Hell Flowers

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Mamá se empeñaba en que nosotros éramos la familia perfecta, todos rubios, de piel de porcelana y ojos azules. Papá también presumía continuamente de nosotros, y éramos, sin duda, la más feliz de las familias en Gladstone.

Aún recuerdo esos días y mi corazón late con nostalgia en mi pecho.

Un día, cuando papá venía de trabajar en su cumpleaños número 36, su coche sufrió un grave accidente.

Yo era por aquel entonces una niña de sólo doce años. Christopher acababa de cumplir los catorce, y los gemelos estaban lejos de llegar a los cinco. La noticia de aquella pérdida nos sentó a todos como una puñalada por las espaldas, y poco a poco, fuimos desangrándonos, perdiendo la poca felicidad que teníamos, la cual en algún momento habíamos considerado inmensamente grande.

Ahora, mamá no tenía un hombre que la mantuviera, y el banco nos lo quitó todo: ropa, joyas, juguetes y la casa.

Por eso, tuvimos que mudarnos a la casa de la abuela.

Foxworth Hall era una enorme mansión perteneciente a los padres de mamá. La abuela nos recibió malamente, y nos encerró a Chistopher, Carrie y Cory en una pequeña habitación que daba al ático.

Mamá prometió que cuando se ganará el amor del abuelo (quien estaba en cama, muy enfermo y odiaba a mamá por alguna razón desconocida para nuestras mentes inocentes) nos sacaría a todos y nos lo presentaría. Aquello sólo le llevaría unos días, y nosotros, la creímos.

No voy a relatar todo lo que pasó desde nuestra llegada hasta aquella mansión. Pasó una semana, y otras dos, y cuando quisimos darnos cuenta, los primeros meses se escapaban de nuestras manos. La Navidad, las vacaciones de verano, la primavera y el otoño se hacía presentes poco a poco, vagamente, despertándonos todos los días menos esperanzados, ansiosos por tener noticias de nuestra madre.

Pero pasó el año, y no salíamos de allí. Y nuestro único consuelo, nuestra única sensación de libertad, era el ático.

Subíamos todos los días y jugábamos por horas. Chris y yo lo habíamos pintado y decorado con flores de papel, de forma que parecía más un jardín al aire libre que un polvoriento ático. Chris y yo empezábamos a crecer, pero Carrie seguía siendo la misma niña de año anterior, y lo mismo sucedía con su gemelo.

Nuevos secretos y pasiones empezaban a despertar en nosotros. Más de una vez, no pude resistirme y besé a mi hermano mayor en los labios, y él me correspondía. Sólo nos teníamos el uno al otro, y nos habíamos enamorado por error.

¿No era eso un pecado? Sí, sí que lo era. Pero no se podía evitar, así es como todo funciona. El amor mueve el mundo, y no se elige el momento de su llegada.

Pasó otro largo año más. Cada día, más tristes, melancólicos y desesperanzados que el anterior. Chris había comenzado a planear nuestra fuga, debíamos salir de aquella prisión de alguna manera.

El tercer año lo pasamos casi enteramente en nuestro jardín improvisado. Chris intentaba mantener sanos a los gemelos, que no habían crecido y cada vez estaban más pálidos y con huecas ojeras bajo sus antes preciosos ojos azules, que habían perdido todo su brillo infantil de antaño.

Una mañana, encontré a Chris en el ático, solo, con la mirada perdida. Estaba sentado sobre un colchón sobre el que solíamos recostarnos a hablar y a llorar juntos, a consolarnos a base de besos y abrazos.

Me coloqué a su lado y lo miré.

—Cathy —dijo—. ¿Crees que algún día saldremos de aquí?

Ladeé la cabeza y lo miré a la cara.

—Tú ya tienes pensada nuestra fuga, ¿no? —sonreí— Todo va a estar bien, Chris.

Cerró los ojos y suspiró.

—Aún no me creo que hayamos llegado a esto... Antes éramos la familia perfecta, los muñecos de Dresdre de Gladstone. Si no hubiera ocurrido nada de esto, tú te podrías haber vuelto bailarina y yo médico, como soñábamos, y los gemelos habrían vivido la infancia que merecían... Pero en vez de eso, aquí estamos, rodeados de flores de papel, flores del infierno que probablemente observen nuestra muerte...

Lo callé con un beso que él correspondió.

—Chris... —murmuré, sin alejarme de él— Aunque tuviéramos que quedarnos aquí hasta el fin de nuestros días, estaremos juntos. ¿Eso no es suficiente? Me tienes a mí y yo te tengo a ti, y los gemelos se tienen el uno al otro. Ellos también se van a querer algún día si nos quedamos aquí, no podrán evitarlo, como nos pasó a nosotros...

—Yo sólo quiero salir de este asqueroso ático... —dijo ahora él.

Y ahí permanecimos, abrazados el uno al otro, en silencio.

Es muy propio el atribuir a la esperanza el color amarillo, como el sol que raramente veíamos. Y al ponerme a copiar del viejo Diario que escribí durante tanto tiempo para estimular la memoria, me viene a la mente un título: "Abre la ventana y ponte al sol". Y, sin embargo, dudo en asignárselo a mi historia, pues ahora pienso que somos más que flores en el ático. Flores de papel, flores infernales. Nacidos con tan vivos colores, ajándonos, cada vez más desvaídos, a lo largo de todos esos días interminables, penosos, sombríos, de pesadilla, cuando nos tenía presos la esperanza, y cautivos de la codicia. Pero nunca pudimos teñir de color amarillo ni siquiera una sola de nuestras flores de papel.

Chris y yo perdimos muchas cosas esos tres años: la esperanza, la niñez, la inocencia, a nuestro padre y a Cory. Nuestro pequeño gemelo no pudo más y falleció poco antes de irnos de aquel espantoso lugar.

Sí, logramos escapar de Foxworth Hall. Carrie ya no volvió a ser la misma, y Chris y yo nos volvimos fuertes por ella, por Cory, por papá.

Éramos flores, pero no de papel, sino pequeños brotes que acababan de salir de la tierra, listos para volver a empezar una nueva vida, juntos, juntos.

Abandonamos aquel infierno de flores de colores y nos encontramos frente a la realidad y la libertad, que extendían sus brazos para recibirnos con, lo que nosotros creíamos, un cálido abrazo.

Aunque mejor es no fiarse nunca de los maravillosos ojos de la libertad y la gran sonrisa de la esperanza. Pronto aprendí, que la vida está hecha para hacernos sufrir.

Pero nosotros siempre sufrimos unidos, juntos, juntos, como las flores del ático, como las flores del infierno, como las flores de la libertad.

Juntos, juntos. 

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