6;; En busca de comida

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En busca de comida◢


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—Og... Madre mía... —Marso se llevó una mano a la cabeza y sacó la lengua— Me sabe la boca a sesos... Menudo asco...

Con ayuda de su hermano se levantó con algo de dificultad.

—Marso, ¿estás bien? —preguntó Hamu, sosteniéndola.

—Sí, tranquilo.

—Nunca pensé que te cogerían. Ay Dios, ¿te duele algo?

—No, en serio, estoy bien.

—Dios mío del señor bendito de Jerusalén, puedes haber sufrido daños psicológicos...

—QUE ESTOY BIEN HAMU.

—Casi mato a Marso... —susurró Pok, agarrándose la cabeza con ambas manos— ¡Casi mato a la pobre Marso...!

—No te preocupes, Pok —le consoló Elle, dándole palmaditas en el hombro—. No podías matarla porque ya estaba muerta.

—Ay... Necesito sentarme... —tartamudeó el chico, apoyándose en el mostrador.

—¿Qué ha pasado, Marso? —dijo Hamu cuando creyó que la chica ya se encontraba menos mareada— ¿Por qué estabas aquí? ¿Cómo te cogieron?

—No tengo ni idea... —murmuró Marso— Lo último que recuerdo es haber venido a comprar la cena.

—¿Comprar la cena en una tienda de chuches? —dijo Elle.

—Sí, supongo.

—Mirad el lado positivo: ya tenemos claro del todo que el chocolate funciona— observó Pok, sintiéndose algo mejor.

Sus dos compañeros asintieron.

—Hamu, ¿dónde están los demás? —Marso miró a su alrededor, buscando más gente— ¿No habíais quedado toda La Madriguera? ¿Y Sully, Jay y Gem?

—Nos separamos al vernos atacados por unos zombies. Deben venir en cualquier momento, hemos quedado en vernos en La Ensaimada.

—Mientras esperábamos, decidimos escondernos aquí y de paso hacernos con más chocolate. Sirve como cura para los zombies, como has podido comprobar —explicó Elle.

—Oh, ya veo.

Una vez Pok y Marso se recuperaron completamente, los cuatro tomaron bolsitas de plástico y empezaron a llenarlas con bombones, lacasitos, chocolatinas, huevos de chocolate y todo lo que contuviera chocolate que pudieron encontrar.

—¿Y dónde vamos a llevar todo esto? —preguntó Pok señalando las más de diez bolsas que habían sido capaces de rellenar.

Todos quedaron en silencio y se miraron entre ellos. Ninguno llevaba mochilas ni bolsos, y no era buena idea llevar todo aquello en las manos, pues si se veían en peligro necesitaban libertad para poder defenderse.

—Eso no lo había pensado... —dijeron Hamu y Elle casi al unísono.

No quiero aburriros con la media hora de discusiones que tuvieron, intentando encontrar un modo de cargar con todo el chocolate de manera eficaz, así que nos situaremos a menos de un kilómetro de su paradero. Mientras nuestros intrépidos aventureros hacían lo imposible por resolver tan difícil cuestión, Jay y Gem se encontraban subiendo una empinada cuesta que unía la papelería de la Plaza de las Verduras con la tercera plaza del pueblo, "El Tejero", que se situaba unido a La Ensaimada por una larga calle principal.

—¿Estará el supermercado abierto? —pensó en voz alta Jay.

—No, no tengo ganas. Gracias —musitó Gem, con el libro abierto entre sus manos y sin dejar de leer.

—Bueno, si no lo está, siempre podemos romper algún cristal y entrar de forma ilegal. No sería la primera vez en el día.

—Ahora no puedo, estoy leyendo. Luego a lo mejor.

Jay rodó los ojos y decidió permanecer en silencio a quedarse hablando él solo. Subieron la cuesta sin decir ni una sola palabra más, hasta llegar a un pequeño supermercado. El mayor sonrió y paró a Gem del brazo para que dejara de caminar, pues iba tan concentrada en su lectura que ya no sabía ni dónde estaba.

—Hey, está abierto. Deja de leer y entra a por comida —le dijo, arrebatándole de golpe el libro.

—¡Oye, dame eso! —exclamó Gem, dando saltos para intentar alcanzar el manuscrito.

—Cuando volvamos a la papelería te lo devolveré —dijo él, guardándoselo y empujando la puerta de la tienda.

(Jay no sé dibujarte sorry ;-;)


Al entrar, se agacharon a la vez y observaron con cautela para asegurarse de que no había ningún peligro. Una vez pareció que se encontraban perfectamente a salvo se incorporaron y comenzaron a recorrer los pasillos del local.

—Tampoco cojas muchas cosas —dijo Jay antes de separarse de su acompañante—. Hazte con lo necesario para matar un poco el hambre de todos, no podemos ir muy cargados.

—Oky.

La chica tomó un par de botellitas de café frío, un paquete de galletas y algunas bolsas de patatas y golosinas. Con cuidado de que nada se le cayera, lo llevó todo a caja y empezó a meter cosas en bolsas de plástico.

—¡Jay!, ¿te queda mucho? —dijo en voz alta, ya lista.

Como respuesta, recibió un desagradable grito procedente de su amigo. Pegó un bote y dejó las bolsas caer al suelo.

—¡Ya voy, Jay! —gritó, empezando a correr— ¡Ten cuidado de que nada malo le pase al libro!

La chica jamás habría imaginado que el único gran peligro al que se enfrentaba Jay en ese momento era al amor. 

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