· Capítulo once ·

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¿Ethan y Ryan me estaban escribiendo al mismo tiempo?

¡¿QUÉ LE PASA AL MUNDO?!

¿Me perdí de algo? ¿Una bomba atómica invisible estalló haciendo que ahora todo esté de cabeza?

¿Cómo debía contestar? Muchas preguntas para una sola cabeza.

—Cálmate Jane, respira. No es nada del otro mundo, ¿verdad?

—¡POR SUPUESTO QUE SÍ LO ES! —contestó mi cabeza.

—Cállate cabeza, no ayudas.

Llamé rápidamente al chófer y me detuve en un paradero de autobuses. Abrí Instagram, con la esperanza de armarme de valor y responder algo. ¡Cómo me gustaría la ayuda de alguien para no meter la pata en esto!
¿Daniel estará disponible? Necesitaba a mi enciclopedia masculina.

@jana.beth_
¡DAN! ¡DAN! Necesito a mi enciclopedia masculina.

@smith.d
Estoy aquí.
¿Qué pasa?

@jana.beth_
Algo muy raro. Me escribió Ryan Maclean.

@smith.d
¿Para una tarea o...?

@jana.beth_
No lo sé. Solo puso un "Jane...".

@smith.d
Entonces averigua lo que quiere. ¿Cuál es el problema?

@jana.beth_
También me escribió Ethan Dalaras.

@smith.d
Ah.
Bueno, también averigua lo que quiere. Relájate, nada más.
Por Ethan puedo entenderlo, pero es solo Ryan, Jane. No querrá nada más que la tarea.

@jana.beth_
¿Por qué Ethan?

@smith.d
¿No que te gusta hace tiempo?

@jana.beth_
¿Y eso quién te lo dijo?

@smith.d
Kristen.

Maldita. Debí suponer que se lo diría a medio mundo, me pregunto si también mencionó mi diario digital en donde tenía mis más locas fantasías. Si lo hizo, voy a colgarla de los pies con una cadena, a la antigua, como en Hogwarts.

@smith.d
Cuéntame lo que te digan, ¿vale?

@jana.beth_
OK. Vieja chismosa.

Apagué el teléfono al subirme en la camioneta, mientras formulaba una respuesta para estos dos especímenes.

De repente la puerta contraria a la mía se abrió haciendo que gritara. ¡Un asalto! Francis sacó gas pimienta de su bolsillo y apuntó hacia el asiento de atrás, rociando al agresor

—¡JANE, SOY YO! —dijo Kristen sentándose en el auto mientras se tapaba la cara con sus antebrazos evadiendo el gas pimienta.

—¡¿KRISTEN?! —Saqué un poco el pelo de su cara para confirmar que era ella—. ¡¿Qué ocurre contigo?!

—¡Llamaré a la policía! —dijo Francis guardando el gas pimienta mientras sacaba su teléfono y comenzaba a marcar.

—¡NO! —exclamamos las dos al tiempo.

Hice que Kristen cerrara la puerta del auto, guardando silencio.

—¿Qué te pasa Kristen? ¡Te volviste loca!

—¿Tú qué haces? Necesitaba pillarte con las manos en la masa.

—¿Qué manos en la masa? ¡¿DE QUÉ HABLAS?!

—Señorita, le pido que abandone el vehículo o me veré obligado a llamar a la policía.

—Francis, está bien, es mi amiga. —Que debería llevar al psiquiátrico, pero es mi amiga.

—¿Conoces al taxista?

—¿Disculpe? —Volteó a mirarla con el ceño fruncido—. Francisco Acosta, chófer de la señorita Janabeth

—¿Chófer? ¿Tu mamá te contrató a un chófer personal?

—¡No! Francis, espera un segundo.

—¡Explícate, Jane! —reprochó Kristen golpeando mi antebrazo

—¡KRISTEN, ESPERA UN MINUTO!

—¿Quiere que la lleve a casa o...?

—Sí.

—¡NO! —exclamé tapando la boca de Kristen—. Tú te callas.

—¿Por qué no? Tu mamá podrá explicar todo y de pasada tú también me explicas qué está pasando entre Daniel y tú.

—¿Daniel? ¿Qué tiene que ver Daniel?

—Señorita... —Maldita sea. Lo que había estado pensando hace días hoy tendría que solucionarlo, pero no quiero hacerlo.

—A casa, Francis —ordené negando con la cabeza, lamentándome de tener que hacer esto. Asintió por el espejo retrovisor y encendió el auto.

Llevábamos a penas cinco minutos en el auto, cuando Kristen comenzó a hacerme preguntas nuevamente. No soportaba su voz chillona ni los balbuceos que decía mirando por la ventana con cosas sobre Daniel.

La camioneta olía a gas pimienta. Mis ojos comenzaron a irritarse mucho y a arder. Kristen se quejaba de vez en cuando. Sacó la cabeza por la ventana intentando que el aire pasara el ardor. También bajé la ventana e intenté calmarme con el aire que revolcaba mi cabello y helaba mi rostro.

—¿Por qué vamos por aquí? ¿Jane, por qué vamos por aquí? ¡JANABETH FOX!

—¡¿Quieres callarte Kristen?! —espeté con la paciencia por el inframundo—. Por aquí es mi casa.

—Pero... Pero...

—Te explicaré todo cuando lleguemos a casa. Ahora solo cálmate un segundo.

Me miró con una cara de pocos amigos y volvió a sentarse en su lugar recibiendo el helado viento de la tarde.

Subimos esa gran colina alejada del centro de la ciudad, en dónde el bosque se hacía presente y lo único que lo dividía era una gran reja negra de tres metros, con dos porteros de seguridad en una cabina a cada lado del mismo.

Mi hogar era en Weeks Hill.

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