"Una flor atractiva" (2/2)

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Pacífica quiso ahorrarse las preguntas invasivas, tenía pensado en primero ganarse la confianza de Fernando y, posterior a eso, poder indagar de una manera indirecta sin tenerlo que someterlo a una presión innecesaria.

Pasó el rato y el sol se ocultó, habían tenido una plática meramente trivial y de anécdotas bastante interesantes que solo podían ocurrir en el excéntrico poblado de Gravity Falls.

Algo que pudo deducir en el transcurso de su plática fue la forma de expresión que tenía el joven. Era demasiado formal con algunos modos de hablar y también denotaba un gran gusto por los versos poéticos, además de que era fan de escribir cartas. El último detalle de su persona fue lo que la orilló a pensar que era él quien escribía las cartas, todo concordaba: la familia, el abuelo, la empresa, la inicial de su nombre...

Todo aquello le generó una mayor desconfianza en él, pero al mismo tiempo una gran intriga y curiosidad porque cabía la posibilidad de que todo lo hiciera en contra de su voluntad: solo el tiempo diría las verdaderas intenciones de Fernando.

Llegó la hora en la que Fernando ya debía de retirarse.

—Fue un verdadero gusto, Pacífica —sonrió.

—El gusto es mío. Al menos, he podido conocer a alguien que sabe cómo me siento, en un sentido de experiencia —extendió su mano.

—Nos volveremos a ver, eso es seguro —extendió su mano igualmente y la estrecharon.

—No desconfío de ello. Algo me dice que vendrás mañana, "admirador" —soltó una pequeña risa—... y gracias por las cartas, medio tétricas, pero me entretienen —jugó un poco para poder ver su expresión.

Fernando tuvo que pensar rápido, sabía que podía perder toda la confianza de la rubia con tan solo una mirada. Era un experto en todo tipo de situación y esa vez no fue la excepción.

—No son las palabras que yo hubiera querido decir —se rascó la nuca y se mostró apenado—, pero te prometo que te mostraré mi verdadera esencia con el tiempo —sonrió por dentro.

Pacífica no supo si comprarle las palabras, pero le regalaría el beneficio de la duda. Se limitó a asentir.

—Adiós —hizo un gesto con la mano.

Fernando correspondió y se retiró.

Pacífica se recostó en su cama y tomó el celular, vio la hora y se percató de que ya eran las ocho de la noche, ¡vaya! El tiempo había pasado volando.

En eso, oyó la puerta principal de la mansión abrirse. Curiosa de escuchar, salió del cuarto y se dispuso a seguir a sus padres, quienes eran los únicos candidatos posibles que podrían entrar de improviso en la mansión.

—¿Estás seguro de esto, querido? —habló Priscila preocupada, se hallaba caminando en el inmenso salón principal junto a su esposo.

—¡Por supuesto! Incluso, podría beneficiarnos a nosotros. De esta manera, probablemente las futuras generaciones jamás tengan que volver a decaer como nosotros lo hicimos.

—No lo sé, Prestón.

—¿Por qué dudas?

—Me da un mal presentimiento, simplemente —se sentó en un sillón mientras la fogata se encendía automáticamente.

—Admito que también me causa mala impresión —miró por la ventana para luego soltar un leve suspiro—, pero supongo que tampoco nos queda otra opción.

—¿Por qué lo dices? —en serio se encontraba angustiada, a pesar de no ser una gran madre, pero ese instinto protector estaba en ella, por lo menos...

—Tú lo has dicho querida, ¿quiénes somos nosotros en contra de Derry? Tiene dinero, poder e inclusive pudiera a llegar a tener alta fama. Sin embargo, por una razón, su familia y él se han mantenido ocultos. Aun así, dudo mucho que podamos hacer algo en contra de ellos y demandarlos no me suena a una opción viable.

—A mí me parece razonable.

—Pero ¿cuáles serían los cargos? Además, Derry cuenta con la influencia para incluso cesar el juicio. Técnicamente es un callejón sin salida, querida.

Pacífica al oír todas esas cosas sintió un verdadero pánico recorrerla, ¿qué es lo que podría hacer? Sin embargo, sintió dentro de ella que Fernando pertenecía a aquella familia y si él era como parecía, podría incluso tener la posibilidad de ayudarle a evitar trabajar en el "negocio". Sus padres siempre habían presumido que solo debían de actuar como una figura pública, pero eso siempre le causaba mala espina, pues en la televisión jamás oyó algo de ellos.

Sus padres siguieron conversando sobre la situación. Se acercó un poco más a la sala, colocándose justo detrás de una de las paredes que dirigían a esa habitación, ya que la entrada no tenía puerta: era un pasillo cuyo final terminaba en una entrada en forma de arco.

—Preston, ¿no te da miedo?

El hombre estaba en silencio, pensando.

—Es nuestra hija después de todo.

—A veces debemos de ser fuertes, Priscila... —replicó con un toque de frustración.

—¿Qué quieres decir con eso?

— Debemos aceptar nuestro destino y dar la parte del pago. Derry tenía razón al final, Pacífica verdaderamente es una joya invaluable en esta familia.

Se fue de la habitación, regresando con una copa de vino en su mano. Se puso en frente de su ventana, se percató de que estaba lloviendo. Los truenos resonaban furiosos. Preston, observaba hacia afuera con un rostro serio e inexpresivo.

—¿Dices que debemos de entregar a nuestra hija a ese sujeto? ¡Su sonrisa de por sí me causa escalofríos! ¡Cómo puedes siquiera considerarlo? —se levantó y se dirigió hacia donde estaba él.

Preston ignoró sus reclamos. Bebió un poco de la copa y lo giró suavemente. Chasqueaba con la boca, tratando de calmarse. No lo demostraba, pero en serio se sentía mal. Si pudiera hallar otra forma de zafarse de Derry, lo haría; pero para ello tendrían que volver al pasado. Sin embargo, sus destinos ya se hallaban sellados.

—¿Y cuál es tu plan? —fue lo que dijo como respuesta. Priscila se quedó estática, sin saber que decir.

—¿C-cómo? —era lo único que sus labios consiguieron pronunciar.

—Sí, querida. ¿Cuál es tu plan? ¿Escaparnos? Seguramente nos encontraría. ¿Asesinarlos? Podría ser buena opción, pero... —se quedó callado.

¿Matarlos? —Pacífica soltó un jadeo de asombro mientras se tapaba la boca.

—¿Entonces ese será el plan? —colocó las manos sobre los hombros de su esposo.

Estoy aterrado —confesó en sus pensamientos—. ¿Quién es Derry en verdad? ¿Mandar a matarlo sería lo correcto...? ¿Podría acaso...? —del nerviosismo, Preston comenzó a apretar más el vidrio de su copa. Estaba sudando frío, su corazón le daba una mala jugada. Presionó más y más...

La copa se rompió, ensangrentando un poco la mano del Sr. Noroeste. Vio su mano asustado y su esposa retrocedió nerviosa. Pacífica se sintió mal dentro de ella, por mucho que odiase a sus padres, no quería verlos sufrir.

—¡Preston! —su mujer fue a auxiliarlo rápidamente. Llamó a una de las mucamas para que trajera un botiquín de inmediato.

Pacífica, algo insegura, decidió por primera vez enfrentar a sus padres, quizá no era el mejor momento, pero ya no podía soportar viviendo así. Entró a la sala, sus padres la vieron. Todo era silencio.

—Señora, aquí está el... —se silenció al ver la pequeña tensión que había entre el espacio de los padres y la hija. Con los labios sellados, Marie se dirigió hacia la Sra. Noroeste y le entregó el botiquín. Así como llegó, se fue.

Permanecieron así un poco más, hasta que la hija decidió hablar.

—Oí todo lo que hablaron —se sobó el brazo izquierdo algo nerviosa e incómoda.

Sus padres seguían sin emitir palabra alguna. Preston soltó un suspiro pesado.

—Te hemos fallado —dicho eso, se volteó y siguió viendo hacia la ventana. Tomó el botiquín, se aplicó un poco de alcohol y envolvió su mano en un vendaje. Priscila estaba cabizbaja.

—¿Fallarme? —caminó lentamente hacia ellos.

—Ay, hija —soltó una carcajada—. Que desastre... saber que un hombre de alto prestigio tuvo que darme un golpe moral para darme cuenta hasta ahora de lo que hicimos mal todo este tiempo.

—¿Y eso qué sería? —se quedó a unos pocos metros de ellos.

La Sra. Noroeste sollozó y unas cuantas lágrimas emergieron de ella. Se cubrió el rostro, se sentía tan hipócrita en ese momento.

—Te dimos lujos, regalos, un hogar..., te dimos todo lo que una persona necesita y hasta más, pero ¿sabes una cosa?

No dijo nada, esperó a que su padre continuara hablando.

—Lo único que no se puede comprar es el fruto del amor.

—¿Qué tratas de decirme?

—Quise pensar todo este tiempo que hacía un buen trabajo como padre: dándote lujos, educándote de la manera más fina posible, inscribiéndote a diversas actividades..., ahora me doy cuenta de algo.

—¿Papá? —se acercó a él y agarró su brazo derecho, cuya mano estaba lastimada.

—Nunca estuvimos para ti. Fuimos cegados por la avaricia —rio por lo bajo. Un trueno sonó espantando a la rubia—. Estas son las consecuencias de mi propia soberbia y orgullo. Negocios, negocios, dinero y más dinero. ¿Qué importaba la familia? ¿Qué importaban los pueblerinos? Lo único importante era el poder y el estatus, ¿no es cierto? —negó con la cabeza.

—¿A dónde quieres llegar con todo esto? —a Pacífica se le cristalizaron los ojos.

—A una verdad absoluta —otro rayo retumbó.

Preston aspiró hondo y se volteó para mirar a su hija a los ojos. Se sintió hipócrita, cerró los ojos con suma presión, lágrimas brotaban de él. Volvió hacia la ventana; Pacífica seguía ansiosa, también nerviosa; y Priscila se mantuvo sollozando.

—Solo —la Sra. Noroeste soltó un quejido y se secó las lágrimas—..., solo dilo.

Con su mano sana, lleno de impotencia y rabia, golpeó la pared con brutalidad. Se quedó cabizbajo, lloraba.

—Perdóname..., perdónanos...

Ante eso, Pacífica, sin comprender del todo, también inició a llorar. Abrazó a su papá. Priscila también se unió a aquel abrazo.

—¿Por qué? —la lluvia arremetió más recio. Era una noche tormentosa.

—Porque por mi culpa —Preston cayó rendido de rodillas ante su única hija, su joya—..., por mi culpa tú...

Agachó la mirada una vez más. Priscila soltó a su hija y continuó llorando. Pacífica, aún sin entender la situación, se agachó junto con su padre; ambos seguían llorando.

—¿Yo qué, padre?

—No... no quiero perderte —la envolvió entre sus brazos.

—¿Perderme? No entiendo...

Todo era un desastre. Ella no entendía nada, se sentía impotente.

De pronto, un auto se estacionó en frente de la mansión. Un hombre salió de aquel auto; vestía galante. Junto con él venían cuatro personas más. Tocó la puerta.

—Ya está aquí —Priscila alzó la mirada. Tomó una toalla húmeda de su bolso y comenzó a limpiarse las lágrimas. Se levantó y, con una sonrisa fingida, se dirigió hacia la puerta.

—No importa lo que pase, hija. Te amo, a pesar de que suene..., tú entiendes —Pacífica sollozó y abrazó a su padre más fuerte.

Priscila abrió la puerta a los invitados. Derry fue el primer hombre que se le apareció en la entrada.

—Buenas noches, Sra. Noroeste. Espero que hayan pensado en lo bueno que será este paso para todos nosotros.

—Sí, lo hemos estado pensando demasiado..., Derry —ve detrás de él—. Veo que traes a tus hijos también.

—Sí, venimos los cuatro para que el trato se respete —uno a uno los hijos pasaron—. A menos de que cambien de opinión —sonrió. Luego entró adentro de la mansión.

Los hijos se sentaron en un sofá largo y Derry a un lado de ellos en un sillón. Preston se había quedado mirando hacia su fogata, dándoles la espalda a sus invitados. Pacífica residía a un lado de él, quieta. Priscila se quedó en el marco de la entrada al salón.

—Buenas noches, Preston. Es hora de que tu hija se una a nosotros —mantenía su sonrisa macabra.

—Es muy importante para el futuro de nuestra familia —habló James con una sonrisa que provocaba desconfianza. Derry alzó su mano indicando que se callara.

—Mira, sé que puede ser difícil, pero un trato es un trato —se recargó bien en el asiento y puso sus brazos en los brazos del sillón—. Tú más que nadie sabe que una promesa de negocios es algo inquebrantable; firmaste un contrato, incluso. Esto podría costarte el imperio que has construido.

Preston miró a su hija y ella le regaló una pequeña sonrisa.

—No me importa —soltó, por fin.

—¿Qué? —Derry se extrañó.

—No me importa...

De pronto, Derry comprendió todo. Sus carcajadas no tardaron en aparecer. Preston se confundió.

—¿Hablas en serio? —chistó—. Tras años de tanta sumisión y falso cariño, ¿tu hija te importa? ¿Qué clase de teatro quieres armar? ¿Eh! —se inclinó en dirección a Preston con una mirada acusadora—. Ambos sabemos que quieres fingir ser el héroe, Preston —lo señaló—. ¡Darías más que a tu hija para no perder todo lo que tienes a tu alrededor! ¿A quién tratas de engañar? Yo soy alguien que mide sus pasos lentamente, Preston. No te imaginas las veces que he pensado que pensabas en matarme o denunciarme luego de enterarte sobre lo que quería a cambio... o niégame que no lo pensaste —se levantó, sonriente.

El Sr. Noroeste se puso pálido, incrédulo.

—¿Cómo...?

Pacífica también se puso tensa. Derry rio de nuevo.

—¿De verdad crees que soy tan ingenuo? —sacó un arma de su chaleco y lo colocó en la cabeza de Preston. Su tercer hijo, James, sonrió macabro.

—No me mates, Derry —Preston cerró los ojos con miedo. Derry activó el arma, el revolver dio un giro.

—Entonces no me obligues a hacerlo —su dedo estaba en el gatillo, listo para disparar.

—¡Me entregaré a usted! —Pacífica agachó la mirada y se acercó a Derry—. Solo no mate a mi padre, él no sabía lo que hacía.

—¡No, Pacífica! Debe haber una manera para...

Derry rio una vez más y guardó el arma. Sus hijos acompañaron su risa, menos Zacarías.

—Está bien, Preston, tu hija sí que es una joya; tarde o temprano la tendré, aunque veo que no estás listo todavía —miró a sus hijos y les hizo unas señas. Se levantaron—. Te dejaré en paz, Preston, pero recuerda: un trato es un trato —se retiró con todos sus hijos.

Yasir se quedó viendo a Pacífica por un momento y luego se fue. Cuando la puerta se cerró, tanto Preston como Pacífica lloraron. Ambos se abrazaron. Priscila se limitó a verlos, sintiéndose la peor persona del mundo.

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