Capítulo 9

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—Vaya, King —dijo Ban con una sonrisa burlona—, para reclamar que eres un chico y no una chica, no lo sabes disimular bien. La última vez que te vi, tenías el cabello lacio.

King, con una expresión de enojo, respondió rápidamente. —¡Elizabeth lo peinó, idiota!

Escanor se acercó, su mirada fija en el hada recién llegada. Con una mezcla de sorpresa e incredulidad, se inclinó un poco hacia adelante.

—¿E-es el señor King? —preguntó, todavía procesando el cambio en su amigo.

King le devolvió una sonrisa cálida.

—Hola, Escanor. Tiempo sin verte.

El León del Orgullo, aún desconcertado, frunció el ceño y preguntó:

—¿Y por qué ahora...? —Dejó la pregunta en el aire, incapaz de articular lo que estaba pensando.

King soltó una risa ligera, aunque había un toque de amargura en ella.

—Es una larga historia, resumida en... bajé la guardia y me lanzaron un hechizo.

Antes de que pudiera decir algo más, el castaño tomó la palabra de nuevo, interrumpiendo la atmósfera tensa con su habitual pragmatismo.

—Bueno, tengo que ir a dejar un pedido de cerveza. Es de noche, así que mejor empezamos a movernos —informó, delineando sus planes con claridad. Luego, se giró hacia Ban y Elaine, sacando un pequeño bulto de ropa de una bolsa. —Tengo unos cambios de ropa para el señor Ban y la señorita Elaine. Pueden cambiarse aquí.

Ban y Elaine asintieron, agradecidos. La tensión que había llenado la sala empezó a disiparse lentamente, sustituida por la sensación familiar de camaradería y rutina. Mientras Ban y Elaine se dirigían a cambiarse, King se quedó pensativo por un momento, reflexionando sobre los recientes acontecimientos y las extrañas vueltas del destino.

El crepúsculo teñía el cielo de tonos anaranjados y púrpuras mientras la carreta avanzaba por el sinuoso camino. Las ruedas chirriaban levemente sobre el terreno irregular, añadiendo una capa de inquietud a la atmósfera tranquila. King y Elaine, las ahora hermanas hadas, compartían un momento de paz en la parte trasera, alejadas del bullicio y las tensiones de sus recientes aventuras.

King, con el corazón aún agitado por el reciente reencuentro, miraba a Elaine con una mezcla de alivio y felicidad. La imagen de su hermana, a quien había dado por perdida, se había grabado en su mente como un faro de esperanza. Elaine, siempre risueña y llena de vida, no podía dejar de expresar su alegría por volver a ver a su hermano, ahora hermana, después de tanto tiempo. Su risa suave y cálida resonaba en el aire, aliviando el peso en el pecho de King.

—Es increíble, creí que nunca volvería a verte, hermano... bueno, mejor dicho, hermana —dijo Elaine, riendo levemente.

King sonrió, aunque con un matiz de vergüenza. —¿También te vas a burlar de mí, Elaine? —ambas se rieron juntas, un sonido que hacía mucho tiempo no compartían. 

—Estoy muy feliz —dijo King con sinceridad.

—A mí también me da mucho gusto —respondió Elaine, su sonrisa iluminando su rostro.

Mientras conversaban, la imagen de Meliodas apareció en la mente de King. Una sonrisa inconsciente se dibujó en sus labios, solo para desvanecerse rápidamente al recordar las tensiones recientes. Elaine, perceptiva como siempre, notó el cambio en su expresión. Utilizando sus poderes, leyó los pensamientos de King y sonrió con complicidad.

—¿Estas pensando en Meliodas? ¿Verdad? —Elaine la miró con ojos traviesos. King se sonrojó, tratando de desviar el tema.

—Pff, claro que no —negó rápidamente, aunque sabía que Elaine había leído la verdad en su mente.

—Te leí la mente —dijo Elaine con una sonrisa. —¿Ya lo olvidaste? Son mis poderes. Me pregunto si es porque has estado lejos del reino. El Bosque del Rey Hada intensifica tus capacidades.

King soltó una risa nerviosa. —Yo jamás fui buena para eso, quizá sea el Rey Hada... o Reina Hada, o lo que sea que soy ahora, pero sigo siendo un adolescente que aún no tiene alas —respondió, desviando la mirada hacia el horizonte.

—Bueno, de hecho ya somos dos —dijo Elaine, riendo levemente. La conversación era un bálsamo para ambas, una forma de reconectar después de tanto tiempo separados. Sin embargo, el momento fue interrumpido por Ban, quien no podía resistir la oportunidad de intervenir con uno de sus comentarios descarados.

—Con que alas, ¿eh? —intervino Ban, sonriendo de manera socarrona. Elaine se sonrojó ligeramente. 

—Ya basta, Ban, no empieces con tus pensamientos sucios —Ban soltó una carcajada, ganándose una mirada de desdén por parte de King.

—Escanor, ¿hasta dónde tenemos que ir para llegar a nuestro destino? —preguntó Ban, tratando de cambiar de tema.

—Bueno —volvió a llamar la atención de su hermana la rubia con una sonrisa despreocupada en su rostro. —Me da la impresión de que estas molesta con Meliodas, lo que se me hace curioso porque cuando se conocieron eran inseparables.

—¿A qué te refieres? —pregunto el hada con cabello en color castaña confundida. 

—Cuando se conocieron, recuerdo que el venía todos los días hasta que por fin te dignaste a hablarle y después se hicieron muy cercanos —río entre sus palabras, la rubia, por otra parte, el albino estaba atento a cada una de las palabras que salían de la boca del hada, lo contaba con nostalgia en su voz e incluso se sentía arrepentimiento en ella. —Elaine, creo que te estás confundiendo. Yo conocí a Meliodas cuando me uni a los pecados, no antes.

—Hermano, lo conoces desde hace mucho, creo que eran pareja.

—¿Eh? —el castaño la miro confundida. 

—¿Enserio lo olvidaste?

"¡Harlequín!, dijiste que tu mismo en el pasado a una Diane pequeña le borraste los recuerdos, no crees que algo así te pudo pasar a ti también". Ahora, más que nunca, King sentía que debía enfrentarse a su pasado, recuperar los fragmentos de su memoria y entender la verdadera naturaleza de su relación con Meliodas.

—¿Qué está pasando? —hablo Escanor al ver como la tierra se comenzaba a mover.

La carreta avanzaba lentamente, tambaleándose por el terreno inestable. King y Elaine se aferraban a la esperanza de descubrir la verdad, mientras Ban y Escanor mantenían una vigilia alerta, listos para enfrentar cualquier amenaza. En el horizonte, el peligro se cernía, y sabían que el camino por delante sería difícil y lleno de desafíos.

El crepúsculo descendía sobre el laberinto, lanzando largas sombras que parecían susurrar secretos oscuros. Un grupo variopinto de combatientes había acudido para participar en el torneo de pelea, todos atraídos por la promesa de un deseo concedido. Entre ellos, destacaban dos gigantes, una rubia y una castaña, que no buscaban gloria ni poder, sino un milagro para salvar a los hijos adoptivos de la rubia, gravemente enfermos tras un ataque de una extraña criatura.

Desde el inicio, ambas gigantes intentaron abrirse paso a través del laberinto con su fuerza bruta, destruyendo paredes y saltando por encima de obstáculos. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que el laberinto no se dejaba vencer tan fácilmente. Resignadas, optaron por un enfoque más cauteloso, aunque frustrante.

De repente, una roca enorme cayó del cielo, amenazando con aplastarlas. Diane, la castaña, corría divertida ante el peligro, mientras que Matrona, la rubia, detuvo la roca con un semblante serio y firme. A pesar de sus esfuerzos, parecía que solo daban vueltas en círculos, la salida siempre fuera de su alcance.

Llevaban horas caminando y la desilusión empezaba a hacer mella en sus espíritus. La vida de Sol y Della dependía de su éxito, y la urgencia de su misión se hacía cada vez más apremiante. Sin darse cuenta, las dos gigantes pasaron bajo unos hongos que desprendían esporas alucinógenas. Matrona vio a sus hijos adoptivos corriendo a través del laberinto y, sin pensarlo, los persiguió, alejándose de Diane. Mientras tanto, Diane, víctima de las esporas, mordía una piedra pensando que era comida.

Cuando Diane volvió a la realidad, se dio cuenta de que estaba sola. La noche cayó, y Diane, ahora sola, vagaba por el laberinto en busca de su compañera. La luna llena brillaba en el cielo, su luz plateada bañando el paisaje en un resplandor etéreo. Exhausta, Diane se sentó a descansar, pero pronto cayó en un sueño profundo.

En sus sueños, buscaba a Matrona, llamándola en la oscuridad. Un aroma peculiar la despertó de golpe. De repente, se encontró con un cerdo parlante que la sorprendió enormemente. El cerdo, llamado Hawk, parecía conocerla bien y hablaba con familiaridad sobre ella y su situación, mencionando nombres como Meliodas y Elizabeth, que resultaban extraños para la gigantesca guerrera debido a su pérdida de memoria.

Mientras Hawk intentaba explicarle su historia, Diane, hambrienta, se abalanzó sobre él con la intención de comerlo. Hawk, aterrorizado, luchaba por liberarse cuando una voz femenina interrumpió la escena. Diane levantó la vista y vio a una joven de cabello blanco y ojos azules que la miraba con una mezcla de preocupación y afecto. Esta joven era Elizabeth, la tercera princesa de Liones, quien había estado buscando a Diane junto con los Siete Pecados Capitales.

Elizabeth explicó la situación, revelando que Diane había perdido sus recuerdos y se había alejado, causando gran preocupación entre sus amigos. Sin embargo, Diane, desconfiada de los humanos debido a experiencias pasadas con los Caballeros Sacros, se mostró reticente a confiar en Elizabeth, a pesar de las sinceras palabras de la princesa.

Elizabeth, sin desanimarse, recogió algunas moras silvestres de una cueva cercana, consciente de que Diane estaba hambrienta. Se las ofreció con una sonrisa, esperando que este pequeño gesto de bondad pudiera ayudar a recuperar la confianza de la gigante. Diane, a pesar de su desconfianza, aceptó las moras, sintiéndose agradecida y ligeramente sonrojada por la amabilidad de Elizabeth.

Sin embargo, el momento de tranquilidad fue interrumpido por la aparición de varios clones de Meliodas. Estos clones exigían la devolución del Bosque del Sueño Albo, acusando al grupo de haberlo reformado sin permiso. Hawk y Elizabeth rápidamente se dieron cuenta de que estos no eran los verdaderos Meliodas, y trataron de convencer a Diane de que debía ayudarlos a enfrentarse a los impostores. Pero Diane, confundida y temerosa de hacer daño a alguien que podría ser su amigo, se negó a luchar.

Mientras los clones avanzaban, Diane tomó a Elizabeth y Hawk en sus manos y comenzó a correr, incapaz de enfrentarse a las figuras que tanto le recordaban a Meliodas. Sin embargo, su huida fue interrumpida por un ataque repentino de rayos y tornados que destruyeron a los clones. Diane y Elizabeth se giraron para ver a sus salvadores: dos guerreros, uno con el cabello rosado y el otro con el cabello verde, que se acercaron rápidamente.

Estos guerreros eran Gilthunder y Howzer, miembros de los Caballeros Sacros que habían estado buscando a Diane. Al ver su llegada, Elizabeth explicó la situación de Diane y su pérdida de memoria. Gilthunder, incrédulo, preguntó si realmente no recordaba nada, ni siquiera a King. Diane, confundida, admitió que no sabía quién era King, lo que hizo que Howzer se regocijara al saber que tenía un rival menos.

Después de la batalla, Elizabeth usó su propio poder para curar a sus amigos. Diane, impresionada por las habilidades de Elizabeth, se sintió movida por su bondad y determinación. Mientras Elizabeth curaba las heridas de los demás, Diane se dio cuenta de que podía confiar en ella y en sus amigos. La princesa, consciente de la desconfianza de Diane, le dedicó una sonrisa cálida y reconfortante.

En ese momento, Elizabeth sintió la presencia de Meliodas detrás de una pared cercana. Aunque Hawk y Diane inicialmente sospecharon que podría ser otro impostor, Elizabeth estaba segura de que el verdadero Meliodas estaba cerca. Con renovada determinación, el grupo se preparó para enfrentar lo que fuera que estuviera detrás de la pared, con la esperanza de reunirse finalmente con su amigo y líder.

En otra parte del laberinto, dos figuras destacaban entre las sombras: un joven rubio y un chico con una criatura gatuna reposando sobre su cabeza. Ambos estaban ocupados asando carne, disfrutando de un breve respiro en medio de su búsqueda. Meliodas, el rubio, se levantó una vez que terminó su comida y se acercó a una pared, sus pensamientos centrados en Elizabeth.

—Elizabeth... —murmuró con una leve sonrisa—. Ojalá tuviera la misma habilidad para encontrarte.

La imagen de una hada revoloteó en su mente, haciendo que sus pensamientos se dispersaran. Su compañero, Arthur, lo observó con curiosidad, interrumpiendo sus pensamientos.

—Capitán, ¿qué murmuras? —preguntó Arthur.

Antes de que Meliodas pudiera responder, un delicioso aroma llenó el aire. Ambos chicos voltearon y vieron un platillo humeante cerca de ellos. Intrigados, se acercaron y comenzaron a probar la comida.

—¡Qué sabroso! —exclamó Arthur, impresionado—. Incluso los chefs del castillo se quedarían sin habla. Me encantaría llevar esto a Camelot.

Meliodas, también disfrutando del platillo, sonrió.

—Deja de soñar, Arthur. El cocinero se queda en la cocina del Sombrero de Jabalí.

Arthur protestó, pero su conversación fue interrumpida por una voz familiar.

—No tengo opción si insisten en contratarme, quizá regrese con ustedes.

Un hombre albino se acercó a los dos, su presencia imponente. Meliodas lo reconoció al instante.

—Ban —dijo Meliodas.

Arthur observaba el reencuentro con una mezcla de curiosidad y admiración, sintiendo una extraña energía irradiar de ambos.

—¡Capitán! —gritó Ban.

—¡Ban! —respondió Meliodas, y los dos amigos se saludaron con una demostración de fuerza, jugando a fuercitas.

—¿Estás seguro? —preguntó Meliodas, recordando sus antiguas competiciones.

—Ya lo olvidaste, capitán. Hace diez años que jugamos esto y decidimos considerarlo un empate —respondió Ban.

El joven pelinaranja que actuaba como árbitro del juego los observaba con una sonrisa.

—¿Están listos?... ¡Ahora! —exclamó, dando inicio al juego.

Ban ganó el enfrentamiento, haciendo reír a Meliodas.

—Estas competencias son de velocidad y fuerza explosiva, ¿sabes? —comentó Ban.

—Supongo que perdí, ¿verdad? —respondió Meliodas, riendo también.

Sin embargo, el tono de Meliodas se volvió serio.

—Dime, Ban, ¿viniste al festival de pelea para que te concedan tu deseo de siempre, verdad?

Ban desvió la mirada.

—Eso no... Solo vine a Vaizel para entregar un encargo de alcohol, capitán, como un favor a Escanor.

—¿En serio? ¿Estabas con Escanor? —preguntó Meliodas, sorprendido.

—Elaine también está conmigo —añadió Ban, lo que dejó a Meliodas aún más perplejo.

—Es natural que te sorprendas. Siendo honesto, aún me cuesta aceptar lo que está pasando —explicó Ban—. King ya lo sabe.

Meliodas asintió, recordando sus viejos tiempos.

—Es cierto. King y yo nos conocemos desde hace tiempo —dijo Meliodas, bajando la mirada.

—Parece que él lo ha olvidado —añadió Ban—. Tienes algo que decir acerca de Elaine.

Meliodas lo miró directamente.

—Es la mujer que amas, ¿no puedes dejarlo así?

Ban susurró con determinación.

—No, podemos... Aún voy a intentar matarte.

Meliodas suspiró, comprendiendo el peso de sus palabras.

—Ahora, lo que tenemos que hacer es encontrar a todos para salir del laberinto.

Ban asintió.

—Adelante, mejor amigo. Por el bien de quienes queremos proteger.

Se pusieron de pie, decididos a encontrar a sus compañeros. Ban habló con firmeza.

—Adelántate y busca a Elaine.

—Sí, eso haré —respondió Ban—. Pero después de que te ayude a reunir al grupo.

Meliodas sonrió, agradecido.

—Ban...

—Te ayudaré, además de que Elaine no está sola. Tengo a un Rey Hada muy confiable y a un caballero sacro protegiendo a Elaine —informó Ban.

La noticia de que King estaba cerca hizo que los ojos de Meliodas brillaran de emoción.

—Claro que sí. Y si quieres que la linda hadita se ponga feliz, sería una buena idea que rescates a sus buenas amigas —añadió Ban.

Meliodas asintió, decidido.

—Tienes razón, Ban. Atacaré esta pared a golpes antes de que pueda regenerarse.

Con esa resolución, ambos se prepararon para derribar la pared. Meliodas desenvainó su espada.

—Y yo liberaré una cortina de ataques a gran velocidad —dijo Ban, y juntos comenzaron a golpear el muro con una fuerza abrumadora.

Arthur, que observaba desde un lado, se cubría del ataque mientras pensaba en la increíble velocidad y fuerza de sus compañeros.

Finalmente, el muro cedió bajo su asalto conjunto, permitiendo que el grupo se reuniera una vez más, listos para enfrentar los desafíos que el laberinto aún les deparaba....

El grupo se encontró con amigos y desconocidos al llegar a la meta. Los ojos del rubio, Meliodas, se posaron en la pareja de hadas que estaban allí, especialmente en la castaña, tan linda como siempre. Una sonrisa se dibujó brevemente en su rostro, pero pronto se desvaneció al notar a los dos seres que se alzaban sobre una roca. Su mirada se tornó seria y oscura, la preocupación se apoderó de él.

—Es el momento de hacer una retirada —dijo con voz firme—. Son de los Diez Mandamientos.

El ambiente se tensó aún más cuando una de las criaturas presentes, un pelirrojo con una sonrisa siniestra, se adelantó y habló con voz resonante:

—Damas y caballeros de distintas razas, bienvenidos al espectáculo de oso... Eh, perdón, quise decir al festival de pelea. —Su corrección fue acompañada de una sonrisa maliciosa—. Antes de empezar, vamos a preparar la arena donde van a pelear. ¿Les parece? —Se volvió hacia el gigante a su lado—. Drole, ¿podrías encargarte?

—¡Guantelete gigante! —exclamó Drole. Inmediatamente, enormes manos de roca comenzaron a formarse a su alrededor.

—No puede ser —susurró el hada que había estado observando a los demonios desde su llegada, su voz llena de temor—. El poder mágico que emana de ese monstruo es igual al de la raza de las hadas, y no solo eso, es demasiado fuerte. Esto es...

El pelirrojo, Gloxinia, sonrió con una malicia que heló la sangre de los presentes.

Lanza Espiritual Basquias, modo nueve: espina mortal.

El ataque dispersó el capullo que lo cubría, enviando espinas mortales por todo el laberinto y acabando con toda clase de vida en su interior. La devastación fue inmediata y total, dejando solo silencio y muerte a su paso.

—Las formas de vida dentro del laberinto han llegado a su fin y a su olvido —dijo una voz infantil, con una calma inquietante.

—Espina mortal está hecha de las espinas de terror que crecen en las mayores alturas del Árbol Sagrado —explicó el hada más cercana, flotando con preocupación. Meliodas se acercó más a su grupo, listo para atacar si era necesario—. Destruyen cualquier amenaza que Girasol no puede borrar. Y no solo eso, Basquias fue entregado al primer elegido por el Árbol Sagrado. Es la lanza espiritual legendaria... —La mirada del hada se fijó en la majestuosa figura de alas de colores —¿Cómo es posible...? Tú eres el primer Rey Hada: Gloxinia.

—Hace años que no escuchaba ese nombre —respondió Gloxinia con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Ahora soy Gloxinia del Reposo de los Diez Mandamientos.

—Pero el Rey Demonio te asesinó hace 3000 años. Moriste durante la batalla contra la raza demoníaca —dijo el hada, su voz temblando de incredulidad.

El pelirrojo se dirigió a la castaña, sus ojos brillando con un interés perturbador.

—Linda, ¿también eres miembro de la raza de las hadas? —preguntó, su tono impregnado de una curiosidad morbosa.

El silencio que siguió a su pregunta era casi palpable, cargado de tensión y miedo. Meliodas apretó los puños, listo para defender a sus amigos contra cualquier amenaza. La presencia de los Diez Mandamientos era abrumadora, un recordatorio de la fragilidad de la paz y la constante amenaza de destrucción.

—¡Lo soy pero ¿Por qué estás aquí?! —hablo la castaña. 

—Entonces, intenta ganar este festival. Si lo deseas puedo decirte lo que quieras preciosa.

El ambiente estaba cargado de tensión en el festival. La castaña se encontraba confundida y sorprendida por el cumplido que le había hecho el primer Rey Hada, su rostro ruborizado mientras su mirada mostraba confusión. De repente, sintió algo tomar su tobillo y fue arrojada al suelo, quejándose del dolor. Un rubio se acercó, reprochándole que buscara su propia hada, mientras un pelirrojo señalaba la agresividad innecesaria.

El gran festival de pelea estaba a punto de comenzar. El hada pelirroja llamó a Taizoo, un humano de gran tamaño vestido de referí, quien salió obedientemente. Mientras tanto, la castaña, molesta, exigía una disculpa al rubio por su actitud.

El referí intentó animar a los presentes, pero solo recibió silencio. Justo cuando parecía que el entusiasmo no llegaría, una voz anunció la llegada de Gowther. El chico de lentes aterrizó torpemente encima de un hombre, disculpándose de inmediato. El hombre, recuperando su compostura, reconoció a Gowther y lamentó la pérdida de sus gafas, un regalo de la señorita Merlín.

La princesa observó incrédula al hombre que resultó ser Sir Escanor, el famoso león del orgullo, aunque la escena resultaba un tanto decepcionante. En medio de la confusión, el pelirrojo, ya harto, atacó al hombre atravesando el pecho del castaño con un ataque de su lanza sagrada, sorprendiendo a todos. Meliodas, Ban y King acudieron en su auxilio.

El hada, frustrada por las interrupciones, deseaba que el festival continuara sin más contratiempos. Sin embargo, Escanor, herido, lamentaba su situación, temiendo por su vida. El pelirrojo intervino, utilizando la Lanza Espiritual Basquias para curar la herida mortal de Escanor con una gota de vida, dejando a todos asombrados.

Finalmente, el pelirrojo ordenó a Drole que dividiera a los presentes en equipos. Utilizando un hechizo, todos comenzaron a flotar en rocas hacia una arena de batalla. El destino había elegido a los compañeros de armas y ahora debían confiar sus vidas y su orgullo unos a otros, preparándose para luchar con todo su corazón.

La roca del hada y del rubio flotaban cerca, pero no juntas. —Meliodas —llamó el hada, atrayendo su atención. —Necesitamos hablar.

—¿Ahora? —respondió Meliodas, algo irritado.

—De nuestro pasado, así que más te vale vivir —respondió el hada mientras su roca se alejaba.

Un albino detrás de Meliodas intervino. —Yo te ayudaré a cumplir esa promesa, capitán —Meliodas sonrió ante las palabras de su compañero. —¡Vamos! —exclamó con determinación.

En otra parte del campo, un hombre de cabello blanco protegía a un pequeño niño, gritando molesto por la presencia del infante en tan peligroso lugar. Por otra parte, el hada, reconociendo a Diane, suplicaba por respuestas, formando así otro equipo. Meliodas, observando la escena, no podía evitar sentirse incómodo ante la pareja formada por el hada y la gigante. 

Con un equipo aún faltante, los Mandamientos decidieron intervenir con sustitutos. El referí humano anunció el inicio de la partida con 16 equipos, explicando que cada dúo sería transportado a una arena aleatoria donde lucharían contra la primera pareja en llegar. Meliodas, sorprendido, se preguntaba sobre el equipo adicional, compartiendo su desconcierto con el hada. Al escuchar su nombre, Elizabeth y Elaine se volvieron, sintiendo la tensión en el aire.

—Primera regla del Festival de Pelea —el pelirrojo tomó la palabra. —Todas las armas, poderes mágicos y técnicas engañosas están permitidas. Segunda regla, para ganar deben matar o neutralizar al otro equipo, o que salgan de la arena. 

Meliodas, furioso, gritó que Elizabeth no tenía nada que ver con el conflicto, mientras Ban amenazaba con matar a cualquiera que dañara a Elaine. Gloxinia, disfrutando de la ira de los héroes, sonreía con malicia.

King, desesperada, suplicó a Gloxinia que no hiciera daño a su hermana y amiga. Gloxinia, aprovechando la oportunidad de atormentar a Meliodas, se acercó a la castaña, explicando que, al entrar en el laberinto, se habían convertido en participantes. La castaña, susurrando que había sido un accidente, recibió una disculpa falsa de Gloxinia.

—¡Te dije que te buscarás tu hada, Gloxinia! ¡Esa ya está reservada! —grito aún más enfurecido el rubio. 

—¡No soy un objeto, idio...!

La ira de Meliodas estalló cuando Gloxinia posó sus labios contra los de la castaña, interrumpiendo sus palabras, sentía la sangre hervir, los nudillos de sus manos se volvieron blancos de la furia al saber que aquel beso que el rubio tanto había anhelado era robado por aquel pelirrojo. La castaña, temblando y sorprendida, apenas pudo reaccionar. Meliodas intentó atacar, pero unas espinas lo detuvieron. Gloxinia, riendo, se alejó, dejando a la castaña temblando en el suelo con la mirada perdida. 

Gloxinia declaró la tercera regla: se prohibía abandonar la pelea. Observando al hada temblorosa, comentó lo interesante que le parecía antes de alejarse flotando.

"Linda hadita~ eres una linda hadita", la castaña, desesperada, intentó bloquear aquella voz desconocida que resonaba en su mente. Gritaba, pidiendo que alguien la ayudara. Meliodas, viendo su sufrimiento, se liberó de las espinas con un grito de furia, prometiendo vengarse de Gloxinia.

Meliodas, Elaine y Elizabeth llamaron a King al unísono, sus voces llenas de preocupación. Los gritos sacaron a King de su ensimismamiento, obligándola a mirar en su dirección. Los rostros de sus amigos reflejaban una mezcla de angustia y determinación. King se incorporó lentamente, tratando de calmar su respiración. Su mente todavía estaba nublada por el impacto de los recientes eventos, pero las palabras de sus seres queridos le dio la fuerza necesaria para reponerse.

—¡Señor Meliodas, King, no tienen que preocuparse por mi! —gritó Elizabeth, su voz firme. —Por ahora concentrense en su pelea.

—¡Ban, hermano, tampoco se preocupen por mi hagan lo que Elizabeth dice, concentrense en su propia batalla —Elaine, a su lado, añadió con igual determinación.

La convicción en las palabras de las chicas renovó el espíritu de los guerreros. Meliodas y Ban intercambiaron miradas de entendimiento y asintieron, sabiendo que la única manera de proteger a sus seres queridos era ganar sus propias peleas primero. Con determinación en sus ojos, se prepararon para enfrentar los desafíos que se avecinaban, confiando en la fuerza y el coraje de Elizabeth y Elaine.

Mientras tanto, Elizabeth, sintiendo una conexión con Elaine, se volvió hacia ella con curiosidad. Le preguntó cómo sabía su nombre, y Elaine, riendo suavemente, explicó que había observado a Ban desde las alturas y notado que Elizabeth y Meliodas siempre estaban a su lado. Esta revelación sorprendió a Elizabeth, quien rápidamente hizo la conexión.

La risa de Elaine resonó en el aire cuando se presentó formalmente, y Elizabeth, aún sorprendida, sonrió con alivio. Las dos mujeres compartieron un momento de conexión genuina, riendo y disfrutando de la compañía mutua, casi olvidando a sus contrincantes. Pero la tranquilidad no duró mucho. Dos encapuchados observaban la escena, uno de ellos incómodo con la idea de atacar a mujeres y niños, mientras el otro insistía en que matar era simplemente parte del trabajo de un asesino.

 El encapuchado más agresivo se lanzó hacia ellas, pero Elaine, con un movimiento rápido, lo envió volando. —Tienes razón, es algo de todos los días —hablo Elaine, la fuerza y la determinación en sus ojos revelaban su verdadero poder. Siempre había tenido que enfrentarse a humanos como aquellos asesinos, y ahora, como la Santa del Bosque del Rey Hada, no iba a retroceder.

El otro encapuchado, al ver a su compañero derrotado, se sorprendió al escuchar la revelación de Elaine sobre su identidad. Mientras tanto, Elizabeth, admirada por la valentía de Elaine, la elogió con una sonrisa. Elaine, tocada por las palabras de Elizabeth, le devolvió el cumplido, reconociendo la pureza y honestidad en el corazón de la princesa.

—¿Por qué viniste a Vaizel, Elizabeth? —pregunto la rubia entre risas. —¿También te atraparon en el laberinto?

—Pues no —la peliplatinada dirigió su mirada a los mandamientos que se encontraban disfrutando de las batallas que se encontraban pasando al mismo tiempo que el de ellas. —Vinimos con un gran propósito en mente. Vinimos a detener a los diez mandamientos y su horrible plan también, y además, porque, el señor Meliodas, dijo... —la rubia la miro con una expresión seria en su rostro. —Que se trataba de divertirse.

—¿Sabes? Creo que Ban diría lo mismo —hablo el hada volviendo a levantarse.

—Por algo son mejores amigos, ¿No crees? —ambas volvieron a reír sin darse cuenta de que se les fue arrojado unas bombas de humo, sólo hasta que explotaron y su vista se nublo.

Sin embargo, su conversación fue interrumpida abruptamente por una explosión de bombas de humo. La nube densa dificultó la visión y la respiración. Elizabeth, tosiendo y buscando a Elaine, se sintió repentinamente mordida por una serpiente venenosa. El veneno se extendió rápidamente por su cuerpo, dejándola débil y en el suelo. El encapuchado, orgulloso de su ataque, llamó a su hermano, dejando a Elaine como su próximo objetivo.

Elaine, guiada por los gritos de Elizabeth, se preparó para el ataque. El encapuchado, creyendo que había suprimido su presencia, se acercó sigilosamente, pero Elaine desapareció justo antes de que pudiera golpearla. Reapareciendo en el aire, lanzó una poderosa ráfaga de viento que derribó a su atacante.

Elizabeth, recuperándose del veneno gracias a su magia, se levantó y vio al hombre herido. A pesar de todo, usó su poder para curarlo, sorprendiendo al encapuchado con su bondad. El hombre, aturdido por el calor de la magia de Elizabeth, se preguntó por qué ella lo ayudaba después de que él intentara matarla.

Elizabeth, con una sonrisa cálida, explicó que aunque sus reinos habían sido aliados en el pasado y las cosas habían cambiado, no podía tratar a otros con crueldad. Su respuesta impresionó al hombre, que la miró con una mezcla de respeto y admiración.

Elaine, observando a Elizabeth, pensó para sí misma lo fascinante que era la princesa. La victoria de Elizabeth y Elaine fue anunciada, pero Gloxinia, sin piedad, abrió un hueco bajo los cuerpos de los perdedores, haciéndolos caer. Elizabeth cayó de rodillas, sintiendo la injusticia de la situación.

La determinación de Elizabeth de tratar a todos con bondad, incluso a sus enemigos, y la valentía de Elaine, hicieron que su conexión fuera aún más fuerte. Ambas mujeres sabían que, a pesar de las dificultades, debían seguir adelante con sus corazones puros y su espíritu indomable, enfrentando cualquier desafío que se les presentara.

—No llores, Elizabeth, hiciste lo correcto —le dijo con suavidad, su voz cargada de admiración y alivio.

Ban con su expresión relajada después de presenciar la valentía y el coraje de las chicas en la batalla. Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, reflejando su orgullo y tranquilidad.

—Sí, ahora puedo estar más tranquilo —dijo Ban, mientras su mirada vagaba hacia los demonios que se acercaban.

La determinación de Meliodas se encendió aún más. Sus ojos centelleaban con una mezcla de furia y concentración mientras volvía su atención a los demonios alados que se cernían sobre ellos.

—Muy bien, zorro, es hora de empezar —declaró, sus músculos tensándose en anticipación.

Los demonios, con sus rasgos aviares, emprendieron el vuelo, zumbando alrededor de la arena como sombras amenazantes. Meliodas advirtió a Ban sobre su velocidad, pero el zorro, con su típica arrogancia, no parecía preocupado.

—¿Qué pasa? ¿Se aprovechan de que volar no está contra las reglas? —comentó Ban, acercándose peligrosamente a la orilla junto con Meliodas.

Las alas de los demonios cortaban el aire, creando una sinfonía de aleteos y gritos agudos. La velocidad con la que se movían era casi sobrenatural, haciendo que el viento se arremolinara a su alrededor en furiosas corrientes.

—Va a ser difícil capturarlos —admitió Meliodas, sus ojos siguiendo cada movimiento de los demonios.

Ban sonrió de manera burlona, su confianza inquebrantable.

—Sí, sobre todo cuando solo quieres ir a darle un abrazo a tu hadita —se mofó, provocando una carcajada en Meliodas.

—¿No te pasa lo mismo con su hermana? ¿No quieres ir y besar a Elaine? —contraatacó Meliodas, sonriendo de vuelta.

Ban se rió, el sonido resonando en la arena.

—Ni que fuera igual a ti, capitán —replicó, antes de señalar acusatoriamente a Meliodas.

Un demonio aprovechó el momento y arrancó la mano de Ban con un movimiento rápido y preciso. La sangre salpicó el suelo, pero Ban, sin inmutarse, dejó que su mano se regenerara como si nada hubiera pasado.

—¿A quién le dices infantil? —respondió Ban, regenerando su mano con una expresión de desafío.

Meliodas se burló, su sonrisa amplia y confiada.

—No cambies el tema. Yo no me emociono por tocar traseros como tú —dijo, justo antes de recibir un ataque. Pero el demonio, sorprendido por la rapidez de Meliodas, perdió una de sus patas en el proceso.

—Capitán, tienes una patita de pollo en la cabeza —dijo Ban, riendo a carcajadas.

Meliodas se la quitó de inmediato, su expresión mezcla de irritación y diversión.

—¿Y ahora quién está cambiando el tema? —replicó Meliodas, sonriendo.

La batalla continuaba con furia. Los dos amigos, luchando codo a codo, se movían con una coordinación perfecta. Cada movimiento era preciso, cada golpe devastador. El sonido del acero chocando contra el acero resonaba en la arena, mezclado con los gritos de los demonios y el sonido del viento cortado por sus alas. Un demonio voló hacia ellos a gran velocidad, pero Ban lo golpeó con tal fuerza que el demonio cayó muerto al suelo. La fuerza del golpe resonó en la arena, sacudiendo el suelo bajo sus pies.

—"Quedó claro" —imitó Meliodas, sonriendo. —La suavidad que siento cuando abrazo a Elaine es la mejor sensación de la vida.

Ban no pudo evitar sonreír, a pesar del caos que los rodeaba.

—No creo que tenga la misma "suavidad" cuando la abrazas —respondió, sus ojos llenos de determinación.

Mientras tanto, Elizabeth y Elaine observaban desde la distancia, compartiendo un momento de conexión en medio del caos.

—No me hagas caso, pero creo que están discutiendo —dijo Elaine, riendo suavemente.

—Sí, parece que sí —concordó Elizabeth, buscando la mirada del hermano de la rubia, o mejor dicho hermana, que estaba ocupado en su propia batalla. Elizabeth suspiró, sus ojos llenos de una mezcla de envidia y admiración. —En este momento envidio a tu hermano —admitió, su voz apenas un susurro.

Elizabeth sonrió, pero su sonrisa se desvaneció al recordar la difícil posición en la que se encontraba el rey hada.

—¿Estás celosa de la persona con la que está o de la posición en la que está? —preguntó Elaine, observando a su amiga.

—¡De la persona! —respondió Elizabeth, sonrojándose mientras sus pensamientos vagaban hacia Meliodas.

La batalla continuaba con intensidad. Meliodas y Ban estaban rodeados por demonios, pero su determinación no flaqueaba. Cada movimiento era una danza de muerte, cada golpe un testimonio de su habilidad y fuerza. Las garras de los demonios rasgaban el aire, pero no podían igualar la velocidad y precisión de los dos guerreros. Finalmente, el polvo se asentó y Meliodas se dirigió a Ban, sus ojos llenos de una resolución feroz.

—Solo lo diré una vez, Ban. King es el mejor, y en su forma de hombre también es el mejor —declaró Meliodas, su voz firme.

Ban, sin embargo, no iba a ceder fácilmente. Sus ojos brillaban con desafío mientras observaba a su amigo.

—¡Ya quisieras! Elaine es la mejor, capitán —replicó, pero se dio cuenta de que estaba de pie sobre un cadáver. —A caray, ¿Y este porqué esta muerto?

—¿Qué no viste? En algún punto también me encargué del otro —dijo Meliodas, señalando al otro cadáver con indiferencia.

Ban se acercó, observando los cuerpos con una mezcla de sorpresa y admiración.

—Tiene que ser una broma. ¿No me digas que ya terminamos? —preguntó, aún sorprendido por la rapidez con la que habían despachado a sus enemigos.

—Aunque las hubieran enfrentado, no habrían tenido ningún problema —añadió Ban, con una sonrisa de confianza.

—Atención, Taizoo, termina la pelea —ordenó Gloxinia desde lo alto, su voz resonando por toda la arena.

—¡Sí, señor! ¡Gana la pareja de Meliodas y Ban! —anunció Taizoo con entusiasmo.

Meliodas y Ban se miraron, compartiendo un momento de alivio y camaradería, la batalla había terminado. Gloxinia, observando desde su posición, comentó sobre la fuerza inquebrantable de Meliodas.

—Ese Meliodas es aún tan fuerte y resistente como el acero —dijo el hada, su voz cargada de respeto.

—Sin embargo, hay muchos elementos que aún causan incertidumbre —respondió el gigante a su lado, observando las otras batallas que se desarrollaban en la arena.

Meliodas, observando la batalla de Diane y King desde la distancia, sintió una parte de su alma arder en celos. Casi abandonó la arena para evitar la escena que estaba ocurriendo frente a sus ojos, pero se contuvo al recordar las reglas.

—¡Por que todos hoy me la quieren quitar! —hablo el rubio sin poder ocultar sus celos. Ban soltó una sonora carcajada que se escuchó por toda la arena al ver como su camarada no era capaz de disimular sus sentimientos hacia el hada.

Diane mantenía a Elizabeth atrapada en su imponente pecho, intentando consolarla de su ataque de pánico. La castaña se retorcía, tratando de liberarse.

—¡Diane! ¡Basta, me siento muy incómoda! —protesto King, su voz ahogada entre los masivos pechos de la gigante.

Diane, sin embargo, pensaba que era el lugar más seguro en ese momento. Miró a Elizabeth con una mezcla de confusión y preocupación. Mientras tanto, Drole y Gloxinia observaban desde la distancia, evaluando a sus sustitutos. Gloxinia frunció el ceño, decepcionado.

—Drole, ¿por qué nuestros sustitutos son los oponentes de esos dos? Pensé que la chica iba a ser más fuerte, qué decepción —comentó Gloxinia, su voz impregnada de burla.

—La selección se hizo al azar, el destino debió haberlos elegido —respondió Drole, encogiéndose de hombros.

—Alago que me pusieran a la linda chica de Meliodas, pero ¿el destino? —Gloxinia se rió—. ¿Eligió qué?

- ¡Diane! ¡Yo soy un hada! Y al igual que tu soy uno de los Siete Pecados Capitales, la pereza-. Se explicó el hada entre los pechos de la chica. - Mentira-. Hablo la oji violeta. - Las hadas tienen alas ¿Dónde están las tuyas, mentirosa?-.

—¡Diane! ¡Yo soy un hada! Y al igual que tú soy uno de los Siete Pecados Capitales, la pereza —intentaba decir King, su voz apenas audible.

Diane frunció el ceño, mirando a King con incredulidad. —Mentira. Las hadas tienen alas, ¿dónde están las tuyas, mentirosa?"

King titubeó por un momento antes de concentrar su magia, transformando su cuerpo en su forma habitual de hombre. Diane, sorprendida y un poco asustada, lo lanzó lejos como si fuera un pervertido. Al darse cuenta de su error, gritó internamente: "¡Bruta!".

King aterrizó justo frente a uno de los sustitutos de Gloxinia, observando sus rasgos con curiosidad. "El rostro de esta chica se me hace familiar", pensaba.

—¡No te quedes ahí de pie, aléjate de inmediato! —intentó advertir una chica de coletas, pero el sustituto fue más rápido y atrapó a King en una red de espinas. Sin embargo, sus manos quedaron libres y King activó su Tesoro Sagrado.

—*Lanza Chastiefol modalidad cinco: aumento* —murmuró King, liberándose con una ráfaga de cuchillos mágicos.

El sustituto del gigante se aproximó con intención de atacar, pero King contraatacó rápidamente. —*Modo dos: Guardián —invocó a su oso gigante, que superaba al sustituto en tamaño y fuerza.

Gloxinia observó, impresionado. "¿Lanza espiritual? Qué chica tan interesante", pensó.

Diane, aún perpleja, miró a King con una mezcla de sorpresa y admiración. —¿Estás seguro de que eres una simple hada?

King sonrió, su expresión llena de orgullo. —Mi verdadero nombre es Harlequín y yo soy el Rey... Reina Hada.

Diane se quedó boquiabierta. —¿Harlequín la Reina Hada? —se repetía, incrédula.

Desde la distancia, Meliodas observaba la escena, preocupado. —¡¡Es mi hadita, consíganse la suya!! —lo que hizo que King se sonrojara de furia.

—¿Pudiste recordar algo? —intentaba calmar King, viendo a Diane.

—¿Harlequín o King, cómo te llamo? —se preguntaba Diane, riendo de manera incómoda.

La actual reina de las hadas, pensaba Gloxinia, resulto ser una agradable sorpresa saber la identidad de aquella castaña oji-miel. Sabía que esa chica no le decepcionaría. —¿Por qué no ayudamos a la actual reina a descubrir su valía? —sonreía Gloxinia, aumentando el poder de sus sustitutos.

—¡*Guardián*! —ordenó King, enviando a su oso a protegerlos.

Diane observaba la pelea, preocupada. —¿Va a estar bien? —se preguntaba, viendo el enfrentamiento.

King sonrió, confiada. —No te preocupes, guardián es inmune a cualquier tipo de ataque —hablo con consuelo en su voz mientras miraba a Diane. —Dime, Diane, ¿dónde estabas? Tenías muy preocupada a Elizabeth.

Diane sonrió, recordando. —Oh, ya la conocí. Es una chica muy agradable.

—Ella me peinó —dijo la oji-miel, presumiendo el talento de la peli plateada.

—Se te ve muy lindo —dijo la gigante con una sonrisa en el rostro. —Oye, ¿por qué solo te vendaste el pecho?

King se quejó internamente. —Agh, me molestan los brasieres.

Diane se rio ante el comentario del hada, era como si aquella castaña clara fuera una neófita en el mundo de las mujeres. —¿Y has intentado un top?

—¿Qué es eso? —pregunto King con curiosidad en su voz.

—Luego te enseñaré —afirmo Diane, antes de notar algo alarmante. —Oye, tu animal de felpa se rompió...

El sustituto del gigante había atravesado al guardián de King y se dirigía hacia ella. Diane, actuando rápidamente, se colocó como escudo y recibió el ataque en lugar de King. Espinas se enredaron alrededor de su cuello, inmovilizándola.

—Ahora perfora su corazón —ordenaba el gigante a su sustituto.

—¡¡Diane!! —el grito desgarrador de la princesa se hizo presente, los presentes podían escuchar como la peli plateada se desgarraba la garganta de la impotencia ante aquella escena, pero antes de que la arena fuera testigo de una escena desbastadora algo desvió el ataque sorprendiendo a los mandamientos presentes. La persona que había desviado el ataque era King, quien emanaba energía amarillenta a su alrededor.

"No se preocupe, princesa, yo la voy a proteger por usted", pensaba King, emanando una poderosa aura.

Gloxinia rió al ser testigo de aquellas migajas de poder. —Así que tú eres quien derrotó a nuestro Albión. Vaya chica interesante —hablo con una sonrisa maliciosa.

—*Lanza Verdadera Chastiefol modo dos: Guardián* —declaraba King, invocando un oso aún más grande y temible, listo para proteger a sus amigos y enfrentar cualquier desafío.

La batalla continuaba, pero con la determinación y el coraje de King y Diane, sabían que podrían superar cualquier obstáculo que se les presentara.

























Corrección; 22/jun/2024

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