III. Muñeca

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En La Casa de las Brujas, todos tienen que cumplir con sus responsabilidades, incluida esta chica. Quizás, al estar obligada a salir de su habitación e ir de un sitio a otro, fue que pudo abrir los ojos, ver más allá de las puntas de los pies. Había un mundo entero a su alrededor, por más pequeño que fuera. Descubrió los colores y las pinturas en las paredes, las luces en las lámparas de cristal, descubrió que los fantasmas tenían cara y cuerpo, que eran personas; el hecho de verlos también la volvió visible a ella. Admiraba principalmente a las mujeres, todas muy hermosas y únicas, bien maquilladas y vestidas con preciosos atuendos. Gracias a ellas, esta chica entendió que su mayor crimen era usar no más que camisones y batas viejas.

―¿Por qué lo que me gusta no siempre me queda bien? Será que es más fácil vestir a una muñeca, porque su cuerpo es perfecto en todo aspecto ―decía para sus adentros.

―Pero las chicas que te inspiraron, y a las que envidiás, que no está tan mal, ¿te parece que son muñecas? ―le susurraba el ángel al oído, sujetándose las manos tras la espalda para no tocar a esta chica que todavía no estaba lista, aunque estuviera cada vez un poco más deseosa y deseable.

Tardó mucho tiempo en dar con la respuesta correcta, en ver piel y carne en lugar de plástico. Pero aún hoy en día, le es imposible asociar la belleza con lo humano, creer que la belleza era posible en ella, muy a pesar de no considerarse a sí misma humana.

Alentada por el ángel, comenzó a vestirse diferente, a arreglarse, a palpar las telas y a pintarse los labios con los cuales no besaría a nadie mientras fuese lo que era.


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