1;; El comienzo del apocalipsis

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◤El comienzo del apocalipsis◢


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El sol brillaba resplandeciente en el despejado cielo invernal. Las calles del pequeño pueblo de Neja, Zorcala, se encontraban en calma como de costumbre, con el único sonido del piar de los pájaros y el maullar de algún que otro gato resonando por la pequeña localidad.

Era una tarde preciosa...

O lo habría sido de no ser por la multitud de zombies que perseguía a un asustado grupo de siete personas por una de las calles principales.

—POK, CORRE MÁS COÑO —exclamó una de las dos únicas chicas del grupo, de pelo por los hombros y castaño vestida con un jersey gris, tirando del brazo del mencionado.

—¡Voy lo más rápido que puedo, Gem! —lloriqueó Pok, un chaval menudo de pelo rubio pegado a la frente debido al sudor.

Los zombies, en realidad, eran muy lentos. Pero nuestros protagonistas estaban asustados (o eran imbéciles), así que dejemos que continúen con su carrera.

—¡Por aquí! —exclamó Jay, el mayor del grupo, girando una esquina.

Los seis le siguieron, encontrándose con un camino de escaleras que bajaron velozmente y a trompicones.

Las escaleras conducían a una de las varias plazas del pueblo, la Plaza de las Verduras, a la que llegaron enseguida. Pararon entonces en seco para descansar y se giraron. Los zombies bajaban las escaleras también... O por lo menos lo intentaban: se daban empujones, tropezaban y caían para luego levantarse muy lentamente, y siempre sin dejar de hacer esos ruiditos tan raros típicos de los zombies. Uno de ellos resbaló y comenzó a rodar por los escalones hasta llegar a donde estaban los chicos, que retrocedieron.

—¡BUARG! —exclamó la otra chica, Elle, abrazándose a Gem. Elle era algo más alta que su amiga, de pelo más largo y liso.

Sully, el más alto de todo el grupo, esbozó una mueca de repulsión y, con expresión de repelús, pisó la cabeza del zombie hasta aplastarla y dejando así su zapato lleno de cerebro y esas cosas asquerosas que suelen pegársete al zapato si pisas una cabeza, ya sea de zombie o no.

—Sesos de zombie... —murmuró, limpiándose la suela del zapato contra el suelo.

—Sah —respondió Muto, asintiendo con la cabeza.

—¡Vamos! —Jay volvió a empezar a correr, siendo seguido al instante por los demás.

En aquella plaza se hallaban las casas de Sully y Jay, casi al lado, únicamente separadas por la tienda de cortinas que llevaba el padre de Gem. Todos se dirigieron a la de Jay.

—¿Estaremos seguros allí? —preguntó Hamu, sobándose el rubio flequillo con nervio.

—No estamos seguros en ningún sitio —gimió Muto, con el rostro entre las manos.

—Puto Muto... Siempre estropeándolo todo... —murmuró Gem.

Subieron las escaleras del portal, jadeantes y sudando. Al llegar a la puerta de la casa de Jay, este llamó con los nudillos suavemente.

—¿Abuela? ¿Papá? —preguntó, tras unos segundos sin respuesta. Llamó de nuevo, pero algo más fuerte— ¿Estáis ahí? No sé si os habéis dado cuenta de que hay una especie de apocalipsis zombie allí fuera... Y nosotros no estamos infectados, por lo que no sería muy gracioso que algo nos pasara. ¿Podemos entrar?

La puerta se abrió entonces, haciendo al grupo suspirar de alivio. Pero los suspiros se volvieron chillidos cuando vieron, con horror, quien había abierto: era una especie de perro humanoide que se sostenía sobre las patas traseras, casi tan alto como Sully y Jay, que observaba a todos con sus ojillos brillantes. Su pelaje había adquirido un extraño tono verdoso y tenía varios mordiscos por todo su cuerpo.

—Wouf —dijo.

—¡¡¡KYAAAAA!!!

Jay le cerró la puerta en las narices (más bien en los hocicos) y salió corriendo junto a los otros, escaleras abajo.

—¿¡ERA KIMARA!? —reguntó Hamu con espanto, refiriéndose a la perra de Jay.

—¡Eso creo! —sollozó este último.

—¿Quién ha podido...? —comenzó a decir Pok.

—Deben haber sido mi padre y mi abuela... ¡demonios!

De nuevo en la plaza, volvieron a correr. El lugar estaba desierto, pero los aullidos de los zombies se escuchaban aún en la distancia.

—¿¡A dónde vamos!? —jadeó Elle.

—¡La tienda...! —recordó Gem.

Era por la tarde, así que la tienda de su padre debía estar abierta. Ella misma había visto a este marcharse a trabajar horas antes.

Afortunadamente, la pesada puerta de hierro y cristal del local se abrió con un simple empujón. Si el padre de Gem siguiera ahí, la habría cerrado para resguardarse del peligro...

Entraron a la tienda y cerraron con pestillo. Antes de hacer nada, registraron todo el lugar para asegurarse de que no había ninguna amenaza, y luego se sentaron todos en uno de los colchones de los que se vendían allí.

—Demonios... —Pok resopló y se abrazó las piernas— Qué intenso.

—Sah —respondió Muto porque sí.

—¿Estará mi padre bien...? —susurró Gem, aparentemente preocupada.

—Seguro que ha ido a buscaros a ti, a tu madre y a tu hermana —la consoló Jay, dándole unas palmaditas en la espalda—. Fijo que los tres están bien, escondidos en tu casa.

—De todos modos, ¿cuánto hace que empezó esto? —reflexionó Sully— ¿Una hora? ¿Dos, tal vez? No puede haber muchos infectados.

—¡Pero si nos perseguían casi 100 zombies allí afuera! —chilló Muto.

—Muto, tío —le dijo Hamu—, eran como 10.

—¡Demasiados!

—¿Y qué vamos a hacer? —Elle se abrazó a sí misma y apoyó la cabeza en el hombro de Gem.

Nadie respondió.

Al rato, Jay suspiró y se levantó.

—Preparemos las cosas para esta noche. Ya pensaremos una solución mañana.

—¿Dónde vamos a dormir?

Todos se giraron a Muto, que era quien había pronunciado aquella pregunta.

—Muto —respondió Gem— estamos en una tienda de colchones, mantas y cortinas. ¿Dónde crees tú que vamos a dormir?

Muto se encogió de hombros y también se puso en pie.

—Yo te ayudo, Jay.

El grupo al completo se puso manos a la obra.

Aquella sería una larga noche...


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