar a ser un poco... ¿Cómo decirlo? ¿Molesto?

No estaba seguro, solo nunca lograba entenderlo del todo.

—¿Cómo están las clases, Félix?

"Ahí vamos". Me enderecé en mi asiento y tomé aire antes de continuar. Mi padre ni se inmutó, miró la carretera con mucha atención; eso me tranquilizó y me incomodó al mismo tiempo, sabiendo que tengo su atención, pero no estoy siendo presionado por su mirada.

—Bien... —Aclaré mi voz, eso sonó penoso y las cejas curvadas al centro de mi padre me lo confirmaron—. Me ha ido bien, he obtenido buenas calificaciones recientemente, estoy satisfecho conmigo mismo.

—Siempre te ha gustado el estudio —murmuró relajando su rostro con una sonrisa—. Recuerdo cuando Annette me comentaba lo aplicado que eras, también cuando llegaba con tus boletas de calificaciones y me restregaba con una sonrisa; ese tipo de cosas las hacía muy feliz.

No puedo evitar mirarlo sorprendido, ¿era idea mía o estaba nostálgico? Debía ser la fecha, sí, debía ser.

—Siempre me ayudó a estudiar... Es normal que se alegre una madre porque su hijo le vaya bien en la escuela.

—No es solo eso, ella lo disfrutaba —Volteó el volante hacia una curva—. ¿Cómo vas con el entrenamiento? ¿Ha mejorado tu hombro?

Mi sorpresa desapareció y una minúscula mueca acompañó el reflejo de sostenerme la zona lastimada, que hasta hace poco estaba vendada, como si quisiera confirmar que el dolor ya no estaba. Asiento inconscientemente, inconforme de que el tema haya cambiado en esta dirección.

—Sigo con la rehabilitación, el entrenador se ha encargado de ayudarme, la enfermera me chequea antes y después de cada entrenamiento. Me dieron permiso de continuar hace poco; ya no me duele y la semana pasada pude participar en la final de las nacionales.

Tomé aire tras decir todo de golpe, la risa ronca de mi padre me desconcertó de nuevo y lo vi como si hubiera perdido la cabeza; estaba actuando raro ese día, él nunca se reiría de cuando le hablara de basquetbol.

—Respira, Steven me tenía al tanto. Estaba preocupado, pero quería oírlo de ti...

—¿Pensaba que te mentiría? —Alzó una ceja en mi dirección.

—Lograste engañarme para jugar en las estatales, ¿si lo recuerdas?

—Pero era una emergencia, ya me disculpé por ello.

—¿Pero te arrepientes como para disculparte?

—De mentirles, sí; de ir al partido, ni un poco —Traté de mantenerme firme, debía mostrarle que lo que hice no lo hice sin razones—. Yo me causé esa herida, él equipo no tenía porqué pagar mi imprudencia.

—Estabas herido, Félix —El auto se detuvo, miré al frente, un semáforo. Mi padre aprovechó y me miró algo severo—. Entiendo lo que quisiste hacer, pero ¿tú lo entiendes? ¿Qué hubiera pasado si por esa herida no pudieras volver a jugar?

Silencio, el único ruido era el de los frenos de los carros deteniéndose ante la señal de tránsito, lo único que se atrevería a cortar tal tensión. Sabía lo que significaba este deporte para mi padre y, por un momento, me hizo sentir realmente como un tonto egoísta.

Tal vez si lo fui, incluso Lop lo dijo cuando intentó detenerme; recuerdo que me sentí muy mal al respecto después que se fue.

Y aun así... Mi respuesta no podía ser más egoísta todavía.

Pero no se lo diría a él...

No podía decirle que, si ese hubiera sido mi último juego, no me hubiera arrepentido de nada.

—Lo siento... —dije en voz baja sin apartar la mirada, queriendo decirle de esa manera que lo hacía más por él que por mí.

Después de todo era mi padre...

—Bien... —dijo en el mismo tono, suavizando su semblante antes de tomar el volante de nuevo y, ante la luz verde, continuar con nuestro trayecto.

No pasaron ni dos segundos y me sorprendió cuando retomó la conversación.

—Dime... Por fin, ¿por qué te metiste a Houston esa noche?

Un escalofrío me recorrió y una punzada desenfrenó mis latidos. Esa era la última pregunta que me esperaba escuchar de él, aunque por una parte admitía que había esquivado hablar de ese detalle, no solo con él, sino con mi familia. Las únicas que lo sabían eran mi tía y Mely, estaba seguro.

Pero en este momento, ¿cómo escapar? Estábamos solo los dos en el auto en movimiento.

—No tiene importancia... —Lo intenté de todos modos y él miró demandante la carretera, entendiendo rápido que no hablaría del tema.

—Bien... Entonces, ¿cómo está tu mundo, Félix?

—¿Mi mundo? —Caí despavorido y lo miré de nuevo directamente.

—Es decir, ¿cómo estás tú, tu vida?

Siempre preguntaba por las clases y el basquetbol, era muy poco frecuente que indagara directamente en cómo estaba yo y mi vida. Entreabrí la boca sin creérmelo, ¿cómo pasamos a esto?

—Personalmente creo que bien —respondí aún un poco desconcertado—. Fuera del hombro solo han pasado cosas buenas.

—¿En serio? —Su cuestionamiento me inquietó—. La abuela me contó que el otro día estabas algo decaído —Ahora sí, lo miré asustado, preguntándome cuanto sabía— y que preguntaste cosas raras... —Desvió un microsegundo la vista del camino para verme y luego lo retomó. Lo cual agradecí, no quería que me mirara—. ¿Ha pasado algo?

"Si supieras". Lo repetí una y otra vez en mi cabeza, procurando no desviar la mirada del camino que ya le quedaba poco por llegar al supermercado, pero no lo suficiente. ¿Esto no podía ser más incómodo? No sé qué pensaría o me diría si le contara lo confundido que me tenía esa chica luego de... aquel suceso.

—Nada... De verdad... —No pude evitar sonar nervioso.

Me gustaba ser sincero, pero en estos momentos como moría por tener la capacidad que tienen algunos para las mentiras.

«Ella no es muy honesta tampoco...». Recordé que dijo Henri y mis nervios se calman, dando paso a una interrogante que posiblemente esa noche no me dejaría dormir.

¿Cuántas veces Lop me habría mentido?

Mi padre me miró sacando la llave del encendedor, muy intrigado, pero sin preguntar nada más; eso me tranquilizó. Ya habíamos llegado, era una fortuna salir del auto de los interrogatorios y tomar algo de aire; aun con tanto en que pensar podía despejar un poco la mente.

Pero no demasiado, claro. Esta tarde no le presté atención a lo que dijo Henri, pero en ese momento no me permitía hacer la vista gorda, solo por el simple hecho que ella pertenecía al asunto.

Mientras buscamos las frutas. Mientras pagábamos. Saliendo del supermercado con el mandado en manos. Casi de regreso. No podía sacármela de la cabeza.

"Vaya, ¿en qué momento Lop se volvió tan importante en mi vida?". Me pregunté mirando por la ventana de regreso a la casa; mis amigos me lo habían dicho hasta el cansancio, pero yo siempre pensé que no ocurriría.

¿Sería cierto? ¿Sería verdad que me gustaba ella?

Había tráfico, el auto se detenía cada segundo. Mi aliento empapó el vidrió de la ventana y distraído lo limpié. Casi se me paró el corazón cuando levanté la vista y prácticamente al frente de mí, caminando por la cera, la vi. Era ella, era Lop.

Mi interior gritó. Tenía que hacerlo, lo comprobaría.

—Félix, ¿qué haces? —preguntó mi padre al verme sacarme el cinturón y evidenciar mi intención de salir del auto.

—Recordé algo qué tenía por hacer, ¡nos vemos en casa!

Escuché mi nombre al salir, pero no me detuve y corrí a alcanzarla. Iba algo adelantada, pero logré seguirla entre la multitud. Al menos hasta que se detuvo y entró a una tienda. Decidido, no retrocedí y avancé hasta ella, pegándome un momento al vidrió de la puerta para comprobar que se encontraba dentro.

Confirmado, entré y me escabullí entre los estantes para ir con ella. Estaba de espaldas a mi viendo algo entre los estantes, tan concentrada que parecía no darse cuenta que estaba a dos estantes de ella.

Casi me arrepentí de lo que hacía al darme cuenta que otra vez parecía un acosador al estar viéndola de lejos. Podía sentir la mirada de alguien en el lugar y para disimular me puse a ver el contenido de la tienda también, dándome cuenta por primera vez desde que entré que me encontraba en una papelería.

No me detuve y fingí inspeccionar los diseños de los cuadernos, como si buscara uno para mi hermana; es entonces que escucho voces y me percato que aquellas miradas no iban hacia mí, sino a quien yo observaba.

Esa muchacha... Sí que ha crecido —Hablaron desde la recepción, era una mujer vieja y ronca.

¿Qué dices, señora Lorena? —Curioseó una voz joven.

Ella viene una vez al año, todos los años, sin excepción, sobre estas fechas desde que era muy pequeña.

—¿En serio?

—Sí, aunque es muy extraña —Planteó una tercera.

¿Por?

—Siempre compra lo mismo. Viene, compra y se va. Sin decir nada, lo mismo.

—Antes venía con una mujer, luego con otra, muy parecida, y después siguió viniendo sola —Explicó la anciana.

—Ay, pero ¿por qué?

—No sé, querida, no me ando metiendo en los asuntos de mis clientes —Cortó el tema la vieja y las demás se callaron.

La conversación me desconcertó y me hizo mirarla de nuevo; seguía haciendo lo mismo: revisar calcomanías. Ahora mis preguntas giraban en otro sentido, cuestionándome de que si había venido en mal momento. Entonces Lop se detuvo y con una pequeña sonrisa fue hasta la caja y pagó. Dos segundos después ya estaba fuera de la tienda y yo dos pasos atrás, siguiéndola de nuevo.

Algo en mi estaba inquieto ahora, ¿por qué Lop compró eso? ¿A qué se referían esas empleadas de la papelería? ¿A dónde iba Lop? ¿Debería retirarme?

Se sentía extraño, estaba de espaldas a mí y no podía ver su rostro. Ahora sí que no sabía en que estaba pensando y eso me ponía nervioso.

No fue para menos, caminamos por un rato hasta una parada en donde procuré estar a una distancia considerable para que no me notara. Tomamos un bus, ella como siempre se fue al rincón y yo me refugié en los primeros puestos, esperando que el bebé y su madre me taparan lo suficiente para cuando se bajara y no me viera.

Afortunadamente fue así. Cuando pagó y bajó, le seguí yo, recibiendo un enorme escalofrío cuando el bus arrancó detrás de mí y me quedé mirando el lugar al que visitaba.

El cementerio.

________________________________________

¡Holiwis, mis distantes!

Llegamos al arco de mayo

Alguien: pero si es agosto

Mayo, dije :'v

JJAAJAJAJJAJAJAJAJA

Okya

Tengo que preguntar: ¿opiniones sobre el papá de Félix?

¿Alguien más ama a la jefa de Lop? Por más jefas así deoz

¿Y cómo que cementerio? ¿Ahora que ta pasando, Kele?

Mucho :'v

Espero lo disfruten mucho, le puse mucho corazón :'v mucho

¿Ya dije mucho?

En el próximo capítulo resolveremos el misterio

2 capítulos para el final

Se les quiereeee

Att: Keni


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro