Capítulo Único

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En esa bella mañana donde las hojas de fuego caían, el sol se filtró por la ventana para despertar cálidamente al matrimonio que dormía plácidamente en ese lugar. Faviana, la madre de 2 bellos hijos y la esposa de Ignacio se despertó primero, se había asustado por un ruido proveniente del patio. Ella era una mujer de 39 años, pero se cuidaba tan bien que no aparentaba para nada esa edad. Tenía la tez clara y rosada, además de poseer una corta cabellera castaña oscura que le llegaba hasta los hombros y unos bellos ojos almendra iluminaban su rostro junto a unas gruesas y curvadas cejas.

—Cariño, despierta —pronunció la mujer preocupada—. Algo está pasando afuera.

—¿Qué? —Respondió Ignacio somnoliento.

Ignacio era el esposo de Faviana, ambos llevaban juntos 25 bellos años. Él era un hombre que cuando era pequeño era de baja estatura, pero al paso del tiempo logró ser más alto que su esposa. Tenía la tez algo anaranjada, pero aún así era clara, su cabello castaño lo llevaba corto al igual que su barba, sus ojos eran negros como aceitunas y, al igual que su mujer, tenía cejas gruesas.

—Amor, algo suena afuera, me tiene angustiada... ¿Qué pasa si les ocurrió algo a los niños? —De solo pensar en la idea casi se desploma.

—Todo estará bien, te apuesto a que no es nada— se excusó para darse la vuelta y seguir durmiendo.

La mujer lo sacudió hasta que se despertara. —¡Esto es importante!

—Está bien, está bien —reclamó el lobo para levantarse de la cama junto a su esposa para ir a revisar.

Desde que empezaron a salir se llamaban por los apodos "lobo" y "oveja" gracias a un videojuego. A pesar de haberlo dejado de lado, el apodo perduró hasta ese entonces.
Ambos se dirigieron al patio, de donde provenían esos ruidos, pero al investigar se percataron de que solo eran sus dulces hijos jugando con las hojas. Ignacio, aliviado, volvió a la cama, estaba de vacaciones, merecía dormir más. Por otro lado, la oveja se quedó admirando tan bella y dulce escena.
Lucas, su hijo mayor, se encontraba sentado en la banca mientras veía con desdén a su hermana, Abigail, saltar y lanzar las hojas carmesí. A su al rededor habían muchos árboles, pero el más cercano se encontraba justo arriba de ellos, donde la banca estaba debajo y sus hojas en el pasto.
El niño tenía 10 años, tenía el cabello desordenado del color de su padre y los ojos y piel de su madre. Llevaba puesto un suéter anaranjado que la oveja había tejido, una bufanda amarilla, hecha de la misma manera, y unas botas cafés. Era sumamente amable con su hermana y nunca se peleaban. Por otro lado, Abigail tenía 6 años y era la viva imagen de su madre, a excepción de sus oscuros ojos sacados de su padre. Tenía el cabello largo, y en esta ocasión, atado en una coleta alta. Llevaba puesto una camiseta de mangas largas amarilla pastel, y sobre ella, una jardinera de pantalón de mezclilla y unos calcetines. Igual a su madre, odiaba usar zapatos en casa.

Para la mujer era una escena maravillosa, es lo que siempre quiso ver y con lo que siempre soñó; una familia al lado del hombre que siempre amó.
Ella salió corriendo hacia afuera y se lanzó a las hojas. Abigail, Lucas y su madre rieron de forma impresionante mientras jugaban, pero algo les faltaba.

—Shhhh... —Dijo la oveja al mismo tiempo que ponía sus dedos sobre sus labios, indicando silencio.

Ambos niños aguantaban su risa mientras se cuchicheaban cosas.
La mujer agarró un gran balde y lo lleno de hojas, para seguidamente asomarse por la ventana que daba su habitación y lanzarlas con todas sus fuerzas, haciendo que sus hijos, y ella, explotaran en risa.

El lobo se despertó de golpe y al incorporarse supo que pasaría a continuación —. ¿Así que quieren jugar eh? ¡Ahí les va papá lobo! —Exclamó imitando una voz "terrorífica" mientras se abalanzaba a su familia por la ventana.
Siguieron jugando y riendo durante varias horas, sencillamente un inicio de día extraordinario que unió mucho más a esa humilde familia.

Las hojas de cálidos tonos caían y el sol mañanero se filtraba por la ventana. En esa mañana de otoño.

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