V. Aravena

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Por fin, la adrenalina en mi sistema comienza a disiparse. Me siento terrible: la cabeza me da vueltas, el estómago se me revuelve, y las extremidades apenas me responden. Lo mejor es que descanse, que permanezca quieta hasta que mi organismo acepte la sangre que acabo de beber.

Así pues, cierro los ojos y vuelvo a estar frente al mar, aunque ahora está más tranquilo, más satisfecho. Ya tiene todo lo que quería de mí, y yo obtuve lo que necesitaba de él, una muerte y un renacer.

Pero entonces, ¿por qué me sigue llamando? ¿Por qué todavía está ese barco navegando a la distancia? Pensé que, siendo parte de mí, se hundiría si yo lo hacía. En cambio, está a nada de arribar a un puerto que nunca antes había visto, y sin embargo, lo siento tan familiar que me aterra.

Ahora el barco está sobre la tierra, subiendo por un camino empedrado y adentrándose en un pueblo bastante pintoresco a pesar de llevar años abandonado. El navío es tan enorme que se lleva puesto de todo, desde los árboles hasta las casas. Es un espectáculo maravilloso pero espeluznante.

Para cuando me doy cuenta, no sólo descubro que me estoy moviendo, sino que estoy sobre la cubierta del barco. Me volteo para encarar finalmente a quien lo conduce desde la cabina, y resulta que es Jonathan, disfrazado como un capitán de época. No intento acercármele ni hablarle, pues ahora soy consciente de que éste no es tanto mi sueño como la pesadilla que me está produciendo su sangre.

Debo haberme intoxicado, pero ¿cómo? Él estaba limpio de traumas severos y de enfermedades, lo chequeé mucho antes de hacer la reserva en su casa playera. Aunque, pensándolo mejor, Jonathan es muy parecido a su padre, ¿o será que quedó en mí algún rastro de la sangre de éste y que, ahora que la combiné con la sangre fresca de su hijo, despertó para atormentarme por lo que le hice? Lo dudo. No hay recuerdos humanos que sobrevivan más de dos décadas en nuestro sistema. Lo más probable es que este sujeto, el capitán del barco, no sea ninguno de los dos, sino un ente similar creado por mi mente maltrecha.

―Ya casi llegamos, Rebeca ―dice, con los ojos fijos en su destino.

Subimos una colina y pasamos junto a una mansión que, otra vez, me es en extremo familiar. Finalmente, el barco se detiene y suelta el ancla delante de tres tumbas y un mausoleo, en los cuales se leen perfectamente los nombres de una familia: Dante, Rosaura, Alicia, Augusto y Rebeca Aravena.

A veces, todavía se nota algo de Rebeca Aravena en ella, y me provoca náuseas  ―Escuché que Mikael le dijo a Greta, hace ya muchos años, mientras que yo supuestamente había salido de cacería―. Tranquila, no es que me arrepienta de haberla convertido. Después de todo, si te hace feliz a vos...

Rebeca Aravena. Ella era mi vida pasada.

¿Por qué? ¿Por qué me hicieron esto? ¿Por qué mierda me pusiste el nombre de una muerta, Greta? ¡Eso no estuvo bien, no me lo merecía!

―Siempre amaste el mar ―dice el Capitán Aravena, mi abuelo, posando a mi lado―. Mucho más que tus hermanos, incluso que Augusto, que su sueño era ser capitán como yo. Lástima que nunca tuvo la oportunidad.

―Porque nos mataste ―Me rodean los fantasmas de Alicia y Augusto, prendidos fuego.

Corro intentando huir, pero acabo en el interior de la parroquia donde sucedió la tragedia. Encuentro a mi yo de ocho años asomándose por la puerta del cuarto en donde Alicia se estaba besando con ese chico de quince años del que ambas estábamos enamoradas. En eso, Augusto me empujó al interior, enojado porque él también quería ver lo que pasaba. Alicia me pegó un grito y empezamos a pelear, hasta que deseé que se muriera, que todos se murieran, y hui, tropezándome con una lámpara cuya llama sería la que desencadenaría la explosión. Ésta me alcanzaría y me arrojaría de la ventana a una arboleda cercana, donde Greta me encontraría.

Pero esta vez es diferente. No caigo sobre ningún arbusto, sino al interior de la tumba que mi padre cavó junto a la de mis hermanos para cuando me uniera a ellos en la muerte. A pesar de nunca haberle contado nada a nadie, él sabía con exactitud que lo que sucedió había sido mi culpa, por eso no podía seguir viéndome con vida. Y ahora, por fin, tiene la oportunidad de enterrarme como tanto había anhelado.

¡Pero no es justo! ¡A mí no tendría que devorarme la tierra, sino el mar!

Despierto con mis propios gritos. La tormenta afuera amainó y puedo escuchar la marea subiendo hasta la escalinata. El cadáver de Jonathan sigue delante de mí, bañado en su sangre y cubierto con las mantas con las que quiso salvarme del frío. Sin dudas, es demasiado parecido a mi abuelo. Aunque no tenga el apellido Aravena, definitivamente tiene sus genes. Por eso habrá sido que conocí a su padre y que después volví por él, porque son vestigios de mi pasado humano, son mi familia... O lo eran...

Ésta es mi maldición, cazar a los Aravena, a mi propia sangre, sangre que me traicionó y que me condenó a morir.


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