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Una leve bofetada despertó a Jennie del sueño, no fue un golpe agresivo y eso lo agradecía, fue más como un leve empujón de mejilla para llamar su atención.

—¿Dónde está mi desayuno? —Fue lo primero que Jennie escuchó por parte de su esposo al despertar.

—Yo... Lo siento, ahora lo preparo. —Respondió la menor intentando levantarse.

—Olvídalo, desayunaré en el trabajo, ya es muy tarde. —El mayor aseguró saliendo a prisa de la habitación.

Jennie miró el reloj, aún era muy temprano para entrar al trabajo, sin embargo solamente asintió y miró a su esposo salir a toda prisa.

Pero eso no iba a amargar su mañana, faltaba poco para ver a Rosé nuevamente y sabía que sería divertido pasar el día con ella.

Así que se vistió y tomó sus cosas para salir de su casa con dirección al restaurante donde había desayunado con ella el día anterior.

No mentía si decía que amaba hablar con Rosé, adoraba que la plática fluyera entre ellas, no era necesario forzar nada, se sentía tan confiada a su lado.

Por desgracia el tiempo con ella pasaba de volada, pues una vez llegó al restaurante sintió como si solamente hubieran hablado un par de minutos. Al igual que el día anterior, la comida ya había sido terminada, pero su plática todavía no y seguramente no terminaría jamás sí Jennie no tuviese que poner una alarma para regresar a casa.

Nuevamente cuando la alarma sonó para notificar que era hora de volver a casa tuvieron que detenerlo todo para finalmente despedirse y prepararse para ir a casa, una de ellas iría a descansar y la otra a sufrir nuevamente dentro de ese lugar al que no podía llamar hogar.

—Creo que debo irme. —Jennie comentó comenzando a levantarse.

—¿Puedo verte mañana aquí? —Rosé pidió, quería hacer de esto una nueva rutina, pues se sentía cómoda con Jennie.

—Mejor no sigas gastando tu dinero en mí. —La menor pidió.

—¿Ehh? —Aquellas palabras confundieron bastante a la australiana.

 —Es decir, haz pagado el desayuno por dos días seguidos, ¿Por qué no mejor vienes a casa? Déjame invitarte a desayunar también. —Jennie aclaró rápido.

—¡Claro! —La mayor aceptó enseguida, se aclaró la garganta y respondió de nuevo con más calma —Por supuesto.

Y Jennie soltó una pequeña risita, se notaba el entusiasmo en Rosé y le alegraba no ser la única ansiosa por que volvieran a estar juntas.

—Entonces te mandaré mi ubicación por mensaje.

—Está bien.

—Nos vemos. —La coreana se despidió con la mano dándose media vuelta para salir del lugar.

Pero Rosé la tomó por la cintura y la atrajo nuevamente para dejar un beso en su mejilla izquierda, muy cerca de sus labios.

—Te veo mañana, preciosa —Rosé susurró a su oído y dicho esto salió de aquel restaurante.

Jennie estaba pasmada y con la piel erizada, todo había ocurrido tan rápido, acaso, ¿Rosé le estaba coqueteando? ¿O era eso algo normal para los australianos?

Sin embargo, no podía continuar pensando ahí parada, debía llegar a casa y preparar el almuerzo para su esposo. Así que mientras caminaba siguió pensando en lo que había ocurrido con Rosé, no podía evitar admirar la confianza que la australiana parecía tener, estaba impactada.

Rosé por su lado se moría de vergüenza, ¿Qué diablos había sido eso y por qué creyó que era una buena idea despedirse así? La pena la estaba cacheteando fuerte después de haber cometido aquel acto tan atrevido al casi besar a Jennie, solamente llevaba cuatro días de haberla conocido, ni siquiera había visto su rostro por completo y acababa de casi darle un beso, Rosé no dejaba de arrepentirse de haberlo hecho, temía que después de eso Jennie se enojara y no volviera a hablarle.

Sin embargo, todos esos pensamientos negativos desaparecieron cuando un mensaje llegó al teléfono de Rosé y al abrirlo se encontró con la ubicación que Jennie le había mandado, no podía esperar a que fuera mañana.

El resto del día para Rosé no fue tan diferente, ella se ejercitó un poco y continuó una aburrida tarde viendo películas sola para después irse a dormir.

Mientras tanto, Jennie no tenía el privilegio de relajarse de la misma manera, no cuando estuvo todo el día preocupada por su esposo que no volvía a casa, es cierto, él era un mal hombre, pero si algo le pasaba o la abandonaba, Jennie no podría mantenerse sola, no tenía un trabajo, pues su marido se lo había prohibido, no tenía dinero, sus padres vivían en otra ciudad de Corea y por si fuera poco no tenía amigos que pudieran ayudarla. Simplemente no tenía a donde ir.

Sin embargo, después de horas preocupada su esposo apareció como si nada en la casa.

—¿Dónde estabas? Me preocupaste mucho, ¿Está todo bien? —La menor se acercó a preguntar.

—Solo cállate un rato Jennie, trabajé horas extra. —Y sin decir nada más el mayor se fue a la habitación ignorando a Jennie y la comida que esta le había preparado con tanta dedicación.

Entonces se preguntó por qué seguía cocinando para él, muy pocas veces este probaba su comida, y la mayoría de las veces que lo hacía terminaba tirada en el piso por su marido.

Sin embargo solamente recogió las cosas y organizó un poco más la casa antes de darse un baño y finalmente dormir.

Por suerte durmió tranquila, tan tranquila que solamente despertó por el sonido del timbre ser tocado, revisó la hora y notó que su esposo ya se había ido al trabajo, últimamente sentía que este se había vuelto como un fantasma, simplemente llegaba a dormir o gritarle para nuevamente pasar el día fuera de casa, y en parte Jennie estaba agradecida de no tener que estarlo aguantando todo el día. Estaba algo más cómoda si su esposo no estaba en casa, pero eso no quitaba el hecho de que seguía sintiéndose miserable por su matrimonio disfuncional. Sin embargo a pesar de la tranquilidad que estaba teniendo últimamente, ella era consiente de que no siempre sería así, pues sabía que en menos de un mes los maltratos volverían sí de nuevo no conseguía embarazarse.

Tuvo que dejar de lado todos sus pensamientos cuando el timbre volvió a sonar y miró un mensaje de Rosé en su teléfono, ella había llegado.

Automáticamente Jennie se levantó con un salto de la cama e intentó arreglarse lo más rápido posible para ir a recibir a su amiga australiana. Y nuevamente ocultó sus heridas bajo un par de gafas oscuras.

No pudo evitar sonreír al ver a Rosé en la puerta de su casa, esa mujer poco a poco comenzaba a ser muy especial para ella.


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