II. Serena

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Ella también está excitada; huelo la humedad entre sus piernas. Ya sé, es incómodo, pero andá a tratar de calmar mis sentidos cuando se me activa el instinto.

―Ah, no puedo seguir con esto ―dice por lo bajo, guardando las fotocopias.

Y yo no puedo seguir ignorándote.

―¿Qué estás estudiando? ―le pregunto.

―Traductorado en Inglés.

―Ah, me dijeron que es una carrera difícil.

―Es exigente, la verdad. ¿Vos estudiás también?

―No, soy bartender.

―¡Qué copado! ¿Acá por La Plata?

―No, en Capital ―miento.

Nos conocimos en mi trabajo. Les había mentido a sus padres diciéndoles que salía con unas amigas, por lo cual estaba nerviosa. Ella había estado una hora sentada sola en una mesa, esperando a su cita. El forro nunca apareció, y eso la deprimió, lo cual la trajo hasta la barra en la que me tocaba atender. Me pidió cinco tragos, uno atrás del otro, y a cada uno yo le iba agregando menos alcohol. Se dio cuenta y me retó:

¡Esto es más hielo que otra cosa!

Yo me disculpé y le fui sincera:

Perdoná, pero no quiero que te vaya a dar un coma etílico.

A lo cual me respondió:

¡Quién te creés que sos! ¡Mi vieja!

Un compañero estuvo a punto de intervenir, pero le aseguré que estaba todo bien. Sin embargo, ella casi saltó sobre la barra para agarrarlo y exigirle que la atendiera él, porque yo era una forra. El pibe era nuevo, por suerte, y lo supe manejar para que no la echara.

Todo mal con ustedes, che ―dijo ella.

Si estamos mal por querer cuidarte, entonces yo estoy re contra mal, pero mal como para el carajo ―Logré hacerla reír.

A partir de ahí nos pusimos a hablar hasta la hora del cierre. Le pregunté si tenía cómo irse a la casa, y me dijo que la podía pasar a buscar el padre.

Pero me va a matar si me ve así ―Se largó a llorar.

La calmé y le dije que podía quedarse conmigo hasta que se le pasara el pedo triste. Cuando llegamos a la puerta de mi departamento, se tropezó y se tapó la boca por las náuseas, así que enseguida la llevé volando hasta el baño para que vomitara. Le sostuve el pelo, le di agua y le dije con una sonrisa:

Vos no sabés tomar, che.

Lloró un poco y al rato terminamos riéndonos.

Me agradeció lo que hice por ella y, sin saberlo, me besó por unos segundos. Después me miró y quiso disculparse, pero no la dejé.

Le comí la boca como creo que ningún otro pibe se la habría comido antes, nos desvestimos y le pasé la lengua por todo el cuerpo, derritiéndola en gemidos. Le chupé los pezones y después la concha, haciendo que explotara con un primer orgasmo. Estaba tan húmeda que no se me hizo difícil ir metiéndole los dedos. Entonces, trató de imitarme: me tocó y me comió las tetas, me pasó la mano por entre los labios vaginales, pero más que nada, me chapó ansiosa. Era su primera vez con una mina, así que en ese instante eran muchos sus sentimientos encontrados. Después de tijeretear hasta que ambas tuvimos orgasmos, se echó deshecha entre mis almohadas. Yo procedí a besarla con más calma, aunque obviamente no podía estar más cansada que ella; los que son como yo no se pueden cansar.

Pensé en que esta chica me gustaba bastante, y en que lo conveniente sería que se olvidara de la noche de mierda que había pasado, que se olvidara de mí y de que habíamos cogido, porque por más que la hubiéramos pasado genial, probablemente al otro día se arrepintiera. Alcancé su cuello, le besé el punto más sensible, y la mordí. Ella no emitió más sonido que un leve gemido. Me alimenté de ella hasta que no quedaron más recuerdos de esa noche, nada relacionado conmigo. Habiendo quedado completamente vulnerable y sin ninguna voluntad, le indiqué que, una vez que se despertara por la mañana, se cubriera el cuello con la chalina, que se fuera a su casa, y que actuara con normalidad.

―Me llamo Serena, a todo esto ―se presenta.

―Gemma.

―¡Qué lindo nombre!

―Gracias, el tuyo también es muy bonito.

No me había dado cuenta hasta ahora. Había pasado la noche anterior con ella y ni siquiera sabía su nombre.


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