Tras puertas cerradas

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Redding, California

1898

Sofia Alvarita Cervantes Rosado se sienta en el salón del Sr. Takashi Shirogane con el distintivo sentimiento de que no debería estar ahí.

Esta sola en el sofá rojo, sudando a través de su vestido de percal con el calor del verano. Varias pinturas de oleo en marcos dorados le observaban con frio rechazo, y aunque ya era bien pasada la tarde, las pesadas cortinas de terciopelo estaban bien cerradas sobre las espaciosas ventanas. La habitación era iluminada únicamente por unas cuantas lámparas de aceite, llenaban el cuarto con el olor a sulfuro y emitiendo alargadas sombras danzantes sobre las paredes.

Había estado esperando por lo que se sentía como una pequeña eternidad cuando la pesada puerta de caoba se abrió y para su sorpresa su posible patrón apareció. Sofia no sabía que se estaba esperando, pero no era aquel guapo, elegante, desconcertante hombre joven que la recibió.

"Hola," dijo en una profunda voz aterciopelada con ningún acento en absoluto. Había una larga cicatriz marcada sobre el puente de su nariz, del color de los marchitos pétalos de una rosa. "La señorita Marisol me dijo que estas en completa necesidad de un empleo."

Rápidamente se levantó, sintiéndose diminuta y tonta bajo los aprensivos ojos helados. "S-sí, señor, Sr. Shirogane, señor. El hombre del pueblo dijo que nadie más estaba contratando, señor, asi que, lamento molestarle, pero me ha enviado con usted entonces –"

"Entonces soy la última opción." Ladeo su cabeza, y tomo asiento en la gran silla opuesta al sofá. Ella le observo nerviosa, aun de pie. Esta era una reunión extraña, y bastante informal, decidió. Los patrones solían enviar mediadores; ellos no contrataban a las criadas por su cuenta. Esto parecía demasiado personal.

Rápidamente recordó al jefe que intento ponerle las manos encima a su madre y tembló, orando silenciosamente para no encontrarse el mismo destino aquí.

"No, señor," susurró. "Justo la única opción, señor."

"Tienes miedo." Suspiro él. "¿Qué dicen de mi en la ciudad hoy en día? Adelante, está bien que me digas."

Ella trago. "Que...podría ser un criminal, señor; parte de la mafia."

El Sr. Shirogane se recargo en su asiento y elevo una ceja inquisitiva. "Poco original, aunque intimidante."

"Y un demonio, señor," añadió ella, apenas audiblemente, sus brazos fijos firmemente a su costado.

"Un demonio," repitió él y río. "Siéntese, Señorita Sofia. Veo que es una mujer de fe." Ella toco la deslustrada cruz de plata en su cuello y asintió firme. "Si, señor. Soy católica. ¿Es...es un hombre de fe, señor?"

"No," dijo el Sr. Shirogane. "No se práctica el catolicismo de dónde vengo, y desafortunadamente, si hay un dios, no ha hecho saber de su presencia en mi vida."

Ella jadeo. "¡Pero claro que hay un dios, señor!"

"Mm." El negó la cabeza. "Señorita Sofia, quisiera ofrecerle una posición en mi hogar, pero me veo obligado a advertirle que esta propiedad es inusual en muchos modos. Vera cosas extrañas aquí y por su propio bien, debo hacerle prometer que no discutirá tales acontecimientos con nadie más. ¿Lo entiende?"

¿Qué elección tenía? "Si, señor," susurro. "Comprendo."

"Bien." Se levanto de la silla e inclino su cabeza hacía ella. "Deberá trasladarse a la habitación de los criados cuanto antes; la señorita Marisol le dará un recorrido. Y, ¿Señorita Sofia?"

"¿Si, señor?"

Le dirigió entonces una mirada que recordaría por el resto de su vida, ya que fue la única vez en que vio tanta gentileza en sus ojos. "No hay necesidad de temer aquí. Este lugar podría parecer intimidante al principio, pero créame cuando digo que es uno de los sitios más seguros en varios kilómetros. No sufrirá daño alguno en mi hogar."

Y tuvo razón.

*

Sofia Alvarita Cervantes Rosado tenía treinta y un años y su trabajo en casa del Sr. Shirogane pagaba tan bien que su madre había podido retirarse antes y sus hermanas habían podido ir a la escuela en vez de trabajar en las fábricas que arruinaron la salud de Sofia cuando tenía su edad.

Pero ella sospechaba que la razón de la paga no podía ser explicada sencillamente por la bondad en el corazón del Sr. Shirogane, por tan bueno que su corazón pudiese ser.

Descubría manchas de sangre en las baldosas algunas veces.

El Sr. Shirogane rara vez abandonaba su habitación antes de las cuatro de la tarde cada día.

El Sr. Shirogane había contratado un cocinero, pero no para sí; la comida era únicamente hecha para los sirvientes. Excelentes platillos eran también. Pero ninguna miga para el Sr. Shirogane.

Solamente bebía vino, té o café — una vez, Sofia lo descubrió haciéndose un whiskey de un fino contenedor de cristal, y lo escucho vomitar más tarde esa noche.

Aunque era un devoto jinete, el Sr. Shirogane nunca montaba hasta el amanecer o la noche de acuerdo con los cuidadores del establo, todos los caballos a excepción del semental Kuro estaban aterrados de él.

El Sr. Shirogane no envejecida, de eso estaba convencida. Aunque su cabello iba lentamente tornándose gris, no tenía alguna arruga, ningún rastro de edad y ninguna curvatura a su erguida figura.

Aunque incluso Sofia debía admitirlo, el Sr. Shirogane era bastante atractivo, lo era en una fría manera inalcanzable, como uno de los bustos de mármol junto a las paredes de caoba de su biblioteca. Hecho para ser admirado, no tocado.

No había ninguna dama, y nunca había suspirado por ninguna de las sirvientas. No era tanto un enigma que resolver, sino más un alivio inmenso.

Su fortuna era tan misteriosa como lo era vasta. Ningún hombre de la mafia visitaba la propiedad, pero de vez en cuando el Sr. Shirogane enviaba a uno de los mozos en un vagón hacia el puerto a recoger numerosos envíos. Nadie sabía lo que ellos contenían, y muchachos siempre volvían mareados y confundidos, como sedados.

Había un gato negro que acechaba el terreno de la propiedad, aunque nunca dejaba rastros y algunas veces había una pantera que siempre desaparecía por completo.

El armario de vino en el sótano estaba prohibido a todos los sirvientes. Había una sola llave y el Sr. Shirogane la mantenía consigo en todo momento, nadie más había ido alguna vez. Ni querían hacerlo.

Era difícil no respetar y obedecer al Sr. Shirogane; su conducta era pacíficamente autoritaria, y ella sentía siempre el impulso de atender sus instrucciones incluso si las encontraba extrañas. Los otros miembros de la casa sentían iguales, aunque rara vez comentaban al respecto, quizás temerosos de llegar a ser escuchados.

Y, en cualquier caso, sus pedidos no eran irracionales, ni crueles – el Sr. Shirogane era un buen patrón, a pesar de sus excentricidades y sus actitudes paganas respecto a la religión. A veces incluso podía llegar a ser agradable, aunque sus sonrisas estaban siempre veladas de un persistente dolor y nunca llegaban a sus ojos.

Desde su primer encuentro, ella había notado que el hombre había sufrido y posiblemente aún estuviera sufriendo, y es por esto por lo que encontraba más sencillo confiar en él.

Muchas noches, el Sr. Shirogane regresaba tarde, cada ocasión con un brillo en su mirada y un cometido en su andar que no tenía antes. Su tristeza era diez veces más evidente en aquellas noches.

Una vez, él la atrapo.

Ella se congelo cuando el crujido de su pie cayendo en una baldosa floja resonó por la silenciosa casa, su patrón se giró en su dirección con un lento y calculado movimiento, más felino que humano. Él olfato el aire y murmuró, "Señorita Sofia. ¿Problemas conciliando el sueño?"

"Sólo un mal sueño, señor," respondió murmurando, alejándose del umbral de la puerta. "Lamento importunarlo."

"Parece que tu fuiste la importunada," le dijo, y torció un dedo. "Afortunadamente para ti, conozco una buena cura para sueños malos. Una taza de té de tomillo hace maravillas; venga, le hare un poco."

Si hubiera sido su primer año ahí, o el segundo, o incluso el quinto, habría dado media vuelta para apresurarse de vuelta a las habitaciones.

Pero llevaba trabajando ahí once años por lo que siguió al Sr. Shirogane por la sombría casa hacia la cocina vacía. Olía raro pensó ella. Como polvo y sudor, metal. Hierro.

Puso el té en la hornilla y se sentó, acurrucándose en el banco de la encimera, hiper alerta de su camisón blanco y su carencia del faldón. En contraste el Sr. Shirogane completamente vestido en adecuado atuendo de un caballero adinerado, aunque uno que prefería vestir tanto negro como fuese posible.

"Señorita Sofia," dijo mientras aguardaban el té, "Ha trabajado aquí mucho tiempo y como jefe tu bienestar significa mucho para mi asi que espero no entrometerme al consultar la naturaleza de su pesadilla."

"Oh," dijo ella, y retorció sus manos en su falda. El Sr. Shirogane siempre conseguía hacerla sentir como una chica joven y torpe, ella nunca sabía porque. "Señor, no es nada de qué preocuparse...es solo que a veces, supongo que mi mente me engaña. En ocasiones veo cosas que no están realmente ahí. En el sueño, vi una de estas cosas. Tenían dientes afilados y ojos dorados, y estaba muy aterrada de ellos, señor."

La contemplo con seriedad. "¿Había visto estas criaturas antes, fuera de sus sueños?"

Asintió. "En el pueblo cerca del puerto," dijo. "Un par de veces. Cuando era más joven."

"¿Entonces, porque soñar con ello ahora?"

"No lo sé, señor," admitió. "Es difícil olvidar algo asi. Le prometo que no estoy loca, señor. Solo era una niña. Lo podría haber imaginado; debo de."

"No lo imaginaste," dijo el Sr. Shirogane. La tetera chillo y él la aparto apresuradamente del fuego antes de que despertase a alguien. Le sirvió una taza de té humeante en silencio mientras ella intentaba encontrarle significado.

"¿Ha...ha visto cosas asi señor?" le pregunto cuando le tendió la taza.

"He visto una gran variedad de cosas señorita Sofia," dijo. Su mirada estaba centrada en un punto lejano, en algo que solo el veía. "Sean sueños o algo más."

"¿Tiene pesadillas también, señor?" Sofia tomo tu té cautelosamente sintiendo el calor asentándose en sus frías palmas. Las criadas no hacían a sus patrones preguntas asi, pero de nuevo, los patrones tampoco le hacían el té a las criadas.

Él la observo, considerando y asintió. "Las tengo," le dijo. "Seguido, lastimosamente." Titubeo y ella creyó que lo dejaría asi. Pero para su sorpresa, añadió, "Sueño mi hogar en Japón. Osaka. Deje a mi madre ahí y la extraño profundamente, aunque sé que debe estar muerta ya."

Sofia parpadeo, por lo misterioso que era el pasado del Señor Shirogane. "¿A qué se refiere con dejarle? ¿Por elección?"

"En un barco," explico. "Estábamos navegando hacia islas Hawaianas pero el clima era pésimo y nos desviamos del camino." Se humedeció los labios con mirada empañada en memorias. "Hasta donde se, todos murieron. Es sorprendente que yo haya sobrevivido."

"Un milagro, señor," dijo ella. "Quizás el señor estaba a su lado entonces."

Parecía muy cansado para discutir. "Quizás," dijo. "En cualquier caso, mi madre no tendría modo de saber que sobreviví."

"¿No podría tomar un pasaje en barco a Osaka, señor?" Sofia pregunto. "Seria caro, pero –"

"Mi madre murió hace tiempo," interrumpió el Sr. Shirogane. Suspiro y ella sorbio su té nerviosamente "Pero siempre vivirá, de cierto modo, aquí." Golpeo el costado su cabeza. "Entre otras cosas."

"¿Qué otras cosas, señor?"

El Sr. Shirogane hablo, "Creo que también necesito una taza de té," y se sirvió una mientras respondía. "Bueno, Sofia, eres una chica lista." Sofia se sonrojo; nadie le decía chica desde los quince. "Debes haber notado las rarezas de mi hogar y de mi persona."

"Usted no es raro, señor," murmuro.

Él elevo una ceja. "Aunque aprecio el cumplido prefiero la honestidad a pesar de lo dura que sea. Que sepa, Señorita Sofia – lo que sea que la gente en Redding diga de mí, jamás sabrán el verdadero horror de mi pasado y de lo que soy."

"Es un buen hombre, señor," dijo ella, deteniendo la taza en sus labios.

"Y tu una criada que me teme, como los demás," suspiro.

Ella frunció el ceño y bajo su taza. "Soy su criada, señor, pero no le temo. En los once años de servicio, ha sido amable y generoso. Nunca le he visto elevar la voz contra los sirvientes, su paga y hospedaje son los mejores de la ciudad sino es que el estado. Se que ha salvado jóvenes de vivir en las fábricas, en las calles o peor, en los puertos y les ha dado una vida digna aquí, también sé que no necesita tantos empleados como los que ha contratado, señor. Este lugar puede funcionar con menos de diez, pero usted tiene al menos dos docenas."

Él la observo y Sofia agacho el rostro, esperando un reproche, aunque jamás le hubiese dado alguno antes. No lo hizo entonces tampoco. Simplemente dijo, "No soy un héroe señorita Sofia, asi que le pido que no me defienda como a uno. Tengo riquezas que no necesito; no tendría sentido reservármelo solo."

"Pero otros hombres lo harían, señor," Sofia dijo. "Puede que no sea un héroe, pero no es un villano señor."

Sonrió débilmente. "Aprecio el sentimiento, Señorita Sofia."

"Señor," murmuro suavemente ella, "incluso si ha pecado en el pasado, el Señor le perdonara, si se entrega a su misericordia. En cierto modo todos somos pecadores, señor. Como humanos somos infalibles. Pero podemos salvarnos con nuestra culpa y humildad."

"Debería predicar, señorita Sofia," dijo, sacudiendo la cabeza y sorbiendo el té.

Estaba frustrada con él. El Sr. Shirogane se despreciaba ciegamente ante su verdadera naturaleza. No tenía duda de que había pecado, pero aquello no significaba que no pudiese ser salvado. "Las mujeres no pueden predicar, señor," le dijo. "Pero si tuviera hijos propios, habría enseñado el Buen libro al alcance de mi habilidad. Es a través de los hijos que podemos ser mejores, señor."

"Pero no has tenido hijos, señorita Sofia," dijo él suavemente.

Ella era incapaz de tenerlos; su estancia en la fábrica la dejo asi. Pero en su lugar dijo, "Tampoco usted, señor."

"Touché."

"¿Alguna vez ha considerado hijos, señor? ¿Matrimonio?"

Sus cejas se elevaron más. "Todos hemos considerado niños y matrimonio, Sofia. Eso no quiere decir que sea acorde la realidad de las posibilidades."

"Pero, claro que es posible, señor," murmuró. "Esta propiedad sería un lugar maravilloso para criar niños y con una esposa los jardines de flores finalmente podrían ser llenados y –"

"Señorita Sofia," le dijo, con tono de advertencia, "no habrá esposa, no habrá niños. Créame cuando digo que es para bien. En cuanto a los jardines, los llenaras si asi lo quieres. No se necesita una esposa para hacerlo, solo semillas y tiempo." Se termino el té en un gran trago. "Termina tu té, y vuelve a tu cuarto, las criadas necesitan descansar a menos de que me equivoque y sea usted nocturna."

Sofia no entendía esa palabra y observo que había tocado un nervio, asi que le obedeció y trato de no escuchar los pasos del Sr. Shirogane en los otros pisos cuando se acostó en su cama.

*

El Sr. Shirogane no volvió a casa con una esposa, pero tan solo unos meses después, en septiembre de 1909, volvió a casa con Keith.

La llegada de Keith había sido un asunto inquietante y clandestino entrada la noche, Sofia y Marisol estaban seguras de que habían escuchado sonidos desde el almacén de vino luego de que el Sr. Shirogane llevase ahí a Keith. El mayordomo, Arthur, dijo a las preocupadas sirvientas que el joven claramente sufría un estado muy avanzado de tuberculosis, y que su camisa estaba cubierta de sangre. Sin embargo, cuando el Sr. Shirogane volvió del sótano con Keith inconsciente en sus brazos, el joven parecía pálido, pero no enfermo y Sofia nunca le escucho toser. Pero le escucho gritar.

El Sr. Shirogane les ordeno preparar la habitación de invitados para Keith, cosa que era un pedido bastante sorpréndete. Él nunca tenía invitados, y Sofia dudaba que Keith fuese uno ya que el Sr. Shirogane le tuvo encerrado en la habitación mientras Keith gritaba y maldecía, rompiendo todo a su alcance. Había sido aterrador escucharle y Sofia estaba al borde del llanto para cuando el Sr. Shirogane volvió para encargarse.

El Sr. Shirogane les indico que Keith estaba en la habitación por su seguridad. Sofia confiaba en él, pero escuchar a Keith gruñir y suplicar ser liberado continuaba siendo inquietante por decir poco.

Aun asi, solamente una noche después y Keith era un hombre enteramente diferente.

Sofia no supo que esperar cuando ella y Marisol entraron a su cuarto para limpiarlo, pero no esperaba un sonrojado chico con ojos enormes que tartamudeaba y decía por favor, apartándose del sitio mientras aseaban. El lugar era un desastre absoluto, y se preguntó que lo llevaría a ocasionar tal desastre. Inicialmente creyó que debía estar loco, pero parecía bastante cuerdo ahora.

Marisol, que era mayor y más valiente que Sofia, se presentó primero. "Soy la señorita Marisol y esta es la señorita Sofia," le sonrió a Keith.

"Un placer conocerlas, yo – lamento mucho el desorden," Keith murmuró, evadiendo el contacto visual y manteniéndose pegado a la esquina más alejada. "Si hay algo que pueda hacer para ayudar..."

"¡Oh, no te preocupes por ello!" Sofia aseguro, y cuando levanto la mirada tímidamente, vio en sus ojos un encantador tono violeta y si no había estado encariñada antes, ahora lo estaba. "Nos pagan por limpiar el lugar señor."

Sus ojos se abrieron enormemente. "¿Señor? Oh, no, no soy – Keith, solo Keith está bien. Er." Aclaro su garganta, mirando en silencio, aunque parecía querer preguntar algo. Finalmente reunió el coraje mientras ellas barrían los restos de un jarrón roto. "¿Llevan...trabajando mucho para el Sr. Shirogane?"

Intercambiaron miradas. "Oh, si," dijo Sofia, "la mayoría de nosotros llevamos años. Hago once años y Marisol quince."

Él se mordió los labios, y Sofia podría jurar que había sangre en su boca, pobrecito. "Eso...es mucho tiempo," dijo Keith. "Asi...que deben conocerlo realmente bien entonces, al Sr. Shirogane."

"Supongo," Marisol dijo con labios fruncidos. "Aunque, nadie conoce al Sr. Shirogane realmente bien." Ella y Sofia rieron, y Keith solo aguardo confundido.

"Es un hombre muy privado," Sofia explico. "Pero un buen hombre. Es gentil con sus sirvientes." Ella inclino la cabeza. "Lamente entrometerme, pero ¿el Sr. Shirogane desea incluirte al hogar?"

Keith palideció, tosió y aparto la mirada. "Yo – no lo sé," dijo y una extraña expresión floreció en su rostro. "¿Cómo sea, a dónde ha ido el Sr. Shirogane?"

Sofia frunció el ceño. No había estado despierto cuando el Sr. Shirogane se marchó ¿asi que como rayos sabia Keith que no estaba...?

"Fue al pueblo," Marisol dijo brillantemente, "a arreglar unos asuntos. Debería volver en breve."

"Ah," Keith dijo. "Gracias. Yo debería...debería hablar con el cuándo vuelva."

"El Sr. Shirogane nos dijo que deberías descansar mientras tanto, querido," dijo Sofia.

Asintió apresurado, aun evitándoles y murmuro un último gracias mientras se iban.

*

El cambio en el Sr. Shirogane tras la adición de Keith al hogar había sido repentino y evidente.

Tras un mes o dos comenzó a sonreír, por una parte – la primera vez que le vio sonriéndole a Keith, abierto y genuino, Sofia casi había tirado la bandeja de té por la sorpresa.

Luego, entre los criados una joven llamada Clarissa menciono, "Que raro, no me había percatado, pero el Sr. Shirogane realmente es un hombre encantador, ¿No?"

"Es porque no solía reír ni sonreír antes," Marisol respondió con un brillo conocedor en sus ojos.

"¿Antes de que?" Clarissa preguntó.

"Antes de Keith," dijo Sofia, y todos murmuraron en acuerdo.

El encanto de Keith era indudablemente contagioso. Era tímido pero genuino y bien intencionado, más de una vez Sofia le atrapo deambulando por el lugar con un rostro de completa admiración que siempre le dejaba sintiéndose abatida e indefensamente encantada a causa suya.

No era un sirviente; eso estaba claro. Nadie sabía que era para el Sr. Shirogane, pero sabían que Keith llamaba al Sr. Shirogane Shiro y a veces incluso Takashi, y sabían que él Sr. Shirogane estaba enseñándoles Keith como leer, escribir y a montar a caballo, sabían que ninguno de ellos había visto al Sr. Shirogane tan feliz.

Mientras las semanas se volvían meses, Keith otorgaba nueva vida a la casa y a su dueño. Ambos cabalgaban por el bosque juntos, explorando y cazando (aunque extrañamente, jamás volvían con trofeos), o pasaban largas de las tardes doradas bebiendo té y tocando el piano en la biblioteca.

Fue una de esas tardes que Sofia pasaba por ahí, concentrada en limpiar un armario particularmente sucio, cuando vio una escena en la biblioteca que la detuvo en sus pasos.

Keith estaba sentado en una silla acolchada, con la cabeza sobre los cojines y un libro olvidado en su regazo, totalmente dormido. El Sr. Shirogane había estado tocando el piano, pero se detuvo de repente y se levantó del banquillo para caminar hasta Keith. Lo que Sofia vio entonces fue al Sr. Shirogane de pie frente al dormido Keith, estirándose para apartar los mechones de cabello de su rostro, manteniendo el contacto con una expresión imposible de confundir; labios separados, ojos añorantes y rostro sonrojado en rosa profundo.

Cubrió su boca para ahogar su sorpresa. ¿Podría ser? Su estómago se retorció en desconcierto y disgusto mientras se apresuraba por donde había llegado, su corazón acelerándose.

El Sr. Shirogane había dicho que una esposa e hijos sería imposible. ¿Pero seguramente no podría estarse refiriendo a...?

No. No, el Sr. Shirogane era buen hombre, y no debería pensar mal de él. Se preocupaban del otro como buenos amigos, era todo. Keith seguramente le viese como su protector, un ángel salvador que le había ofrecido una nueva vida aquí. Y el Sr. Shirogane finalmente tenía un ancla en su solitaria vida, alguien en quien confiar, enseñar y cuidar...

Oh, vaya.

*

Sofia los escucho esa noche.

Había visto a Keith arriba, cauteloso y subiendo escalones dos a la vez antes de que, ante su horror, se escabullese al cuarto de Sr. Shirogane. Sofia se escabullo cerca de las pareces tan frías, presionando la oreja a la pared y orando por perdones ya que sentía que espiar debía ser pecado, aunque no estaba segura de en qué manera.

Hablaban en suaves tonos desesperados. Escucho la voz de Keith primero.

"Es...es demasiado arriesgado. Si las criadas vieran ..."

"Si las criadas vieran, no dirían nada. No necesitas ocultarte aquí, Keith."

"¿Confías en ellas? ¿Aunque esto – nosotros – seamos ilegales?"

"Keith, ven aquí." Escuchó al Sr. Shirogane suspirar pesadamente. "Tienes razón en que esto no sea legal. Pero créeme cuando te digo que jamás dejaría que algo te sucediera."

"No puedes prometerme eso. Un hombre es enviado a prisión por menos de lo que hemos hecho, Shiro. Es incorrecto, a ojos de la ley y el público, y la iglesia y –"

"Su mirada no está aquí. Y nunca lo estará."

"Deseo creerte. Deseo tanto poder creerte."

"Créeme, entonces. Estas a salvo aquí."

hubo una larga pasa cargada y entonces Keith susurro, "Bien."

Sofia corrió de vuelta a su cuarto, recito el rosario hasta que su voz se cansó y lloro sobre su almohada por el alma de ambos.

*

Una vez haberles descubierto, Sofia se preguntó cómo podía haber estado tan ciega.

El Sr. Shirogane y Keith no eran sutiles. Sabían que lo que hacían estaba mal; les escucho decirlo pero llevaban el afecto por el otro pleno y para que todos lo vieran,

Keith rara vez dormía en su habitación – su cama permanecía intacta y después de un tiempo, Sofia dejo de molestarse en cambiar las sábanas. Evitaba a ambos tanto como podía, lo que resultó ser una tarea imposible. La propiedad no era tan grande aparentemente.

Sofia odiaba que el Sr. Shirogane tuviera razón. No le dijo a nadie. ¿Cómo podría? Seria traición y era una sirvienta leal; incluso si veía al demonio sobre él, no podía menospreciar los regalos que le había ofrecido. Y a pesar de todo aún se preocupaba por ambos y sentía una retorcida forma de obligación por salvar sus almas. Entre más pasaba en su presencia más obvio se volvía que semejante tarea era imposible. Había esperado que su impureza se desvaneciera acorde los meses pasaran, pero no podría estar aquello más lejos de la verdad.

Sofia estaba muy consciente de que Marisol y algunos otros sirvientes se preocupaban por ella. Pero no había nada que pudiesen hacer y si les decía, y alguno de ellos cuchicheaba en el pueblo al respecto, sabía que perderían su empleo o peor. Además, creía que era mejor cargar con este conocimiento ella sola. O eso creía.

Justo tras un año de su descubrimiento estaba tejiendo con Clarissa junto al fuego en una noche fría de diciembre en agradable silencio cuando Clarissa dijo, "Se que estas en contra por ser Católica y demás, pero juro mi honor que jamás he visto a dos personas con tanto amor por la otra como el Sr. Shirogane y el Sr. Keith."

Sofia soltó las agujas. "Amor," repitió, y giro hacia Clarissa con horror. "¡No es amor!" exclamo. "¡Son pecadores y el señor los castigara, niña tonta!"

Clarissa no se inmuto. "Yo no soy la tonta, Señorita Sofia," le dijo. "Se aman, recuerda mis palabras. Si pudieran casarse, estoy segura de que lo harían."

Sofia apunto un dedo tembloroso hacia ella. "Ya, sé que eres joven Clarissa, pero decir tales blasfemias como – como matrimonio, entre –"

"Dos personas que se aman entre si, si, que terrible," Clarissa suspiró. "Le compadezco, señorita Sofia. ¿Sabes dónde estaría si el Sr. Shirogane no me hubiese contratado? Mi madre estaba por casarme con un hombre que me pasaba cuarenta años. ¡Cuarenta años! ¿Se imagina? No lo amaba; ni siquiera lo conocía, pero ya lo aborrecía. Si hubiese tenido lo que quería, estaría teniendo sus hijos, confinada a una vida de miserias. ¿Como es esa unión adecuada para matrimonio mientras que la del Sr. Shirogane y el Sr. Keith no?"

Sofia apretó los ojos y tomo aire en un intento de calmarse. "La biblia dice –"

"Que deberán arder en el infierno, si," dijo Clarissa. "Asistí a la primaria, señorita Sofia. ¿Pero alguna vez se ha detenido a pensar que quizás lo que escriben en ella no sea todo verdad? La biblia la escribió el hombre, no Dios."

"Dios transmitió la verdad atreves de esos hombres," dijo Sofia desesperadamente, "¡y sus palabras son ley, y ellos las rompen sin importarles las consecuencias –!"

"Quizás les importen las consecuencias, Señorita Sofia," Clarissa dijo, y eso hizo pausar a Sofia. "pero han decidido que vale la pena."

"¿Qué cosa vale la pena? ¿Pecar?"

Clarissa sacudió la cabeza y volvió a su bordado con una pequeña sonrisa melancólica. "Amar al otro," dijo. "Un amor por el que te arriesgarías a enfrentar las llamas del infierno – eso es, Señorita Sofia, ¿Qué puede ser más poderoso que eso?"

Y por primera vez, Sofía no tenía respuesta.

*

Con los años, Sofia llegó a tolerar su comportamiento antinatural si se puede decir asi.

Era una mujer de fe, pero era también una mujer de razón y la conclusión de que el Sr. Shirogane y Keith eran dos particularmente amorosos y corteses demonios no terminaba de sentarle bien; aun si era la única con sentido.

Y, pensándolo bien, cuando Sofia había dicho que la gente del pueblo lo llamaba demonio el Sr. Shirogane no lo había negado. Simplemente había reído cortésmente. Cortésmente, por supuesto.

Ambos hombres ni comían, no envejecían y continuaba encontrado manchas de sangre por la casa, y el sótano permanecía cerrado; aunque ya no salían gritos de ahí, así que suponía que era un avance.

Sofia hizo el esfuerzo por regañarles, pero descubrió que no podía. No cuando Keith permanecía tan encantador como para ofrecerle cargar la ropa todos los lunes y el Sr. Shirogane tan seguido ayudaba en los establos aseando y entrenando a los caballos.

Un día particularmente memorable llego el verano de 1913, cuando el Sr. Shirogane y Keith ayudaron en el nacimiento de la primera cría de Red. Era el caballo de Keith, una intrépida yegua que aterraba a Sofia, ya que era conocida por golpear y morder antes de que Keith la adoptase. Pero ahora, bajo supervisión de Keith, era tan dulce como podía serlo.

La pareja de Red era el semental de Shiro, Kuro.

Sofia podía ver la ironía de eso, sí.

No había esperado estar presente para el nacimiento de la cría, pero cuando Keith llegó corriendo por el salón, jadeando por mantas limpias y agua, siendo Sofia y Clarissa los únicas que estaba cerca...Sofia no era despiadada. No desquitaría su frustración con Dios sobre una bestia torpe e inocente. Les ayudó.

Había más sangre de la que había esperado y tanto el Sr. Shirogane como Keith estaban tensos durante todo el proceso. Pero cuando termino, un potrillo castaño con los hermosos cuartos traseros con manchas blancas como Kuro y nariz rayada descanso lánguido y tembloroso, húmedo en el pequeño establo. Lentamente reunió las fuerzas para enderezarse mientras Red olfateaba su cría y resoplaba, elevando las orejas y con ojos relucientes.

Solo Keith y el Sr. Shirogane podían estar en el establo con la cría y la hembra, mientras Sofia observaba con Clarissa y un mozo desde fuera, finalmente comenzó a entender lo que había entre ellos dos.

Keith miraba al recién nacido con enormes ojos relucientes, y busco ciegamente la mano del Sr. Shirogane, atrapándola y apretándola. El Sr. Shirogane devolvió el gesto enrollando un brazo por los hombros de Keith, y lo sostuvo cerca. El mozo se aclaró la garganta sin saber que hacer. Clarissa codeo a Sofia. Sofia la ignoro y observo silenciosamente mientras Red aceptaba las reverentes caricias y halagos de Keith antes de balancearse en sus patas con esfuerzo y animando a su cría a hacer igual. "Tienes sangre poderosa en ese cuerpo pequeñito."

La cría resoplo y bajo sus miradas atentas se puso de pie, uniendo sus rodillas y temblando, pero de pie y Keith se presionó sin vergüenza contra el costado del Sr. Shirogane, incapaz de esconder su infecciosa sonrisa. "Lo hizo," jadeo.

"¿Qué duda podría haber?" el Señor Shirogane rio agitando la cabeza. "Como si Rosa-Roja fuese a ser vencida por dar a luz. Es fuerte."

"No puedo esperar a que conozca a Kuro," dijo Keith. "¿Crees que vaya a portarse bien?"

"Eso espero," dijo Shiro. "Yo no me preocuparía. Es un caballo tranquilo, más de lo que es Red por mucho." Ambos rieron suavemente en una manera que era tan privada que hizo a Sofia sonrojarse y girar. "Creo que serán una maravillosa familia, Keith."

La cría era hembra y Keith le llamo Fresa, y Kuro parecía tan encantado con ella que paso toda la tarde relinchando orgullosamente para el mundo y circulando a Red y la pequeña Fesa con la cabeza en alto.

*

Sofia Alvarita Cervantes Rosado había trabajado en la casa del Sr. Shirogane y Keith por cuarenta años, y había muchas cosas.

Había aprendido que, aunque ella envejecía con canas y arrugas parecidas a las del corazón de manzana, el Sr. Shirogane y Keith permanecían tan bellos y jóvenes como siempre, a pesar de que en ocasiones ella podía ver su verdadera edad en sus ojos.

Había aprendido que le agradaban mucho los niños al igual que al Sr. Shirogane y Keith, porque cuando Clarissa se embarazo tras un apresurado matrimonio con un jardinero de nombre Harry, no sólo le permitieron permanecer en la propiedad, sino que además le permitieron criar a sus hijos ahí. Tuvo gemelos, dos niñas con reluciente cabello negro y rostros traviesos, y en su gratitud consultó al Sr. Shirogane y Keith que nombres debería ponerles. Ella se decidió por Grace y Hope; Sofia estaba feliz de que los niños crecieran en la propiedad, incluso si no eran del Sr. Shirogane.

Había aprendido que el mundo era un lugar peligroso y que ninguna cantidad de plegarias podría salvar al mundo de la guerra que se expandió por Europa durante cuatro duros años de muertes, enfermedades, raciones y terrible incertidumbre, cartas entregadas por hombre de rostro sombrío en uniforme.

En las noches en que las peores noticias se colaban por la radio el Sr. Shirogane reunía a los sirvientes en la biblioteca y tocaba el piano para ellos mientras Keith les guiaba en las canciones – algunos populares tonos de la radio, otros himnos, algunas conmovedoras baladas, otras dulces y lentas canciones de amor. Sofia podía haber estado segura de que ninguno era humano, pero en estos momentos ya no le importaba lo que fuesen. Sus corazones rebosaban y esas noches en la biblioteca habían sido de las mejores noches de su vida.

Sofia había aprendido entonces también que a pesar de que el mundo fuese peligroso, había tenido la fortuna de encontrar un rastro de sol en el.

Y había aprendido, a la avanzada edad de sesenta, que quizás, sólo quizás, Dios no lo sabía todo.

*

Se recargo en la encimera, lentamente dejando caer hielo en una jarra de té negro.

El cocinero había muerto en Italia hace veinte años, y Clarissa había tomado su puesto, pero Clarissa había tenido que mudarse a New York con su esposo Harry y las gemelas asi que Sofia la remplazo, el hogar, alguna vez con veinticinco ahora era pequeño. Solamente era Sofia, el cuidador del establo y un grupo de mozos, el mayordomo Arthur, y claro, Marisol, cuya salud empeoraba y pasaba la mayoría del tiempo reposando en la biblioteca. Sofia escuchaba rumores sobre que el Sr. Shirogane y Keith venderían la propiedad pronto e irían a Europa.

Otro sirviente estaría asustado ante la posibilidad pero ella no se preocupaba. Sus jefes no eran de la clase que tiraba a la gente a la calle luego de décadas de servicio. Ellos cuidarían de ella igual que siempre habían hecho.

Vertió el té en dos vasos húmedos y los llevo hacia los dos hombres esperando en el jardín, sentados tan cerca que se tocaban y la cabeza de Keith casi descansaba en el hombro del Sr. Shirogane. Sentados en una banca de piedra entre los arbustos florecientes de rosas y la esencia embriagante del seco verano. La escena parecía una pintura, pensó ella, una de aquellas enormes y brillantes impresionistas llenas de espirales y cúmulos de luz y pintura.

"Señores," Sofia llamo con voz tan seca y marchita como el pasto, "¿Un té?"

Se giraron como una sola entidad, relajando sus expresiones con silenciosa alegría con su llegada. El Sr. Shirogane dijo, "Oh, Señorita Sofia. No hacía falta."

Encogió los hombros, ofreciendo un vaso a cada uno. Keith sostuvo el suyo como si fuese oro y le sonrió tan brillantemente que ella devolvió el gesto. "Gracias, Señorita Sofia," dijo. "Eres tan buena con nosotros."

"Es un día caluroso," dijo ella, uniendo sus manos. "Y ustedes rara vez pasan tiempo al sol, señores. No quisiera que se acalorasen."

Ambos intercambiaron miradas y sonrieron. "Eres bastante considerada," el Sr. Shirogane dijo. Se estiro y palmeo su brazo y por un momento vio un destello de aquella tristeza en su rostro mientras sus pálidos dedos descansaron sobre su piel arrugada. "Deberías descansar dentro, Sofia, y sírvete un vaso o dos. Quizá Marisol quiera algo de té también."

Ella inclino la cabeza. "Muy bien, señor."

"Espere," Keith dijo, y tomo una rosa rosada de uno de los arbustos, ofreciéndosela tímidamente. Ella observo asombrada, aunque en realidad él siempre había sido de esta manera. "Estas son tus rosas, después de todo," le dijo.

"Yo solo las plante, y eso fue hace años," dijo ella, pero tomo la flor, y tras un segundo de duda, la atoro detrás de su oreja.

"Te ves como una princesa," Keith le dijo.

"Una marchitándose quizás," se rio.

"No," el Sr. Shirogane dijo, firme y honesto. "Únicamente una princesa."

Sofia toco la cruz en su cuello. Ya no estaba deslustrada. "Gracias, señores," dijo y cuando la miraron asi, tan amables y sinceros, realmente creyó en ellos.

Mientras volvía a la casa, se detuvo en el camino del jardín y se giró. Estaban frente a frente, apartando sus bebidas luego de dar un largo y agradecido. Keith limpio la humedad de los labios del Sr. Shirogane, y el Sr. Shirogane atrapo su muñeca, pasando su pulgar sobre la delicada piel. El gesto era íntimo, casi de forma dolorosa.

"Te amo," Keith le dijo y Sofia perdió el aliento.

"También te amo," Respondió el Sr. Shirogane tan suave que Sofia no podría escucharlo pero lo supo por la forma en que sus labios se movieron. Formando las mismas figuras que tantas veces antes.

Keith cerro los ojos y sonrió.

El Sr. Shirogane tomo el rostro de Keith y dijo, "Soy afortunado de tenerte."

"No es fortuna," Keith susurro, inclinándose en su tacto. "Es el destino, tu y yo. Debe ser."

Sofia pensó que el señor no podría castigarlos incluso si lo intentase.

Toco la delicada rosa en su cabello con sus dedos nudosos y no tenía que volver la vista para saber que estaban besándose.

Era una cosa leer los versos de la biblia. Una cosa distinta era ver a dos hombres con corazones tan nobles estando tan enamorados que tendrías que ser ciego para no verlo e incluso asi, pensó, todavía podrías sentirlo en el aire.

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