II. Renacer

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Ian y yo pasamos unos meses intensos. Al principio, hicimos todo cuanto estuvo a nuestro alcance para fingir que éramos amigos, hacíamos caso omiso a la química explosiva que compartíamos, y quizás hubiéramos podido sostener la farsa un tiempo más, si tan sólo no hubiéramos ido a ese bar que me gusta tanto, si no lo hubiera sacado a bailar ese "Tango del Pecado" que me excita increíblemente, y si no le hubiera meneado y perreado contra las caderas, ocasionándole una erección por la cual se le sonrojaron hasta las orejas. Pensó en huir al baño, pero había que hacer fila para poder pasar y su urgencia no se podía disimular. Así que, sin pensarlo dos veces, lo saqué medio a escondidas del lugar y lo llevé hasta su auto.

Tenés dos opciones: o me pedís privacidad o me pedís ayuda ―le advertí.

Apenas logró pronunciar mi nombre con desesperación y ya estábamos chapando.

Se acomodó en el asiento del piloto con algo de torpeza, y yo me senté en su regazo. Mientras lo besaba, le bajé el cierre del pantalón, y después de chuparme los dedos le masajeé su miembro hasta que estuvo preparado para penetrar. Con un poco de dificultad por el reducido espacio en el que estábamos, me saqué la bombacha y pronto lo tuve adentro. Ese primer impacto fue glorioso. Todo lo que habíamos estado reteniendo, ahora fluía libre y furioso entre ambos.

Cuando empecé a montarlo, una marea cálida me sacudió el vientre y se fue diluyendo a través de mis venas. No creí posible que estuviera más excitada, pero entonces Ian me demostró lo contrario: me bajó la blusa y me devoró los pechos, y luego, para terminar de hacerme venir, me metió los dedos entre los labios vaginales hasta encontrar mi clítoris. El orgasmo me hizo gritar como una desquiciada, pero también hizo que mis colmillos se extendieran. Escondí mi cara entre su hombro y su cuello, desgarrándome por dentro del miedo. Pensé en lo cerca que había estado de morderlo y en cuánto me había costado contenerme, derrotar a mis instintos.

En cuanto él alcanzó el punto culminante, me arrojé al asiento del copiloto, dolida por mi propia represión pero empalagada de placer.

¿Estás más tranquilo ahora? ―le sonreí, y él se rio a carcajadas al no tener palabras para expresar su emoción.

Lo noté feliz, realmente contento y pleno, muy diferente al chabón que había conocido en la terraza de un rascacielos hacía unas cuantas semanas. Verlo así me convenció de que mi esfuerzo por evitar morderlo no había sido en vano. Estaba tan vivo, que me horrorizaba la mera idea de llegar a lastimarlo. Un simple corte podía haber acabado con su vida, que recién comenzaba a renacer, y hubiera significado también la muerte de mis esperanzas, a las cuales había podido encontrar gracias a él. Ian me hacía sentir capaz de amar de un modo que los vampiros no suelen comprender.

¿En qué momento y por cuáles razones nos separamos? Pues, las respuestas se aglomeran en un único día, un mal día. Digamos que ahí fue cuando todos los problemas que venía metiendo bajo la alfombra, se hicieron sentir más que nunca.

Acababa de abrirle la puerta de mi departamento a Ian, y justo cuando quise invitarlo a pasar, se escuchó la voz de Mikael:

Permiso, paso al baño.

El sinvergüenza habría entrado por el balcón justo en ese instante para emboscarnos, y le funcionó a la perfección: había logrado que Ian palideciera y que yo hirviera de la furia.

¿Mal momento? ―preguntó él, apenado.

Salimos al pasillo y, sin saber qué cara poner, le respondí:

Es un pelotudo, no le des bola.

Ian dijo que podía volver en otro momento, y yo le dije que mejor saliéramos a dar una vuelta.

¿Un amigo? ―inquirió, aunque se notaba que no quería hablar de más para no incomodarme.

Es mi ex, pero te juro que no pasó nada raro ―Me mostré muy avergonzada, algo que no me sucede muy a menudo.

Él sonrió con ternura y no me pidió explicaciones, lo cual me alivió. Sin embargo, la tensión fue mucho mayor cuando, al llegar a la puerta del edificio, nos asaltaron los flashes de las cámaras de los paparazzi que esperaban afuera. Inmediatamente, nos escondimos a un costado de las escaleras. Ian puteó por lo bajo y después se disculpó conmigo por el inconveniente, que era su fama. Ya sabíamos que uno o dos buitres lo venían siguiendo día a día, pero ahora se habían colmado unos diez, y encima donde yo vivía.

Estaba acorralada en todo sentido: Mikael me esperaba arriba (me pregunté si habría sido él quien los llamó) y la prensa nos acechaba en la calle. No podía permitir que Ian se cruzara con mi "ex", o más bien, mi eterno amante, porque así acabaría hundiéndolo cada vez más en la oscuridad que habito. Pero tampoco podía exponerme ante los medios a los cuales Ian pertenecía, porque cabía la posibilidad de que entones éstos no me dejaran en paz.

Además, hay como un pacto universal entre vampiros con respecto a estar en el foco de la fama: podíamos ser celebridades por un tiempo estimado de diez años, siempre y cuando no levantáramos sospechas de nuestra naturaleza. Pasado ese límite, tendríamos que desaparecer o fingir nuestra muerte, porque sin importar qué hiciéramos para aparentar, no envejeceríamos, y la gente se daría cuenta. Si me descubrieran con Ian, tendría que abandonarlo al toque o cumplir el plazo y entonces desaparecer. Ninguna de las dos opciones me complacía, pero tampoco tenía demasiadas alternativas.

Así pues, decidí en aquel momento que nuestra aventura tenía que terminar lo más pronto posible, que Ian debía regresar a su vida y a su mundo, y que yo debía retornar a mi morada de sombras.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro