Capítulo 9

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Siete años después.

Los años transcurrían rápido, tiempo en el que Sayori estuvo preparándose y mejorando su rendimiento físico y visual. Tal y como se lo propuso, visitó a su madre las veces que podía, pues sus misiones no cesaban porque el número de cazadores cada vez aumentaba. Se volvió más dura emocionalmente, sólo mostraba sus sentimientos a los de su confianza, aprendiendo de Kibutsuji a jamás mostrarse vulnerable ante nadie.

Ahora ya con 17 años, vestía un elegante kimono negro decorado con lirios rojos, y calzaba botas oscuras que fueron obsequiadas por Muzan. También portaba su propia katana la cual le fue brindada por la primera creciente, especializándose en la respiración lunar; utilizando siete de sus posturas. Además, Akaza le enseñó todo lo que sabe de artes marciales, e inclusive, debido a sus habilidades y destrezas, se ganó el puesto de la séptima creciente, siendo una humana, creando la treceava luna demoníaca . Y aunque ya era una joven que podía defenderse, la tercera superior seguía protegiéndola, nunca dejaría de hacerlo.

Y a estas alturas, Daki no dejó de tratarla mal, la detestaba más por el hecho de que siempre tenía la completa atención de Kibutsuji, teniéndola en constante frustración. Pero en cuanto a la sexta principal, era todo lo contrario, al demonio le gustaba cuando la joven los visitaba, pues ella le hacía mimos y platicaba con él, Gyutaro se sentía querido ante la gentileza y amabilidad de Sayori.

—Es una lástima que ya debas marcharte— pronunció con su voz rasposa la sexta superior.

—Sabes que regresaré pronto— ambos miraban las estrellas, sentados sobre el techo del cuarto que los hermanos ocupaban. —Debo avisarle al amo que todo está en orden, ustedes han mantenido el distrito rojo al margen, sin cazadores— suspiró gustosa.

—Sayori— le miró. —Hay algo que he querido preguntarte...

—¿Sí, qué cosa?— esperaba la pregunta.

—¿Qué ves en mi?— deseaba escuchar la opinión de su amiga, quería saber qué pensaba acerca de él, ahora que llevan años de convivencia.

Ella no se esperó ese tipo de pregunta por parte del demonio, veía que aguardaba ansioso por su respuesta, ¿Tan importante es para Gyutaro? Así que simplemente le brindó una sonrisa y tomó la enorme mano del demonio, evitando que se pusiera más nervioso de lo que estaba.

—Veo un demonio que siempre se preocupa por el bienestar de su hermana — continuaba observándola. —Un hombre fuerte en el que yo puedo confiar...— ella le sonrió. —Un amigo—

El devorador de hombres abrió sus ojos lo más que pudo, su respuesta le ocasionó cierta impresión, pensaba que ella lo trataba así por el simple hecho de que debía convivir con ellos al ser la centinela, pero no era la razón. Ahora le quedaba claro que Sayori no le tenía desprecio ni pena por su apariencia, por fin había otra persona que no fuera su hermana, que lo viera normal.

—¿Gyutaro?— él continuaba con una mirada anonadada.

—Gracias, te agradezco tu sinceridad— respondió conmovido. —Me alegra saber que soy digno de tu confianza...— incrementó el agarre de sus manos.

—Siempre lo has sido— se miraban directo a sus expresivos ojos. —Ya debo irme, te veré después, Gyutaro, de hecho necesitaré tu ayuda en algo importante— sujetó el rostro del demonio, echó un mechón del cabello tras la oreja y colocó un cálido beso en su cachete. —Nos vemos— se levantó soltando su mano.

—C-Claro, te ayudaré en lo que quieras...—su voz fue más ronca de lo normal, bajando su cara ocultando el leve sonrojo.

—Genial— exclamó feliz, le sonrió una última vez y se fue corriendo por los techos del distrito rojo.

—Sayori...— musitó despacio, observando cada vez más lejos la figura de la chica.

Su boca se quedó muda, no era todo lo que deseaba preguntarle, pero sus labios no pudieron moverse para decir lo restante; se mantuvieron sellados, por mucho que luchó mentalmente, el miedo al rechazo lo detuvo. Lo prudente sería esperar un poco antes de mencionar lo que quería, o tal vez... Se lo diría justo ahora. Con su abrumadora velocidad alcanzó a la joven tomándola del brazo, deteniendo su andar.

—¡Sayori!— no la soltaba.

—¿Ha pasado algo?— se mostraba confundida a su repentina actitud.

—Yo...— aún no creía lo nervioso que esta situación lo ponía. —Yo me preguntaba si tú...— ¿Cómo era posible que un demonio, una luna superior titubeara en hacer una pregunta? —Cuando tengas algo de tiempo, ¿Crees que podamos salir?— desvió su vista al suelo.

—¿Salir?— notó su nerviosismo. —¿Te refieres a dar un paseo juntos?—

—Sí...— todavía no la miraba. —Si tú quieres.

Al igual que la anterior pregunta, tampoco la esperaba y mucho menos esta, la sexta creciente acababa de invitarle a salir. Pensaba que los demonios no eran de citas o de sentimientos, claro, ella jamás ha salido con nadie en su corta vida, y no se esperó que un devora hombres fuese el primero en dar ese paso. Nunca se detuvo a meditar en esas cosas, ni siquiera un vago pensamiento respecto al tema, por lo tanto, esta propuesta le tomó por sorpresa.

—De acuerdo, saldremos— él la veía maravillado, ¡Ella aceptó a su invitación! —Hasta luego, Gyutaro— se marchó.

La mente del poderoso demonio pareció haber dejado la tierra, su alrededor desapareció, lo único que escuchaba era su voz interior mencionando una y otra vez "De acuerdo, saldremos". Cuando volvió a la realidad, regresó al lado de su pariente con inmensa alegría.

En otro lado, la joven espadachín recorría tranquila el oscuro y tenebroso bosque, ya no se notaban las luces de la civilización, dejando muy atrás el lugar más lujurioso de todo Japón. Sin embargo, al caminar de vuelta a su hogar, se percató de ciertas presencias que comenzaron a seguirla en cuanto ingresó a la zona rural, estaba alerta sobre sus perseguidores por si atacaban, están cazándola.

—¿No te da miedo andar sola en el bosque a plena noche?— detuvo su caminar, vió a un hombre común frente a ella, tenía toda la pinta de un asaltante.

—Es una hermosa chica— pronunció otro hombre, y así como él, salieron unos cuantos más, rodeándola.

—No busco problemas, señores— advirtió, colocando la mano en el mango de su katana, ya que los bribones portaban armas también. —Lárguense.

—¿Quién te crees, perra?— repudió a la joven. —¡Despojenla de sus pertenencias!— ordenó pervertido.

La chica ya no les advirtió más, desenfundó su espada empezando a defenderse de sus atacantes, cuatro contra uno, desventaja para ella pero ninguno la lograba dañar, se defendía tal y como la luna superior uno le enseñó. No eran rival para Sayori, pues sin el mínimo esfuerzo los evadía, los ladrones no dejaban de intentar apuñalarla y nadie daba en el blanco, eso los molestaba demasiado. La joven no deseaba lastimarlos, pero tampoco significaba que permitiría que la hieran, nunca ha matado a una persona y estos insignificantes asaltantes no valían la pena.

Momentos después, su vista parecía cansarse, veía borroso y sus ojos comenzaban a sentirse pesados; como si tuviera sueño en exceso. Eso la hacía moverse con lentitud, y al parecer a sus contrincantes les sucedía lo mismo, aún así no bajó la guardia. Pronto ellos iniciaron a tambalearse dejando de agredirla, no entendía qué es lo que ocurría, sea lo que sea, le afectaba de igual forma.

—Duérmanse— una melodiosa voz masculina resonó entre los árboles.

La joven mujer luchaba por no dormirse, se cerraban sus ojos luchando por volver a abrirlos y no caer, fue difícil mantenerse despierta, casi estaba a punto de caer. Con su visión borrosa por el intenso sueño, vio que un hombre despedazaba sin piedad a los ladrones, sus desgarradores gritos atravesaban los oídos de Sayori, la carne era arrancada y los huesos crujían al ser quebrados de manera atroz. Esa imagen sangrienta, así como unos resplandecientes ojos verde azulado, la miraban mientras se aproximaba, fue lo último que miró antes de ceder al profundo sueño.

(...)

El tiempo pasaba y la chica continuaba en su tranquila somnolencia, siendo sostenida por los brazos de un joven de aspecto delicado, quien la observaba dormir plácidamente, aguardando sentado en el césped a qué la dama despertara. Esbozó su coqueta sonrisa cuando ella ya incitaba a su despertar.

—Al fin despiertas, querida— seguía mirándole.

—¿Qué pasó?— preguntó adormecida, su cabeza yacía recargada en el pecho del hombre. —¿Quién eres tú?— su vista se acopló de nuevo, visualizando al que la mantenía cargada, reconociendo que esos peculiares ojos eran demoníacos. No recordaba haber conocido a este ser.

—Soy Enmu, luna menguante uno— le sonreía amable. —Eres la señorita Kibutsuji, ¿Cierto?—

—Sí— se sentó estando sobre las piernas del demonio. —No necesitaba tu ayuda, lo tenía controlado, pero, gracias...— tallaba sus oculares bostezando.

—No fue nada, además ya sentía hambre, tuve un gran festín con esos hombres— la joven miró los restos de sus atacantes.

—Así que fuiste tú quien me hizo dormir— él asintió. —¿Entonces por qué no me despertaste anteriormente?— lo veía con una ceja alzada.

—No quería hablarte, te veías tan adorable y cómoda, que todavía estás sobre mis piernas— sonrió pícaro. Cosa que logró sonrojar completamente a Sayori e inmediatamente se puso de pie.

—Lo siento— seguía roja. —Gracias por salvarme, ya no debería estar aquí, estoy retrasada, adiós Enmu— se despidió yéndose enseguida, su amo la esperaba.

—¡Vuelve cuando desees, querida!—

Regresaba lo más veloz que podía a Tokio, no supo con exactitud cuántas horas permaneció dormida ya que casi amanecía, sin duda hoy había sido un día bastante raro e inesperado. No obstante, lo que le causaba cierta preocupación era que Muzan la fuera a reprender por su retardo. Abrió lentamente la puerta principal de la mansión, checando que no se hallara alguien a la vista, lo cual es extraño, pues los sirvientes de Kibutsuji trabajaban desde el alba. Tal parece que el rey de los demonios no estaba, por lo tanto se relajó con la intención de tomar un baño, prosiguiendo a preparase un aperitivo.

—Se lo explicaré cuando vuelva...— habló para sí misma tomando la perilla de su habitación.

—¿Dónde estabas?— apareció repentino tras ella, logrando espantarla. —Hace horas que debías haber vuelto— su tono era molesto. —Sabes perfectamente que detesto los retrasos— recalcó reprimiéndola.

—Discúlpame, papá— lo miraba a sus intimidades ojos rojos. —No fue mi intención regresar tarde— no deseaba que Kibutsuji le regañara.

—Explícate, ahora— demandó autoritario.

—Al salir del distrito rojo, fui interceptada por ladrones, me defendía hasta que Enmu intervino, los devoró y así me salvó, pero al utilizar su poder quedé inconsciente unas horas, por eso llegué tarde— la expresión de sus hermosos ojos lilas, le mostraban al demonio que no mentía.

Se acercó a su hija adoptiva, sin dejar de imponerse ante ella, levantó la mano iniciando a acariciar el cabello negro de la chica. Sayori nunca le ha fallado, ni una sola vez, pero no se doblegará por ser una humana, debía respetar sus indicaciones como todos los demás, obedecer al pie de la letra.

—Que no se repita— aproximó su rostro enfadado al de su hija, expresión que todos temían.

—Sí, papá— amaba a Muzan como si fuese su verdadero padre, le tenía un gran respeto, pero en el fondo sentía miedo.

—Disculpe la intromisión, señor, sus socios ya están aquí— un sirviente le avisó temeroso, pero bastó una atemorizante mirada de Kibutsuji para que se retirara. —Permiso— se fue.

—Descansa, cariño— le abrió la puerta de su alcoba. —Debo atender unos negocios, te veré más tarde— la joven accedió ingresando a su cuarto, suspiró de alivio al no haberle ido mal, como a otros demonios, corría con la suerte de que no la torturaba como a sus compañeros. 

Al cerrar sus "negocios financieros", la esencia de cuerpos brutalmente mutilados, yacían esparcidos en el estudio del rey demonio, al haber obtenido lo que quería de esos humanos, les mató sin compasión. Se encontraba sentado en medio de los cadáveres, empapado en sangre, sonriendo de forma perversa observando al último sobreviviente mal herido, que se arrastraba intentando huir.

—¡¡Auxilio, por favor!! ¡¡Ayúdenme!!— suplicaba a gritos alejándose de su agresor, su anatomía severamente lastimada le prohibía levantarse. —¡¡HAY UN MONSTRUO AQUÍ!!

—Haces mucho ruido, silencio—

El demonio fastidiado de las súplicas, se puso de pie y caminó hasta la moribunda  y desafortunada víctima, levantó el pie y sin piedad alguna aplastó la cabeza del aterrado humano. Minutos después, un demonio entró al lugar de los hechos, arrodillándose frente a Kibutsuji, esperando sus indicaciones.

—Deshazte de los cuerpos, quiero todo impecable— su lacayo asintió. Limpió su rostro y salió de la habitación.

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