Capítulo IX "Burlas irónicas"

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"Cuando más esperas que pase algo, llega la vida, riéndose en tu cara y cambia todo."

El honor a lavanda inundaba por la oscura morada de la muerte, entre tanta negrura predominaba un color púrpura cerca de la verja de entrada.

Una cabellera rizada y tan oscura como si fueras a perder tu mano en el vacío al intentar tocarla. 

Unos ojos verdes igual a la esmeralda, muy codiciados en los suburbios de su ciudad, observaban con atención los pequeños brotecillos violetas de la entrada.

Resuena un maullido por todo el lugar.

¿Un maullido? ¿En serio?
La chica de ojos aceitunados se levanta de su antigua posición y avanza hacia el gatito Shin.

Debe medir cerca de 1.70 ya que su porte es predominantemente alto, como una modelo aunque sus treinta y tantos años sin cuidarse la piel hacen notar unas diminutas arrugas en su entrecejo.

Se acerca a los pies de la muerte y parece tomar entre sus delgados y maltratados dedos una especie de collar para gatos que hay colocado en el tobillo del Shinigami.

—Así que te llamas Shin, pequeña gatita. —Le agarra el pie entre los brazos y lo eleva, causando una posición un poco graciosa para ser la muerte.

Hay que solucionar el tema de las visiones y transformaciones de la muerte.

—De casualidad no sabrás donde estamos. ¿O si? —Acaricia los dedos de la parca como si estuviera acariciando al ser más suave y adorable del mundo, cuando en verdad es el más tenebroso.

Shin vuelve a maullar y baja el pie de los brazos de la invitada, emulando el salto de un gato.

Vuelve a tomar su forma recta, además de escalofriante de casi dos metros, tomando el rumbo hacia su hogar, siendo seguida por la visitante.
Antes de entrar, se detiene y le da la cara a la señorita de piel canela antes de volver a miar.

—Oh, pero qué mal educada. Iba a entrar a tu casa y te acaricié la cabeza sin siquiera tener los modales de presentarme. —Se cubre ligeramente los labios rojos, mostrando una ligera sonrisa y trallendo como consecuencia que se le achicaran un poco los ojos.—. Soy Beatrice pero todos me llaman Bea —Gira la mirada hacia la nada y esa gentileza en sus ojos gemas desaparecen pro un momento, siendo reemplazados por unos gélidos y sin vida—, hasta por los que no quisiera siquiera ser nombrada.

Se muestra así unos segundos hasta que da un corto salto en el sitio al recibir un mayar de la parca, como recordándole dónde está.

—Perdón, eso no creo que te sea de interés.

Este le toca el talón con la punta de su pie y lo roza un rato, invitándola a hablar.

—Verás —agarra al 'gatito', entra en la casa y se sienta frente a la chimenea ya encendida—, no recuerdo la cara de mi padre ya que nos abandonó a mi y a mi madre a temprana edad. Ella intentó seguir adelante pero hubo un momento en el que no aguantó más y me vendió a un proxeneta.
Sin detenerse en acariciar a la gatita Shin, centra su vista en las llamas ardientes de la chimenea y continúa escarbando sus recuerdos.

—La verdad, no la culpo. Yo solo era una carga y un recuerdo de un hombre que la usó y la abandonó.
Muestra una sonrisa forzada, triste y nostálgica a la vez que rueda una lágrima por su tostada mejilla.

—Ellos me empezaron a vender en el mercado desde que tenía 14 años. Da igual que me insultaran, golpearan y abusaran, mientras no me mataran o me convirtiera en un producto defectuoso, mi jefe no iba a intervenir.

«Pero no todo fue tan malo. Del dinero de mi prostitución, el sesenta y cinco por ciento iba para ellos, el quince por ciento para mi alimentación y vestuarios por si los invitados me rompían los ropajes. Pero lo mejor fue que el otro veinte por ciento me lo daban para que tuviera educación y no sólo fuera un cuerpo bonito ya que también hay clientes que van ahí a contar sus penas. Ya sabes el dicho; callada como una puta.

Se acomoda mejor en el asiento, depositando un leve beso en la cima del dedo pulgar de Shin.

«Logré entrar a la carrera de veterinaria, convertirme en una veterinaria hecha y derecha. Pero...
Agacha la mirada junto a su cabeza, causando que todos los rizos de su negro pelo ocultaran su rostro.

«Justo cuando estaba a punto de pagar mi deuda en el prostíbulo, librarme de ellos y abrir mi propia clínica veterinaria, morí. ¿Qué cruel es la vida, no? —todas las lágrimas retenidas no lo aguantan más y caen sobre el pie de la muerte.

—Y después dicen que yo soy malo. Vita es mucho peor pero nadie me quiere creer —comenta la muerte tan tranquilamente como si hubiera estado conversando con ella en su apariencia normal—. Oh, lo siento, debe ser raro ver hablar a un gato, aunque mi pie no es un gatito.

Los ojos de Bea se abren de par en par, casi parece que sus esmeraldas se saldrán de su órbita.

No se mueve, apenas respira, hasta que la muerte le suelta un: Bu, haciéndola reaccionar.

—¿Eres la muerte? —esta lo afirma con un leve movimiento del rostro— ¿Y el gatito al que le he estado contabdo toda la historia de mi vida? —Shin decide maullar y mueve su pierna, enseñando el collar que tenía puesto antes el gatito.

—Como te decía, yo no soy tan malo como Vita, él te enseña cosas buenas y cosas malas a través de hechos... Espera, no debería estar hablando de eso —colocando un puño frente a sus afilados dientes, tose de forma leve—. Creo que tu vida buena iba a empezar justo cuando moriste. Vita no es justo pero yo si lo soy, así que simplemente te mandaré a reencarnar con unas pocas ventajas de vida. En fin, nada de lo que te tengas que preocupar ya que en unos segundos desaparecerás, reencarnarás y no recordarás nada de esto —Beatrice iba a empezar a charlar cuando la muerte la detiene—. No no, ni una palabra más, esta es la despedida.

Jala la palanca sin darle tiempo a tan siquiera ladrar.

—Maldito Vita, me da tanto trabajo.

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