10;; Las niñas de 10 años también saben torturar

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Las niñas de 10 años también saben torturar


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—Joder... —gruñó Sully al despertar. Le dolían varias partes del cuerpo y se encontraba tumbado en un incómodo suelo bastante frío. Donde quiera que estuviera, estaba completamente a oscuras, así que no se atrevió a mover ni un pelo.

Esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad del lugar, pero al ver que no había ni un haz de luz que le permitiera esto, se atrevió a incorporarse con dificultad, apretando los dientes. Sentía un fuerte escozor en el labio inferior, y cuando se llevó el dedo índice a este, lo notó algo húmedo.

—Por lo menos podrían haber puesto una lamparita o algo. No se ve una mierda...

Olvidando sus dolores musculares se puso en pie, esbozando muecas. Una vez levantado, empezó a dar cortos pasos con las manos por delante, intentando dar con algo.

Tras unos segundos, chocó contra un objeto que le llegaba a la cintura. Empezó a recorrerlo con los dedos, y tras revisar un poco, llegó a la conclusión de que era una especie de mesa o pupitre. Se guió de los bordes de este hacia la derecha, y cuando el mueble hubo acabado, dio con una pared. Sonrió para sus adentros e inspeccionó la lisa pared, hasta que de repente se topó con algo que sobresalía un poco de esta, con forma cuadrada.

—Bingo —murmuró, presionando lo que identificó como un interruptor.

Cerró los ojos cuando la lámpara de techo empezó a desprender luz, y permaneció un rato así hasta acostumbrarse. Una vez dejó de molestarle, despegó los párpados.

—Pero qué...

Se hallaba en una habitación no muy grande de paredes rosas revestidas por dibujos, pósters y fotografías. A su lado se encontraba el escritorio que anteriormente había estado tocando, con algunos libros y libretas encima y sobre el que se sostenía un pequeño estante de libros completamente desordenado. A su izquierda pudo ver una litera, con ambas camas deshechas y una de ellas con un enorme montón de ropa sobre las colchas. Además, frente a él se hallaba una ventana cerrada que no dejaba pasar la luz del exterior.

—Joder —repitió, llevándose las manos al pelo—. ¿Qué es esto?

De repente, reparó en una foto que decoraba una de las paredes en la que se veía a los miembros de La Madriguera sentados en un banco de la Plaza de las Verduras. Sully alzó una ceja y se rascó la barbilla.

—¿Un miembro de La Madriguera a quien le guste leer, dibujar y comparta habitación...? —De pronto, algo hizo click en su cabeza— Venga ya... ¿Gem?

Repentinamente, la puerta de la habitación se abrió, haciéndole sobresaltarse. Se volvió sobre sí mismo, encontrándose cara a cara con una zombie de aspecto serio y arreglado.

—Eh... —Sully se rascó la nuca— Hola, Eve.

Ella alzó las cejas y emitió unos sonidos que indicaban su molestia.

—Disculpe, señora madre de Gem.

Eve asintió y le hizo un gesto para que la siguiera al exterior del cuarto. Él tragó saliva y obedeció, aunque sin acercarse demasiado a la mujer.

Recorrieron un corto pasillo que Sully conocía de un par de visitas que había hecho a la casa junto al resto de La Madriguera hasta llegar al salón, donde para su desagrado se encontraba Red, sentada en un sillón de color granate.

Al verlos llegar, la niña sonrió y se levantó.

—Bienvenido a mi casa —lo saludó—. Por favor, siéntate.

Le indicó que tomara asiento en el sillón del que acababa de levantarse. Sully se giró a Eve, que había cerrado la puerta tras de sí, y luego volvió a mirar a Red. ¿Qué tenían planeado...?

Dubitativo, caminó hacia el sillón, pasando junto a la pequeña. Ocupó asiento lentamente, sin despegar la mirada de la hermana de su amiga, y apoyó las manos en los brazos del sillón. Era... bastante cómodo.

—¿Qué pretendes hacer? —preguntó, intentando parecer valiente.

Ella le sacó la lengua y chasqueó los dedos. De golpe, de los brazos del sillón brotaron dos cintas metálicas que envolvieron las muñecas de Sully, haciéndole soltar una palabrota por la sorpresa.

—Verás, pueeede ser que te mintiera un poco antes —rio, sentándose en una silla que Eve le acercó—. ¿Recuerdas cuál era nuestro trato?

Sully intentó levantarse, pero más cintas le rodearon los tobillos y el cuello, inmovilizándole por completo.

—Fíjate.

Eve tomó un mando a distancia y apretó el botón de on, haciendo que la televisión parpadeara para luego encenderse. Al instante, sobre la pantalla apareció una imagen del resto de los miembros de La Madriguera y Marso, sentados en el suelo de la tienda de golosinas de La Ensaimada. Sus labios se movían, pero no se escuchaba nada.

—No hemos conseguido sonido, pero con esto es suficiente... —le explicó Red— Míralos, parecen preocupados y todo por ti.

Efectivamente, todos tenían expresiones de preocupación en el rostro, y Gem incluso se encontraba con la cara hundida entre las manos.

—¿Qué vas a hacerles? —gruñó Sully.

—Oh, no te preocupes. Aún nada. Dejaré que ideen un maravilloso plan para venir a rescatarte, y en cuanto salgan al exterior, mis zombies les atacarán y fin.

—No te atrevas a...

—Ah, pero no te creas que me he olvidado de ti... —continuó ella, sin hacerse caso. Dio un par de palmadas y su madre se le acercó con el mando aún en la mano. Se lo tendió a la chica, que lo tomó con cuidado— Cada vez que abras tu boquita, pulsaré este botón —dijo, señalando el mencionado botón— y te puedo asegurar que no querrás hacerlo de nuevo.

Sully frunció el ceño.

—Eres una hija de...

Red pulsó el botón. De pronto, las cintas metálicas desprendieron una fuerte descarga eléctrica al cuerpo de Sully, que gritó de dolor. Duró tan sólo un par de segundos, pero para él fueron como una eternidad.

—¿Qué, te gusta?

Tuvo que morderse el labio para no contestar. Quería bajar la mirada para no ver ni a las zombies ni el televisor, pero el agarre de su cuello se lo impedía.

—Pues prepárate... —le dijo Red, sonriendo y tumbándose en el sofá del salón— Porque estoy casi segura de que no vas a permanecer mucho tiempo callado en cuanto veas como tus amigos van muriendo uno por uno.


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