𝐗𝐈𝐈𝐈

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Sherlock despertó con un dolor de cabeza de los mil demonios, apenas pudo mantenerse sobre sus pies, se miró a sí mismo con dificultad y luego a su tablero en la pared como si estuviera bajo la influencia de algún trance.

Sus ojos trataban de descifrar, desde la distancia en la que se encontraba, la letra pequeña y elegante de Sarah, que ella, hábilmente, colocó entre las anotaciones de sus pistas más recientes.

—Es una descarada—murmuró—, movió lo que quiso a su antojo. Imprudente.

Lejos de enfadarse, si al caso, Sherlock estaba bastante divertido con el pequeño desastre que ella causó sobre su arduo trabajo.

Se acercó despacio hasta que despegó la nota del tablero, aún adormecido y sin la necesidad de tener que oírla, sus palabras estaban cargadas de sarcasmo: Opio y té con extra de limón, Sherlock. También le vendría bien un baño, a menos que le guste el perfume de ginebra.

Él se miró la herida en el hombro, ciertamente, hubo mejoras. Todavía latía y le causaba escozor, pero, bajo las atenciones de tan entrometida dama, parecía menguar cada vez más.

Suspiró como cuando se siente un mal presagio, Sherlock nunca, en toda su vida, había sentido tanta fascinación por algo que no fuera su trabajo. Él estaba tan enfocado en sus casos que nunca tuvo tiempo para nada más, y no era que Sarah fuese una mujer poco atractiva, no solo físicamente; sino también atractiva al alma. Se trataba más de algo general, él nunca estuvo tan a gusto ante la presencia de una mujer; ni siquiera cuando tuvo la oportunidad de visitar Paris.

Ella no era cualquiera, ella no se había acercado a él con un motivo; más aún, prefería mantenerse tan lejos como le fuera posible. Pero su toque... ¿Cuándo algo así pudo mantenerlo fuera de la realidad antes? Ella era suave y gentil, y tan recatada que casi dolía verla de cerca. ¡Oh, Dios santo! Él quiso mantenerla cerca, por eso le impidió que se fuera.

Eso estaba tan mal. De mil formas, mal. El rojo en sus mejillas y en sus labios... Provocativos, seductores labios, que parecían los pétalos de una rosa, era arrebatador. Se atribuyó el título de infame debido a la perversión de sus pensamientos, fue vil cuando se encontró imaginando cómo se sentiría la piel bajo sus dedos.

«¿Cómo podía ella hacerle esto?» Se negaba, lo negaba rotundamente. Ellos no eran la persona favorita del otro. Él no era la persona favorita de ella.

Volvió a l tablero una vez más, observándolo con mucha más atención, buscando concentrarse. Y así fue como halló algo.

Sherlock olvidó una cosa más, atontado bajo la intensa bruma de enredos que le estaba propinando los casos. Sarah era tremendamente inteligente.

Comenzó a quitar todas las anotaciones y las colocó sobre la parte del suelo que estaba despejada y en menos de diez minutos descubrió una parte importante en el misterio de los Clyde.

—¿Por qué se mostraba la señora Clyde tan nerviosa? ¿Por qué el asesino no cumplió con su cometido? Y la desaparición del dinero del señor Clyde...Sabía que su esposa podía ser una principal sospechosa del robo a la caja fuerte; pero no había cruzado por su cabeza la posibilidad de que ella estuviera involucrada con el asesino. Y, de estarlo, quería decir que tenía una estrecha relación con el bajo mundo. No eran amantes, ella no arriesgaría su posición y la seguridad que le ofrecía el apellido. Y, en el East End, nunca había nada por lo que apostar que no fuera...—Sherlock siguió el pequeño garabato que Sarah dejó en el mapa, colocando pista por pista entre las horas en que se desarrolló el ataque. Su expresión no fue de asombro—. Un burdel.

Sarah llevaba rato caminando desde Baker Street hacia el apartamento de alquiler donde dejó a Bessie. La encontró calentándose las manos junto a la estufa y con una expresión desolada que, cambió radicalmente, en cuanto la vio.

Sarah corrió hacia ella, la abrazó hasta que la fuerza se le agotó.

—Lo lamento mucho, Bessie. No sabía que no regresaría a casa ayer por la noche. ¿Te has portado bien? Por favor dime que no te has metido en problemas.

—En ninguno. La señora Bardot me ha traído algo de pan y mermelada para la cena y guardé un poco para el desayuno. ¿Tú te encuentras bien? Pensé que había sucedido algo malo.

Sarah asintió, casi desorientada. Lo que había encontrado en casa de Sherlock le estaba dando vueltas en la cabeza como un espiral. Enola no podía saberlo, no hasta que ella hiciera algo. Sarah podía resolverlo, solo necesitaba ser estratégica para que no hubiera más heridos. Al demonio lo que le prometió a Sherlock.

—Bessie, voy a necesitar que hagas algo por mí, ¿De acuerdo? ¿Podrías decirle a la señora Bardot que solo serás tú esta noche también?

—Pero, ¿Dónde irás?

—Tengo algo que resolver, pero dejaré dinero si hace falta y volveré por la mañana, ¿De acuerdo? Estarás bien aquí. Solo será una noche, lo prometo.

—Pero, ni siquiera sé a dónde fuiste ayer...

—Un amigo tuvo una emergencia—tragó pesado—, él estaba herido y necesitaba ayuda. No podía dejarlo solo, Bessie, lo siento. Prometo que esta será la última ve y no volverá a ocurrir, ¿De acuerdo?

—De acuerdo...¡Oh, cierto! ¿Te has enterado? La señora Bardot está muy contenta, atraparon al monstruo del East End.

—¿Qué?—palideció—. Pero...eso es...es imposible...

—¡Claro que no! El rumor corre por todo Londres. Ya tenían la sospecha de que sería un médico, pero quizá no esperaban que sea tan reconocido cómo el doctor Calloway.

Sarah jadeó, llevándose una mano al pecho.

—¿Cómo dices?

—Al parecer se suicid- Se... ya sabes. Según la policía no se halló mucho en su oficina, pero todo mundo anda mencionando incontables razones que hacen que sus acciones cobren sentido. Una lástima, ¿No lo crees?

—Sí...Sí, Bess, una lástima.

—Oye, Sarah. ¿Tu crees que el señor Holmes ya lo sepa?

—¿Sherlock?—Bessie asintió—. No lo sé Bessie, no hay forma de saberlo.

—¿Y qué hay de Enola?

Sarah no respondió, se limitó a encogerse de hombros, evitando que su pequeña hermana fuera capaz de ver la preocupación que inundaba su rostro.

La joven detective, Enola Holmes, demasiado curiosa y entrometida para su propio bien, había logrado ser más astuta e inteligente que cualquier hombre. Sin embargo, a veces, su pasión la volvía poco racional.

En ese momento, conmovida por como Henry Watson había llegado a parar al apartamento de Tewkesbury, se cegó ante cualquier lógica; cómo que el joven fuera arrastrado hasta allí porque estaba ebrio como una cuba y, en su lugar, que lo consideró parte fundamental de su investigación.

Todo esto se reprodujo en la cabeza del marqués un par de veces, intentando mantenerse con los pies en la tierra y el temperamento controlado bajo siete llaves mientras su novia se acercaba a un desconocido con serios problemas de alcohol, lo ayudaba a beberse el té y lo miraba como si fuera su máximo descubrimiento. ¡Que lo condenen! No estaba soportándolo...

—En realidad eres como él te describió; gentil y muy hermosa—Enola elevó una ceja y retiró la taza de té—. Bueno, lo de hermosa es algo que acabo de descubrir. Pero eres Enola Holmes, ¿No? Eso ya te hace maravillosa.

Tewkesbury rodó los ojos ante tanta palabrería cursi y rebuscada. Vamos, que él podía decir algo más interesante...Podría halagarla diciéndole que su mirada era como un cielo lleno de estrellas...O algo parecido. «De cuerdo, no estaba inspirado» ¡¿Pero quien podría cuando le coquetean descaradamente a su novia?!

Por muy amigo de fuera del doctor Watson, eso no incluí a su hermano. ¡Ni siquiera sabía que él tenía uno! Por Dios.

—Así que tiene una estrecha relación con su hermano, ¿No es así?—Enola preguntó.

—Es desearía, pero supongo que estoy condenado a ser su más grande decepción.

—Sí, puedo entender algo de eso.

Un silencio incómodo se asentó entre ambos, hasta que Henry le dirigió a Enola una sonrisa perezosa.

—Y, al final, ¿A quién le importa de todos modos?

—Bueno, el doctor Watson es un gran tipo.

—Podría decir lo mismo de Sherlock.

—Tú no lo conoces cómo yo.

—Ni tú conoces a John cómo yo. —bromeó, ganándose una sonrisa a sabiendas.

—Ahí te equivocas, soy detective, ¿Recuerdas? Lo que me lleva a preguntar...¿Cómo fue que llegaste hasta aquí?

Enola se retiró y tomó asiento, casi al instante reconoció el toque de Tewkesbury sobre su hombro. No podía definir quién de los dos estaba más tenso; si él o ella, aunque sabía a la perfección que aquel acto reflejo era algo para darse seguridad a sí mismo. A ella le pareció gracioso. Los celos de Tewkesbury podían ser un real problema para la investigación como lo fueron hace un tiempo con el misterio de la fábrica de Lion, pero no negaría que en el fondo lo entendía. Especialmente ahora que necesitaba más pistas para descubrir quién era la persona que secuestró a Elizabeth Jones, el prospecto de novia perfecta para un marqués como el suyo.

Enola colocó una mano sobre la de él, dejando una caricia suave y fugaz, acto que Henry notó con sagacidad.

—Le hizo una pregunta, señor Watson.—remarcó el marqués.

A Tewkesbury no le agradaba el tipo y no solo porque, de repente, parecía atraído por su novia; sino porque él tenía esa actitud arrogante que detestaba y se dirigía a su persona sarcasmo.

—Lo oí la primera vez, señor...

—Vizconde Tewkesbury, marqués de Basilweather.

—Un poco largo ese nombre suyo, ¿No le apetece abreviarlo un poco?

Enola ocultó su sonrisa y Tewkesbury frunció el ceño, claramente ofendido.

—No, no me apetece, señor Watson. Y, puesto que usted y yo no somos amigos, le pido de la forma más amable que no retrase tanto la investigación y comience a responder lo que se le preguntó, si no es mucha molestia.

Él tenía pensado que fuera un "no retrase la investigación de mi novia" pero, en el fondo, no sabía si ambos estaban listos para eso. Es decir, Enola. Por supuesto que, por su parte, él estaba más que listo; aún así, debía ser honesto y admitir que le daba miedo la reacción de la chica Holmes. No quería un golpe en alguna parte. «Cobarde. El cobarde vizconde Tewkesbury, marqués de Basilweather».

—De acuerdo, señor Vizconde. Estaba de regreso a casa esta madrugada, tuve una mala racha ayer por la noche. Así que, aproveché la soledad, me gusta dar un paseo cuando las calles suelen estar vacías. Seguí derecho por el camino de siempre y...—tragó pesado, su mirada se oscureció de pronto y Enola supo que algo grande había sucedido y que sus sospechas eran ciertas—. Yo...Yo creo que vi un fantasma.

—¿Un fantasma?—el rostro de Enola se descompuso.

—Sí...Eh, ¡No lo sé! Estaba algo borroso en ese entonces, aún no amanecía del todo.

—¡Oh, lo que nos faltaba! Ni siquiera lo recuerda—acusó Tewkesbury—. Es evidente que no estaba lúcido, Enola.

—¡Tewkesbury!

—No, déjelo. Él tiene razón. De hecho, quiero pensar que fue eso, en realidad. Me golpeé un poco fuerte cuando caí en su entrada.

—Sigue siendo grosero—murmuró ella, dirigiéndole a Tewkesbury una mirad asesina—. Pero continúa, por favor, explícame exactamente qué fue lo que vio.

—Pues, era un hombre en su despacho. No podría identificar quién fue, pero era un edificio bastante elegante, así que tampoco podría ser cualquiera. Él se disparó. Fue atroz. Su cabeza...Imagino que no es nada agradable verlo de cerca. Las cortinas estaban parcialmente cerradas, pero tenía una vela encendida y noté cómo colocó el arma contra su frente. Lo contemplé un buen rato, hasta que otra sombra apareció y le quitó todo rastro de lógica, luego sentí que la sombra estaba en todas partes. Salí corriendo de allí en cuanto pude.

Enola caviló hasta que sintió sus sienes palpitar, estuvo así largo rato, sumida en sus pensamientos mientras intentaba conectar parte del misterio. Para ser un lugar elegante como dijo Henry, debía tratarse de alguien con mucho dinero...político o médico.

—¿Recuerdas en qué calle fue?

—No...quizá fue a unas cuatro o cinco cuadras de aquí.

—Eso servirá. ¿Tewkesbury? ¿Conoces a alguien que viva cerca?

Tewkesbury, quien se había mantenido sospechosamente en silencio desde entonces, y con la mirada perdida en uno de sus pequeños cactus en el alfeizar de su ventana, espabiló por fin, reaccionando al sonido de la voz de Enola cuando llegó a una conclusión. Lo que ella vio a través de los ojos del marqués rondaba entre la satisfacción y el miedo abrumador.

¡Oh, pero, por un demonio! ¡Qué suspenso más detestable! Tewkesbury a veces le recordaba un poco a Sherlock «¿Eso debería ser un cumplido»

—Esto no puede ser posible...Es que aún no logro creerlo.

—¡¿Pero qué es?! ¡¿De qué se trata?!

—Calloway. Está en medio de todo esto.

Enola, Tewkesbury y Henry abordaron el carruaje. Tewkesbury aceptó a regañadientes el asiento de enfrente cuando el tipo se sentó junto a Enola, pero no era momento para reclamos. Al llegar al lugar de los hechos, él supo que no había sido una simple suposición, estaba en lo cierto, habían intervenido ya y la entrada al edificio estaba abierta, forzada, al parecer.

Enola se mantuvo observando a su alrededor con notable molestia.

—Se revela la identidad de Jack el destripador, el atemorizante monstruo del East End, al encontrarlo muerto de un disparo en su despacho a la madrugada— Tewkesbury leyó una hoja extraviada del diario, que había volado cerca de él, cubriendo su zapato—. ¿Un acto de valor o de cobardía?

—Un acto un poco extraño, más bien...Es decir, ¿Por qué suicidarse? Se supone que atraparlo parecía imposible, ¿Por qué se estaría rindiendo de este modo?

—¿No es esto lo que querían?—murmuró Henry, desconcertado.

—No—volvió a responder Enola con marcado enojo—. Sherlock puede ser un egoísta, pero jamás revelaría una sospecha sin tener la certeza de algo, y solo él, Sarah y Tewkesbury conocían cual era mi percepción al respecto...Si yo no se lo dije a nadie más, ¿Entonces cómo sabrían que Calloway era el asesino.

—Hay alguien más detrás de esto.

Enola lo miró a los ojos, fascinada por la forma en cómo él había logrado entenderla, y sonrió.

—Elemental, mi querido Tewkesbury.

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UFF! Ha pasado un largo tiempo, a que sí? Veremos quienes aparecen en el próximo capítulo y cómo se las verán Sarah y Sherlock en medio de tantos aprietos. 

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