II. Luz

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A veces me pregunto si fui yo quien la crio a esta chica. Es fuerte y la adoro, pero no salió como me la esperaba. Es buena, es demasiado buena para ser lo que es.

Comprende la oscuridad de nuestro mundo, comprende que esa oscuridad es parte de ella, y que corrompería a todos a quienes rodeé, y sin embargo, todavía está llena de luz. Querrá esconderla, negarla, pero sabe que aún la tiene y que ésta la controla y la sume en una necesidad más insaciable que nuestro apetito por la sangre, la necesidad de toda alma: humanidad. Esto es todo lo que el alma comprende y anhela, un interminable ciclo de sufrimiento, agonía y miseria, el vacío existencial que es imposible de llenar, porque no hay nada que lo pueda satisfacer más que las ilusiones, y la humanidad es una ilusión. La muerte es lo único cierto, la muerte es el fin de la humanidad y, para unos pocos como nosotros, el comienzo de la eternidad y la libertad.

Nosotros nos abrazamos a todo lo que el ser humano adora o desprecia fanáticamente: la divinidad. Si bien tenemos nuestras propias leyes y restricciones, no estamos limitados de la misma forma que los humanos, su "humanidad" no nos afecta en lo más mínimo, porque nosotros comprendemos que no necesitamos una razón de ser, no necesitamos pensar para existir, sólo debemos hacer uso de nuestro instinto y confiar en la naturaleza salvaje que nos molda.

O bien puede ser que, más que nosotros, sea solamente yo. Porque yo soy el que, después de haber existido por tantos milenios, pude llegar a esta conclusión, a que la vida y la muerte que son el tira y afloja de la humanidad, son meras excusas que el hombre tiene para no desfallecer. Yo soy el que se ve a sí mismo como una divinidad, y no lo digo por ser arrogante, sino porque es la verdad.

Pero yo no soy el único de mi especie que piensa así. Muchos de mis convertidos siguen mi filosofía, aunque jamás a mi nivel, y muchos otros de mi raza, mis primos y hermanos, viven de la misma forma que yo, bajo el instinto y la verdad absoluta que los hombres niegan. Sin embargo, hay también otros engendros, vampiros "humanizados" que no duran mucho tiempo en esta segunda vida, pues añoran demasiado su humanidad. La buscan por doquier, se dejan sucumbir ante ella porque son demasiado ineptos para aceptar nuestros verdaderos preceptos. Sus mentes poco desarrolladas continúan sosteniéndose por el tiempo corriente y sus almas se aferran a esas ilusiones tan banales como lo son la vida mortal y la muerte fulminante.

¡Es ridículo! Nosotros somos seres eternos, el tiempo no existe para nosotros, sino la eternidad, espesa y caótica, y somos universales, porque estamos por encima de todo cielo e infierno, somos soles y estrellas simplemente existiendo, flotando en el vacío que es común a todo y a todos, viendo cómo todo gira y se mueve en una única dirección. Estos vampiros, estas bazofias, no son otra cosa más que residuos humanos.

¿Y vos, mi amor, en dónde estás? Sos brillante, majestuosa, una diosa celestial que descendió a La Tierra, pero ¿por qué? ¿Por qué no me dejás traerte conmigo a la cima del mundo para reinarlo? Vos sos como yo, lo sabés muy bien, pero seguís terca, insistís en esa necesidad de mierda que lo único que hace es consumirte. Mi amor, dejá todo de lado y aceptá la verdad de una vez y para siempre, la verdad que conocés y que ignorás, pero ¿por qué o para qué?

Tenés debilidad por los humanos, tenés compasión por su humanidad. Eso es algo que nunca vas a recuperar, y si es lo que te mueve, ¿cómo es que hacés para caminar entre los astros, cómo hacés para atraernos hacia vos? Debe ser tu luz, es algo que te ciega y que nos entorpece. Me pregunto de dónde la sacaste. ¿Del Mesías? No, cuando te encontré ya la tenías. Era como una vela, muy tenue pero reconfortante entre tantas tinieblas. Pensé que al transformarte, esa llama se apagaría, pero no, todo lo contrario, se avivó, y desde entonces brilla con pura intensidad. Sí, fue tu luz la que nos unió y la que luego nos separó. Cuando te convertí, te tuve sólo para mí y el mundo estaba a nuestros pies. Todavía no comprendo cuándo ni cómo te apartaste, cómo te liberaste de mí, reclamándote a vos misma y haciendo todo lo que se te cantara. Tanto poder...

Tenías que ser vos, mi amor. Debe ser por todo esto que te amo, porque nunca dejás de sorprenderme, porque con vos siempre pierdo el control, así como vos siempre lo perdés conmigo.

Quiero que sepas que te compadezco, que ya no me joden tus errores y que ya no me importa limpiar tus desastres, estás muy grande para eso. Por eso, cuando te encontré con tu compañera, cuando supe que estabas a punto de llenar su vacío, su carencia de humanidad, con el don y la gracia de la eternidad, me abstuve de hacerte frente, porque más allá de que ambos supiéramos la verdad, no quise hacértela ver, te dejé andar a tus anchas, dejé que te cegaras si eso era lo que querías, y que hicieras con tu presa lo que tuvieras que hacer.

Pero también quiero que sepas que en el fondo me duele verte así, siempre jugando al buen samaritano: cada vez que te cruzás a una persona desahuciada, rota, miserable, intentás ayudarla, arreglarla, cosa que habrás logrado muy pocas veces. Y lo peor es que, después, cuando en "tu juego" perdés, te quedás en blanco, caés en un vacío del que ni yo puedo sacarte. Si bien siempre lográs salir de ahí, en algún momento, aquello que te cuesta es demasiado, y no me gusta verte perder, no me gusta verte caer, no me gusta que te deshagas y te reconstruyas a cada rato como un rompecabezas.

No, mentira. Me gusta que seas un rompecabezas, me gustás seas lo que seas, hagas lo que hagas. Te amo, es la verdad, y quiero que seas mía en todo sentido, así como quiero ser tuyo para siempre. ¡Compartamos nuestra eternidad, mi amor!


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