Capítulo I

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Las llantas del carruaje generaban estruendos contra las piedras del camino, mientras que el galopear de los caballos hacía de esto una compañía sonora bastante ruidosa que congeniaba con la noche lluviosa.

Desde que había llegado al pueblo, era notable la carencia de modernidad y tecnología del siglo XX; lo único más avanzado que logró ver fue el tren que lo trajo hasta aquí; de allí en más, puede que una radio del oficial en turno en la estación. La única explicación razonable que obtuvo fue que el pueblo no contaba con los recursos económicos para modernizarse, puesto que era más un lugar ocupado por ancianos o un sitio vacacional no muy concurrido y si se mantenían en pie aún era por el viñedo. 

Lugar al que ahora se dirigía.

Un suspiro exhausto se dejó escuchar dentro del carruaje. Era la séptima vez que escribía esa carta, pero las severas sacudidas del viaje causaban que la tinta de su pluma se derramara más de una vez sobre el papel, dejando manchas o rayones no intencionales. Decidió mejor guardar sus materiales dentro de su maleta, para después descansar su cabeza contra el respaldo, cerrando sus ojos. Sería mejor esperar a llegar al lugar para escribir una carta a sus amigos simbolizando que ha llegado sano y salvo. Además, adjuntando el porqué les hablaba desde ahí y no desde el teléfono; pues para colmo suyo, el único teléfono del pueblo estaba cerrado por las altas horas de la noche y desconocía si el lugar al que se dirigía tuviese uno propio.

Supongo que ellos tendrán que esperar.

No mucho tiempo tuvo que pasar para que llegara a su destino. Una vez que bajó sus maletas hacia la puerta principal con ayuda del cochero, dio un vistazo desde el jardín a la gran fachada de la mansión de estilo gótico: probablemente del siglo XIX. Menos mal llevaba un paraguas, si no estaría completamente mojado después de pasar un buen rato bajo la lluvia observando con admiración aquel lugar.
Sus ojos se enfocaron en una ventana donde se podía divisar una figura detrás de las cortinas. Era esbelta, y aunque no podía descifrar del todo su figura, lo que sí resaltaba era una cabellera tan blanca como la nieve.

—"¡Hey, tú!" — dijo alguien, voz proveniente de la entrada. — "¿piensas quedarte ahí toda la noche?"

Aesop se sobresaltó por la repentina intromisión en sus pensamientos, volteando a ver a la figura femenina que aguardaba pacientemente a que él se acercara. Echó un último vistazo a la ventana, descubriendo que aquella figura no se encontraba más.

Con paso apresurado, mas no descuidado por temor a resbalar, se acercó a la puerta en donde pudo reconocer las facciones de la mujer que lo esperaba: portaba un vestido largo y negro, con un delantal blanco con encaje, cabello recogido para que a la hora de maniobrar este no estorbara.

—"Parece que has recorrido un viaje muy largo; ven, te guiaré a tu habitación."

El joven de cabellos grises asintió. Antes de poder agarrar sus maletas, una mano se acercó hacia él; nada más ni nada menos que de la mujer.

—"Emily Dyer, bienvenido a la mansión Desaulniers."

Sin más que decir, Aesop toma la mano de la fémina y realiza un pequeño intercambio de estrechón de manos.

—"Aesop Carl," — contestó, con un tono monótono. — "Gracias, claro, por la bienvenida."

Una cálida sonrisa recibió como respuesta.

...

La mujer realizó un gesto con la cabeza indicando que más adelante estaba su habitación, en el segundo piso. Al abrir la puerta, permitió primero el paso del hombre para que pudiese acomodar sus maletas dentro del cuarto, el cual no pasaba de veinte metros cuadrados, pero tenía una pequeña ventana que daba a la parte trasera de la mansión: donde se podía ver un jardín con una fuente en su centro.

—"Todos los empleados, excepto por los jardineros, viven en el segundo piso en esta ala." — explicó la mujer que estaba detrás suyo, manos entrelazadas y descansando sobre su delantal. — "la ala Este es para los invitados, pero por el momento no tenemos ninguno. Mañana te explicaré más del lugar, por ahora descansa y acomódate, Aesop."

Una vez más, como de costumbre suya, el joven sólo se limitó a asentir en respuesta. No estaba familiarizado a expresar palabras más allá del 'gracias' y un saludo dependiendo del día. Pero al parecer, las cortas contestaciones del hombre no parecían ser una molestia para la fémina pues no exigía más réplicas, lo que lo alivió un poco.

Existían muy pocas personas que lograban sacar más conversación con él, pero fue gracias a una tonelada de tiempo y confianza que pudo sentirse cómodo para conversar con ellas. Puede que con el tiempo, lograse lo mismo con aquella mujer.

—"Te ofrecería algo de cenar, pero lamentablemente estamos cerca del toque de queda y se nos tiene prohibido salir después de la medianoche."

—"¿A qué se debe eso?" — preguntó, levantando la mirada que una vez estaba reposando sobre la simple cama para evitar el contacto visual que ahora ejercía.

—"Son simples órdenes del Señor, nosotros solo seguimos lo que ordene."

Hubo un silencio, uno que pareció ser un eternidad, pero solo fue por unos segundos mientras Aesop meditaba la respuesta. Una vez más, mirada regresó hacia la cama.

—"Comprendo."

¿Por qué habría toque de queda en este lugar?

Preguntas que se hacía así mismo no hacían más que despertar su curiosidad.

Aunque no le agradara mucho la idea del toque de queda, no había vuelta atrás; ya estaba aquí. Regresar a donde provenía solo le causaría más problemas y no podría soportar la vergüenza de ver a sus amigos, aunque probablemente lo recibirían con entendimiento.

Tenía que hacerle frente a la situación, todos habían formado una vida y él se estaba quedando atrás. Él trabajaría por ahora en este lugar, hasta conseguir el suficiente dinero para abrir su propia funeraria: un sueño que tiene desde pequeño, desde que su madre falleció y aquel hombre lo acogió. Ahora solo tocaba relajarse y no pensar en lo peor.

¿Qué podría pasar?

—"Te dejo para descansar."

Cuando la mujer parecía desvanecerse detrás de la puerta, el joven optó por empezar a desempacar sus pertenencias. Esperó escuchar el click de la perilla cerrándose, pero cuando después de varios segundos no hubo ninguna señal de ello, decidió voltear a la puerta para ver lo que sucedía. Sólo para encontrarse con la mirada de la fémina, examinándolo; lo que le generó un sentimiento de incomodidad.

—"Una vez que toque la campana," — comenzó, Aesop escuchando atentamente. — "no salgas, ni por curiosidad... ¿entendido?"

Podía sentir el temor y preocupación de Emily en el aire, no hacía falta ver su rostro para saber que arrugaba el ceño y sus labios formaban una línea delgada; como si estuviese reteniendo las palabras.

¿Habría algo que él debía saber?,  ¿o era acaso que ella sabía algo que los demás no? Sea lo que sea, parecía atormentarla.

—"...Buenas noches, joven Aesop."

—"Buenas noches, Emily."

La mujer cerró la puerta detrás de sí, Aesop aún observando la puerta hasta que vio que la sombra de la mujer desapareció por el pasillo. No mucho después, las luces de afuera se apagaron; una puerta se escuchó cerrar a la lejanía, y con ello el tintineo de una campana le siguió.

Le había bastado oír las palabras culminadas de temor para saber que tenía qué hacer y qué no en ese momento.

Con un final respingo, se dispuso a acomodarse en sus aposentos. Una vez que su cabeza tocó la almohada, se dejó llevar por los brazos de Morfeo.

...

Nunca esperó que la vida en el viñedo fuera bastante complicada. A simple vista había deducido que al ser un sitio bastante tranquilo, sin invitados de honor o siquiera la presencia de su señor con exigencias de tratos de sus empleados, lo único difícil de realizar sería la limpieza. Bastante fue su asombro que, aparte de las principales tareas dentro de la mansión, también tendrían que encargarse del manejo del viñedo.

Todos los empleados se dividían por categorías: los cocineros, los encargados de la limpieza, los jardineros y un pequeño grupo que ayudaba con parte de la limpieza y el manejo del viñedo.
Extrañamente, pertenecía a ese grupo, parecía no haber cierta preparación a la hora de designar las tareas.

Aunque no sabía absolutamente nada de operaje de un viñedo, grande fue su alivio cuando solo se le encomendó una sencilla tarea: revisar y entregar cartas o papeles al supervisor.

Emily se había encargado de enseñarle el lugar y cada uno de los empleados que trabajaba ahí. Incluso su ahora superior, un hombre que portaba un sombrero de copa que hacía verlo más alto de lo que ya era.

—"Conque tú eres el nuevo."

Aesop asintió. El hombre de cabellos oscuros como la noche, se levantó de su silla detrás del escritorio para darle una mejor vista al ahora ansioso joven que no dejaba de observar sus propias manos.

—"Supongo que Emily ya te habrá explicado qué hacer y las reglas básicas de por aquí, ¿no?"

Otro asentir realizó el de orbes grises, mirada rápida lanzó hacia al hombre más alto que ahora estaba frente suyo con las manos detrás, expectante a cualquier movimiento que hiciera. 

¿Tendrá problemas? espera que no, reza que no; su situación siempre había sido un problema para los demás.  ¿Qué había de malo en él? no lo entendía, y no entenderlo le causaba más conflicto consigo mismo. Él se veía normal, se sentía normal; pero la gente lo veía con ojos diferentes, exigiéndole cambiar algo que no se podría nunca.

Eso lo frustraba.

—"Hey, ¿acaso te mordió la lengua el gato~?" — dijo inmediatamente el hombre de sombrero, casi soltando una carcajada para aliviar el momento tenso que se había formado.

—"El señor Jack puede dar miedo a veces, pero no puede matar ni una mosca. No te preocupes."

Aesop giró para ver a la mujer recargada sobre la puerta, con las manos detrás suyo y una sonrisa serena. Verla así le brindó un poco de calma y regulación al flujo de pensamientos.

—"Oh, hiere mis sentimientos señorita Emily." — agregó Jack, llevando mano al pecho fingiendo dolor en él. — "Puedo dar bastante miedo."

—"Deje que el joven Naib lo escuche," — respondió, mientras negaba con la cabeza. — "y seguro se partirá de risa."

Se escuchó un tsk por el hombre; Aesop solo observaba la conversación con curiosidad, había un nombre que no reconocía, pero que temía por preguntar.

Cierto, ¿cuándo conocería al señor? No es que le importara mucho, pero quería confirmar si aquella figura que vio en la noche se trataba de su amo.

—"¿Qué pasa con el Señor?"

Y ahí estaban, otra vez esos rostros que tanto le perturbaban.
Era como si hubiera tocado un tema tabú, algo que de solo mencionarlo generaba disgusto e incomodidad.

¿Por qué siempre tenía que meter la pata?

—"Nadie conoce al señor." — de pronto, se escuchó la voz del hombre ahora evitando la mirada del joven contrario. — "El señor lo prefiere así y así será."

Emily se limitó a asentir lentamente. Aesop comprendió que no debía preguntar más del asunto porque lo único que recibiría en contestación serían las mismas palabras.

—"Por lo tanto, Aesop," — pausa realizó, elevando pecho mientras inspiraba aire fuertemente para soltar las siguientes palabras. — "es importante que no te acerques al tercer piso."

Una cosa más a la lista que deseaba saber.

Ahora que lo recuerda, ¿no estaba aquella ventana en el tercer piso? aquella ventana donde vio una figura alta; una figura con cabellos níveos; una figura que gritaba su nombre.

¿Qué podría pasar?




Sin darse cuenta, cuando se dirigía al comedor después de una plática intensa y presentación algo incompleta; unos ojos azules lo acechaban desde la planta alta de la mansión.

Como cazador observando a su presa.

Oh, si tan solo supiera el pequeño ratoncito gris, que toda su vida ha sido observado y guiado hasta aquí.

A los brazos de él.


Solo faltaba convertirlo en su amante eterno, una mordida en el cuello y su vida estaría dedicada a él: como el resto de sus sirvientes. ¿La diferencia? Aesop sería solo para él.

Pensarlo solo lo emocionaba más.

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