En la oscuridad

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Apago la chimenea, pero todavía quedan unas cuantas brazas naranjas en la leña quemada. Son toda la luz que queda en la habitación, lo demás es la oscuridad, siempre tan espesa e intimidante, como si supiera todos mis secretos y mis mayores miedos.

―¿No podés dormir? ―me pregunta Lina, inclinada contra el umbral del vestíbulo.

―Se ve que vos tampoco ―le respondo.

Tiene medio cuerpo iluminado por los faroles de la calle, mas al adentrarse en la sala, lo único de luz que le queda son algunas líneas de su silueta. Se acomoda a mi lado, frente al hogar, y reconozco el brillo de su mirada encima de mí. Su presencia me es fría aunque agradable entre tanta oscuridad.

―¿En qué estás pensando?

―En el juicio. Cada vez falta menos para que esos desgraciados paguen lo que les hicieron a las chicas.

―... Quiero que hagas algo ―me dice después de una pausa, con un tono tan firme como suave―. Cerrá los ojos.

En lugar de eso, la miro extrañado, tanto por su pedido como porque, de alguna manera, la veo como si no estuviéramos a oscuras. O quizás es que ella brilla en la oscuridad.

―Confiá en mí. Cerrá los ojos ―insiste.

Resoplo y le termino haciendo caso. Después de unos segundos, me pregunta:

―¿Qué ves?

―Nada.

―¿Seguro? Fijate bien.

Aprieto más los ojos.

―Hay líneas y puntos.

―Dales forma. Ahora, ¿qué ves?

―Caras.

―¿Las reconocés?

―Son las chicas...

―¿Qué hacen?

―Me miran y lloran.

―Respirá hondo.

Cargo los pulmones de aire y noto que me duele, pero logro retenerlo hasta que Lina me lo indica. Una vez lo libero, el dolor persiste menos agudo.

―¿Las chicas siguen ahí?

―Sí.

―¿Todavía lloran?

―No, ya están tranquilas.

―Imaginá que ahora todas esas caras son luces que van a tu entrecejo. Dejalas que se unan y que se expandan, y no te enfoques en nada que no sea la luz.

―Está bien.

―Ahora dale forma de lo que vos quieras. Puede ser el sol, un farol, una vela, o una llamarada.

―La veo.

―Ya podés abrir los ojos.

Todo parece estar más claro. Puedo ver la repisa de la chimenea, la leña, los cuadros, los muebles, y la luz está en donde quiera que mire, pero especialmente en Lina, que sonríe aliviada.

―Así que éste es tu truco para ver en la oscuridad ―bromeo.

―Y para no tenerle tanto miedo.

Agacha la vista, como yéndose a algún rincón de su memoria.

―La oscuridad está llena de cosas que uno mismo le da.

Con razón... Por eso ella siempre me busca cuando estoy a oscuras, y por eso es que puedo verla hasta en la oscuridad. Éste es nuestro refugio.


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