Las fotos cuentan una historia

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Uno de los últimos recuerdos que conservo de mi abuelo Teodoro, poco antes de que falleciera, es aquel en el cual, sentado en su reposera, me pide que le busque en el ático su "álbum de fotos", que me sonó más a "tesoro". Me invitó a que lo viéramos juntos y obviamente acepté, suponiendo que se trataban de fotos de su vida, de su infancia, ya que la cubierta del álbum tenía más años que la escarapela.

Para mi sorpresa, él no aparecía por ningún lado. Eran fotos que le había sacado a otra gente, su profesión, entre los años treinta y cuarenta. Varias fotos no habían sobrevivido al paso del tiempo, desintegrándose como polvo o llenándose de manchas de humedad. Las demás estaban amarillentas, pero comparadas al resto eran bastante claras.

Mi abuelo fue pasando página por página hasta toparse con la imagen de un par de gemelas en sus dieciocho años, sentadas en un sofá y sonriendo suavemente hacia la cámara. Con el dedo me señaló a la que estaba a la izquierda y me dijo algo que todavía me hace eco, que me impacta sin importar cuántas veces lo repita:

―Yo me quería escapar con ella.

Después de pasada mi perplejidad, me reí un poco incómodo y le respondí:

―Ah, es linda la chica. ¿Cómo se llamaba?

―Isabel Reyes, y la otra era Carmen.

Entonces, su expresión se ensombreció y el ambiente se sintió mucho más frío.

―Ésa sí que no se callaba más, le gustaba hablar, y sabés qué es lo más irónico, que Isabel era muda. Igual, no se merecía lo que le pasó.

No pude preguntarle más al respecto porque se quedó dormido, y él ya estaba en esa edad en que era difícil despertarlo, así que le di un beso en la frente y lo dejé tranquilo para seguir mirando las fotos por mi cuenta. Al final de todo encontré un sobre, también bastante percudido, en el cual en vez de haber una carta, habían más fotos de Isabel; en algunas posaba seria y en otras sonreía con dulzura. Me pareció bastante bonita, pero más que nada me produjo extrañeza, como si algo en ella estuviera fuera de lugar, ¡no en el mal sentido! Era misteriosa, tenía un "aura misteriosa", en palabras de mi hijo Joaquín, el responsable de hacerme volver atrás en el tiempo.

Me acordé de todo esto cuando, para sus diecisiete, me pidió que le regalara una cámara profesional.

―Tu bisabuelo Teodoro era fotógrafo ―le dije, y para qué: me hizo dar vuelta la casa de mis viejos para buscarle el álbum.

Mientras lo revisábamos, le conté la anécdota del nono acordándose de Isabel, y se ve que le interesó, porque le sacó foto a las fotos y las compartió en no sé cuántas redes con el mensaje: "Fotos antiguas de mi abuelo fotógrafo. Se ve que algunas pasiones se heredan."

Unos días más tarde, vino apurado del colegio y me avisó que había recibido un mail de un chabón que sabía quiénes eran el nono e Isabel Reyes. Enseguida prendió su computadora y me lo mostró:

"Estimado Joaquín: me llamo Carlos Yáñez, historiador residente de La Plata. Por medio de un contacto, descubrí las fotos que compartiste de tu abuelo, y resulta que sé quién es la mujer a la que fotografió, Isabel Reyes, una de las médium más famosas de su época, y a quien mi abuelo Arturo Ibarra llegó a entrevistar en una ocasión. Todavía conservo sus recortes de diario sobre la susodicha. Si te interesa verlos, te invito a que pases por la Biblioteca Pública Universidad Nacional de La Plata entre el lunes y el miércoles, de ocho treinta a una del mediodía."

Joaquín fue al día siguiente, y por supuesto, me arrastró con él porque preferible perderse en La Plata acompañado que solo.

Carlos Yáñez nos recibió cálidamente y nos invitó a tomar unos mates. Nos sorprendió que, cuando le mencionamos el nombre de mi abuelo, lo reconoció como el fotógrafo que trabajaba con su abuelo periodista, algo que había averiguado gracias a los recortes que iba a mostrarnos. Y ahí fue cuando subimos al archivo, que es medio un museo y medio oficina de intelectuales. Nos ubicó en una mesa y nos trajo los recortes de diario. Estaban tan bien conservados que parecían nuevos; sin embargo, no podíamos tocarlos sin guantes ni sacarlos de sus folios.

El primer recorte era una nota de la sección publicitaria: "Las Gemelas Médium. Isabel y Carmen Reyes. Contactan a sus difuntos. Se aceptan donaciones."

El siguiente era una nota más explayada titulada "Las Gemelas Médium de Buenos Aires", y contaba resumidamente que ambas eran cada vez más célebres en la ciudad y que sus sesiones eran infalibles, que no había un alma a la que no pudieran contactar.

La tercera nota se titulaba "Las Gemelas Médium con el Gobernador de Buenos Aires. Contactaron a su difunta madre", y en una línea el Gobernador decía: "Oí su voz, la de mi madre, en boca de la médium Isabel, y la médium Carmen la describió idéntica a como la recordaba de mi niñez."

―Después de esto ―interrumpió Carlos―, la fama de las chicas se disparó, te das cuenta por las fechas.

Tenía razón. Mientras que estos tres recortes estaban separados por años, los que le seguían eran de cada semana o mes. La mayoría hablaban de los dones sobrenaturales de las Gemelas Médium, relataban sus casos más llamativos atendiendo a gente de la alta sociedad. En otras notas, personas más escépticas opinaban que era todo un teatro, otras más agresivamente acusaban de fraude a las niñas, de que Isabel "no era realmente muda sino todo lo contrario, una imitadora de voces profesional", y que su hermana Carmen "no veía apariciones espectrales sino fotografías que sus clientes le mostraban". Algunos llegaban al punto de decir que las niñas debían ser adultas disfrazadas, o de tratarlas como herejes, en especial figuras de Iglesia.

Su padre y representante, José Luis Reyes, salió a desmentir aquellas calumnias, apoyado por el testimonio de sus más fieles seguidores. Decía: "Jamás oí la voz de mi hija Isabel, de su boca sólo se escuchan voces de ultratumba. Y mi hija Carmen nunca tuvo contacto directo con los difuntos antes de morir, ni vio fotos de los mismos ni escuchó descripciones por parte de los familiares. Lo que mis hijas hacen es un milagro."

Con el pasar de los años, la fama de las Gemelas Médium se iba acrecentando. Siempre promovidas por su padre, quien además manejaba las finanzas, las chicas promocionaron marcas de ropa, perfumes y otros productos femeninos. Eran verdaderas celebridades, siempre en boca de todos y a la vista del mundo.

Por desgracia, mientras más las amaran más las odiarían. Sumados a los enemigos que querían desprestigiarlas y/o condenarlas, había un grupo de fanáticos extremistas que pedían de ellas lo imposible. Uno de éstos rompió todos los límites suicidándose porque "su mayor anhelo era estar en los labios de Isabel y pasar la eternidad delante de los ojos de Carmen", en fin, un lunático. Las chicas tenían dieciséis años al momento, y por su seguridad, decidieron recluirlas en una casa de campo alejadas de todo el escándalo y el bullicio de la ciudad, con la promesa de que seguirían atendiendo bajo estrictas restricciones.

Dos años más tarde, se publicó en primera plana un alarmante titular: "La última sesión de las Gemelas Médium. Carmen Reyes asesinada por su prometido". Debajo, estaba impresa la misma foto que tenía mi abuelo en su álbum, y a un costado, la noticia: "La Srta. Carmen Reyes, una de las Gemelas Médium, es asesinada al recibir un disparo de su prometido, el Sargento Raúl Quiroga, quien había atentado contra la vida de la Srta. Isabel Reyes, hermana de la víctima, en lo que los testigos afirman que fue un arrebato de locura."

Unas páginas más adelante, la noticia se extiende: "El día veinte de noviembre de 1940, alrededor de las dieciséis horas, la Srta. Carmen Reyes, reconocida médium, se interpuso en la trayectoria de un proyectil dirigido a su hermana gemela, la Srta. Isabel Reyes. El homicida era el prometido de la víctima, el Sargento Raúl Quiroga, quien había apuntado con su arma a la Srta. Isabel exigiéndole que lo hiciera escuchar la voz de su recientemente fallecido padre, el Coronel Esteban Quiroga. Una vez que la Srta. Reyes lo invocó, el Sargento, en estado de estupor, atentó contra la vida de la joven, cuya hermana se interpuso en el camino de la bala para salvarla. Entre los presentes que atestiguaron el crimen estaban los padres de las gemelas, el Sr. José Luis Reyes y su esposa, la Sra. María Mercedes Reyes, la criada Herminia Bianchi, la cocinera Augusta Marinelli, el fotógrafo Teodoro Flores y el periodista que escribe estas columnas, Arturo Ibarra."

El relato se detiene para ir hacia atrás y recontar la historia de las Gemelas Médium, y luego se concentra en la relación de Carmen Reyes y su prometido homicida, el Sargento Quiroga. Se habían conocido dos años antes del suceso, cuando un pariente de Quiroga contrató a las gemelas para que hicieran una sesión espiritista en su casa. Según las fuentes del periodista, el Sargento tenía "un encanto natural y un carisma singular, que atrajo inmediatamente a la joven Carmen Reyes, catorce años menor que él." Mantuvieron una relación a distancia por medio de cartas, y para el cumpleaños número dieciocho de la chica, anunciaron su compromiso. Una semana y media más tarde, se dio la tragedia.

En palabras de la cocinera Augusta Marinelli, el periodista explicó que "el Sargento Quiroga estaba desesperado por volver a hablar con su padre por algún asunto relacionado con la herencia. La Srta. Carmen estaba dispuesta a invocarlo, pero la Srta. Isabel no quería. Se la notaba inquieta y afligida cada vez que le pedían hablar por el Coronel. No se llevaban bien, el Sargento y la Srta. Isabel, acotó la cocinera, pues él poseía una personalidad arrasadora e imponente, capaz de quebrar cualquier espíritu, y ella era lo opuesto, serena, pacífica, huidiza. No obstante, se demostró muy determinada al repeler incontables veces las órdenes del Sargento Quiroga, quien no parecía acostumbrado a recibir un no por respuesta."

Llegó por fin al acontecimiento: "La tarde del veinte de noviembre, la familia, el Sargento, mi compañero fotógrafo y yo nos dirigimos a la sala de estar para tomar el té. Quiroga sonreía desairadamente, y en un momento, se sentó frente a la Srta. Isabel para encararla y nuevamente exigirle que llamara a su padre. Ante la negativa de la joven, Quiroga desenfundó su arma y le apuntó. Al borde de las lágrimas, la Srta. Isabel obedeció y habló con una voz grave y masculina que insultaba al Sargento. Éste, en un estado catatónico, disparó. La Srta. Carmen, quien estaba junto a su hermana, la cubrió para protegerla. Murió cuando el proyectil impactó en su pecho."

Carlos nos contó que el resto de recortes periodísticos hablaban del juicio al Sargento Quiroga, que salió impune bajo el pretexto de "haber estado tan conmocionado que no fue consciente de sus acciones" (y capaz por haber sobornado a algún que otro funcionario), una breve nota con la fecha y la ubicación del funeral y entierro de Carmen Reyes, y otra en la que especulaban lo que había sido de su familia y de su hermana médium.

Cuando nos fuimos de la Biblioteca, noté que Joaquín no decía ni una palabra. Nunca antes lo había visto tan callado, tan pensativo.

―¿Qué te pareció? ―le pregunté.

―Bien ―respondió, aunque por la cara era obvio que mentía―. Igual, me hubiera gustado saber esto por el nono, que nos hubiera contado qué pasaba, qué sentía...

Al llegar a casa, se quedó un buen rato viendo el álbum de fotos hasta que, horas más tarde, me dijo:

―¡El abuelo sí que nos contó todo! ¡Está todo en las fotos!

Un tiempo después, se ve que inspirado por una consigna de su profesora de Literatura, Inés Di Marco, Joaquín se embarcó en su proyecto más ambicioso: contar la historia de su bisabuelo Teodoro Flores. Para esto, primero le pidió permiso a su abuela Teresa, quien no se opuso aunque probablemente tampoco le dijo lo que pensaba de hacer público un amorío de su padre, que ya estaba casado cuando conoció a Isabel Reyes. Luego, se puso en contacto otra vez con Carlos Yáñez, quien volvió a invitarlo a la Biblioteca para que fotografiara todos los recortes que habíamos visto y otros más. Finalmente, guiado por su profesora Inés, comenzó a escribir una historia en base a las fotos del nono.

El resultado fue un cuento que más adelante convertiría en una novela corta, titulada "Fantasmas y amores en sepia". Todavía no tuve tiempo para leerla, pero por lo que me contó mi hijo, es más la historia de Isabel Reyes (a quien le cambió el nombre a Cristina Márquez), la chica que le daba voz a los muertos.

―Al nono le puse Rodrigo Vélez ―nos reímos, porque aquél era el equipo favorito del abuelo Teodoro –, y él es más un narrador testigo que un protagonista.

―Y sí, total, él siempre estaba atrás de la cámara.

―Eso, e Isabel siempre es el foco en las fotos. Hasta posando con la hermana que era idéntica, Isabel es la primera que salta a la vista.


Les dejo el audiolibro de este cuento, hecho maravillosamente por Punto_AparteEdit. ¡Tienen todo mi agradecimiento y mi cariño!

https://youtu.be/25IEIQsWVRc

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro