III. Greta

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Nunca le fui devota a Mikael, ni siquiera por ser mi progenitor, y menos le hice caso cuando estaba con Greta, mi primer gran amor. Si con él me sentía con una niña, diminuta indefensa, con ella me veía hecha una mujer plena y poderosa, tanto en lo emocional como en lo sexual.

Greta era mucho más que una delicia en la cama, era una intelectual y una artista fenomenal. Con su cuerpo te acorralaba y te destrozaba, pero con sus palabras te seducía y te conquistaba. Lo único que me molestaba de ella, y que me molesta todavía, era que siempre tenía un aire de melancolía, y yo no entendía por qué. Me la pasaba preguntándole si alguien le había hecho daño, le exigía que me diera un nombre, que iría por él y lo destrozaría. Pero entonces, Mikael, que siempre tuvo que estar entre medio de ambas, se reía y me decía que esa tristeza era parte de su naturaleza, que la "luz" que Greta irradiaba era el designio de un mártir, hecho para brillar en la oscuridad sin poder nunca extinguirla.

Vos no deberías brillar para nadie salvo para vos misma ―le reproché en una ocasión, enojándome cada vez más al ver que ni se inmutaba.

¿Acaso no sabés cómo funciona la luz? ―Volvió a hablar Mikael, haciéndose sentir―. Ella alumbra todo lo que puede, hace visible todo lo que toca, sin importarle a quién alcanza.

¿Por eso siempre estás tan cerca de ella? ¿Porque querés que te ilumine, que te haga visible? No te vería nadie de no ser por Greta.

¡Qué impertinente! ―Me hubiera golpeado de no haber sido que ella se interpuso.

¡Basta! Lo único que ahora me interesa es tenerlos a los dos, que los veo y que los siento. ¿Y ustedes? ¿Pueden sentirme también?

Tenía una mano apoyada en el pecho de cada uno, conectándonos de una forma inexplicable. Era como si nos hubiera convertido en una galaxia, siendo ella el sol y nosotros los planetas que giraban a su alrededor. Era verdaderamente una experiencia cósmica que por nada del mundo iba a desperdiciar.

La besé llena de furia, deseo y necesidad. Sabía que Mikael la anhelaba con la misma urgencia, así que sin mediar palabras, pactamos que la compartiríamos o que nos someteríamos a su voluntad.

Le desabroché los botones del cuello de su vestido, y mientras saboreaba su piel, Mikael se apropió de su boca y le desenredó las hebillas del pelo, para que los bucles le cayeran sobre los hombros y la espalda. Entonces, Greta comenzó a desvestirme mientras anudábamos nuestras lenguas, y Mikael por su lado se deshizo de la ropa, y enseguida se puso de rodillas para meterse debajo de su falda. Por el grito que ella soltó, imaginé que éste le habría metido directamente la cara entre sus glúteos, nada que yo no hubiera hecho. Al final, cuando no hubo más ropa de por medio, ambas terminamos apretando contra una pared a la vez que Mikael la penetraba por detrás. Tener los gemidos de Greta pegados a mi oído, me excitó más que el roce entre nuestras piernas.

Ahí, ya me terminé. Mis dedos están pegajosos y mi concha tan húmeda y caliente, que es obvio que necesito un baño. La ducha de la casa es una buena opción para relajarme, pero sigo con tanta energía que quiero más, quiero a alguien salvaje e indomable, que me sacuda sin piedad, y Jonathan dormido no me sirve.

Un trueno resuena en la distancia. Faltan unas horas para que la tormenta toque tierra, y sin embargo, el mar ya se agita embravecido, perfecto para que devore a quienes se atrevan a enfrentarlo. Pero mi intención no es luchar contra él, sino unírmele, dejar que me arrastre a las profundidades del mundo o a una playa perdida.

Decidida, salgo de la casa, bajo la escalinata de madera, atravieso la playa y me voy metiendo al agua helada. Las olas primero amenazan con derribarme, pero al ver que mi fuerza me mantiene aún de pie, comienzan a llevarme hacia donde ellas nacen. En cuanto no hay más tierra sobre la cual caminar, me sumerjo y nado cada vez más adentro, o lo más que puedo, porque la marea sigue yendo y viniendo conmigo. Apenas saco la cabeza para respirar un instante, me atraganto con una ola sorpresiva. Intento salir a flote una vez más, y no puedo. El mar pretende que entienda que esto no es un juego, y que habiendo entrado en sus dominios, ahora le pertenezco.

Sin aire y con el agua colmándome los pulmones, comienzo a hundirme en agonía. Esto es exactamente lo que buscaba...

Rebeca... ―Resuena la voz melodiosa de la Greta de mis recuerdos―. ¿Otra vez estás soñando con el mar?

No, estoy soñando con vos. Sueño que nos abrazamos...

Pero no nos estamos abrazando, Rebeca, te está llevando el mar.

No, esto ya no es un recuerdo.

No quiero que te aleje de mí. ¡Rebeca, volvé!

El problema es que no puedo, no a menos que el mar me lo permita, y dudo que ello suceda. Todo lo que me resta por hacer, es abandonarme y que él haga lo que le plazca conmigo.


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