(15) What a wonderful world?

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«Pero en los días en que sentimos que nuestra vida, como si fuera una novela, ha adquirido por fin su forma definitiva, podemos percibir y seleccionar, como hago yo ahora, cuál ha sido nuestro momento más feliz. Explicar por qué escogemos ese momento concreto de entre todos los que hemos vivido requiere que narremos de nuevo nuestra historia como una novela, por supuesto».

El museo de la inocencia, Orhan Panuk [*].


—«¡¡No me lo puedo creer!!» —pensó Helena, con ironía, revolviéndose en su lecho y mirando la pared medianera—.  «¡¡Los niños desaparecidos no les importan a nadie!!»

   Esa delgada pared que la separaba de Jean Pierre: celeste claro, decorada con una copia de Los girasoles de Vincent Van Gogh.

—«Van Gogh, Aries e incomprendido como yo» —se dijo la chica.

    El colchón de resortes del francés parecía burlarse de su bajón. Chillaba, rebotaba y, casi, casi, se desgañitaba. Igual que la mujer con la que él se divertía. ¡Ese pervertido, traicionero y desagradecido! Como si fuera poco, las patas delanteras de la cama chocaban contra el zócalo del tabique y con ese tock, tock, tock, que se prolongaba hasta el infinito, la cabeza le estallaba de tanto dolor.

—¡¡En cualquier momento tiran la pared abajo!!  —gritó, furiosa y encendió el aparato de música.

There are children standing here,

Arms outstretched into de sky,

Tears drying on their face.

He has been here.

  Oyó la voz desgarrada de James Blunt.

«No Bravery, qué bien, hace años que no la escucho» —pensó.

  El cantante británico no conseguía acallar las embestidas (¿furiosas?, ¿amorosas?, ¿vengativas?), los jadeos y, lo más incongruente de todo, el vozarrón incombustible de Louis Armstrong, que se hacía oír, aun en medio del escándalo, con su famoso What a wonderful world. Subió el volumen al máximo: ¿cuándo acabarían con todo ese bullicio?

A nation blind to their disgrace,

Since he's been here.

   Nada, ni caso, en la otra habitación no se dieron por aludidos: ni se inmutaron. Tock, tock, tock... Satchmo seguía cantando imperturbable.

—¡¡Deberían prohibir esa canción!! —gritó, para que la escuchara Jean Pierre, más enfadada todavía—. What a wonderful world?! ¿Qué tiene de maravilloso el mundo cuando alguien le da la espalda a sus obligaciones? ¿Cuando en lugar de trabajar sólo piensa en divertirse? ¡¿Es que nadie va a pensar hoy en el bienestar de los niños desaparecidos con los que sueño?!

It's another families, turn to die.

A child afraid to even cry out says,

He has been here.

   No iba a perder el tiempo lamentándose por lo que ya estaba hecho: el tío se enfadaba por nada. Demasiado susceptible. Parecía que ella era el hombre y él la chica. Como Helena solía decir, «a lo hecho pecho y para adelante»... Es más, si analizaba con objetividad los acontecimientos recientes, no podía negar que tenían su lado divertido, y, si no fuera por sus sueños de las últimas semanas (pesadillas, mejor dicho, con niños desaparecidos a los que debía encontrar), al día siguiente, pasado el enfado, se estaría desternillando de risa.

And I see no bravery,

No bravery in your eyes anymore.

Only sadness.

—«Mañana voy a continuar con mis planes como si hoy no hubiese pasado nada, ¡que se fastidie!»

    Y se reiría mucho, además, nada iba a terminar con su sentido del humor, ni siquiera ¿el fracaso?, ¿la idiotez crónica?, ¿la locura colectiva?

—No voy a perder el tiempo pensando en tíos —manifestó, convencida.

    Empezó a practicar la risa: en diez minutos estaría riendo más fuerte, había que pensar en algo divertido. Se lo imaginó desnudo en la Place des Arbres, rodeado de gente.

A generation drenched in hate.

Yes, he has been here.

  Una oleada de optimismo recorrió todo el cuerpo de Helena: sus carcajadas eran más fuertes. Puso de nuevo la canción y empezó a cantarla a gritos. Ahí estaba, comenzaba la magia, el proceso inverso al desaliento, todo era cuestión de automotivarse... ¿Cómo no iba a salir del bache? ¡Claro que iba a salir!, sin ninguna duda. Mente positiva, esperanza, al día siguiente se levantaría mejor, ahora sus carcajadas, mezcladas con el canto y el equipo de música,  se desmadraban, subían de volumen, tapaban a James Blunt, por momentos, a Louis, al tock, tock, tock...

—¡¡Mond Dieu, así es imposible!! ¡¡Esta mujer me va a volver loco con James Blunt!! C'est insupportable!!! —escuchó gritar a Jean Pierre; luego, el sonido de tacones, una puerta al golpearse, con furia.

  ¡¡Genial!!, claro que saldría adelante, estaba saliendo. Intentó contener la risa (no deseaba que parecieran carcajadas intencionadas) pero no lo consiguió. Pensó en algo triste, los niños, y su semblante se puso serio de manera inmediata: ¡los ayudaría, claro que sí! Miró la pared de enfrente, donde había un dibujo del Palacio de Linares, con Raimundita sonriendo en la puerta. Porque ¿de qué sirve conocer lo que nos depara el futuro si no se pueden cambiar algunos acontecimientos? Iba a proteger a los niños o moriría en el intento.

  Empezó a escucharse otra canción. Helena volvió a largar una carcajada: Careless whisper, de cuando George Michael estaba en Wham. Muy apropiado. Como siempre, parecía que la tecnología también se sincronizaba con su parabólica. Del otro lado se escuchaban las pisadas enfadadas de Jean Pierre. Iba de un lado al otro, parecía una pantera enjaulada. Oyó que salía. Unos minutos después, un coche acelerando a todo gas, cubiertas chirriando en el garaje. ¡Perfecto! No le resultaba tan indiferente, después de todo. Y es que, a veces, los incendios se apagaban con otros incendios. ¡Vaya si provocaron una buena fogata en su casa la otra noche!

  Parecía una tontería, pero la chica siempre había pensado que satisfacción genital y amor iban de la mano, en lo que a ella se refería. Ahora,  no sabía qué pensar, andaba de cabeza, como se descuidara volvía a echársele encima. Quizás se le veían en la cara las intenciones porque Jean Pierre se cuidaba mucho de no quedarse con ella a solas, como si lo hubiese violado. ¡Ni que fuese el depredador que estaban buscando! Si no fuera por su frustración, se reiría hasta quedar agotada.

  Cuando lo escuchó llegar con la otra mujer, sintió deseos de coger un avión y escapar muy lejos, a América, luego de darle al hombre una buena tunda por no repetir, juntos, la magia. ¿Valía la pena el esfuerzo? ¿Qué sentido tenía todo esto? Cerró los ojos, muy fuerte. Nada tenía sentido. Nada era como lo había planeado. Por qué se encontraba allí, en París, comenzaba a vislumbrarse. ¿Estarían Helena y su don a la altura de las exigencias del trabajo policial? ¿Enredaría la investigación en la madeja de su vida personal? Una madeja, por otra parte, que lucía como si un felino hubiese estado jugando con ella.

  Por momentos, deseaba olvidarse de los últimos acontecimientos. Volverle la espalda a la realidad, hacer, una vez más, las maletas y empezar de cero en otro sitio. Era una experta en irse sin despedir. Y sin embargo... Recordó las pisadas rabiosas, la acelerada del motor y el chillido de las llantas. Pensó en Jean Joseph... No debía ser tan negativa. Iba por buen camino, sólo que se requería un mayor esfuerzo. Ahí estaba el alcance de todo lo sucedido: los tres se habían unido para conseguir algo importante, acabar con una alimaña. Ésa era la razón fundamental para mantenerse juntos. Mientras no aprendiera a utilizar su don a voluntad, correspondía estar atentos a lo que les fueran mostrando. Se había acostado con Jean Pierre por culpa de un calentón y le había encantado. Estaba hecho y asumido, le gustaban los dos hermanos. ¿Por qué él se enfadaba tanto y la trataba como si ella fuera responsable?... Se removió en el lecho. Volvió a escuchar que llegaba un vehículo al estacionamiento del edificio. El ascensor subía. Otra vez la puerta, sin golpes. Pisadas más tranquilas.

   El hombre se tiró en el lecho. Las paredes eran tan delgadas que escuchó su suspiro. Helena se excitó. Siguió, igual que siempre, su ritual nocturno y cerró los ojos. Salvo que, en esta oportunidad, no pensó sólo en Jean Joseph, sino en los dos hermanos. Recordó las manos de Jean Pierre en su cuerpo, una y otra vez, habían batido récord. Se ve que el trabajo lo había mantenido ocupado... Hasta esa noche, con Helena...

—«Siente cómo me acaricias, Jean Pierre. Lo estoy haciendo yo pero es como si me lo hicieras tú, estás muy cerca, nuestras cabezas casi se rozan».

  Se masajeó los pechos, los pezones le quedaron endurecidos, anhelando las manos de él. Bajó por su estómago, empezó a buscar más abajo.

— «Sí, Jean Pierre, siente tú también cómo me pones. ¿Puedes ver cómo estoy, acaso?, ¿puedes tú también sentir la excitación que yo siento en estos momentos?, ¿puedes sentir cómo estoy besando tus labios, cómo me gusta, cómo te deseo?»

   Jean Pierre estaba en silencio. Helena imaginaba o presentía que igual que ella, con una oreja pegada en la pared. Emitió un gemido. Se escuchó un movimiento del otro lado. El resorte de la cama crujió, molesto.

—«Sí, es verdad, está pendiente, estamos haciendo el amor, sin tocarnos» —pensó.

  El placer se multiplicó. Era una experiencia nueva pero no la asombró.

— «Está bien descubrir algo nuevo a estas alturas de la vida» —admitió.

  ¿A quién le importaba, además? Sólo a ellos tres. Jean Pierre comenzó a hacerle el amor más fuerte, como la otra noche, no era la mano de ella.

—«¿Sientes cómo eres tú? No pares, por favor, no pares, sigue, sigue, sigue, no pares nunca».

  Del otro lado de la pared se escucharon movimientos.

—«¿No puedes dormir, verdad? Yo tampoco. Quiero que me sientas, que te des cuenta de que estamos ligados. Si yo soy tu maldición, tú también eres la mía. No lo planee, pasó por casualidad. ¡Te deseo, no pares, por favor! ¡Qué ventaja que esta pared sea tan delgada! Escucha, ya casi estoy. Si estuvieras aquí, de este lado, sería mucho más fácil. Este orgasmo me lo has provocado tú».

  Y Helena empezó a gemir. Poco después, también lo hizo Jean Pierre, del otro lado de la división.

—Estuvo genial —dijo la chica—. Me encantó.

Vipère!—se escuchó, además, un puñetazo en la pared.

—Gracias. Sigue así y tengo otro orgasmo.

Je ne sui pas d'accord!! —gritó y, una vez más, se escuchó el crujido de su cama y la puerta batiendo.

  En cierta forma le daba pena Jean Pierre: creía que sabía todo y que lo tenía todo registrado, y, de improviso, se estrellaba contra el mundo paralelo de Helena. La chica lo tenía asumido desde hacía muchos años y, a estas alturas, le resultaba difícil asombrarse por algo. El pobre caminaba de cabeza, confuso. Aunque, pensándolo bien, mejor así. A ver si se le bajaban los humos y el deseo de controlar. Volvieron a escucharse sonidos, otra vez la pared separándolos o juntándolos, según cómo se viera.

—No busques más excusas ni intentes apartarte. Nos deseamos y punto —expresó Helena.

  No supo si Jean Pierre la escuchó, aunque del otro lado el lecho chirrió. Cerró los ojos: lo veía o fantaseaba. Pudo oír y ver sus pasos, los pies descalzos. Cómo abría el grifo y se mojaba las manos y la cara. Se miraba en el espejo, interrogante. Dudaba, volvía a lavarse la cara. Deshacía las zancadas, regresaba a la habitación, al lecho.

  Helena estaba con él. Las cabezas muy juntas, separadas por los cinco centímetros de tabique. Recordó el chillido de los cuervos. Jean Pierre volvió a removerse en la cama. ¿Sería que, a un nivel muy primario, podían comunicarse o se lo imaginaba?

—«Estamos los dos calientes» —pensó—. «Aquí no hay telepatía, sólo deseo. Jean Pierre no pudo terminar lo que estaba haciendo y yo ni siquiera empecé». 

  Se acarició de nuevo.

ᅳCierra los ojos y no pienses. ¡Libérate de los prejuicios de una vez por todas! —le dijo—. Me estoy acariciando como tú me acariciaste el otro día. Te deseo, tonto, quiero que me hagas de nuevo el amor.

  Ella no sabía qué estaba haciendo Jean Pierre, pero, si tuviera que apostar, diría que algo similar a lo suyo. Un placer compartido de manera extraña. Volvió a gemir.

—¿Te gusta, Jean Pierre? Quiero que me desees como yo te deseo. Sólo hace falta que golpees mi puerta.

—Sí —dijo el hombre, con un suspiro resignado—. Me has espantado la cita. Eres una serpiente.

ᅳPues ven, entonces, que me enrosco alrededor de tu cuerpo.

  Se escucharon los pies desnudos, caminando. La puerta de la habitación y la de acceso a su piso.

 Helena abrió la suya. Ahí estaban, los dos desnudos, ansiosos, excitados...

—«Menos mal que no hay otros vecinos en esta planta. Yo sólo llevo puesto mi Chanel Nº 5, igual que Marilyn Monroe, qué copiona soy» —pensó.

  Fue el último pensamiento coherente que tuvo esa noche.


¡¿De Jean Pierre?!




[*] Página 98, Random House Mondadori, S.A, Barcelona, 2009.  

 NOTA.

  En multimedia, al principio de todo, os dejo la canción de George Michael  Careless whisper y en el vínculo externo el enlace a la página de Facebook de esta obra.

  Recordad que la estrella y los comentarios también existen. :)  

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