III. Ian

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Hice con Ian lo mismo que con Serena, y sin embargo, lo sentí tan distinto. Por supuesto, entiendo que cada persona es diferente, pero la situación era bastante similar, o quizás con Ian fue un poco más complicada. Ya que, mientras que a Serena la conocí recién cuando ésta descubrió que su vida estaba marchita, a Ian lo encontré al borde de un abismo literalmente.

Será que ya tengo experiencia con esta clase de gente o que desarrollé un sexto sentido para captar tendencias suicidas. Suele pasarme que voy caminando lo más bien a la noche, y que de repente, algo me obliga a detenerme.

Anoche sucedió eso: levanté la cabeza hacia un rascacielos y divisé una figura, alguien que pretendía tirarse. En menos de un minuto, escalé hasta la terraza y encontré a un hombre relativamente joven, rondando sus treinta y cinco años, sujeto a la barandilla y con la cabeza medio colgando sobre el vacío. Supongo que estaría calculando cuántos metros tendría la caída, pensando en si moriría del impacto o si colapsaría en el aire y moriría de un infarto. Vi su miedo, su desesperación por abrazarse a la muerte como si fuera su único consuelo, pero también vi que no lo estaba logrando, que su deseo fatal no era lo bastante fuerte como para que afrontara el fin de su vida. Lo que en verdad quería, no era la muerte, sino una cura para su sufrimiento, cosa que no existe, pero bueno, capaz yo tuviera algo que al menos lo aliviara por una noche.

Lo sorprendí riéndome mientras me paraba sobre la baranda y me columpiaba. Él exclamó unos miles no y develó su ebriedad, aunque yo ya la había percibido por su olor a alcohol.

¡No! ¡Qué hacés! ¡Por favor, no hagas eso! ―Estaba a punto de hacerlo enloquecer.

Me quiero divertir, ¿vos no? ―insistí con otras tantas carcajadas.

¡Sí, dale, dale! Vamos a divertirnos, pero bajá de ahí, por favor ―Estiró una mano hacia mí.

Temblaba, pero de todas formas lo noté firme y caballeroso. Entonces, me aparté de la baranda con un salto y me recosté en el piso, respiré hondo, observé las estrellas y le dije:

El cielo está tan cerca... Vení, mirá ―Lo invité a que se echara a mi lado, y él lo hizo con un poco de torpeza.

Era probable que nuestros ojos no estuvieran viendo lo mismo, pero apuesto a que el efecto de la presión atmosférica y la adrenalina nos hicieron compartir un mismo sentimiento.

¿No es hermoso? ―dije, y él respondió muy pausadamente:

Sí... La vida es hermosa.

Para mi sorpresa, me miró y me dijo:

Sos muy hermosa.

Le sonreí en respuesta.

Ya tenía planeado cojérmelo, pero todavía estoy impactada por la manera en que lo besé, fue un impulso que hacía mucho rato no tenía. Me acuerdo que, con Serena, lo que le dio fuerza a mi boca fueron sus lágrimas. Con Ian, fue su sinceridad; ese "Sos muy hermosa", lo confieso, me mató de ternura. Será que me gustan así ingenuos y adorables.

Tomé la iniciativa no sólo con el beso. Me senté sobre su regazo, le comí la boca, lo atraje hacia mí casi con desespero, pero lamentablemente no fue suficiente. Él estaba muy borracho y muy nervioso, por lo cual su miembro no era capaz de ponerse erecto. Se trabó con sus palabras pidiendo disculpas, pero con unas cuantas sonrisas y unos besos más tranquilos logré calmarlo. Sinceramente, yo también me sentí bastante bien con sólo eso.

En un punto, nuestros ojos se encontraron y... Todavía no entiendo bien lo que pasó. Me sentí inmersa en sus ojos castaños, ojos que tras toda la borrachera y el cansancio denotaban algo mucho más poderoso, un sueño, su alma quizás. De alguna manera, me dejó entrar en lo más profundo de su ser, lo cual me maravilló, descubrirme así de bienvenida, ser recibida tan cálidamente. Pensé, y aún pienso que Ian es un sujeto lleno de amor, es amado por mucha gente y asimismo él ama intensamente.

Ante un rugido de su estómago, le propuse que fuéramos a comer a algún lado.

Ah... Sí, pero... ¿Puede ser a algún lugar con poca gente? No quiero llamar la atención ―pidió.

Como en ese instante todavía no había reconocido ni su nombre ni su cara, asocié aquella acotación a su deprimente estado de ebrio-suicida. Recién cuando pasamos casualmente por delante de un cine, me percaté de la cruda realidad: la cara de Ian figuraba en el póster de una película nominada al Óscar.

No le des bola a eso ―masculló.

No sabía que... Con razón te veía cara conocida ―traté de mostrarme animada para que no decayera.

Me acordé entonces que el año pasado había visto una peli en Netflix que él también protagonizaba, y gracias a la cual reconocí, como todo el mundo, que era un muy buen actor. Su triunfo en Hollywood había repercutido bastante acá en Argentina, que además de ser su país natal, es un país que celebra a cualquiera que triunfe en el exterior, a actores, músicos, futbolistas, etc.

Bancá, o sea que... ¿No sabías quién era yo cuando estábamos en la terraza? ―balbuceó sorprendido, a lo que respondí:

La verdad es que no.

Él soltó un largo suspiro, aliviado de que yo no fuera una fanática. Me contó, o intentó contarme lo más coherentemente posible, durante la velada, que odiaba verse a sí mismo en todas partes, que estaba contento por su éxito, pero que no soportaba tanta atención.

Pero vos... Me gustás, o sea... Vos no me jodés.

Estaba tan serio que verlo sonrojarse de la nada me hizo estallar de la risa.

¿Podemos tratar otra vez? ―Volvió a sorprenderme con esa petición.

¿Para no quedarnos con las ganas? ―Me incliné sobre la mesa hacia él, tentándolo con una sonrisa y un leve vistazo de mis pechos.

Tratamos sin lograr nada. Él estaba muy cansado, por lo que le propuse que nomás nos desvistiéramos y nos acostáramos. En un principio renegó por buenas razones, y era que no quería decepcionarme, quería darme un poco de placer, y creo que si lo hubiera dejado, algo hubiera pasado, pero me contuve así como lo retuve.

No me jode, de en serio ―le juré, acariciándole el pelo negro y sedoso.

Al rato se quedó dormido. Yo permanecí a su lado, apreciando su buen físico: era alto para el promedio, pasaría el metro ochenta, y se notaba que por sus películas había estado ejercitándose. Su cara, no obstante, era lo que más me atraía. Tenía facciones firmes pero suaves, una nariz quizás algo grande, pero armoniosa para su cara, y un par de lunares sobre sus pómulos que le daban un aspecto adorable. A lo último, mi mirada cayó atenta sobre su cuello, un cuello tan escultural como el resto de su cuerpo, y con una vena tan expuesta como relajada para hincar el diente con suma pasión.

Fue entonces que me puse a pensar en Serena, tanto porque quería distraerme de Ian y de su sangre, como porque la visión me parecía demasiado similar. Inconscientemente, me largué a llorar en silencio.


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