Capítulo 6

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El día había llegado y nuestros valientes héroes se aventuraban hacia la dirección donde su querida amiga había partido. Avanzaban a toda velocidad en el peculiar cerdo de color verde, con los miembros del equipo reunidos dentro de la taberna. El silencio era tenso, solo interrumpido por el zumbido constante del viento golpeando contra las paredes del establecimiento y el murmullo de los corazones preocupados. Elizabeth observaba pensativa el paisaje que se deslizaba más allá de la ventana, con una expresión cargada de determinación y esperanza.

—Solo espera Diane —susurraba la princesa, con la mirada fija en el horizonte lejano. —Nosotros te encontraremos.

—Tenemos que recorrer 500 kilómetros más, creo —murmuró finalmente el capitan de la orden, su voz resonando en la quietud de la taberna. 

—Es bueno que nos movemos rápido, pero... —llamó la atención del orbe. que contenia el "alma de su camarada, con voz temblorosa. —Oye, Merlín, ¿Hay modo de que puedas usar teletransportación?... Estoy muy preocupada por Diane... —dijo con angustia en su voz.

—Por ahora, no puedo hacer nada más que tener mi alma contenida en Aldan —explicó, su tono denotando una preocupación similar a la de King. —Lo lamento King.

El suspiro de resignación de King fue seguido por una mirada dirigida hacia el origen de sus preocupaciones: Gowther, quien observaba con una expresión imperturbable, como si estuviera ajeno al drama que se estaba desarrollando a su alrededor.

—No sólo eso —intervino el holograma del jabalí, su voz resonando en la sala. —Me gustaría guardar mi poder mágico para alguna emergencia.

—¿Cómo que emergencia? —Pregunto el hada a lo que la maga puso frente a ellos hologramas de mapas con la ubicación de Diane. —A donde se dirige Diane, a través de las ruinas del castillo de Edimburgh siento la presencia de un mal monstruoso —finalizó, esto preocupó mucho a las chicas cercanas a la gigante.

El camino siguió sin alguna broma, el ambiente estaba algo tenso.

—Merlín —ahora fue el rubio quien se dirigió a la maga. —¿Has logrado averiguar algo sobre el estado de King?

Merlín volvió su mirada hacia Meliodas cuando él la llamó, y sus ojos reflejaban una mezcla de frustración y preocupación. —Lo siento, capitán —se disculpó con un tono sombrío. —He recopilado muy poca información. Parece que el hechizo, por más trivial que parezca, es sorprendentemente poderoso. Solo el mago que lo lanzó tiene el poder de deshacerlo, pero en mi estado actual, me resulta imposible obtener más información.

Meliodas suspiró profundamente, sintiendo el peso de la situación sobre sus hombros. Se acercó a King, que parecía desanimada, y se sentó a su lado en un gesto de solidaridad. Trató de consolarla con palabras de ánimo, tratando de transmitirle una sensación de esperanza en medio de la incertidumbre que los rodeaba.

—Todo estará bien King —dijo con voz suave, intentando calmarla.

—Diane me preocupa mucho, es alguien muy importante para mí... -. Lanzó un suspiro el hada. —Mi primer amor.

El corazón de Meliodas latía con fuerza mientras escuchaba las palabras de King. Sus sentimientos por él eran un torbellino de emociones difíciles de contener. Cada vez que lo veía, una chispa se encendía en lo más profundo de su ser, pero sabía que esos sentimientos nunca podrían ser expresados abiertamente, eso le dolía, lo perforaba en lo más profundo de su alma.

Se quedaron en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Meliodas deseaba poder encontrar el valor para expresar sus sentimientos, pero sabía que el camino hacia el amor verdadero estaba lleno de obstáculos y sacrificios.a, una chispa se encendía en lo más profundo de su ser, pero sabía que esos sentimientos nunca podrían ser expresados abiertamente, eso le dolía, lo perforaba en lo más profundo de su alma.

—Ella va a estar bien te lo prometo —sonrió de manera forzada el rubio.

Su mirada se encontró con la de King, y en ese instante, Meliodas sintió que el tiempo se detenía. Palabras se formaron en su boca de manera involuntaria, queria confesarle lo que realmente sentía, pero el miedo y la incertidumbre lo mantenían callado. Se quedaron en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Meliodas deseaba poder encontrar el valor para expresar sus sentimientos, pero sabía que el camino hacia el amor verdadero estaba lleno de obstáculos y sacrificios.

—El capitán sonríe de manera forzada frente a King, cosa que nunca había hecho cuando ella era él ¿Por qué? —se acercó el peli rosa a la pareja, con curiosidad por la batalla de sentimientos que noentendía. La castaña vio al rubio el cual tenía un pequeño sonrojo en el rostro, ignorando las palabras de su compañero con el que estaba molesto, tocando la frente de Meliodas.  —¿Tienes fiebre, capitán?

—¡No, King, estoy perfectamente! —respondió, tratando de aparentar normalidad. Pero su piel traicionaba su respuesta, coloreándose ligeramente con el rubor. 

—Vamos capitán, estas rojo —insistió King, con una mezcla de preocupación y determinación en su tono. —Las hadas no nos enfermamos, puedo cuidarte.

—En ese caso estoy enfermo.

Ante estas palabras, Meliodas no pudo contenerse más y abrazó a King, apoyando su cabeza en el pecho de la chica. La escena provocó risas entre los presentes, acostumbrados a las travesuras del rubio. Sin embargo, dos figuras permanecieron imperturbables: Elizabeth, quien comprendía la naturaleza de los sentimientos de Meliodas, y Gowther, quien observaba con curiosidad sin entender del todo las interacciones humanas.

A pesar de la incomodidad momentánea, King solo sonrió y acarició el cabello de Meliodas, asumiendo que tal vez estaba enfermo. —Puedes descansar todo lo que quieras, capitán —le dijo con amabilidad, ofreciéndole su apoyo sin reservas. Meliodas levantó la mirada y encontró la sonrisa reconfortante de King, lo que le hizo sentir un poco de calma en medio de la confusión emocional que lo abrumaba.

—¡No ves que el cerdo esta mintiendo para tener la cara entre tus pechos! — exclamó el capitán de las sobras, con una mezcla de indignación y picardía en su voz, como si estuviera señalando el más obvio de los trucos.

King, ahora más molesta que nunca, arqueó una ceja con incredulidad. ¿Cómo había caído tan fácilmente en esa artimaña tan burda? Meliodas, hábil como siempre en sus juegos, decidió mantener la farsa y cerró los ojos dramáticamente, fingiendo una enfermedad repentina.

—¡Capitán! —King lo separó de su pecho, preocupada por su estado. Para su sorpresa, Meliodas parecía realmente débil, aunque no podía evitar preguntarse si estaba exagerando un poco. Mientras tanto, los observadores se dividieron en dos grupos: aquellos que creían en la dramática actuación del capitán y aquellos que no podían contener la risa ante su astucia. 

—¿El señor Meliodas esta bien? ¿Puedo intentar curarlo? —Menciono la princesa, quien era uno de los presentes que se estaba creyendo la actuación del rubio, ya que se le veía realmente preocupada por el estado de salud del capitán de la orden de los Siete Pecados Capitales.

—Esta bien, Elizabeth —sonrió el hada. —Yo me haré cargo, como dije las hadas no nos enfermamos y tal vez necesitemos tu magia curativa por algún inconveniente.

La princesa asintió, ofreciendo su ayuda si llegara a ser necesaria. Con gentileza, King convirtió a Meliodas en Chastiefol en su forma de almohada y lo llevó a la habitación que solía ser del rubio. Por su parte, Meliodas se regocijaba internamente, satisfecho de que su plan hubiera salido como lo había planeado. Una vez en la habitación, King depositó cuidadosamente al rubio en la cama.

—Iré por un poco de agua —anunció, casi saliendo de la habitación antes de ser detenida por una mano que la atrajo hacia él y la abrazó, lo cual la llenó de ira. —¡Bastardo! ¡Me mentiste!

El rubio sonrió y asintió. - No ibas a aceptar unos minutos a solas conmigo-.

—¡Claro que no! ¡Quien sabe que cochinadas quieres hacer conmigo!-. respondió King, enfadada, mientras el rubio mantenía su sonrisa traviesa. 

—¿Algo cómo esto? —sugirió, dirigiendo sus manos hacia el pecho de la castaña y apretándolo ligeramente.

—Capitán... Bueno eso ya es normal en ti —suspiró, resignada. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces Meliodas había realizado ese gesto lo cual él tomaba como un desafío.

—¿Qué tal algo como esto?

Aprovechando que King le daba la espalda, Meliodas se acercó sigilosamente a su cuello y comenzó a dejar suaves besos en la piel de la hada. El gesto hizo que un escalofrío recorriera la espalda de la castaña, quien soltó un suspiro entrecortado. La intimidad del momento generó un rubor en ambos, y rápidamente se separaron, sintiéndose un poco avergonzados.

—Lo siento King, me pase esta vez —se disculpó Meliodas, mientras la hada asentía con la cabeza.

—Ya te dije que quiero saber si esto es algo más que sólo lujuria y siempre me demuestras que esto es así —suspiró ella, con cierta resignación en su voz.

Meliodas se preparaba para responder, pero fue interrumpido por una repentina sensación de poder maligno que se acercaba rápidamente. Con un movimiento ágil, se levantó de la cama y salió corriendo fuera de la taberna. Allí, encontró al cerdo de color rosa, durmiendo plácidamente, ajeno al peligro que se cernía sobre ellos.

El ambiente se volvió denso, cargado de tensión mientras el rubio permanecía en silencio, su mirada fija en el horizonte donde se aproximaba el peligro. King sentía un nudo en el estómago, una sensación de inquietud que se extendía por todo su ser. La presencia maligna que se acercaba parecía envolverlos en un abrazo gélido, congelando el aire a su alrededor. La mamá de Hawk se detuvo de golpe, agitando el tranquilo reposo de la criatura que yacía en su lomo. El rubio, con una expresión sombría, se adelantó para enfrentar lo que venía. Sin embargo, su gesto serio y concentrado no lograba ocultar la preocupación que se reflejaba en sus ojos.

—¿Q-Qué es eso? —murmuró King con un dejo de temor en su voz, mientras observaba la oscuridad que se cernía sobre ellos. —Son tres auras poderosas...

—Son los diez mandamientos y no se quien más —hablo el rubio, alzando su mirada, tenía un semblante serio y sus ojos reflejaban inquietud. —Pero están a media batalla. Del lado de los diez mandamientos esta Monspeet y Galand, y el otro tiene un poder que no conozco.

King dejo de volar y se colocó al lado del rubio. —¿Sientes el poder de Diane, capitán? —pregunto muy preocupada, el rubio negó ante ello. 

Los miembros de la cabaña salieron uno tras otro, solo para sentir un poder mágico que los había detectado. Era maligno y amenazante. El caballero sacro empezó a hablar sobre la sensación de muerte, mientras el rubio confirmaba que habían sido notados. El cerdo expresó su sorpresa por la distancia a la que estaban, pero la princesa descartó la posibilidad de que los hubieran detectado por el olfato. El rubio, con seriedad, preguntó cómo los encontraron.

De repente, sintieron un poder acercándose. El hada exclamó preocupada que los estaban persiguiendo. Meliodas se apresuró a cambiar la dirección del animal que los llevaba. 

—El poder mágico cambio de trayectoria. Nos persigue —hablo Slader. El hada se dirigió hacia el rubio.

El cerdo advirtió que algo se acercaba, y el rubio, preocupando al hada, dijo que el ataque había sido para él, y que no quería contraatacar para no revelar su ubicación. Sin más opciones, tomó la espada para proteger a los suyos. El rubio se preparó para atacar, pero el cerdo, tembloroso de miedo, se lanzó hacia él, provocando que perdiera la concentración.

*Lanza verdadera Chastiefol modo cuatro: Girasol* —ordenó el hada, consciente de que no podía quedarse de brazos cruzados. —Te voy a proteger, capitán —añadió con determinación. El Girasol desató su característico ataque de luz, aunque con una ligera variación. El rubio notó que el hada irradiaba un brillo, probablemente agotando su energía en el proceso.

—¡King! ¡Para! —ordenó Meliodas, pero su voz se desvaneció ante la determinación del hada.

—¡No dejaré que te descubran, Meliodas! —gritó el hada, sorprendiendo a todos los presentes, especialmente al rubio. Era la primera vez que lo llamaba por su nombre. 

 —King...

El exceso de magia agotó al hada nuevamente, pero en ese instante, Meliodas comprendió la profundidad de sus sentimientos por el hada. Mientras caía desmayada en sus brazos, él juró protegerla con su vida, sabiendo que su amor era más fuerte que cualquier poder mágico que pudiera amenazarlos, pero a pesar de ello... Seguía sin comprender el porqué.

Un rubio, con el corazón palpitante por la preocupación, sostenía en brazos al hada cuya energía mágica se había disipado en un intento desesperado por detener el ataque. Observó con incredulidad cómo el cerdo verde, en un giro inesperado, devoraba el hechizo dirigido hacia ellos. Aquella escena, en circunstancias normales, habría provocado risas en la joven hada, pero ahora solo había un silencio tenso, roto solo por el murmullo de preocupación entre los presentes. El rubio encontraba una extraña belleza en la preocupación del hada por él, al llamarlo por su nombre en aquel momento de peligro. Era un gesto que lo conmovía profundamente, como una suave caricia en medio de la tormenta.

Entre los presentes, había quienes estaban asombrados por la valentía del cerdo y otros preocupados por su salud, mientras que la bruja, con una expresión concentrada, parecía estar ensamblando piezas en su mente, buscando encontrar el significado detrás de los acontecimientos. 

Mientras tanto, en los brazos del rubio, el hada comenzaba a recobrar el conocimiento lentamente, como una flor que se abre al calor del sol después de una tormenta.—King —susurró él, con una suave melodía que le erizó la piel.

—¿Capitán?

La princesa se acercó con una sonrisa de alivio. —Me alegra verte bien, King. Nos tenías muy preocupados —dijo con voz suave.

—Perdón, pero me veo en la necesidad de cambiar de dirección—hablo la mujer, lo que hizo fruncir el ceño a la princesa, recordando que Diane aún estaba fuera. 

—Pero... Señorita Merlín, aún no encontramos a Diane.

—Elizabeth, tiene razón, tenemos que buscar a Diane —la apoyo el hada que ya se encontraba flotando mientras sostenía entre sus manos a Chastiefol en su manera de almohada.

—Entiendo como se sienten —intervino la maga. —Pero deben tranquilizarse. La presencia de Diane se desvaneció junto con quien se enfrentaba a los diez mandamientos y justo antes de que nos atacaran a nosotros. Seguramente los dos están bien —esto hizo sonreír a la peli blanca. —Pero si nos acercamos sin ningún cuidado pondríamos a Diane en peligro —agregó, recibiendo asentimientos de ambas chicas.

—Además de que, King, debes descansar —hablo el rubio acercándose al hada. —Usaste mucho de tu poder mágico para protegerme, gracias por ello, King, eres muy dulce —expresó con voz suave, dejando entrever el amor y la gratitud que sentía por ella en cada palabra, como si quisiera que su corazón hablara por él y expresara todo lo que sentía.

El hada se sonrojó ante el comentario del rubio, sus mejillas adquirieron un suave tono rosado mientras sus ojos brillaban con una chispa de emoción. —Capitán... —susurró, una melodía suave que resonó en el aire cargada de complicidad y afecto.

—Volvemos a las formalidades, hace unos instantes atrás me llamaste Meliodas —dijo el rubio con un toque de picardía, sus ojos esmeralda centelleando con una mezcla de travesura y ternura.

—Esta bien, Meliodas, te empezaré a llamar por tu nombre —respondió el hada con una sonrisa encantadora, sus labios curvándose en una expresión cálida y sincera que iluminaba su rostro con un resplandor celestial.

—En fin —el rubio volvió su atención hacia la maga. —Un cambio de dirección significa que tienes algo en mente —señaló con curiosidad, sus ojos verdes brillando con interés.

—Por ahora nuestro objetivo es ganar poder para derrotar a los diez mandamientos —comenzó la maga con un tono serio y determinado, su mirada reflejando la gravedad de la situación. —Y para empezar...

—¡Para empezar hay que comer! —irrumpió el cerdo, intentando aligerar el ambiente con su característico amor por la comida.

—Para empezar —continuó la maga, ignorando la interrupción, —voy a regresarte el poder que te robe capitán —las palabras de la maga cayeron como una losa sobre el silencio de la taberna, sorprendiendo a todos los presentes.

—¿Cómo que se lo robó, superior? —exclamó Slader, con un gesto de incredulidad. El hada, al igual que el caballero sacro, miró al rubio a su lado sorprendido. 

—¿Devolverle su poder...? No comprendo... —agregó la princesa, con una expresión de confusión evidente en su rostro.

—Oh, ¿De qué hablas? —hablo el cerdo que se encontraba al lado de la princesa.

—Lo hice porque el poder del capitán era demasiado abrumador y peligroso —explicó la maga con una seriedad inusual, rompiendo el silencio con sus palabras. La revelación dejó a todos atónitos. —Y fue por eso que el capitán debía mantener sus emociones en total control.

Los presentes absorbieron la información con seriedad, procesando la revelación mientras intentaban comprender el alcance de lo que habían escuchado. El ambiente tenso se vio interrumpido por la voz reflexiva del cerdo. —Mm... —el cerdo se puso a pensar —recuerdo sólo unas pocas veces, tal vez dos.

—¿Esas veces? —recordó la maga. —Para su verdadero poder son migajas nada más.

El cerdo, con un toque de humor, se burló del rubio —jaja, eres migajas —

—Obvio no cerdo —dijo el rubio, dejando claro su desacuerdo con el comentario.

La maga continuó narrando un episodio oscuro de su pasado. —Hace diez años, mientras nuestro exilió cuando cierta chica herida intento ayudarnos, sin mencionar que otra persona importante para el capitán era atacado a unos pasos más enfrente. El capitán perdió el control. Fue el momento en el que dejó caer la guardia y separó la fuerza de si mismo —relató, su voz cargada de emoción mientras todos escuchaban en silencio.

—No puedo creer que algo así sucediera —habló King, quien junto con Meliodas, Elizabeth y Hawk tenían su vista en la maga que estaba frente a ellos.

—Ay, me había olvidado de eso completamente —admitió el rubio, con un toque de inocencia en su voz.

—Necesitaremos ese obscuro poder para vencer a los diez mandamientos —habló la maga.

 —¿Y entonces? ¿Dónde podemos encontrarlo?

Luego, consultando el mapa, anunció solemnemente —la ubicación no es tan lejana. La Tierra Santa de los Druidas: Istar.

Una vez que llegaron allí, el crepúsculo ya se había extendido por el horizonte, tejiendo sombras sobre las ruinas de lo que tal vez pudo haber sido una próspera civilización. Sin embargo, a pesar del paso del tiempo y la decadencia, el lugar aún respiraba un aire de serenidad y tranquilidad.

—Así que esto es Istar, la Tierra Santa de los Druidas —reflexionó la princesa, dejando que sus ojos recorrieran el paisaje en silencio.

—Ajam, han pasado diez años desde que estuvimos aquí ¿Verdad, King? —el rubio se volvió hacia ella, pero la encontró... dormida, como era habitual. —Esta chica no se cansa de dormir —murmuró con una sonrisa burlona, dándole un ligero empujón para despertarla. —Si no despiertas ahora te quitó la venda —añadió con picardía.

—¡Estoy despierta! —exclamó el hada de repente, interrumpiendo la tranquilidad del momento. El rubio rio suavemente y comenzó a avanzar, seguido por las dos chicas.

—Entonces ¿Ustedes conocen a los druidas? —das?", preguntó la princesa mientras caminaban.

—Si fue por una misión de los siete pecados capitales —explicó el rubio. 

—Sin embargo no son más que rocas lo que logró ver y no parece que haya nadie a los alrededores —agregó la princesa, describiendo lo que veía con atención.

Se detuvieron frente a una imponente estructura de piedra. —Esto es impresionante —comentó la peliblanca, admirando la arquitectura antigua.

—Verdad que si —hablo el rubio mientras veía al hada de manera despectiva. 

—Deja de verme así Meliodas o te vuelvo a llamar capitán.

—¿Los druidas lo construyeron también? —preguntó Elizabeth mientras cruzaba la estructura de piedra, sus ojos maravillados por el espectáculo que se desplegaba ante ellos: un claro hermoso, rodeado de agua y adornado con varias estructuras de piedra. —¡Señor Meliodas! ¿Qué es esto? —exclamó la princesa, girando para ver cómo el hada, el demonio y el cerdo avanzaban hacia el interior (aunque el hada más bien flotaba en su almohada).

—¿Qué te parece cerdito? La puerta está abierta —dijo, captando la atención del cerdo, quien se sorprendió al ver el hermoso paisaje que se desplegaba ante ellos.

—Exactamente ¿Cómo funciona esto? —hablo el caballero sacro quien iba llegando junto al orbe que contenía el alma de Merlín. 

—Es un tipo de puerta que te lleva a este lugar, pero para atravesarla necesitas permiso del invocador.

—Entonces, superior, si la puerta está abierta —hablo el caballero sacro.

—¡Hay alguien ahí! —exclamó el cerdo indicando la presencia de tres figuras en medio del paisaje.

—Es correcto —confirmó una voz femenina. —Ya teníamos noción de su llegada —dijo una mujer de cabello rubio vestida de rojo, seguida por un hombre robusto y otra mujer castaña vestida de blanco.

—¿Ellos quienes son? —preguntó, buscando una explicación.

—Las jefas de los druidas.

—Hola, pecados capitales, ha pasado tiempo ¿Eh? —aludo la chica que tenía un atuendo rojo.

—Es un placer jefa —exclamó Hawk, el cerdo, acercándose al chico robusto. —Yo soy Hawk la estrella y maestro de los siete pecados capitales y el capitán de la orden de las sobras —dijo entusiasmado hasta que sintió una varilla lastimando su nariz: era la chica que los había saludado, como si le estuviera diciendo "aquí te quedas".

—Yo soy la jefa, Lady Jenna —hablo la chica del vestido rojo, era rubia (no tanto como Meliodas) y tenia ojos verdes, con voz autoritaria —Y ella es mi hermana menor Zaneri —habló dirigiéndose a la otra chica que tenía el cabello castaño (más oscuro que el de King).

—¡Entonces si estás dos son las jefas de los druidas ¿Quién es ese anciano?! —exclamó Hawk, su nariz presionada por el palo, mientras su ceño fruncido denotaba su molestia. Theo, el joven robusto, respondió con una sonrisa que parecía decir "aquí estamos de nuevo" más que cualquier otra cosa. 

—Soy el sacerdote a cargo de proteger a las jefas —explicó, como si estuviera acostumbrado a este tipo de situaciones, y se presentó con una calma que contrastaba con el caos. —Me llamo Theo-.

—¡¿Y cuantos años tienes?! —preguntó el cerdo con molestia en su voz, como si aquel día no lo hubieran alimentado con sobras.

—Hola Theo, te ves mas grande que antes —saludó Meliodas al chico, mientras la risa traviesa.

—Hola Sir Meliodas —respondió Theo al saludo, con una inclinación que parecía indicar que estaba dispuesto a tomar las cosas con humor. —Pues si, ya tengo quince.

—¡Eso es mentira! —replicó el cerdo con vehemencia, desafiante incluso en su situación. 

La chica que torturaba al animal no pudo contener su risa. "Este cerdo es muy divertido", comentó con una sonrisa juguetona. —Este cerdo es muy divertido.

—¡Sueltame y verás quien se divierte! —gruñó el cerdo, aunque su voz se vio ahogada por el palo que le impedía hablar con claridad.

King se acercó a la princesa, con una mirada cómplice que indicaba que ella también encontraba la situación hilarante. —Hawk nunca cambia ¿Verdad Elizabeth?

—Tienes razón, King —asintió la princesa, su sonrisa apenas contenida mostraba que estaba al borde de la risa. La diversión de la situación se vio interrumpida cuando ambas sintieron una mirada penetrante posada sobre ellas. Giraron la cabeza hacia la persona que las observaba, encontrándose con la hermana de la rubia, la chica tenía una mirada estoica como si no le agradara ninguna de la presencia de las jóvenes frente a ella.

—Es un placer conocerlos, soy la tercer princesa del Reino de Liones —habló Elizabeth con amabilidad, pero con nerviosismo en su voz debido a aquellos ojos color que no le quitaban la mirada de encima. La princesa podría jurar que la doncella frente a ella era capaz de ver los latidos de su corazón en ese momento.

—Y yo tengo un hechizo —dijo el hada, pero la chica frente a ella permaneció en silencio. Conocía a la chica por una misión, no era la primera vez que la veía y ella siempre estaba con una expresión aburrida, pero era la primera vez que aquella mirada hacía que los vellos de sus brazos se pusieran chinitos y que su corazón latiera con nerviosismo.

—Hola Zaneri, seguimos siendo muy pequeños ¿No lo crees? —Meliodas se acercó a la chica.

La chica cambió su expresión por una más suave al escuchar que el rubio le dirigía la palabra y algo más, ya que este extendió su mano al momento de saludarla, tomando la mano que el rubio le ofrecía, la colocó arriba de sus pechos, sentía su calor del rubio sobre su piel lo que le dibujo una sonrisa sobre sus labios. —Hola Meliodas, me da gusto verte otra vez.

Al observar la acción del rubio, el hada experimentó una punzada en el estómago. Sabía que esta vez la culpa no recaía en el chico, pues fue Zaneri quien colocó la mano de Meliodas sobre su cuerpo, pero eso no quitaba la incomodidad que sentía al notar el cambio en la actitud de la joven al escuchar la voz del rubio.

—Capitán —hablo el hada con una pizca de enojo en su voz. Meliodas al escuchar el tono molesto del hada tuvo como reflejo separar su mano de la joven.

—Que me llames Meliodas.

—No, hasta que dejes de ser un mano larga —dijo molesto. 

—¿Celosa~?

El hada se ruborizó ante la insinuación. —Obvio no, tarado —respondió con un ligero tartamudeo.

Zaneri observaba la escena con una ceja arqueada, sorprendida por la dinámica que había entre el hada y el demonio. La última vez que los vio, no percibió esa cercanía, recordaba que Meliodas añoraba a un viejo amor y la concentración de King se encontraba más en que la gigante correspondiera alguna de sus palabras. Pero siempre sintió una conexión especial entre ellos, una conexión olvidada por la historia y que se encontraba resurgiendo como el fénix de sus cenizas, y parecía como si el demonio y el hada apenas se estuvieran dando cuenta de ello.

—Bueno —el rubio despertó a la castaña oscura de su ensoñación. —la razón por la que vinimos es que...

—Sabemos perfectamente su propósito al estar en tierra sagrada —interrumpió la rubia con un tono seguro, sosteniendo en brazos al cerdo que pataleaba por ser liberado. 

—Eso lo hará más fácil, no esperaba menos de la jefa druida, lo aprecio —hablo Merlín.

—Por cierto Merlín, esas personas que están por allá ¿También son tus compañeros? —señaló hacia las dos figuras que se habían quedado rezagadas: Arthuro y Gowther.

—Si —dijo la maga, su voz resonando en el aire mientras observaba desde la distancia como esos chicos se encontraban como si jugaran a las estatuas de marfil y ellos estuvieran ganando. El hada no pudo evitar sentir su sangre, arder en furia ante la mirada estoica del muñeco.

La chica del vestido blanco comenzó a avanzar con determinación, pero de repente detuvo su caminata y giró hacia el rubio. —Meliodas, pon mucha atención, vayamos a la Torre de la Razón —declaró con una voz que denotaba autoridad y una chispa poco notable de urgencia.

El hada, sintiendo la tensión en el aire, se acercó y le tomó el hombro al rubio con un gesto de preocupación. —Ten cuidado por favor, Meliodas —susurró con voz suave, su mirada transmitiendo una mezcla de temor y protección. El rubio asintió con seriedad, recibiendo el mensaje implícito en las palabras del hada.

—Tu también vendrás —agregó la jefa, dirigiéndose a la princesa con una mirada significativa. La joven de cabello blanco parecía sorprendida por la solicitud, su expresión reflejaba la confusión ante la repentina responsabilidad.

—Todo se mueve muy rápido, no puedo seguir su ritmo —murmuró el caballero sacro, atrayendo la atención del hada. Al darse cuenta de que alguien lo había escuchado, continuó con curiosidad en su voz. —No sólo sabían que veníamos si no que también conocían nuestro propósito-.

—A los druidas se les conoce por usar hechizos misteriosos —intervino el hada, tratando de aportar algo de contexto a la situación con una expresión preocupada ante el destino del demonio y la princesa.

Elizabeth, Meliodas y Zaneri se encontraban sumidos en la oscuridad de la cueva, donde apenas se distinguían las siluetas de sus figuras y lo único que se podía escuchar eran las gotas de agua estallar contra el suelo. El aire estaba cargado de una tensión palpable, como si el entorno mismo estuviera expectante ante lo que estaba por ocurrir.—Que oscuro —comentó la chica.

—¿Enserio mi poder esta en este lugar? —preguntó el rubio, su tono denotando cierta incredulidad mezclada con curiosidad. Sus ojos, aunque apenas visibles en la penumbra, reflejaban escepticismo porque su poder se encontrara en una cueva con olor a humedad.

—Si... —asintió la chica, pero luego se detuvo, su semblante serio. La tenue luz que se filtraba por la entrada de la cueva apenas iluminaba su expresión estoica. —Ha llegado el momento de un juicio importante para ti, Meliodas —girándose para enfrentar a los chicos. El eco de sus palabras resonó en las paredes de roca, como un augurio ominoso. —Que tu poder sea devuelto depende del resultado.

—Ah... Entonces sólo debo de completar esta prueba y ya está —respondió el rubio, intentando mantener la calma ante la perspectiva. Su postura firme, revelaba una mezcla de determinación y emoción ante la prueba que estaba por empezar. 

—Será muy dolorosa y complicada para ti —advirtió la chica con un dejo de preocupación en su voz. Sus ojos, fijos en Meliodas, parecían buscar algo más allá de su apariencia física. —Me preocupa que tu... No seas capaz de superarla.

La princesa observó a Meliodas con preocupación, su mirada reflejando la incertidumbre ante lo desconocido. Sin embargo, el rubio respondió con una sonrisa decidida, como si estuviera dispuesto a enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino hacia la redención.

—¡Cuando dices eso me motivas aún más! —exclamó con determinación, su voz resonando en la cueva como un eco de valentía. —¡Enfrentare cualquier prueba!

La chica lo miró con un brillo de tristeza en sus ojos, como si temiera por lo que estaba por venir, pero continuó con un encantamiento. Su cuerpo se vio envuelto en un aura blanca mientras pronunciaba unas palabras antiguas, y la tenue luz que emitía parecía iluminar la oscuridad que los rodeaba. El rubio fue rodeado por una intensa luz que cegó su visión momentáneamente, sumiéndolo en una experiencia casi celestial que parecía trascender los límites de la cueva misma.

Cuando finalmente abrió los ojos, Meliodas se encontró sumergido en un paisaje desconocido. Un claro del bosque se extendía ante él, bañado por la luz filtrada entre las copas de los árboles. La atmósfera tranquila y serena del lugar chocaba con la confusión que se apoderaba de su mente. Recargado en un árbol con aroma a cítrico, lo hizo subir la mirada para encontrarse los frutos de este y una gota de agua golpeaba su nariz. ¿Cómo había llegado allí? Esta vez era diferente...

—¡Capitán! —una voz urgente lo llamó desde atrás, sacándolo bruscamente de su ensimismamiento. El tono insistente de la voz lo hizo girar, y se encontró con la figura inesperada de un hada, pero con una apariencia más masculina de lo habitual. El hada, de cabello castaño y mirada penetrante, le dedicó una sonrisa llena de determinación, revelando un aspecto de su personalidad que Meliodas desconocía por completo. La intensidad de la mirada del hada lo dejó desconcertado, sintiendo un nudo en el estómago que le provocaba una inesperada ansiedad. A pesar de la atención centrada en él, Meliodas no entendía por qué esta situación le generaba un profundo temor, haciendo que sus palmas sudaran con nerviosismo. —¡Capitán, te estoy hablando! —insistió, acercándose con paso firme.

Meliodas se sintió momentáneamente paralizado por la sorpresa que le provocaba la presencia del hada en esta nueva faceta. Durante tanto tiempo, había visto al hada con un velo de paranoia y desconfianza, siempre a la defensiva, pero ahora, frente a él, se mostraba risueño e inocente, como si fuera una nueva criatura emergiendo de las sombras del bosque. Esta repentina transformación en la actitud del hada era tanto gratificante como desconcertante para Meliodas, como si estuviera presenciando la fusión de dos mundos que hasta ese momento habían permanecido separados.

La contradicción entre la imagen que tenía del hada y la sonrisa espontánea que le dedicaba creaba un torbellino de emociones en el interior de Meliodas. Por un lado, se sentía reconfortado al ver al hada tan libre y alegre, como si hubiera dejado atrás las sombras del pasado; por otro lado, experimentaba una punzada de temor ante lo desconocido, ante la idea de que esta nueva faceta del hada pudiera ocultar algún tipo de trampa o peligro.

 —Debemos completar nuestra misión capitán, ¡Vamos! —la voz juguetona del hada retumbaba en los oídos del rubio como dos taladros, extendiendo una mano hacia él con gesto enérgico y decidido, como si el destino mismo dependiera de su acción conjunta.





















Nota:

Vamos a conocer el pasado de Meliodas y King, por cierto perdón si me tardo en subir los capítulos. Estoy en la Universidad y me consume mucho tiempo.

Les traigo un dibujo de como se vería King jajaja

Corrección; 11/may/2024

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