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Ambos chicos tuvieron que meterse a la casa, por el hecho de que empezaron a estornudar mucho. —Ambos tienen gripe, seguro se contagiaron los gérmenes —.

— ¡Cállate Berto! — dijo su hermano, afuera de la casa. — Oye Miguel... — hablo Hiro viendo como el chico estaba apunto de llorar, había aguantado todos los abusos hasta ese día, era una de las primeras veces que Hiro vería a su novio derramar lágrimas más no la última.

El japonés abrazo a su novio, trato de calmarlo más no lo consigo al cien por ciento, alguien entro, era la tía de Miguel, María.

— Que asco — la gota que derramó el vaso, él chico se separó del abrazo del japonés muy enojado. —¡Soy gay! ¿¡Y qué!? Se supone que las familias están para apoyarse y no para criticar a los miembros de tu familia, no, debían se ayudarme a aceptarme no a tener miedo de lo que la gente diría pero no entenderán... Primero la música y ahora esto... Tengo que desaparecer otra noche para que me acepten... — se hizo el silencio, el mexicano puso más atención a las palabras que dijo, su vista se dirigió a donde estaba la puerta.

— Miguel... No... — hablo Hiro pero antes de que agarrar la mano del mexicano para impedir que se fuera, este ya había cruzado la puerta.

—¡¡Miguel!! — Era la voz de Luisa que no sabía dónde dejar a su niña para ir tras su hijo, Enrique fue tras el pero la distancia se hizo notoria y ya no lo encontró.

...

Tres días habían pasado después de que Miguel había tomado aquella decisión.

A pesar de las pequeñas diferencias la familia entera lo busco, y lo busco. El tercer día, Luisa no salía del la casa, Enrique les dijo al resto de su familia que era su culpa que su hijo estuviera desaparecido. Hiro buscaba día y noche, ya no había acudido a la universidad, él director le dió permiso, siempre y cuando se pusiera al corriente.

—¡Mi hijo no estaría perdido si tan solo hubieran aceptado su relación! Mi hijo estuviera conmigo, mi pequeño — dijo la señora Rivera, destrozada ya que no hay mayor pérdida que la de un hijo, esto se lo dijo a María y Berto cuando la fueron a ver. — Luisa... —

—¡Vayanse! ¡No los quiero volver a ver! Mi niño — la mujer no paraba de llorar, sabía que su esposo y el novio de su hijo no descansarían sin encontrarlo, ella les ayudaría pero, tenía que cuidar a su niña. — Porque siempre tiene que pasar una desgracia para que entiendan que lo que pase no es malo... O para unir a las familias... — Sin más que decir la señora Rivera cerró la puerta de su casa, dejando a Berto y María con un nudo en la garganta.

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