Máscara de Hueso (VI - Epílogo)

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

VI

Por más raro que suene, me están dando una libertad absoluta en el Teatro Caelum. Doy un par de conciertos y me otorgan un camerino lujoso, el permiso para andar por donde quiera y a cualquier hora, y el privilegio de asistir gratis a todos los espectáculos. Es como si me regalaran el Teatro envuelto con moño.

No estoy del todo de acuerdo con que me den tanto por tan poco. Ya sé que lleno salas enteras, pero no creo común que traten a una novata como yo de esta manera en otros teatros.

Pero bueno, tocando el piano los problemas dejan de existir.

Estoy por sacar unas partituras de mi bolso, cuando el piano suena... Sí, sonó sin que yo lo tocara.

Examino las techas, estupefacta. Todo está bien, normal. Me lo habré imaginado.

De repente, un par de teclas se hunden, recitando una melodía aguda de cuatro notas. Estoy por saltar del susto, pero no puedo moverme por la misma razón. ¿Qué está pasando? ¡El piano se está tocando solo!

Tendría que estar gritando o llorando de pánico, pero... Estoy todavía más maravillada que aterrada. ¡Es magia! ¡No puede ser otra cosa! Y la melodía que está tocando, es una de mis favoritas. ¿Cómo no sentirme emocionada?

La está tocando despacio y a medias. Le falta un compañero. Ésta es una canción en la que hacen falta dos pares de manos.

Tímidamente, me uno a él, al piano o a cualquiera que sea el fantasma que lo esté manipulando. Compartir esta experiencia es tan íntimo...

En un momento, nuestros dedos presionan las mismas teclas. Me absorbe. Es como un baño helado y un beso eléctrico. Es magia pura.

El piano calla, y yo también. Nos sumimos en un silencio eterno y excitante, un silencio en el que el cuerpo y el alma se desnudan sin prejuicios.

El vello de la nuca se me eriza, advirtiendo una vista punzante sobre mi hombro. Me vuelvo sin demoras, y alcanzo a ver una silueta oscura huyendo del primer palco a la izquierda. Corro hacia éste y descubro sobre la baranda una rosa escarlata, fina y fresca, con una cinta negra preciosa atada al tallo. Así me doy cuenta de que mi compañía y mi espectador, todo este tiempo, había sido el Maestro.

VII

Me acuerdo de la teoría de Casandra: pasillos secretos. En este palco tiene que haber una puerta escondida, o quizás en el corredor. Registro detrás de cada cortina, palpando las paredes, esperando a escuchar alguna ahuecada. Por desgracia, no tengo éxito.

Más hacia la noche, finalizo un concierto y me marcho al camerino, con un ramo enorme entre manos. Lo dejo en un florero y me acomodo en el tocador, en donde había puesto la rosa del Maestro, tan delicada y exquisita, tan real, no como las otras flores que me dan después de cada recital, artificiales, perfumadas con un rocío plástico y un olor fuerte a insecticida que pretende imitar el aroma dulzón de las orquídeas. Estos detalles hacen que aprecie todavía más al Maestro, tan dedicado y real...

Hablando con unos cuantos trabajadores, descubrí que una gran mayoría no cree en la existencia del Maestro ni en lo más remoto. Lo piensan como un cuento de viejos. Por el contrario, son los más antiguos quienes saben y dicen más del Maestro que Casandra misma. Ellos no respetan su deseo de no ser mencionado (aunque la mujer tampoco), ya que lo creen muerto. De todas maneras, les agradecí. Saber un poco más de su historia hace que me sienta más cercana a él.

Cuentan que, hace unos veinte años, el Teatro Caelum se desmoronaba de tal que era su estado de abandono. No tenía capital suficiente como para ser mantenido, como para pagar a sus trabajadores, ni como para llevar a cabo un espectáculo, por más mísero que fuese. Un día, el Director (que para ese tiempo no era Cáseres) anunció orgullosamente el comienzo de la ascensión del Teatro. Todo fue gracias a un inversor anónimo, llegado recientemente de Europa, muchos suponen que de Francia. Nunca nadie lo vio, pero supieron por los guardias nocturnos que, en las madrugadas, se escuchaba un órgano repercutiendo entre los cuartos de mantenimiento de la planta baja. A pesar de que los guardias informaron al Director, éste actuó como si nada y les dijo que le no le dieran tanta importancia. La historia se transmitió, y a medida que el Teatro Caelum se elevaba, la presencia de este noctámbulo se hizo más notable. Fue en esas instancias que Casandra comenzó a recibir las cartas de un hombre apodado "el Maestro", dándole indicaciones sobre cómo mantener a flote su teatro, sobre los espectáculos que debían darse y sobre cómo había que manejarlos, entre otras tantas cosas.

El Maestro era, y sigue siendo, el ser supremo en este teatro.

VIII

Noto un reflejo en mi espejo, la silueta espectral de un hombre. Me doy la vuelta, pero no hay nadie... Y sin embargo, no me siento sola. Tiene que ser el Maestro. Probablemente esté escondido atrás del espejo, pero no puedo sacarlo, porque está clavado a la pared.

Escucho un ruido y descubro unos papeles bajo la puerta. Echo un vistazo afuera y, como me imaginaba, no veo ni un alma.

Examino los papeles: son cartas, amarillentas y desgastadas. Me siento y detenidamente las leo. ¡Son su historia de vida! Algunas cartas las escribió él, y otras, muy pocas, son de una mujer que firma como C. D., quien sería, por lo que entiendo, la pupila del Maestro, y en algún momento, su amante. Tienen una historia tan romántica, candente y trágica. Se adoraban, se amaban a pesar de todos los conflictos que los separaban, como el matrimonio de ella con un amigo de la infancia, y el aislamiento de él por una "maldición".

Distingo dos cartas especiales: la primera, fue escrita por el marido de C. D. (más su apellido de casada, De Chagny), en el cual le comunica al Maestro que siempre supo de su relación con su mujer, y que a pesar de que le disgustaba por completo, jamás hizo nada para impedirlo, pues sabía que "el lazo negro que la ataba a ella tiraba tanto que, de haberlo cortado, ambos hubieran sido arrojados a diferentes abismos de los que jamás podrían salir" (las exactas palabras del marido). Casi al final, éste reveló que era viudo. C. D. había muerto por una intoxicación, el día en el que llevaron a su hijo a un parque de atracciones. Le aseguró de corazón al Maestro que C. D. había vivido una buena vida, que fue feliz, y que en honor a su memoria todos tenían que sonreír al recordarla. Éste había sido uno de los últimos pedidos que ella había hecho antes de fallecer.

Me duele tener que imaginar al Maestro destrozado, con esta misma carta entre sus manos. Yo estaré llorando, pero él debió haber muerto de tanta aflicción. ¿Cómo vivir si su único amor se había ido adonde él no podía llegar?

Tras un minuto de silencio, haciéndole honor al duelo eterno, me enfoco en la segunda carta especial. El sobre y el papel son nuevos, y tienen el mismo olor que la rosa escarlata. Por el trazo de la escritura, no sólo reconozco el puño del Maestro, sino el trazo fino y señorial de una pluma. Con palabras caballerosas, me invita a ser su estudiante, a enseñarme a dominar la magia que tengo en mi interior.

―Con mucho gusto ―Acepto, sonriendo conmovida.

Por intuición, me poso delante del espejo de cuerpo entero y vislumbro al Maestro del otro lado, como un fantasma a mis espaldas. Viste un traje de gala y usa una máscara color hueso, ocultando media cara, hundiendo sus ojos en fosas negras. Su mentón y sus labios son firmes, y no muestran vejez alguna. Tendría que estar cumpliendo más de cien años, pero está maldito, y no tiene forma de abandonar este aspecto. Se llamó a sí mismo monstruo en tantas cartas, pero yo no lo veo así. De seguro eso es algo en lo que concuerdo con C. D.

Además, es un mago, y cualquier mago alcanza la inmortalidad cuando menos se lo espera.

El Maestro extiende su mano hacia mí, atravesando el espejo, el límite entre mi mundo y sus confines.

Epílogo

Todos en el Teatro Caelum buscaron desesperadamente a la pianista Lucile Sáenz durante la noche de su desaparición.

Al otro día, ella misma se presentó ante sus compañeros, excusando que había tenido un episodio de sonambulismo. Hubo personas que no le creyeron, entre ellas el Director Julio César Cáseres y la Coordinadora General Casandra Minos, quien planteó varias suposiciones en una entrevista, años luego del evento. En la nota, Minos describe a la Srta. Sáenz como a una criatura soñadora, pero no lo suficiente como para caminar con los ojos cerrados. "Esa noche", dijo Minos, "estuvo con el Maestro. Tenía cara de enamorada. (...) Él la hizo progresar como pianista pero, claro está, también la hizo su mujer. Nomás mire cómo está ahora: es una reina. ¡Hasta usa una sortija de oro! (...) Un día, encontré una carta que le escribió al Maestro. Lo llamaba <<su amor>>, y decía cosas tan eróticas, sobre <<amor en el piano>>, <<deleites en el órgano>>, y <<juegos de máscaras>> ¿No me cree? Vaya a preguntarle. No le va a responder, pero vea cómo le brillan los ojos."


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro