VI

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—Confiesa— presioné empujando el flexo de mi cuarto directamente hacia su cara.

—¡Juro que no hay nada que confesar!— gritó mi abuelo desde su sillón habitual, sobresaltado por la sorpresa de encontrarse a su nieto jugando a ser policía. Cosa graciosa teniendo en cuenta que ahora era yo el que estaba siendo interrogado.

—¡Claro que hay algo que confesar! ¡Deja de engañarme!— agité el flexo con desesperación mientras mi abuelo se acurrucaba en una esquina del sillón— ¿Si no como explicas que mi padre no sabía nada de la misión del otro día? Eh? Eh?

—¡¿Luca se ha enterado de la misión?!— contestó mi abuelo palideciendo— ¡Eres un lengua larga!

—¡No se ha enterado pero yo te he pillado!— alcé los brazos, triunfal, con una expresión digna de un meme de Elmo.

—Eres bueno, chico, demasiado bueno— me miró con los ojos entrecerrados y me hizo una señal para que me acercase, con suma discreción, como si me fuera a desvelar el mayor secreto del universo—Pero así no puedes interrogar a un delincuente.

—Abuelo, tu eres un delincuente— alcé una ceja, no muy convencido con su manera de cambiar de tema.

—Pero no estoy en modo delincuente— obvió, como si fuera la cosa más evidente del mundo.

—Pero nonno, si te estabas haciendo trampas tu solo al solitario— puse mis brazos en jarras y volví a mirarlo como anteriormente, sabiendo que nada podía argumentar contra esa lógica.

—¡Deja de observarme Alessandro! ¡No soy una tele!— comenzó a agitar sus brazos al más puro estilo italiano mientras se movía desesperadamente, algo muy común cuando en mi familia se dramatizaba, en fin, que se le iba a hacer, no todos eramos como mi padre que pocas veces sacaba al italiano que llevaba dentro y normalmente estaba más serio que una patata, los demás eramos todos unas reinas del drama.

—Nonno, por favor, quiero que seas sincero— me senté en uno de los brazos de su sillón— creía que eramos un equipo.

—No hay nada Alessandro, ve a tu cuarto— sentenció, mirándome con expresión seria.

—Ya lo veo— miré al suelo con tristeza y vi como se ablandaba un poco— utilizaste al tonto de la familia para que te acompañara.

—¿Que? No, no, Alessandro— vi como acercaba sus manos a mi rostro y hacía que lo mirase a los ojos— no eres tonto Alessandro, tienes mucho potencial.

—¿Y por qué no confías en mí?— mis ojos de cristalizaron y mi abuelo se ablandó un poco más. Si, estaba claro, podrían ser todos unos actorazos, pero aquí la reina y señora del drama era yo. Yo, yo y yo.

—Confío en tí Alessandro, pero... Es muy duro para mí hablar de ello...

—¿Por qué?— insistí.

—Porque he visto como se me apartaba de lo único que se hacer bien en la vida— me miró a los ojos y yo me encogí al ver su mirada triste.

—¿Cómo que te han apartado...?— pregunté incrédulo, sin procesar sus palabras, pensando que era imposible que mi abuelo hubiera sido expulsado.

—Tu padre está muy nervioso, está asustado y es normal— habló bajo, como si temiera que lo oyeran- pero olvida que yo también he estado en esa situación y que tengo mucha más idea que él. Los jóvenes sin embargo le escuchan más porque yo ya voy para viejo y me han echado, han dicho que no estoy en condiciones de ser el Don, que mis cosas podrían costarnos caras y que debería dejarlos a ellos encargarse del tema.

—¿Por qué? ¿No creen que haya sido Alexey?— había confusión en mi voz. Si mi padre había tomado la mafia en un momento de desesperación debía ser porque pensaba lo contrario al abuelo y sentía que su familia estaba en peligro, por lo que debía contrariar a mi abuelo, que siempre culpaba de todo a los rusos.

—Al contrario, creen que ha sido él— contestó él, dejandome aún más descolocado.

—¿Y tu no...?— pregunté, por una vez sin entender nada.

—Se que no ha sido él— inquirió, con la mirada más seria que nunca había visto en él.

—¿Y entonces... Quién?— mi voz adquirió su mismo tono de seriedad y pude ver como mi abuelo se encogía de hombros.

—Aún no lo se, aún, solo se que no es italiano.

—¿Y cómo lo sabes?— mi abuelo asintió al oir mi pregunta, como si ya se lo esperase.

—Lo he investigado a fondo, los italianos nos temen demasiado como para hacer algo así— se levantó y me hizo una seña para que lo siguiera escaleras arriba— la última mafia que me faltaba investigar era la de los Montalbani, y fuiste tu quien vino conmigo— asentí.

—¿Y cómo estás tan seguro de que no ha sido Alexey?— hice una pausa— tiene mucho en nuestra contra y todos los demás creen que es él, tiene sentido.

—Alessandro, llevo años estudiando a Alexey, se todas sus manías, todas sus marcas y sus formas de actuar— mi abuelo se cruzó de brazos, indignado— Alexey y yo nos conocemos más que dos viejos amigos, es por eso que puedo jurar con plena confianza que no es Alexey, Alexey no trabaja así.

—¿Y por qué no te escuchan?— mi voz era suave, como la de un gatito asustado.

—Porque es más fácil creer y atacar lo que parece más obvio que aquello que más raro y tenebroso es. Una nueva mafia atacando sería una nueva amenaza, Alexey atacando no deja de ser un viejo conocido, por eso no puedo permitir que tu padre ataque a los rusos, eso empezaría una guerra de mafias y es obvio a por quién iría Alexey.

—¿A por mamá?— me encogí aún más de miedo, alarmado por si mi padre había actuado ya, condenandonos a todos.

—A por tí y a por tu hermana, Alessandro— me miró serio— si no aprendes a ser un mafioso seguirás siendo el eslabón más débil, al igual que lo eran Chiara y Luca cuando él era un niño y ella estaba embarazada. Si no aprendes el negocio estarás en peligro, y no pienso permitir más pérdidas, nunca más.

—Entonces enseñame, seremos un equipo— lo miré con decisión— y protegeremos a la familia.

Mi abuelo esbozó una sonrisa apenas perceptible y asintió lentamente.

—Así será— acto seguido miró la hora, alarmándose al instante y tornando su expresión en una mucho más pálida— pero antes te enseñarán en el instituto. Vas a llegar tarde y tu madre va a matarme por no llevarte, vamonos.

La mañana transcurrió tranquila, sin cambios, con Marco aún cabreado por la "bromita" de la semana anterior y Selene lamentándose de que su novio le hubiera querido ver la cara de idiota, cosa que me irritaba bastante teniendo en cuenta de que ella me gustaba muchísimo.

Pero ese día no había hecho más que comenzar, y así como estaba siendo bastante horrible la verdad es que se iba a convertir en un día aún más horrible.

Para empezar porque era mi último día de castigo por lo que le hicimos a Marco y tenía que pasarme la tarde ordenando libros en la biblioteca. Aunque bueno, si se mira por otro lado, iba a ordenar con mi crush, cosa que no era tan mala, pero claro, mi crush estaba quejandose de su ex el infiel así que la cosa volvía a ser mala, otra vez.

—Y esto Selene, esto es el último libro que coloco por haber cubierto a Marco de gloria— dije, colocando en una estantería un volúmen de la Ilíada que representaba el último libro que colocaría en mi vida, o al menos en mi vida hasta que volvieran a castigarme. Al fin había acabado el castigo y mi cuerpo quería fiesta, quería liberarse de las quejas de Selene por el imbécil de Marco y de los volúmenes de tres kilos de clásicos que habían fortalecido mis músculos más que las semanas que llevaba entrenando al fútbol esta temporada.

—Sí, de gloria ya se cubrió él solo al irse con ella— gruñó ella por enésima vez, indignada.

—Selene, te he dicho mil veces que donde esté un partidazo como yo no se llora por ese pedazo de mono mutante— inquirí agitando los brazos dramáticamente— hoy se acabó, ya superalo, amiga date cuenta, bye bye.

—No hay nada que superar— dijo Selene, mintiendo como una bellaca— está todo más que superado

—¿Y por qué sigues hablando de él?- le reproché, sintiéndolo realmente en el corazón— Selene, no lo has superado, estás todavía dolida y lo entiendo, pero tienes que superarlo.

—Pero duele Alec, duele sentir que todos te ven como una idiota— vi como su mirada se tornaba triste y me encogí un poco ante aquella visión tan descorazonadora. Sabía lo que era sentirse idiota, nunca había brillado por mis notas, eso estaba claro, solo destacaba en materias lingüísticas o en cosas en las cuales podía emplear el don de la palabra para manipular todo a mi antojo.

Gabriel, mi mejor amigo, siempre había sido el más listo de la familia, y digo familia porque él y yo eramos hermanos, quizás no de sangre pero si de mafia. Miley también era muy inteligente, sus notas siempre brillaban por encima de las mías, junto a las de Gabriel y a las de la misma Selene.

Celeste y yo no eramos unos prodigios académicos, aunque mi hermana no sacaba malas notas, estudiaba y se mantenía más o menos por encima de la media, sin llegar a ser como mis otros amigos, que parecían una versión más guapa y rejuvenecida de Einstein.

Y después de todos ellos, de todos mis otros amigos los que sacaban notas brillantes y de mi hermana, que se mantenía ahí, más o menos bien, estábamos Alaric y yo. Alaric estaba en la media, cosa que se podía justificar por varias razones, la primera, que Alaric se pasaba el día en sus cosas, pensando en sus plantas o siendo el fumeta hippie de la clase. La siguiente razón era que los estudios no le interesaban lo más mínimo, él quería dedicarse al mundo del cine, a la dirección y la actuación, eso era lo que le apasionaba, y había que admitir, que en eso era muy bueno.

Yo era el tonto del grupo, o al menos así me sentía, porque claro, si uno tenía en cuenta mis habilidades, que restando asignaturas como economía o lengua, eran bastante normalitas, ¿Qué hacía yo? Pues yo no sabía hacer prácticamente nada, tal vez porque quizás no había descubierto mis verdaderas habilidades, aunque ahora que las conozco, creo que quizás pensarais que no debería haberlas encontrado nunca.

Si, definitivamente sabía lo que era sentirse un idiota, y me negaba rotundamente a dejar que Selene se sintiera así, me negaba a dejarla tener esa visión de si misma.

—Nos vamos de fiesta— sentencié con la mayor seriedad que mi rostro había expresado jamás, completamente decidido a ayudar— Ya mismo, esta noche.

—¿Qué?— Selene interrumpió mi momento de amante decidido bruscamente, con un graznido agudo que me recordó el hecho de que mientras ella se quejaba yo me había visto inmerso totalmente en mis pensamientos y ahora ella no entendía en absoluto el por qué de mis arrebatos, cosas que pasan supongo.

—Tu y yo— la miré directamente a los ojos, azul contra verde, el implacable océano contra la esmeralda— vamos a salir esta noche y nos lo vamos a pasar bien, los dos solos.

Vi como alzaba su rostro con algo más de confianza y juntaba su mirada con la mía, asintiendo ligeramente a mi propuesta.

—Pero ponte guapo Alexander— me advirtió— quiero que un chico guapo me saque a bailar.

Acerqué mi cuerpo al suyo decidido y la acorralé junto al mostrador de la bibliotecaria, en un acto de valentía que la hizo sonrojar.

—Yo siempre estoy guapo, Andreatos— mis labios se acercaron a su oído y susurraron con voz grave mientras mis manos apartaban su pelo con suavidad— siempre.

La noche no tardó en llegar pero a mi se me hizo eterno tener que esperar hasta las diez para poder volver a verla. No podía contener la emoción del hecho de que fuéramos a salir los dos solos, de fiesta, del sonrojo que había ocasionado en su rostro aquella tarde.

Escuchaba las voces de fondo de mi nonno, de Celeste y de Gabi, que discutían entre ellos cuál debía ser mi forma de actuar. Escuchaba a mi abuelo decir que debía ser un seductor italiano, a Celeste decir que debía ser un caballero andante y a Gabi decir que al final no me atrevería a ser ninguna de las dos cosas y que haría mi aparición como amigo fiel, y para más detalles, se puso a canturrear la canción de "Hay un amigo en mí".

Ni siquiera me molesté en negar lo obvio, probablemente aquella era la afirmación más acertada, pero aún me quedaba algo de confianza después de esa tarde, confianza que aumentó poco a poco después de la sesión de vestuario y peinados que entre mi hermana y mi abuelo me dieron esa tarde. Sesión que había que admitir, parecía más un episodio de cambio de look que una simple búsqueda de vestuario para ir de fiesta.

—¡Traje!— bramó mi abuelo, como si se tratara de un espartano instando al resto a ir a la guerra.

—¡Ropa sexy de aspecto informal!— discutió Celeste, lanzándome una prenda que no pude diferenciar a la cara.

—¿Por qué no simplemente mezcláis estilos para darle el aire de mafioso seductor que toda wattpader quiere?— negoció Gabriel, poniendo un alto entre los dos, que parecía iban a iniciar la tercera guerra mundial.

—¿Qué es eso?— mi abuelo hizo una mueca, arrugando ligeramente su nariz— No uses la brujería sobre mí Gabriele, te lo advierto.

—Wattpaders son las usuarias de la aplicación que usa Celeste para leer cosas indecentes— explicó mi amigo calmadamente— y extrañamente si Alexander sigue los cánones de badboy ahí señalados se volverá irremediablemente irresistible para el noventa por ciento de la población femenina.

—Ya soy irresistible para el noventa por ciento de la población femenina— discutí.

—¡Pero no para esa población femenina en concreto!— lo más triste de aquella frase fue que la vocearon los tres a la vez, como si se hubieran puesto de acuerdo.

—Yo no se si creerme esas cosas, la seducción siempre ha estado en Sicilia, no en un teléfono— mi nonno negó suavemente y alzó sus brazos, agitándolos con dramatismo— no entiendo estos tiempos modernos.

—Tu confía en mi Francesco, si nos hace caso y no la caga, como siempre, en dos años máximo estamos planeando su boda— gran predicción la de Gabi, sin duda, o al menos lo habría sido... SI ELLA NO SE HUBIERA IDO Y YO NO FUERA TAN IDIOTA.

—Se ha puesto rojo— susurró Celeste como buena italiana, o sea, sin susurrar en absoluto.

—Tu siempre estás roja, debe ser cosa genética— contestó mi amigo encogiéndose de hombros.

—No lo entiendo, el linaje seductor había perdurado hasta Luca— mi abuelo se cruzó confuso de brazos y nos miró a mi hermana y a mí, quienes le dedicamos una mirada asesina— deben haber tenido algún fallo genético.

Celeste y yo lo miramos de forma aún más asesina.

—Quizás solo son de lento desarrollo— trató de defendernos mi amigo— aunque tu teoría parece más lógica— ya volvió a cagarla.

—Perfecto— dramaticé, colocándome unos vaqueros negros y una camisa blanca que llevaba desabotonada en los últimos botones para darme un aspecto informal— yo me voy.

—¡Pero estás despeinado y no llevas sombrero!— reclamó mi abuelo mientras yo ya estaba en la puerta.

—¡Pues así parezco un rebelde! ¿No que esos ligan más?— traté de hacerlos sentir culpables— como yo tengo fallos genéticos.

—No son fallos genéticos, es un defecto genético— dijo Gabriel por última vez antes de que yo me marchara fingiendo estar ofendido.

¿Tenían confianza en mi? Ni mucho menos. ¿Yo la tenía? Ni idea. ¿Selene la tenía? Pues estaba por verse. Lo único que tenía claro es que esta noche iba a ser decisiva, y vaya si lo fue, aunque los agentes nunca sabrán hasta qué punto, es más, los inspectores no sabían ni la mitad de la historia.

Toqué la puerta de Selene con los nervios a flor de piel, arrepintiéndome de no haberme mirado al espejo por enésima vez y haberme aprobado a mí mismo antes de tocar la puerta, pero ya no había vuelta atrás y lo sabía, nunca más iba a haber vuelta atrás a partir de ahora, de esta noche.

La puerta se abrió lentamente y el rostro del padre de Selene mirándome serio me aterrorizó un poco, pero solo un poco eh, no penséis mal de mí. El hombre iba a decirme algo pero su hija apareció en la puerta y lo apartó de golpe para mirarme a los ojos con una media sonrisa, mientras jugueteaba con su pelo tímidamente, haciéndome retomar algo de confianza.

—Estás preciosa— le dediqué una sonrisa ladeada y sus mejillas ardieron ligeramente.

—Tu también— dijo con una voz tan tímida que me hizo sonreír aún más, sin poder contener mi emoción al verla en ese estado por algo que yo le había dicho.

—¿Yo también estoy preciosa?— bromeé con una suave risa mientras la veía enrojecer aún más por mis palabras.

—Idiota— me golpeó con suavidad y caminó contoneando sus caderas hacia el coche, haciendo resaltar su vestido azul marino que combinaba a la perfección con su cuerpo ligeramente bronceado y su cabello oscuro. Me perdí por un momento en su forma de andar hasta que su padre me despertó de mi ensueño con un carraspeo que me hizo sonrojar a mí esta vez y por fin emprendí la marcha hacia el coche.

¿Esto iba a ser un desastre? Puede. Pero era un desastre precioso.

El trayecto en coche fue bastante tranquilo, estábamos nerviosos y tímidos, como en el meme, pero no caminábamos, tampoco hablábamos debo admitir, nos dedicamos a escuchar las canciones que sonaban de fondo en la radio y a mirarnos de reojo el uno al otro, en un silencio que se alejaba mucho de lo incómodo, en un silencio que más bien parecía un hogar. No eran necesarias las palabras, nuestras miradas parecían decirlo todo y nada a la vez, nos hacían sonrojar y nos ponían nerviosos como los adolescentes que éramos, mucho más inocentes que ahora definitivamente. Era bonito y yo lo sabía, y lo sé, y lo sabré, y nadie más que ella y yo lo sabremos porque era ese tipo de situaciones que no se pueden explicar, que no se pueden contar y que morirían en algún momento con nosotros, con nuestros recuerdos.

La música nos invadió nada más entrar en la discoteca, no reconocí la canción, solo supe que apenas podía oír nada, ni siquiera las palabras de Selene, quien tomaba mi mano y me conducía entre la gente con rumbo a la pista de baile.

Mis manos rodearon su cintura y sus brazos mi cuello, las luces de colores se reflejaban sobre nuestros rostros, coloreándonos de color rojo, verde, azul, violeta, amarillo... Nuestros cuerpos se encontraban muy cerca, bailando al ritmo de la música y dejándose llevar por la gente, que nos balanceaba de un lado para otro. Acerqué su cuerpo al mío lentamente y sentí como en su rostro se extendía una tímida sonrisa que me hizo sentir bien, confiado, capaz de hacer cualquier cosa.

En un acto de valentía me acerqué a su rostro despacio, como en una película. Selene se acercó a mí y cerró los ojos, sintiendo nuestras respiraciones entremezclase más y más a medida que me acercaba a sus labios. Tomé su rostro con mi mano derecha y entonces, justo entonces, un hombre que iba bastante pasado de copas se chocó conmigo, arrojándome encima su copa sin querer al ser golpeado por el brazo de Selene.

— Oh dios —. Susurró ella al ver mi ropa mojada. El hombre intentó acercarse para pedir disculpas pero yo solo lo aparté, cabreado por la forma en la que se había roto la burbuja en la que Selene y yo nos habíamos encerrado —. Voy al baño de chicas a por papel, espera aquí.

Vi como se alejaba con toda la rapidez que la multitud le permitía. Me giré un momento, apenas unos segundos, a mirar al chico con el que me había chocado tratando de matarle con la mirada.

Para cuando me di cuenta, Selene ya no se encontraba en mi campo de visión por lo que decidí sentarme en uno de los taburetes que habían cerca de la barra, procurando que se me viera desde donde me encontraba.

A lo lejos vi como un hombre la sacaba a empujones de las puertas que daban a los baños. Me levanté para tratar de ver mejor la situación, confundido por lo que estaba pasando. La sangre me hirvió al ver que trataba de besarla, como ella le empujaba sin mucho éxito.

Él la agarró con fuerza el brazo y le tapó la boca con la otra mano. Estaban en una esquina poco iluminada y la gente estaba más entretenida en beber y sobarse que en mirar a su alrededor. Para cuando traté de acercarme los había perdido de vista.

Me alcé sobre la gente tratando de vislumbrarla, con los puños apretados y el rostro furioso ante aquel acto tan típico de un hombre primitivo e irrespetuoso. La oscuridad del lugar me impedía ver bien y el volumen de la música no me dejaba oír a Selene.

Empujé a la gente a medida que avanzaba entre la multitud, sin dejar de buscarla entre aquella inmensa marea de gente, con el corazón en un puño por la preocupación, los nervios a flor de piel y el enfado latente en toda mi superficie. En esos momentos deseé ser algo más alto aunque para nada fuera un chico bajo, deseé que cualquier detalle me mostrara dónde estaba, me mostrara que estaba bien, y como respondiendo a mis plegarias, vi como la puerta trasera se abría y una masa que no pude distinguir bien salía por ella.

Corrí hasta que me escocieron los pulmones, hasta que sentí que el aire no entraba en mi cuerpo y mis piernas se entumecían. Había alcanzado la puerta y empujado a media sala en el proceso, pero por desgracia, ahora la puerta estaba cerrada con llave y ni en cien años iba a poderla abrir por las buenas. El hombre probablemente fuera el dueño de la discoteca o un empleado que había venido en su tiempo libre, fuera como fuera era alguien con el conocimiento suficiente como para sacar a alguien del lugar sin ser visto y con una copia de las llaves del lugar para abrir la puerta trasera, que daba a un callejón que y conocía demasiado bien, un callejón sin salida que apenas estaba transitado pasadas las doce, era uno de los lugares donde mi amigo Angelo vendía sus "polvos mágicos" y uno de los lugares donde Alaric, Gabi y yo nos poníamos a tope de marihuana cuando salíamos de noche loca de chicos.

Me quedaba sin tiempo y, si mis pensamientos estaban en lo cierto, Selene estaba allí con un depredador, porque si lo hacía una vez, probablemente lo habría hecho más veces, así que en un arrebato de furia cogí impulso y me lancé con toda la fuerza que fui capaz de reunir hacia esa puerta, destrozándola al primer golpe y dañándome ligeramente en el hombro al hacerlo, aunque en aquel momento la adrenalina evitó el dolor y solo sentí un ligero tirón tiempo después.

El hombre trataba de retener a Selene, quien gimoteaba y trataba de apartarlo. La imagen me revolvió el estómago pero me contuve, caminando a grandes zancadas hasta el fondo de aquel callejón y arrojando al hombre con una fuerza que no sabía que tenía a varios metros de mi amiga.

—¿Te ha hecho algo?— Tomé su rostro entre mis manos y vi como el rostro de Selene se llenaba de lágrimas mientras ella negaba y se lanzaba a mis brazos, descompuesta.

La apreté con fuerza contra mi pecho y noté como ella alzaba la vista para mirarme y me apartaba de golpe, sorprendiéndome.

—¡Alec cuidado!— me advirtió, dándome tiempo a reaccionar y darme la vuelta antes de que el hombre me golpeara con una punta de hierro que había tomado de los cubos de basura llenos de escombros que había en el callejón.

Lo agarré del brazo y le arrebaté el arma, lanzándolo lejos y aprovechando su confusión para golpearlo en la cara, rompiendo su nariz. El hombre retrocedió torpemente y trató de golpearme, pero yo le asesté un puñetazo en el estómago que lo lanzó directo hacia los cubos de basura, y entonces, todo pasó demasiado rápido. El hombre tropezó con el borde de uno de los contenedores y cayó directo hacia los escombros, donde se golpeó la cabeza con un hierro y finalmente cayó, con un fino hilo de sangre saliendo de su boca.

Selene y yo nos miramos aterrados, palideciendo. Sabía que solo había una cosa que pudiéramos hacer así que la hice. Me aproximé al hombre y tomé un trozo de bolsa del contenedor, trozo que usé para cubrirme la mano y no dejar huellas, acto seguido coloqué dos dedos sobre su arteria aorta y esperé. Un segundo, dos, tres.

—Dime que...— murmuró Selene.

—Está muerto— sentencié— lo he matado.

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