Quemar o vender el pasado

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El día amaneció muy soleado y caliente. El ambiente estaba pesado, la humedad del verano me hacía sudar como puerco. Yo estaba revisando pedazos de muebles rotos que quería arreglar para vender. Tenía un sistema para organizar las cosas según el tipo de material. Todo estaba perfectamente calculado: la cantidad de kilos, el cartón, el vidrio y las botellas de plástico. Para mí, todo esto tenía un propósito, aunque a los demás les pareciera basura.

Estaba concentrado en mi trabajo cuando escuché unos pasos que se acercaban. Levanté la vista y vi a mi vecino, el tal Ramón. Un tipo molesto de mi misma edad, con aires de superioridad y de sabelotodo. Me quedé quieto, esperando a ver qué quería.

—Elmer, ¿cuándo vas a empezar a limpiar toda esta porquería? —me soltó sin rodeos, señalando mi entrada con su dedo.

Lo miré tratando de mantener la calma. Sabía que él o su esposa me habían denunciado y era cuestión de tiempo antes de que alguien se metiera en mis asuntos, pero no estaba de humor para lidiar con eso.

—No sé de qué hablas —respondí, tratando de sonar indiferente.

Ramón frunció el ceño y se cruzó de brazos, adoptando una postura de juez y verdugo.

—Mira, Elmer, todos en el barrio estamos hartos de este basural que tienes acá. Y no solo eso, algunos creemos que tienes el síndrome de Diógenes.

—¿Qué? —dije sintiendo que la sangre se me subía a la cabeza—. No digas estupideces. Lo que está afuera es material para vender. Y lo que está adentro no es tu problema.

Mi vecino suspiró fuerte como si estuviera muy enojado.

—Vamos, Elmer. Todos sabemos lo que está pasando aquí. Acumulas cosas sin motivo aparente y luego te olvidas de ellas. Mira ese montón de fierros oxidados y esas cajas podridas. Las ratas están caminando por los tejados, entrando a las casas de los vecinos. La municipalidad ya está al tanto de esto y si no haces nada, van a tomar cartas en el asunto.

El tono de amenaza en su voz me sacó de quicio. Sentí que mis brazos temblaban de la rabia.

—¡No es asunto tuyo! —grité, dando un paso adelante—. ¡Lo que está afuera es para vender! No tienes idea del esfuerzo que pongo en todo esto. Lo que está dentro de la casa son cosas coleccionables, revistas, estampillas, objetos de decoración, ¡proyectos de muebles rotos que voy a reparar!

Ramón alzó una ceja y negó con la cabeza.

—Elmer, guardar cosas así se convierte en algo patológico. Es un signo de una enfermedad mental y por eso necesitamos tomar medidas. No puedes seguir viviendo en este estado. La gente está harta del mal olor que sale de aquí, de las heces de gato. Todos piensan que viven al lado de un baldío abandonado, pero no. Es una casa donde vives tú, ¡y está hecha un asco!

Sentí que la ira me recorría el cuerpo. Quería golpear algo, gritar, destruir todo a mi alrededor. ¿Quién se creía este tipo para decirme cómo vivir?

—¡No me interesa lo que pienses! —le grité, dándole la espalda y caminando hacia la puerta de mi casa—. ¡Voy a seguir haciendo lo que me dé la gana! ¡Vete a la mierda!

Entré a mi casa, cerrando la puerta de golpe. Mi respiración estaba agitada y la cabeza me latía. Fui directo a mi computadora y me senté frente a ella. Necesitaba calmarme, distraerme y lo único que se me ocurrió fue hablar con Lolita. Ella me entendería. Ella sabría entenderme, y yo no quería ser juzgado por los demás.

Abrí el chat y comencé a escribirle:

—Hola, Lolita. Necesito hablar contigo —digité rápidamente esperando su respuesta.

A los pocos minutos ella apareció en línea.

—Hola, ¿qué pasó, Elmer? — respondió y me dió una sensación de alivio—. ¿Todo viento?

—¿Todo viento? —pregunté

—Es cómo decir todo bien... —aclaró la rubia.

Le conté lo que había pasado, omitiendo algunos detalles, claro. Le dije que el vecino estaba molesto por las cosas que tenía afuera y que me acusaba de tener un problema de falta de higiene.

—Él no me entiende —le dije—. Las cosas que colecciono tienen valor. Son revistas, estampillas, objetos de decoración...

Lolita respondió después de unos segundos, y su mensaje me sorprendió.

—¿Qué revistas coleccionas? —preguntó curiosa.

Sentí un nudo en el estómago. Sabía que no podía mentirle, pero también temía su reacción. Decidí ser honesto.

—Revistas viejas y algunas… para adultos —escribí, tratando de sonar casual, como si no fuera gran cosa.

—¿Revistas nopor? —preguntó.

Dudé un poco y respondí.

—Sí, las colecciono hace décadas, pero no pienses que soy un pajero —le expliqué.

Hubo un silencio largo. Pasaron minutos que se me hicieron eternos. Luego en la pantalla apareció un mensaje que me heló la sangre.

—¡¿Qué carajo estás diciendo, Elmer?! —escribió Lolita con rabia—. ¡Eso es asqueroso! ¡No puedo creer que colecciones algo así! ¿Cómo no te da vergüenza coleccionar esa clase de mierda frente a tu madre?

Sentí que el corazón se me detuvo. No podía perderla, no a ella. No a la única persona que parecía entenderme. Tragué saliva y traté de calmarme.

—No, no, espera, Lolita. Lo siento. No quise decirlo así. Te prometo que me voy a deshacer de ellas —respondí, desesperado por arreglar las cosas.

Lolita no respondió al instante. Sentía como si cada segundo que pasaba ella se alejaba más de mí.

—¡Más te vale, boludo!—escribió finalmente—. Porque eso es una porquería, ¿entiendes? Quémalas, ¡me repugna de todo eso!

Las palabras me dieron un golpe en el estómago. ¿Quemarlas? ¿Mis revistas? ¿Mis colecciones? Era todo papel, kilos y kilos de papel. Podía venderlas y ganar algo de dinero al menos. Pero la sola idea de quemarlas me daba mucho miedo. Fueron años de colección.

—Lolita, ¿estás segura de que quemarlas es lo mejor? Son kilos de papel… puedo venderlas y al menos sacar algo de plata. Así compro comida para mí y para mi madre —traté de razonar con ella.

Hubo otro silencio largo. Yo mantenía la respiración, esperando que ella entendiera.

—¡No seas pelotudo, Elmer! —escribió—. Esas revistas son basura. Son una parte de lo que te tiene atrapado en esa forma de vida. Si no te deshaces de ellas, nunca podrás cambiar. Quémalas y después, puedes empezar a pensar en vender cosas que valgan la pena. ¿Me entiendes?

Sentí que las lágrimas me llenaban los ojos. No quería llorar. Lolita era la única persona que me había tratado con cariño.

—Sí, te entiendo —escribí, aunque no lo sentía así.

Me quedé mirando la pantalla, mi mente girando como un trompo. Quería complacerla, quería que me siguiera hablando, que siguiera siendo mi amiga, pero la idea de quemar mi colección me hacía querer gritar. Las revistas, los objetos que acumulaba, no eran solo cosas para mí. Eran mi refugio, lo único que tenía en medio de un mundo que me rechazaba.

Pero no podía perderla. No a Lolita. No a la única persona que, aunque me juzgara, aún se interesaba por mí.

Respiré hondo y me levanté de la silla. Miré hacia las pilas de revistas apiladas en las esquinas de la habitación. Eran años de acumulación, de búsquedas, de hallazgos en lugares que nadie más visitaba. Pero ahora, esas revistas eran el obstáculo entre Lolita y yo.

—Voy a hacerlo —me dije a mí mismo en voz baja—. Voy a deshacerme de ellas.

Volví a la computadora y le escribí.

—Lo haré, Lolita. Las quemaré.

Ella respondió casi de inmediato.

—Eso es lo que esperaba escuchar. Las revistas pornográficas son enfermizas, Elmer. Ahora, si me haces caso, podemos seguir hablando, pero debes cambiar tu forma de vida ¿entendiste?

Asentí, aunque ella no podía verme. Era un asentimiento para mí mismo, una promesa de que haría lo que fuera necesario para no perder su amistad.

Pero mientras cerraba la conversación y miraba las revistas, sentí que algo dentro de mí se rompía. Era como si una parte de mi historia se desmoronara, arrastrada por la culpa y la necesidad de ser aceptado.

Tomé una bolsa de consorcio y comencé a meter las revistas, una a una. Sentía un nudo en la garganta con cada revista que colocaba dentro, pero lo seguí haciendo. No sabía si al final tendría el valor de quemarlas, pero en ese momento, me convencí de que hacerlo era el primer paso para cambiar. Para ser alguien diferente.

O al menos, eso era lo que quería creer. Ahora debía llevar 1.340 revistas a la planta de reciclaje.

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