V. Maika

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Acaba de volver a su departamento luego de una exitosa cacería. Últimamente ha estado muy sedienta, algo que ocurre cuando uno pierde a su compañero, y más aún cuando uno estimaba o tenía cierto afecto por ese compañero. No voy a negar que ni yo zafo de eso, de entablar algún que otro contacto con mis compañeros, puede que incluso me haya hasta preocupado por alguno, pero jamás al punto de olvidar lo que un compañero significa para un vampiro, es decir, una fuente de alimento.

Todos los humanos son comida para nosotros, pero tendemos a dividirlos tal cual los humanos hacen con su propia comida: tenemos el alimento base, tenemos nuestros placeres culposos, tenemos la comida rápida, etc. Los compañeros entran en esa primera categoría, nos sustentan a diario, son necesarios aunque no especiales. Pero los compañeros también pueden ser mascotas, criaturas que nos siguen a todas partes, que dependen de nosotros para vivir, que a cambio de un techo o de compañía se someten a nuestra voluntad, y lo hacen voluntariamente, no porque tengamos un aura mística que los encanta ni porque al morderlos nuestro virus los infecta. Esto puede ser un factor clave, cierto, pero no el principal, porque pueden resistirlo. Ellos no nos necesitan, nos desean porque perciben nuestra divinidad y la anhelan. No hay nada más humano que querer romper con sus límites humanos; en el fondo, todos se quieren morir.

Y yo, lo que quiero, es estar con ella. Con verla desde lejos no basta. Hasta acá puedo sentir su satisfacción, lo excitada que está con la sangre caliente en sus venas. No me importa cuánto tiempo podamos permanecer juntos, tan sólo quiero estar con ella, tocarla, besarla, escuchar sus gemidos y sus súplicas mientras la reclamo en cuerpo y alma, y sé que ella quiere hacer lo mismo conmigo. Así que no pienso esperar más.

Subo a su balcón y aguardo a que corra las cortinas, a que deslice la puerta con suma fragilidad, acrecentando la tensión entre ambos. Ella se apoya contra el umbral, mirándome, con una sonrisa trazándose en su boca.

―¿Puedo pasar? ―le pregunto.

―¿Qué te lo impide? ―Me dirige una mirada juguetona.

Es increíble que me provoques tanto, mi amor. Contra vos no tengo chance, pasé de ser tu creador a tu criatura, soy un títere entre tus hilos, mi amor, y me encanta, me encanta, me encantás.

Al ingresar, ella cierra la puerta tras de mí. La abrazo por detrás, rodeándole la cintura con mis brazos. Poco a poco, voy besándole el cuello a la vez que asciendo hasta su mejilla y encuentro su boca. Vamos despacio, con calma, disfrutando cada segundo. Desabotono su camisa y descubro que usa un corpiño de encaje negro, algo que no le va a durar mucho puesto. Delineo con mis dedos el contorno de sus pechos y de su abdomen, los introduzco por su pollera y primero la toco por encima de la bombacha antes de arrancársela de un tirón. La doy vuelta, acorralándola contra la puerta del balcón, y la chapo hasta encender su lengua. A medida que le voy besando cada centímetro del cuerpo, la voy terminando de desvestir. Arrodillándome, levanto su pierna izquierda sobre mi hombro y saboreo toda su intimidad, tiento sus puntos más sensibles, hasta sorprenderla con un orgasmo.

Accidentalmente, su mano golpea la puerta y el vidrio se agrieta, así que para evitar más incidentes, me arroja a un lado y me ayuda a desvestirme. Salta a mis brazos y me deja penetrarla, pero es ella quien tiene el control, es ella quien se mueve a su gusto. La echo a la cama y tomo la iniciativa por un rato, me apodero de sus piernas posicionándolas de diferentes maneras hasta encontrar más placer, y le sacudo el vientre con pasión. Cuando se aburre de la penetración, me hace un pete que termina por acabarme.

―Maika...

Aquel fue el nombre que le di al transformarla, un nombre glorioso que se asemeja al mío, un nombre poderoso, digno de una diosa, de mí diosa.

―Me llamo Gemma ahora ―dice, volviendo a montarme.

―Para mí vas a ser siempre Maika, mi amor.

―Ya sé, y no quiero que me llames de otra forma.

Nos detenemos cuando empieza a amanecer. Podríamos continuar, no nos faltan ni ganas ni energías, pero si no nos ponemos límites de vez en cuando, todo se vuelve continuo, monótono, repetitivo, pierde la gracia.

―¿Qué hacés acá, Mikael? ―me pregunta, pero yo estoy demasiado absorto en sus curvas, y la verdad es que no tengo ganas de enfrentarme a su mirada inquisidora ahora mismo, pero sé que no me queda opción.

―Te extrañaba ―le digo, lo cual es verdad en parte―. ¿Vos no me extrañaste para nada?

―Ja, es imposible que no nos extrañemos ―Suelta una carcajada irónica.

―Estás rara. ¿Pasó algo?

―¿Algo que vos no sepas? Probablemente no.

―Maika ―me quejo.

―¿Qué? ¿Vas a decirme que me equivoco, que no estuviste siguiéndome estos últimos meses?

―Ah, perdoná si mi presencia te importuna ―le contesto sarcásticamente―. Supe lo de tu compañera, y me imaginé que necesitabas a alguien para descargarte. Te conozco, estás deprimida.

―¿Y?

―Y no deberías estarlo. ¿Quién era esa piba? Otra humana entre miles de millones.

―Me gustaba como compañera, me era conveniente.

―Cualquier humano sirve como compañero. Te metiste con ella por la misma razón que salvaste a un suicida de tirarse de una terraza: porque sos buena y querés demostrarlo como todo buen cristiano.

―No soy cristiana.

―Tampoco sos atea, porque vos creés en la humanidad, le tenés fe.

―No seas exagerado.

―Entonces decime, ¿por qué no lo mordiste al suicida?

―Porque no quería sentirme para la mierda con sus memorias suicidas.

―¿Nomás por eso? ¿No hay nada más?

―Ah, claro. Estás celoso ―Se recuesta bocarriba, riéndose indiferente.

Ciertamente, estoy celoso y furioso, pero más que nada intrigado. Ella lo salva a él de una muerte pretendida, convierte su intento de suicidio en un chiste y después lo reconforta con su dulzura innata. La sonrisa de mi amada todo lo puede solucionar. Sin embargo, decidió no morderlo, pero exactamente ¿por qué? ¿Porque el tarado estaba alcoholizado? ¿Por qué no quiso arriesgarse a hacer a una figura pública su presa? ¿O será que le gusta?

Conociéndola, sería esta última posibilidad la más certera. Y es que sí, seguramente estoy en lo cierto: tiene debilidad por los débiles, por los más humanos, y nada es más humano que anhelar la muerte. Pero no, aquel payaso no se quiere morir, quiere melodrama. Además, si no lo mordió, será porque no quiere arriesgarse a tener otro compañero, porque todavía está celebrando alguna clase de duelo por su intento fallido de convertida.

Ay, mi amor, siempre tan sentimental, a vos también te gusta el melodrama.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro