"Una flor atractiva" (1/2)

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Pacífica regresó a su mansión sin tener más opción.

Suspiró con pesadez, pensaba mucho sobre la situación: Derry en verdad le causaba una muy mala espina.

Se sentía algo sola en ese momento, un poco de compañía no le vendría mal, quizá podría llamar a Dipper e invitarlo a pasar el rato; lo extrañaba.

La salida que tuvieron el día de ayer había sido algo agradable y un tanto romántico. Dipper se había comportado de forma caballerosa y tímida, dando obvias señales del gran gusto que tenía sobre la rubia. A Pacífica le encantaba, incluso casi se daban un beso el primer día que llegaron; agradeció un poco la interrupción, iban muy rápido.

Aun así, no podía evitar los sentimientos que en ella fluían, ¡Él siempre siendo tan especial y gentil! Era como una atracción que debía darse, como una predestinación. No sería un chico de dinero o de su "clase", pero era un muchacho dedicado, inteligente y valiente, claro, también muchas cosas más, pero esas tres destacaban.

Sin demorarse más, le envió un mensaje de texto.

"Hola, Dipper. ¿Ocupado? Quería saber si podías venir..."

No tardó mucho en contestar.

"¡Paz! Lo siento... ando con Mabel en el centro comercial. Pensé que Ray estaba contigo"

"Lo estaba, pero me dijo que lo mejor era quedarme en casa mientras investigaba sobre Derry."

"Más vale, prevenir. Aun así, ¿tú no puedes venir?"


Pacífica desvió la mirada del celular. En verdad quería ir, pero sentía que sería mejor estar a solas con él. Su hermana a veces podía ser algo... entrometida. Por ahora fingiría una excusa, ya tendría una cita a solas con el castaño. Quien sabe, tal vez podrían avanzar al siguiente nivel.

"No te preocupes, Dipper. Mejor pasa el tiempo con tu hermana. Luego podríamos salir tú y yo a solas, ¿no te gustaría? ;)"

Soltó una pequeña risilla, se imaginó al pobre Dipper algo emocionado, conteniéndose, claro, para que Mabel no lo pillara.

"Claro, ¿nos vemos mañana?"

"Mañana"

"De acuerdo. Entonces, adiós, Pacífica. Ten un lindo día"

"Tú igual <3"

Dejó su celular en la cama y se asomó por la ventana.

Su enorme habitación la agotaba a veces de sobremanera, no le agradaba esa sensación tan vacía que transmitía. En sí la mansión ya era descomunal.

De pronto, una manó se asomó y ejecutó unos golpeteos en la ventana, Pacífica se sorprendió de aquello y la abrió. Al principio no vio a nadie.

—Qué extraño —iba a sacar su cuerpo un poco para observar hacia el suelo, pero una persona se apareció en frente de ella, asustándola y provocando que retrocediera.

—¡Lo siento! No quise...

—¡Ahhh! —agarró un bolso que estaba en su buró y rápidamente arremetió contra el chico que se encontraba en el borde sobresaliente de la ventana.

—¡Auch! —se sobó la cabeza.

—¿Quién eres y qué haces en mi ventana?

—Como iba diciendo —se aclaró la garganta—... no quise bromear con usted señorita. Yo me llamo Fernando. Es un gusto por fin poder hablar con usted, es tan bella y reluciente, tan hermosa como esta flor —sacó una violeta del chaleco elegante que portaba—. Merece ser nombrada una flor atractiva —movió las cejas con encanto.

—Oh, pues —se quedó un poco extrañada con el muchacho, quien se había recuperado del golpe y ahora se hallaba sentado en el borde de aquella ventana—... muchas gracias, supongo.

—Llevo días viéndola con la mirada perdida en el horizonte, justo sobre esta misma ventana. El Sol hace brillar su sedoso cabello de fibras de oro y, además —inhaló profundo—..., noto que suelta un rico aroma a coco.

Pacífica se sonrojó un poco, el muchacho no se veía mayor a 17 años. Claro, para conocerlo por primera vez se veía demasiado sospechoso y extraño. Demostraba mucho carisma. Tenía el pelo castaño y contaba con ojos azules; una gran sonrisa de buena dentadura y una nariz fina. Se podía ver confianza en él, no mostraba soberbia alguna.

—Mira..., Fernando, ¿verdad? —el chico asintió—. Verás, yo ya tengo a alguien más, así que...

La interrumpió.

—Oh, con que usted ya fue conquistada, ¿eh? —se alzó de hombros y guardó la violeta que le había querido entregar—. Bueno, por mí no hay problema, solo que la vi aquí tan sola y distante. Pensé que querría un poco de... compañía —el joven la miró de una manera inocente.

Pacífica lo dudó por un momento.

—Admito que me encantaría pasar el tiempo con alguien, pero apenas te conozco. Es más, ¿dices que llevabas viéndome hace tiempo? Eso es raro para empezar —se cruzó de brazos para luego desviarle la mirada.

—Sí, puede que sea extraño. Aunque, viéndolo desde otra perspectiva, puede verme como un fanático a su éxito. Se ha rumoreado mucho acerca de la familia Noroeste, ¿no habían quedado casi en la quiebra?

—Los rumores son ciertos, Fernando. De cualquier manera, ¿hace cuánto que vives por aquí? Este es un pueblo muy pequeño, jamás te había visto por estos lares.

—Esa es una buena cuestión, damisela. Permítame contestar diciendo que vengo de vacaciones, mi familia paterna tiene una cabaña escondida por el bosque, cerca del lago. Somos una familia de renombre, aunque claro, nadie nos conoce, difícil de creer, ¿no es cierto?

—Mucho —lo miró con una ceja levantada.

—Bueno, ya que nos conocemos mejor uno a otro, ¿me dejaría entrar a su habitación? Ya ha sido muy incómodo estar en esta mini orilla —dijo esto tratando de acomodarse en la ventana.

—Sigues sin convencerme, Fernando. No puedo dejar entrar extraños a mi casa y mucho menos a mi cuarto —colocó las manos sobre sus caderas y movió su cabello por detrás con un movimiento de su cabeza—. Así que mi respuesta es no —terminó cerrando la ventana.

Sin embargo, Fernando no se dejaría vencer tan fácil. La rubia había olvidado colocarle el seguro, el chico parecía persistente, o eso demostró al abrir la ventana una vez más.

—Oh, vamos... —rogó—, debe haber algo en lo que podamos congeniar.

—Dejé esa vida de mentiras y altos prejuicios hace un tiempo atrás. No volvería a él ni por un millón de dólares..., además de que mi familia ya cuenta con eso y más —rio—, pero ese no es el punto.

—¿De qué hablas? Aquí el único prejuicio que he oído es el tuyo al creer que pertenezco a esa clase de gente ricachona que se cree muy importante y sobre todos los demás..., justo como tus padres, ¿o me equivoco?

Pacífica se quedó pensativa con las palabras del muchacho. Se sentía tentada a dejarle entrar, eso ya era un factor mínimo de confianza. Además, sería maleducado de su parte tener al pobre a la orilla de una caída dura e inevitable, aunque...

—Bien, bien, bien. Ya me atrapaste —sonrió—, pero quiero seguir probándote, Fernando. ¿Cómo sé que no eres alguien por parte de mis padres para vigilarme e informarles acerca de lo que hago? Fácilmente podría investigarte y saberlo.

—Vaya, eres más inteligente de lo que creía —Fernando esbozó una gran sonrisa—. Aun así, te equivocas rotundamente. Para empezar, nadie conoce a mi familia, somos demasiado poderosos, ¿por qué querría investigarte por parte de tus padres?

—¿Cuál es tu apellido? —preguntó de brazos cruzados.

—¿Mi apellido? —miró hacia el cielo—. ¿Por qué te interesa saberlo?

—Según tú, eres de una familia de renombre: debo conocerte, a menos claro, que me estés diciendo puras mentiras.

—Qué astuta, aquel chico debe ser muy afortunado, ¿cómo te habrá conquistado?

—Esa es una historia aparte —retiró su mirada con un leve sonrojo, sonrió.

—Bueno, soy Fernando... —dudó un instante, pero se reincorporó— Darder —Pacífica vaciló por un momento.

—¿Darder? Jamás he oído acerca de una familia de renombre así, he oído de los Dagger, pero ¿Darder? Hasta suena inventado.

Fernando expresó un gesto de incredulidad, pero trató de ocultar su semblante fingiendo una actitud relajada.

—¿Qué te puedo decir? —chistó—. Nadie nos conoce, pero si lo hiciesen, seríamos públicos a nivel mundial en menos de lo canta un gallo.

—Exageras, eso es imposible.

—Eso es porque no conoces a mi familia del todo. Yo no conozco a la tuya tampoco, sin embargo, nos conocemos mutuamente. Suena a una merecida confianza, ¿no crees?

—El simple hecho de saber que perteneces a una familia "muy poderosa" ya es un signo de desconfianza.

—Dura de roer, ¿eh? No importa, no importa —de su chaleco extrajo un sombrero pequeño, al estilo de un detective y se lo colocó—. Vaya, el Sol está que arde —puso una mano encima de él.

Pacífica entrecerró los ojos y pudo recordar la foto que Ray le mostró recientemente. La duda la invadió y sobre todo los factores que el muchacho había iniciado a dar.

En primero, su nombre: Fernando Darder; hizo una nota mental en la que suplantaba aquel apellido con Dagger. En segundo lugar, la apariencia: la foto de Ray no era muy explícita, pero ese sombrero tan peculiar la dejó con un mal sabor de boca; era medianamente joven y eso la intrigó más todavía. En último lugar estaba el hecho de la mención de su familia tan "poderosa", de ser así, todo parecía concordar.

Pacífica se cruzó de brazos y lo miró con los ojos entrecerrados, decidió seguirle el juego un poco más para ver hasta donde llegaba.

—Sí, es verano después de todo.

El chico soltó un suspiro.

—Bueno, ya que pareces desistir mucho, ¿me dejarías hacerte una última pregunta? —su sonrisa desapareció.

Pacífica se extrañó, pero le dio la oportunidad.

—Claro, ¿qué quieres preguntarme? —se acomodó el cabello detrás de la oreja.

—¿Te has sentido... aislada? ¿Sola? ¿Excluida? O... ¿te has sentido fuera de lugar? —el muchacho pareció incomodarse de repente.

Pacífica se sorprendió. A pesar de que los hechos estaban frescos en sus pensamientos, el hecho de tener la idea de que ese joven pudiera sufrir la misma situación que ella, impidió que profundizara en sus sospechas y liberó su empatía. Varios recuerdos de su niñez vinieron a su mente, parecía un poco abrumada por ello.

—¿Por... por qué lo preguntas? —su semblante se ensombreció.

Te tengo —el chico sonrió con disimulo. Alzó la mirada y, con un gesto de tristeza, desglosó un pequeño relato, el cual era cierto—. Verás, mi padre y yo éramos cercanos, hasta que tuvo que alejarse. La demás familia y yo no compartíamos tantas cosas en común. Todos los días salía de casa tratando de encontrar un lugar donde pudiera relajarme y encontrar a alguien con quien compartir, extrañaba mucho a mi padre... Mi abuelo es parte de una gran empresa, trató de meterme al negocio, pero me rehusé, sentía que no servía para eso; sabía que mi destino era otro. Llegó este verano y me di una oportunidad de seguir buscando algo que llenara esa sensación de exclusión, y me di cuenta de que era el amor lo que faltaba en mi vida, por lo que me convertí en alguien dispuesto a encontrarlo y hasta emparejarlo.

Pacífica escuchó con atención y no pudo evitar sentirse un poco identificada con el muchacho.

—Vaya, es una historia conmovedora...

Pacífica ya no supo qué pensar con exactitud acerca del muchacho, si pertenecía a esa familia o no parecía ser ya lo de menos. Se quedó pensando un poco la situación, si no bien podría ser toda una fachada para acercarse a ella, podría jugar con eso a su favor para saber más acerca de esa familia sin la necesidad de tener que salir de su casa. Fernando podía ser alguien muy astuto y perspicaz, pero Pacífica era precavida e inteligente.

De este modo, fingió ceder para dejarlo pasar. La verdad es que el joven iba a ser su topo y haría lo posible con tal de que él la ayudara..., aunque aquí iniciaría un juego incesante de dominación.

—¿Sabes qué...? Está bien, yo también me he sentido fura de lugar en mi propia familia después de aquel día —recordó el suceso de aquella noche en la mansión original.

—Entonces, ¿me dejarás entrar?

—Sí, ya me convenciste —Fernando con aliento de victoria entró en la habitación.

—¡Por fin! —se estiró—. Ya se me estaba entumiendo una parte no deseada —pasó la mano por su retaguardia.

Pacífica soltó una pequeña risilla.

—Así que, ¿buscando compañía? ¿Amor?

—Exactamente, mi bella dama. Aunque respeto aquellos corazones cuyo amor ya ha sido encontrado y más cuando presiento que es amor verdadero.

Pacífica soltó un gesto de asombro, a pesar de todo, no dejaba de sorprenderla.

—¿Tú crees que lo que siento es amor verdadero? —sonrió ilusionada.

—Ciertamente, tu forma de ser lo indica totalmente.

—Muchas gracias, Fernando —cerró los ojos. Los volvió a abrir para regalarle una mirada amigable—. Me gustaría que dejaras de ser tan halagador, no quiero volver esto incómodo, ¿sabes?

—Claro.

—Y Pacífica, solo dime Pacífica.

—Muy bien, Pacífica —sonrió—..., ¿y qué haces para divertirse?

—Muchas cosas, aunque prefiero hacerlo con mi tímido preferido.

—Ya veo..., bueno, ¿una charla casual?

—Por supuesto, aunque, una pregunta más —el joven arqueó una ceja—. ¿Cómo subiste hasta acá?

—Oh, eso. Hice una escalera con ramas del bosque —Pacífica se asomó por la ventana y vio que era cierto.

—Creativo —rio por dentro.

Ambos detallaron varias cosas sobre su vida y cómo era tener que estar bajo la sombra de sus propios familiares; platicando acerca de lo horrible que es estar siguiendo órdenes indeseadas.

A pesar de todo, Pacífica tenía muy en cuenta los detalles que había percibido por parte de Fernando y no estaría dispuesta en regalarle toda su confianza, a menos de que él fuera lo suficientemente capaz para demostrarle que estaba de su lado...

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