V. Milagro

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El dilema más poético de nuestra especie es todo aquello que involucre la conversión. Se trata de nuestro origen y de nuestro legado, es lo que para los humanos sería la reproducción. Pregúntense por qué los humanos se reproducen, y los más escépticos les responderán que por instinto de preservación, mientras que los más románticos les dirán que lo hacen por amor, porque no hay amor más grande y necesario que el de una familia. Claro, esto se da más que nada actualmente, en estos tiempos confusos, donde la gente ya vive sabiendo que son ignorantes, porque son felices sabiendo nada, no reconociendo la verdad y la realidad de las que se sustenta el mundo que ellos mismos construyeron.

Lo digo y lo sigo repitiendo: la humanidad es un chiste que da lástima y un drama que da gracia. Pero, permítanme acotar, la ilusión no es un producto del pasado estancado en el presente, la ilusión está desde siempre y está siempre en proceso, jamás concluye y jamás concluirá mientras haya humanidad. Es más, podría decirse que ambas, ilusión y humanidad, son una sola cosa, o que en todo caso se necesitan recíprocamente, porque la ilusión no existe sino es porque existe la humanidad, y la humanidad no es capaz de vivir si no tiene esa ilusión, por eso la produce y la reproduce sin descanso.

Volvamos entonces, a la cuestión de la conversión: ¿Por qué los vampiros convertimos a los humanos? Empecemos explicando cómo se da eso a lo que yo llamo el "milagro". El vampiro o la vampiresa selecciona un humano o humana, el/la cual se convierte en su compañero/a cuando se comparten su sangre; aquí está la primera conversión de todo el proceso. El compañero va siendo despojado de su humanidad, poco a poco se va convirtiendo en algo que no es humano; segunda conversión. Cuando el compañero ya no es nada, ni siquiera un compañero, el vampiro tiene dos opciones: lo ejecuta (devuelve a la nada al vacío) o lo convierte en su semejante. Si elige la segunda opción (felicidades, ahora sos un progenitor), sucede la tercera conversión, el "milagro", la conversión propiamente dicha, que es cuando el vampiro acaba el contenido de su compañero y deja que el virus haga el resto. Finalmente, el resultado es el mismo "milagro": la muerte definitiva o el renacimiento.

"Milagro" significa romper el cascarón o abrir el regalo y sorprenderse, porque uno nunca sabe con qué se puede encontrar, qué criatura o bestia nacerá de nuestras entrañas, si será la mismísima muerte o un neófito, nuestra progenie. ¿Hay algún problema con esto? Por supuesto que no, es lo que dicta la naturaleza, que tiene tanto de lo salvaje como del azar.

Entonces, ¿cuál es el dilema? Que los vampiros no tenemos una razón específica para convertir ni para ser convertidos. No nos interesa saber la intención de nuestro progenitor para con su progenie, o eso es lo que yo al menos pienso, es de lo que me convencí cuando mi progenitor me abandonó, cosa que le agradezco, pues un dios no necesita que otro lo críe, un dios es quien vive en armonía consigo y con el universo. Tampoco importa por qué convertimos, si lo hacemos porque queremos expandir nuestro legado, si lo hacemos por curiosidad o diversión, o por sentirnos solos en la eternidad, o incluso por amor.

Esto último antes me hacía reír, porque pensaba en el amor como algo humano, parte de su ilusión. Ahora me horroriza, pues cada vez que pienso en vos, mi amor, mi filosofía se desmorona.

Se supone que, para convertirnos en lo que somos, hace falta dejar atrás todo rastro de humanidad, y eso involucra emociones tales como la felicidad y la tristeza, y emociones tan abstractas como el amor. Lo mismo ocurre cuando nosotros convertimos a otros, el proceso del milagro involucra que consumamos y corrompamos la humanidad de nuestras víctimas, sin que ésta nos intoxique a nosotros en el proceso. Por eso creo que es imposible convertir por amor, porque entonces estaríamos cayendo en la ilusión. ¿Es por eso que no querés ni podés convertir a nadie, Maika? ¿Es porque convertís a otros por amor?

Yo nunca amé a ningún humano al que pretendiera convertir, ni siquiera te amaba a vos cuando eras la chica del desierto. La codiciaba por su belleza y su luz, pero no la amaba, y no la empecé a amar hasta que la convertí en vos, en mi Maika. Luego te transformaste vos misma en una diosa, y en ese momento, descubrí que te amaba, porque a pesar de envidiarte, no podía pasar un día sin pensar en vos. Tardé quizás demasiado tiempo en reconocer mis sentimientos, que te admiraba y que todavía te admiro, pues sos mi mayor orgullo, mi mejor obra de arte, mi eterna amante, con quien deseo gobernar el mundo entero.

Maika, te amé cuando me seguías a todas partes, te amé hasta cuando me abandonaste para seguir tu propio camino, te odié porque te amaba y amaba odiarte, te amé en cada uno de nuestros reencuentros y te amo ahora, sin importar que entre nosotros haya una distancia inabarcable o un tercero en discordia. Por qué, mi amor, te es tan fácil amar a cualquiera. Amás a los humanos, amás a tus compañeros, y amás a los tuyos, a tus ínfimas creaciones.

Y me doy cuenta que, por encima de todos, la amás a nuestra creación, pues Rebeca es tanto tuya como mía. Después de todo, vos realizaste las primeras dos conversiones, y yo me encargué de la tercera, la primordial.

―Vos eras un caso aparte ―le respondo, justo cuando empezaba a creer que no le diría nada―. Me atrevo a decir que te convertí para torturarte, porque siendo humana eras una criatura despreciable. En cambio, como vampiresa... Admito que me sorprendiste, que incluso hay veces en las que te admiro, y que, sinceramente, me cuesta imaginarme un escenario en el que no estemos los tres juntos.

Guarda un minuto de silencio, y entonces dice:

―Estás muy sentimental ―esboza su sonrisa más punzante―. ¿Se te están viniendo los años encima o estás pasando mucho tiempo con Greta? Seguro que las dos cosas, ¡ja, ja, ja!

―¿Sabés qué? Me arrepiento de todo lo que te dije. Todavía te odio.

Quisiera odiarla, quisiera haber extinguido todo rastro de Rebeca Aravena de la faz de La Tierra, pero cómo iba a hacerlo sin matarte a vos en el proceso. Pusiste tanto en ella, mi amor, que lamentablemente la hiciste parte de tu ser. Será también por eso que la conservo, porque estar con ella es estar más cerca tuyo sin invadirte demasiado.

―Tendrías que decirle la verdad ―Ahora toma una postura más comprensiva―. Tendrías que decirle cuánto la amás.

―Ella ya lo sabe.

―Lo sabe, pero no porque te escuche decirle de vez en cuando un "Te amo". No tenés idea de lo que pesan las palabras, ¿no? Mientras más te las guardes, más te lastiman.

―Sí, sí. Vos nomás querés que te dé la razón, ¿no? ―Me acomodo contra la bañera, tratando de lucir arrogante, muy a pesar de saber que el don de Rebeca es ver a través de uno.

―Obvio, y además quiero que vayas a la heladera y traigas el champagne ―vuelve a sonreír sarcásticamente.

Asegura que no tenemos un alma, y sin embargo, sabe cómo encontrárnosla, sabe leerla y hacer con ella lo que quiera. Es una chica bastante peligrosa.


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