Capítulo 4

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Casi una semana había pasado desde que vi a ese chico, y aún seguía con mil preguntas en la cabeza. Al principio traté de ignorarlo, pero ver la luz saliendo del balcón a través de mi ventana nunca fallaba en avivarme la curiosidad

Me preguntaba en que andaba aquel curioso muchacho. Me preguntaba cómo había llegado allí, y sobre todo, me preguntaba si algún día llegaría a obtener las respuestas a esas preguntas.

Traté de poner mis pensamientos en orden mientras terminaba mi maqueta. Requirió mucha concentración, y mucho tiempo, pero al fin estaba terminada, y ahora mi mente no podía quedarse quieta. Mi estado mental le debía mucho a esta absurda tarea.

Mis ojos ardían por el cansancio, y aunque no quería cerrarlos, ellos lo hacían como si tuviesen vida propia, o como si de repente pesaran 10 kilos. Y mi mente se apagaba a la para que ellos se cerraban, dejándome a punto de caer en las manos de Morfeo, justo entonces una chispa llegaba a mí cuerpo, y abría los ojos.

Lo último que recuerdo es esperar por esa chispa mientras batallaba para quitarme las medias.

Cuando me despierto, sin medias, sobre restos de pegamentos, con un palito de madera pegado en mi mejilla la antigua sensación de ardor en mis ojos es reemplazada por un peso en todo mi cuerpo, y un dolor distinto, una molestia especial al desbloquear mi celular. 02:44

Tenía suerte de que sea domingo, por lo tanto, un día en la que lo de Meg estaba cerrado.

Tenía mala suerte porque ya no me quedaba comida, y sentía como mi panza dolía, exigiendo por algo más potente que un simple café o té.

Era en estos momentos, que odiaba levantarme.

El 193 tardaba en llegar, el chino de cerca estaba probablemente cerrado, y caminar las 19 o 20 cuadras hasta el supermercado definitivamente no era una opción. Caminar podía ser una actividad básica para un ser humano decente, ¿pero 20 cuadras? Ni de broma caminaba eso.

No era consciente de la hora exacta, pero podía estimar cosa que me era suficiente, principalmente porque no quería arriesgarme a sacar el celular. Podía ser estúpido, pero no era lo suficientemente idiota para ignorar la inseguridad de la barata cuadra en la que vivía
Tampoco podía preguntar; con las pintas de porquería que llevaba a una como esta, una hora de decencia que llamaba a más que un gorrito negro para cubrir mi pelo algo grasos, yo ya aceptaba que nadie me harían caso alguno, y no los culpaba pues yo tampoco le daría la hora a él Bon que hoy se presentaba en calle.

Pensaba vagamente, acerca de todo, acerca de nada, cuando a mi mente la distrajo un sonido metálico que simplemente, me llamó la atención en un sentido bastante instintivo.

Mire a mi pie derecho y ví la causa de aquel sonido; un juego llaves, pintado de tonos morados.

Me agaché a tomarlas con curiosidad, la que uno siente al ver algo familiar, cuando escuché una voz suave

- Disculpa, estoy torpe últimamente
- Tranquilo... -dije amenamente, finalmente tomando las llaves. Fue entonces cuando subí la mirada que lo vi.

Allí estaba.
Sus lentes estaban algo empañados, traía una bufanda verde y una gran chaqueta que no era de su talla. Se lo veía distinto, y suponía que eso era por el hecho de que ahora no estaba muerto de frío, y no estaba en el balcón frente a mi ventana.

- ¿Tú eres el del balcon?- Pregunté atónito 
- ¿Ah? - salió desprevenidamente de su boca - ¡Tú eras el chico de la ventana! Te debo una muuuy grande.
- No fue nada. – Le pasé entonces las llaves, que se posaban cómodamente en mi mano enguantada- ¿Se te caen las llaves seguido?
- Más de lo que deberían. - respondió con una sonrisa tonta.
- Supongo – acote, acompañando su sonrisa con la mía.

Me permiti desvariar en mis pensamientos un rato más, pensando en que otro colectivo podría tomar (¿quizás el 197?) y repasando la lista de compras en mi mente, repitiéndola una y otra vez, evitando pensar en otra cosa.

- Así que... ¿vives en aquel edificio? - Preguntó rompiendo el silencio.
- si – respondí llanamente, tomando una pausa corta hasta que me gano la curiosidad - ¿Eres nuevo verdad?
- Me mudé la semana pasada, el día del balcón. -respondió.

Me asomé para ver los colectivos. Una leve escarcha cubría la vereda, y poca gente la transitaba. Había un ligero silencio que solo se rompía con el pasar de un auto, el viento en una rama, o la voz del chico a mi lado, que insistía en hablarme.

- Sobre… la gente que estaba en la casa...
- ¿Los muñoz? - interrumpí
- ¿Sabes algo de ellos? – sentí sus hombros tensarse un poco, y su mirada llenarse de pura curiosidad
- Era una familia numerosa, ruidosa y molesta. – Respondí sin pensarlo - Tomaron la casa y estuvieron un largo  tiempo poniendo cumbia por la noche hasta que finalmente los echaron.
- Ah entonces... - dijo efusivo, cuando de repente se giró.

Un bus se podía ver desde lejos a medida que llegaba, deteniéndose en un semáforo en la otra cuadra.

- Mi bus. – Dije leyendo el “193”
- Ah, claro. - miró al bus hacer ese ruido infernal, prendiendo el motor. - Adios... ¿eeh...? – Me miró con confusión mientras extendía su mano, claramente esperando una respuesta
- Bon. - respondí tomándola, viendo como el bus se acercaba.
- Bonnie –siguió él con una sonrisa.

Solté su mano y fuí a parar el bus. Una vez paró, di un paso y por puro reflejo, me di vuelta.

- Gracias por lo de las llaves - dijo como si lo hubiese recordado de repente, en ese instante, al verme subir - Eres como mi héroe

Y esa tarde simplemente olvidé comprar café.

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