Eʅ Dισʂ ԃҽ ƚɾҽʂ ƈαɾαʂ

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Apsylon, 17 de Julio de 2038

La nave aterrizó en la misma base militar con la que Theresa había estado intercambiando mensajes durante la mañana e inicios de la tarde. La instalación estaba construida en la capital del país de origen de Casey, Apsylon. Esta ciudad a la vez era parte de la región de Kashar, una de las siete que conformaba el país en sí.

Y pese a estar actualmente bastante dañada por la batalla a muerte con las fuerzas de Tyrannus, los vestigios de su previa belleza y sofisticación aún existían. Cada edificio había sido construido con una arquitectura delicada, ornamentada, llena de diseños interesantes y colores vibrantes.

El uso de la geometría le recordaba a Theresa a las pirámides mayas, y el de pilares y mosaicos a las ruinas de la antigua Grecia. Obviamente, no eran iguales... pero aquellas referencias eran las únicas a las que ella podría usar para describir a la belleza indestructible del lejano lugar.

En lo que a clima, fauna y flora se refería, Anthelion era bien parecido a la tierra, le daría la razón a Uatek. La diferencia primaria era que el planeta solo poseía tres continentes principales, y el resto de su superficie estada dividida entre archipiélagos y agua. De hecho, 78% del mismo les pertenecía a los océanos. Otra vez, la teoría de Theresa de que la gente de Casey provenía de los mares cobraba vida.

La similitud entre la naturaleza local y la terráquea permitió a la ingeniera y a la señora Stevens retirarse de encima los trajes y casco de exploración espacial que llevaban puestos, y acompañar el tanque con su amada superheroína al hospital más cercano usando sus ropas normales, respirando el aire a su alrededor por sus propias narices. Lo que fue un gran alivio para ambas, porque aquellas cosas pesaban y eran extremadamente sofocantes.

Al pisar en la pista de aterrizaje de la base, fueron recibidas con una ola de aplausos y silbidos de los militares presentes, pero ninguna los pudo celebrar, apreciar, ni siquiera detenerse a intercambiar palabras con ellos. Estaban en una carrera contra el tiempo para salvar a Casey, y una vez todos arribaron al hospital, los Antheliones al fin entendieron el porqué de sus actitudes taciturnas y sus expresiones angustiadas.

Titanis estaba viva apenas por su fuerza de voluntad, nada más.

—La llevaremos a la cámara de curación atómica —uno de los médicos que recibió el tanque en el centro de urgencias dijo, mientras corrían por el pasillo que llevaba a dicha sala—. Ella vivirá, pero tenemos que actuar rápido, antes de que su cuerpo entre en crisis y sus poderes sean reprimidos. Si entre en el período de recesión homeostática ahora, la situación será grave.

—¿Y qué hay de sus quemaduras? —Uatek preguntó, ayudando a mover la cápsula que contenía a su sobrina.

—Primero tratamos los átomos, después lo demás —el doctor insistió, con determinación—. Esas quemaduras son lo que menos me preocupan ahora. Proteger sus cromosomas de los efectos de la radiación es lo crucial.

Llegaron al pabellón de medicina nuclear, donde la mencionada "cámara de curación atómica" estaba ubicada. Theresa y la señora Stevens observaron a la máquina con cierto desaliento. Parecía más un tomógrafo que cualquier otra cosa.

—¿La sacamos de la animación suspendida? —un enfermero preguntó.

—No, ahora no. Ella irá adentro de la cámara con el tanque —el médico indicó—. Capitán... —Luego miró al tío de Casey—. Lleve a estas humanas afuera, por favor. La radiación de esta máquina no nos hará ningún daño a nosotros, pero no sé qué les podría pasar a ellas.

Uatek se volteó a las mujeres y con un suspiro nervioso, les hizo una seña para que salieran del recinto.

—No la podemos dejar aquí sola...

—Ella estará bien —el tío de la superheroína prometió—. Ahora está a salvo. Lo juro.

Las dos terráqueas, angustiadas por el futuro de Casey pero sabiendo que ya no podían hacer nada más para salvarla, se tomaron de la mano y caminaron al pasillo mientras el equipo médico comenzaba a trabajar en ella.

Uatek, apenado por sus expresiones derrotadas y su aparente cansancio, las llevó a la cafetería del hospital para que comieran algo y pudieran reposar sus cuerpos por unos minutos.

Por ser un piloto intergaláctico a años, antes mismo de que la dictadura de Tyrannus comenzara, él había hecho ya algunos viajes a la tierra para llevar a equipos de estudio al planeta. Sabía más o menos qué tipo de comidas los terráqueos podían o no consumir. Así que se hizo cargo de seleccionar la cena de las mujeres en persona, para evitar otra tragedia innecesaria:

—Aquí tienen una ensalada Mashkar y un trozo de Intut. Deberían tener un sabor similar a las ensaladas de garbanzo y la carne de soya que comen allá en la tierra. Ambas comidas no son tóxicas para ustedes, y son completamente vegetarianas.

—Gracias... —la señora Stevens asintió, con una sonrisa tensa.

—Y para beber, les traje concentrado de Vitis, que es bien parecido a su jugo de uva.

—Lo apreciamos mucho, señor —Theresa respondió a seguir.

—Sin problemas... Disfruten.

Él también se compró unos snacks para sí mismo. Al verlo abrir una botella azulada, rellena de una especie de niebla o vapor, la ingeniera paró de mascar los extraños vegetales en su boca y apuntó a la misma.

¿Titlásht?

—Sí... —El hombre inhaló un poco de la substancia—. Pero, ¿cómo sabes qué es?

—Casey me habló al respecto, hace un tiempo. Y también me dejó estudiar una botella de Koftalak Neptuniano, para entender cómo funciona y qué exactamente es ese estado de la materia. Sé lo que es.

—¿Y cómo se consiguió ella Koftalak en la tierra?...

Theresa aprovechó la pregunta del alienígena para contarle todo lo que quería saber sobre su sobrina y a la vez distraerse a sí misma de la angustia que sentía por el destino de la heroína.

Verla colgada en esa prisión, derritiéndose por la radiación, gritando de dolor, fue traumático. Aquella escena era algo que jamás saldría de su cabeza. Y ahora la imagen estaba tan clara, tan nítida, que necesitaba hablar sobre algo más o se volvería loca. Tenía que concentrarse en algo menos horrible, para su bien, y por el bien de su novia. Porque, si algo salía mal y su ayuda era necesaria para resolver cualquier problema, la ingeniera debía mantener la mente despejada y la sangre fría. Tenía que estar calma, aunque su instinto fuera gritar, llorar, y demandarle respuestas a los cielos, que probablemente jamás llegarían.

Para su alivio, la señora Stevens y Uatek querían hacer lo mismo. Su único deseo era hablar e ignorar la terrible situación en la que Casey que encontraba. No porque no la amaban, sino porque el mero pensamiento de perderla los estaba sacando de quicio. Tenían que distraerse.

De alguna manera, pasaron de hablar sobre alcohol extraterrestre a discutir lo que le había pasado a Anthelion durante el reino de Tyrannus, y antes.

Y fue mientras hablaban sobre la destrucción de la cultura Ypsilóx que el alienígena les dejó una propuesta:

—Cuando las cosas mejores, sería un honor para mí llevarlas a conocer las ruinas de nuestra sagrada ciudad ancestral, Skyene. Queda en la cima de las montañas de Kashar, y ahí era donde toda mi familia, incluyendo a K... Casey... —se corrigió—. Solía vivir. Fue destruida por Tyrannus durante su última noche de furia en contra de nuestro pueblo, pero algunas partes permanecen de pie. Muy dañificadas, pero... aún están ahí.

—El honor sería nuestro de ir —la señora Stevens respondió—. Pero sería fantástico si Casey pudiera venir junto.

—Lo mismo pienso —Él asintió—. Saben... yo aún me tengo muchas preguntas sobre lo que realmente ocurrió aquella noche. Mi hermano, Rodark, solía vivir con ella y con su esposa, Gianine, en el norte de Skyene. Yo, mi mujer y mis hijos vivíamos en el sur. El primer ataque de Tyrannus ocurrió al inicio de la madrugada, por donde Rodark vivía. Yo y nuestros amigos en común intentamos llegar al norte de la ciudad y salvarlos, pero fue imposible hacerlo... los soldados de Tyrannus lo quemaron todo, lo explotaron todo, y fusilaron a cualquier Ypsilóx que intentó detener su avance. Su hostilidad nos impidió de intervenir en nombre de nuestros compatriotas y familiares... de salvarlos. Y por eso nunca supe exactamente cómo ellos lograron huir de aquí.

—Casey me dijo que sus padres tenían una nave de vuelo intergaláctico —Theresa afirmó, jugando con su ensalada—. Se subieron a la misma y volaron bien lejos de planeta, pero los soldados de Tyrannus los siguieron. Ellos fueron derribados en la tierra, donde su nave estrelló. Sobrevivieron al impacto, pero fueron fusilados enseguida por esos malditos. Y a Case la dejaron viva allá porque consideraron que sería un mayor castigo para ella vivir sola en un planeta desconocido, que morir junto a su familia.

Al oír esto, la expresión luctuosa de Uatek se volvió aún más entristecida y molesta.

—Le negaron el derecho a Ashaler... a ser una mártir. Eso para nuestra cultura es... es... —Él sacudió la cabeza—. Una ofensa. Una injuria tremenda por parte de esos desgraciados. Si un Ypsilóx muere como un mártir, nuestra alma se va derecho a nuestro cielo, a conocer a nuestro creador, Ashka. O sea que esos soldados le quitaron a mi sobrina la oportunidad de ascender junto a sus padres...

Ninguna de las humanas sabía sobre este pequeño detalle. Aunque Casey les había hablado con frecuencia sobre su cultura y sus ritos religiosos, nunca había mencionado esta creencia en específico. Tal vez porque le dolía demasiado pensar en ello.

Theresa era una atea férrea, pero también había pasado por un proceso de luto similar al de su novia. Había creído que ella había sido asesinada por Otto, que se había vuelto una mártir del pueblo, y por años deseó haberse muerto a su lado aquel crítico día en la capital.

Vivir cuando ella ya no estaba a su alcance fue una tortura.

Y aunque podía imaginarse como se sintió la alienígena al haber perdido a sus dos padres, de manera tan brutal y a tan temprana edad, sabía que su dolor jamás sería comparable al de ella.

En especial porque Casey había pensado que toda su cultura había desvanecido junto a ellos. Que todos sus miembros de su raza habían sido llevados al paraíso, mientras ella fue forzaba a permanecer viva, en un mundo que no era suyo.

—¿Qué le pasará a Tyrannus? —la señora Stevens preguntó, al percibir que el silencio se estaba alargando demasiado—. ¿Qué les pasará a sus seguidores?

—Aún lo estamos contemplando —Uatek respondió con seriedad—. Una parte de mí quiere ejecutarlos a todos, pero... tenemos que ser justos. Y por eso creo que serán todos llevados a juicio. Hay que castigarlos de acuerdo a sus crímenes, no de acuerdo a nuestro odio.

—Ustedes realmente son una raza avanzada entonces, porque si fuera por mí, él ya estaría muerto —Theresa confesó, molesta—. Sé que no conozco ni la mitad de su historia, pero con lo que sí sé ya basta. Ese sujeto no merece vivir un segundo más, en ninguna galaxia.

Uatek se quedó callado, por reconocer algo de verdad en las palabras de la empresaria. Alcanzó a comer un poco de sus vegetales antes de que el médico encargado de su sobrina ingresara al comedor, con pasos lentos y una mueca visiblemente más relajada.

—¿Cómo siguen las cosas? —le preguntó, bajando su tenedor.

—Titanis está estable, y ya pueden ir a visitarla en la habitación U-12. Por suerte el daño a su estructura atómica no fue tan grave como pensamos y pudo ser revertido antes de que su cuerpo entrara en recesión homeostática y sus poderes fueran reprimidos. Ahora permanecerá en estasis hasta que sus quemaduras sanen, y esperamos que despierte en la próxima semana sin mayores complicaciones.

—Bueno, si ella se quedará aquí en el hospital hasta la próxima semana, creo que sería una buena idea traer a mi marido y a mi hijo aquí, para que estén pendientes de su estado de salud —la señora Stevens comentó.

—Claro, eso no será un problema —Uatek dijo—. Abriré un portal a la tierra e iremos a buscar el resto de su familia, todos juntos.

—¿Yo me puedo quedar por aquí? —Theresa indagó—. No quiero salir de su lado ahora...

—Si así lo desea —El tío de la desacordada asintió—. Permítame apenas llevarla a mi casa primero, para que pueda asearse, cambiarse de ropa y descansar un poco. ¿Le molestaría usar nuestros atuendos, o prefiere que le traigamos algo de la tierra?

—Si pueden traerme algo de mi propio armario, les sería muy grata.

—Hablaré con Hazel —La señora Stevens la calmó.

—Pues bien, el plan está trazado —Uatek giró su cabeza hacia el médico—. Gracias por las buenas noticias, doctor.

—Es un placer tratar a Titanis, señor —Y con estas palabras y una reverencia corta, el sujeto se retiró.


---


Mientras la madre adoptiva de Casey y su tío viajaban por el tiempo y espacio para contactar a Lucas y al señor Stevens, Theresa se dio un baño en la amplia y hermosa casa de Uatek, cambiando su ropa sudada y manchada por la sangre de su novia por una túnica blanca y azul, tradicional de los Ypsilóx. La esposa de Uatek, llamada Silan, le prestó la prenda, junto a unas sandalias, anillos, pulseras y collares plateados.

La empresaria se sintió parte de la antigua Grecia al mirarse al espejo. Fue una sensación rarísima. Parecía que se estaba disfrazando, más que vistiendo para el día a día. ¿Por acaso era así que Casey se sentía siempre? ¿Cómo una farsa? ¿O ya se había acostumbrado a los jeans, camisa y zapatillas de la tierra?

Además, las texturas de las telas de Anthelion eran... raras. Demasiado suaves, demasiado livianas. Theresa se sentía desnuda usándolas. Al ver su reflejo sabía que esto no era cierto, pero igual, la sensación no era nada cómoda. Tendría que usar las prendas por ahora, porque volver a vestir sus ropas sucias no era una idea ni un poco agradable, pero no se veía usando estas túnicas y togas por el resto de sus días ahí.

Y de nuevo, los problemas sensoriales de Casey le hacían sentido. Ahora entendía porque ella detestaba usar abrigos muy pesados y telas demasiado apretadas; le causaban la sensación opuesta a la otorgada por la vestimenta de su planeta nativo.

Con un suspiro, la empresaria salió del baño y se fue a la habitación que Uatek y Silan le habían prestado en su casa para que descansara. La cama era extremadamente dura, las luces que la iluminaban eran demasiado brillantes, el aire, demasiado frío... todo le resultaba hostil. Pero Theresa no reclamaría de nada, porque sabía que el ambiente no estaba hecho para ella, una humana. Y, por lo tanto, no tenía derecho de quejarse.

Logró dormir por cuatro horas seguidas, por suerte. Claro, al abrir los ojos todo le dolía, pero al menos ahora no se sentía tan agotada como antes.

Silan la llevó de vuelta al hospital junto a su hijo mayor, Dannor. Los dos la guiaron a la habitación donde el tanque de Casey había sido llevado, y allí le dieron un dispositivo similar a un celular, llamado tannark, para que los llamara cuando quisiera irse a su hogar de nuevo.

Theresa, al fin a solas con su novia, soltó un exhalo preocupado y jaló una silla hacia el tanque, sentándose al lado del mismo para ojear a su amada desde el otro lado del vidrio. Sus heridas se estaban cerrando de a poco, y sus signos vitales estaban estables, pero ella aún se veía bastante débil. Flotaba en el líquido adentro como un pez muerto, y eso le resultaba un poco asustador a la empresaria, quién constantemente debía recordarse que la raza de Casey podía adaptarse al agua, y que ella no se moriría ahogada.

—Quiero elegir creer que me estás escuchando ahora, Case... —la ingeniera murmuró, apoyando su palma sobre la helada superficie del contenedor—. Así que... voy a hablarte como si estuvieras haciéndolo, ¿okay? —nadie respondió a su pregunta, pero ella siguió:— Primero que todo, tengo buenas noticias que darte. Estás en casa. Estás en Anthelion. No sé si te acordarás de todo lo que sucedió cuando te despiertes, pero cuando nosotros te fuimos a rescatar a Galaktea, logramos capturar a Tyrannus. Él está preso, sus generales también, y su reino de terror se acabó. Los Ypsilóx sobrevivieron, y tu cultura también. Ya no estás sola... —Theresa sonrió por un instante, pero su alegría desapareció con la aparición de sus lágrimas—. Así que tienes que regresar, ¿Okay? Tienes que despertarte. No importa cuánto tiempo te demores, nosotros te esperaremos, yo te esperaré, pero... vuelve. Te necesito aquí, conmigo. No sé... no sé qué haré sin ti. Y no quiero sentirme tan desorientada como lo estuve después de la supuesta muerte de Titanis. No quiero experimentar ese luto, ese dolor, de nuevo. Por lo que te ruego... Tómate tu tiempo, pero regresa a mí. Por favor... regresa.


---


Apsylon, Anthelion, 02 de agosto de 2038

Tyrannus fue juzgado y sentenciado a muerte por el comité militar que provisoriamente estaba gobernando a la patria de Casey. Theresa y toda la familia Schnell fueron invitados a su juicio, donde otros de sus ayudantes también fueron condenados. Ella incluso llegó a criticar públicamente al dictador, en su lugar de su novia, y entregó uno de los múltiples testimonios que validaron la necesidad de una ejecución formal, y no un exilio permanente para Tyrannus. Pero ella no se arrepintió de decir nada. Aquel sujeto era demasiado perverso como para seguir vivo.

Casey permaneció inconsciente durante todo el proceso. Sus familiares y amigos la visitaron, con la ayuda de Uatek, pero las únicas dos personas que la vieron y le hablaron a diario fueron Theresa y Lucas. El señor y la señora Stevens estaban demasiado ocupados estableciendo relaciones diplomáticas nuevos con Anthelion como para hacerlo. Pero le pedían updates a los dos con bastante frecuencia, y se aparecían en el hospital siempre que tenían un tiempo de sobra. Amaban a su hija y por eso mismo estaban trabajando tan duro; querían que sus dos hogares estuvieran conectados cuando ella al fin se despertara.

Y esto ella hizo, aquel 02 de agosto.

Theresa estaba sentada a su lado, como de costumbre, hablándole sobre el juicio de Tyrannus, cuando la pantalla que monitoreaba los signos vitales de Casey comenzó a sonar y las líneas que registraban su ritmo cardíaco y frecuencia respiratoria perdieron su estabilidad. En pánico, ella miró al tanque, creyendo que su novia se estaba muriendo, cuando lo contrario era cierto.

La superheroína abrió los ojos, asustada, y no dudó en pegarle un tremendo mamporro al vidrio que la encapsulaba, creando una lluvia de cristales por doquier y un tsunami repentino en la sala en donde estaba. La empresaria mal tuvo tiempo de inclinarse a un lado y sacar su rostro del camino de la destrucción. Terminó cubierta de vidrio, pero para su alivio, no se cortó con gravedad. Apenas ganó unos cuantos rasguños menores.

—¿T-THEA? —Casey llamó por su nombre con la respiración entrecortada y la voz rasposa—. ¿D-Dónde estoy?

Mojada, inquieta, pero aliviada al punto de lágrimas, la ingeniera se giró de vuelta hacia ella y la atrapó en un abrazo apretado. Para ese entonces las quemaduras de la alienígena habían sanado y su apariencia había regresado al normal. Había ganado algunas cicatrices, pero la mayor parte de su piel se veía sana y uniforme. Esto solo fue posible gracias a la avanzada tecnología de los Antheliones. En la tierra, ella no hubiera resistido siquiera a su primer día en el hospital.

—Estás en casa, Case —Theresa murmuró en contra de su hombro—. Al fin estás en casa.

—¿Casa?... ¿Volví a la t-tierra?...

—No. A tu primer hogar —La empresaria apretó aún más su agarre—. Estás en Anthelion.

Al oír esto, Theresa sintió a los músculos de Casey tensarse, y la sintió mover la cabeza, mirando alrededor.

—¿Anthelion?... Pero...

—Tyrannus está preso. Su dictadura acabó. Ahora una junta militar está a cargo de Apsylon y pronto reorganizarán las cosas para poder establecer un gobierno de verdad... Tu tío es uno de los representantes actuales.

—¿Mi t-tío? ¡¿Sigue vivo?!...

Theresa no tuvo tiempo de contestarle. Las puertas de la habitación se abrieron y el médico a cargo de Casey entró, junto a un grupo de enfermeros y tecnólogos. Detrás de él, estaba el hombre en cuestión, Uatek.

La empresaria se apartó de su novia para darles a ellos un poco de espacio.

—T-Tú...

—Es bueno verte de vuelta, Kathesaigh.

La superheroína se demoró un poco en reaccionar. Pero cuando lo hizo, se paró con un salto y tacleó a su tío con otro abrazo, tan apretado que le llegó a cortar la respiración. Luego, vino su colapso. Comenzó a llorar y a sacudirse, por todos los años que había pensado, lo había perdido.

—¿C-Cómo sigues vivo?...

—Es una larga historia, pero una que estaré muy feliz de contarte, así que los médicos te examinen y que todos sepamos cómo sigue tu salud.

Los dos se separaron, pero Casey lo siguió mirando con sumo espanto y alivio.

—¿Q-Quién más está aquí? —ella preguntó, mientras el equipo de profesionales la revisaba.

—Tu tía Silan, tu tío Karon, tus primos... Ah, y Lonn también.

—¿Ella sobrevivió?

—Sí, y se casó hace poco...

Ellos siguieron hablando sobre las personas que ella conocía y que se habían zafado del genocidio de Tyrannus. Por mientras, a Theresa los enfermeros la sentaron y la comenzaron a cuidar también, removiéndole los trozos de vidrio de encima. Pero ella no se incomodó por cualquier dolor que sintió. Observar al rostro lloroso de su novia volverse más y más contento con cada nueva noticia fue la más eficaz de las anestesias. No podía quejarse de nada cuando Casey se veía tan feliz.

Eventualmente, Lucas y sus padres llegaron a la habitación. La reunión de todos fue igual de conmovedora. Por primera vez en años, todos estaban realmente a salvo. Y por primera vez en años, la familia completa de la leñadora estaba unida de verdad.


---


El sol se puso y por insistencia de los médicos, Casey fue dejada a solas con Theresa. Ella aún estaba pasando por su proceso de recuperación y tener a tanta gente hablando y riéndose a su alrededor podría accidentalmente colapsar a su sistema nervioso —algo que nadie quería—.

—No puedo creer que estoy aquí de verdad —la superheroína comentó, mientras miraba desde la ventana al exterior, con los ojos llenos de lágrimas y la boca curvada en una sonrisa permanente—. Aún no puedo creerlo.

La empresaria, de pie a su lado, sujetándola del brazo, la encaró con una expresión encariñada y alegre.

—Y yo no puedo creer que al fin despertaste.

Casey giró su cabeza hacia ella y amplió su sonrisa, hasta mostrar sus dientes.

—Tú me trajiste de vuelta. No solo a Anthelion, sino a mi cuerpo. Te escuché mientras estaba en ese coma... Lo oí todo.

—¿Todo?

—Sí... Tus quejas a las texturas de las ropas de aquí. Tu discurso condenando a Tyrannus. Tu visita al templo de Hirón con mis padres y Lucas. Tu deseo de visitar a mi ciudad ancestral junto a mí. Tus pedidos para que yo volviera... Todo. Y creo que solo sobreviví a todo esto por ti... —Su conmoción creció, pero ella no dejó de sonreír—. En medio a la oscuridad y a mi miedo, me aferré a tu voz...  Me aferré al deseo que tenía de volver a verte, tenerte, besarte... hasta que desperté.

—¿Entonces por qué no lo haces? —Theresa indagó, en una voz baja y sensual.

—¿Hm?

—¿Por qué no me besas?

Casey soltó una risa corta, tierna, y siguió su sugerencia. Volteó todo su cuerpo hacia ella, se soltó de sus manos, y usó sus propias palmas para sostener al rostro de la empresaria. Luego, con una mirada de adoración pura, se inclinó adelante y conectó sus labios.

Theresa no perdió su tiempo. La besó de vuelta con toda su añoranza, deseo y amor. Sintió otra vez el sabor de su lengua en la suya, y sintió al fin que podía respirar de nuevo. Rodeó su cintura con sus manos y la jaló aún más cerca de su cuerpo, como si quisiera volverse una con ella. Hizo de todo para probarle lo mucho que la quería, y lo mucho que la había extrañado, a un nivel celular.

—Deberíamos cerrar la puerta... —Casey murmuró, en contra de la boca de la empresaria—. Alguien podría vernos...

—Deberíamos parar, en verdad. Aún estás en recuperación.

—Pfff, ¡estoy bien!

—Case...

—Te extrañé, Thea —ella insistió—. Demasiado.

—Lo sé... —La ingeniera puso sus manos sobre el pecho de la heroína—. Pero ahora tenemos tiempo de sobra para tomar las cosas despacio.

—¿Y si no quiero tomarlas despacio?

—Casey...

—No, yo casi me muero —Ahora sí, el tono cómico de la alienígena desapareció—. Casi me muero sin dejarte claro lo mucho que te amo... otra vez.

—Lo entiendo, de verdad lo hago —Theresa asintió—. Pero no quiero que nuestra primera vez juntas desde tu coma suceda en un hospital.

—Entonces déjame hacer las cosas bien —la leñadora murmuró—. Antes de que volvamos a la tierra, a vivir nuestras vidas como de costumbre, déjame llevarte a una cita por Anthelion. Déjame cortejarte como lo hubiera hecho si tú hubieras nascido aquí, y Tyrannus jamás hubiera existido —Corrió sus dedos por el cabello de la empresaria, apartándolo de su rostro—. Quiero probarte lo mucho que te amo, como siempre deseé hacerlo.

—Okay —Theresa sonrió con ternura—. Eso sí acepto.

Las dos se besaron de nuevo y se dieron un abrazo apretado. Vieron el atardecer juntas, pegadas una a la otra, y cuando la hora de dormir llegó, la ingeniera se negó a dejar al hospital. Pasó la noche sentada al lado de la nueva cama de Casey, sujetando su mano, admirando el subir y bajar de su pecho con un alivio indescriptible rellenando el suyo.

Y ahí, despierta al lado de su lecho, con los ojos llorosos y la boca curvada en una expresión que combinaba ambas su preocupación y su cariño, la humana se hizo una promesa a sí misma.

No dejaría que nadie más lastimara a su chica.

Y no dejaría que nadie más la separara de ella tampoco.


---


Apsylon, Anthelion, 06 de agosto de 2038

Con la ayuda de su tío, Casey llevó a su familia completa a pasear por su patria y también les presentó a las ruinas de su ciudad natal, Skyene. La urbe, construida en la cima de las montañas de Kashar, había sido destruida por las fuerzas de Tyrannus y era ahora inhabitable. Los pozos de agua habían sido envenenados, la tierra contaminada con substancias tóxicas que impedían el crecimiento de cualquier vegetación, y los edificios, bombardeados hasta volverse meros esqueletos de lo que eran.

Ella incluso llevó a Theresa y a los Stevens a los restos de lo que solía ser su propia casa, en el norte de las montañas.

Y allí les contó una versión más detallada del genocidio promovido por Tyrannus:

—Mis padres y yo estábamos durmiendo cuando oímos las primeras explosiones de los cañones de los Thakkar —ella mencionó al antiguo ejército del tirano, que en el presente había sido desarticulado por los rebeldes Ypsilóx—. Luego, escuchamos los gritos de nuestros vecinos, rogando por piedad... —Apoyó sus manos en su cintura y miró al suelo, pateando las rocas a su frente—. Papá se levantó primero. Abrió la puerta de mi habitación y me dijo que me pusiera mis sandalias y agarrara mi Matuki —Este era un chal, Theresa vino a aprender después—. Corrimos al garaje justo a tiempo de sentir a nuestra casa sacudirse. Una bola de plasma fue disparada al segundo piso y este se vino abajo. Nos metimos a nuestra nave y salimos a la calle mientras el techo colapsaba... Por las ventanas yo vi a mis vecinos ser fusilados, mientras el horizonte ardía. Algunos intentaron usar sus poderes para defenderse, pero al ser expuestos al uranio de las máquinas y armas de los Thakkar, no pudieron controlarlos bien, y murieron de igual forma... Al ver a su mejor amigo, el señor Gonthek, recibir un tiro en cabeza, papá le gritó a mamá que se apurara. Pero ella dijo que para salir de la atmósfera necesitaríamos tomar impulso. Así que volamos nuestra nave desde aquí... —Casey miró a la derecha y apuntó a una construcción azulada, a varios metros de distancia—. Hasta el final de la calle, donde estaban las termas.  Vimos de todo mientras cruzábamos el pavimento. A algunos de nuestros vecinos ser vaporizados, a otros ser despedazados por disparos, a sus hogares ser volados a pedazos, a sus mascotas ser divididas en dos por tiros de plasma... Y de a poco fuimos tomando distancia del suelo, hasta llegar al cielo...

—Dios mío —la señora Stevens murmuró, conmovida.

—Abajo el mundo ardía... y aunque estábamos aterrados, por un minuto pensamos que estábamos a salvo, porque creíamos que la ofensiva de Tyrannus se limitaría a su ejército de tierra. Pero... no. Él había traído su flota aérea y con ella, a su monstruo volador... el Hasmoday. Una nave seis veces mayor a la nuestra, con suficientes cañones y lanzamisiles para borrar cualquier evidencia del paso de los Ypsilóx por Anthelion. Fue por ese titán volador que no pudimos seguir transitando nuestra propia atmósfera y tuvimos que huir hacia otros lados de nuestra galaxia. Otra vez pensamos que estábamos seguros al salir de nuestro sistema solar... pero unas naves nos habían seguido. Y ahí nos dimos cuenta de que teníamos que seguir viajando, y alejándonos de Anthelion lo más que podíamos...

—Y así llegaron a la tierra —Uatek concluyó, luctuoso.

—Sí... Pero según lo que me acuerdo, la tierra no era nuestro destino final. Mamá quería llevarnos a Neptuno, porque tenía amigos ahí, pero fuimos derribados antes de hacerlo. Nuestra nave estrelló en ese solitario punto azul por pura mala suerte. Y los soldados de Tyrannus, incluso después de destruir nuestro vehículo, no se dieron por satisfechos. Se bajaron de sus propias naves y mataron a mis padres, al frente mío. Me dejaron viva para atormentarme. Y se fueron de vuelta a casa.

—Te negaron el derecho a ser una mártir, como ellos.

—Sí —Ella cruzó los brazos—. No hubo castigo peor que ese. El saber que mis padres habían sido aceptados en el cielo y que yo me había quedado sola, en un planeta desconocido, justo en la edad en la que mis poderes comenzaban a manifestarse... No tuve a nadie que me enseñara cómo controlarlos y usarlos. No tuve a nadie que compartiera mi lengua, mi cultura, mis costumbres... —Sacudió la cabeza y miró a los Stevens—. Pero al menos tuve a gente que sí se interesó por mí, y que me cuidó cuando nadie más quiso hacerlo. Una familia que me amó, pese a todo el estrés que les causé.

—Lo siento que hayas tenido que pasar por todo esto, hija —su padre adoptivo comentó, mientras su esposa, pesarosa, asentía—. Creo que hablo por todos, pero... solo ahora estamos comenzando a entender el real tamaño de todas las tragedias a las que sobreviviste y esto es realmente perturbador... ¿Cómo fue ese bastardo de Tyrannus capaz de hacer todo esto? —El hombre miró alrededor, indignado—. Es... barbárico.

—Sé que es una pregunta muy insensible, pero ¿saben cuanta gente murió esa noche? —Lucas indagó, cruzando los brazos.

—Aquí en Skyene, cerca de un millón de YpsilóX — Uatek le entregó los datos sin ofenderse—. Pero el número total de muertos por la persecución de Tyrannus a un nivel global suma ocho millones.

—Joder... —el hermano de Casey murmuró, ocultando su boca con su mano.

—Y la situación solo empeora al considerar el hecho de que, en total, solo restaron cuatro millones después del genocidio. Hoy en día el número está creciendo, pero sigue siendo bajísimo comparado al que teníamos antes de antes de la matanza.

—Al menos sobrevivimos —la superheroína comentó, mirando con tristeza a su vieja casa de infancia—. Tyrannus no nos logró exterminar como quería.

—Sí... —Su tío suspiró—. Eso es cierto. Al menos aún estamos aquí.

Theresa no abrió la boca durante toda la charla. Quiso absorber la historia de su novia lo más que pudo y ser respetuosa ante su luto. Ella no podía imaginarse cómo Casey se sentía al estar de vuelta en aquel lugar. Al estar viendo, en persona, los vestigios de un pasado que no volvería nunca a la vida...

La añoranza que debía sentir por almas que jamás reencontraría en vida debía ser tortuosa. La nostalgia por una felicidad que había sido manchada por la sangre de sus compatriotas, debía ser terrible de soportar. Pero la alienígena no decía nada al respecto. Tan solo miraba a las ruinas a su alrededor con los ojos negros llenos de agua, y las tocaba con suma delicadeza y cuidado, como si temiera dañarlas aún más.

Uatek dijo que llevaría a los Stevens a conocer a las termas. Casey le respondió que quedaría unos minutos más ahí, al frente a su viejo hogar, y le dijo al grupo que siguieran adelante sin ella. Pero Theresa se negó a dejar su lado. Y en el fondo, la leñadora se sintió grata por ello.

—Siento que estoy caminando por un cementerio —ella comentó, en voz baja—. Siempre soñé con volver aquí, pero ahora que lo hago... —Sacudió la cabeza—. No puedo parar de pensar en toda la gente que murió aquí, y que fue enterrada aquí.

—De verdad lo siento —la ingeniera contestó, tomándola de la mano y entrelazando sus dedos—. Y sé que no es lo mismo, pero... cuando tú "moriste", junto a mis funcionarios de mi viejo rascacielos, yo fui a visitar el terreno y a ver el sitio del derrumbe por mi misma. Y se sintió igual... Era como si estuviera viendo las tumbas de todas las personas por las que me importaba, en vez de solo las ruinas de edificios y tiendas.

—Sí... Eso mismo me está pasando. Y creo que, aunque me duela decir esto... no volveré aquí de nuevo —Casey admitió, con pesar—. Esta es la última vez que vendré a Skyene.

Theresa asintió y decidió quedarse callada. Entendía las razones de su novia para decir lo que decía, y para tomar tal decisión. No la juzgaba por nada. Así que, con un suspiro, apoyó su cabeza en su hombro y la abrazó de lado, recordándole que no estaba sola y que nunca más lo estaría.

—¿Nos vamos?

—No... dame unos cinco minutos más, por favor.

—Okay. Te puedo esperar. Pero por mientras...

—¿Hm?

—¿Me quieres hablar un poquito más sobre tus padres? Los buenos recuerdos, no los malos.

Casey cerró los ojos, sonrió, y cabeceó ligeramente.

—De acuerdo... Puedo hacer eso.


---


Apsylon, Anthelion, 08 de agosto de 2038

Otra vez con la ayuda de su tío y tía, la superheroína organizó un paseo por su tierra natal. Pero ahora planeó uno exclusivo para ella y su novia.

Se arrendaron un Sahirt —un barco usado por los habitantes de Apsylon para eventos como bodas o aniversarios de matrimonio— y disfrutaron una auténtica cena Antheliona mientras observaban las olas rosadas del mar de Al'Kap. Criaturas curiosas cruzaban el agua en el horizonte, capturando la atención de la fascinada humana, y motivando a su novia alienígena a explicarle, con una mirada enamorada, qué precisamente eran y cuál era su finalidad en el ecosistema local.

La cita fue tan mágica, tan especial, que Theresa no quería terminarla. Tenía ganas de seguir navegando junto a Casey, hablando sobre los trece brazos de los Dopplus, los enormes cnidoblastos de las Akparas, y las aletas amplias de los Oktolas, para siempre.

Pero tenían un itinerario que seguir, y esto no era posible.

—¿A dónde vamos ahora? —la ingeniera preguntó mientras ambas caminaban por el muelle, tomadas del brazo.

—Quiero llevarte al gran templo de Ashka. Reabrió mientras yo estaba en el hospital y mi tío me incentivó a ir ayer... Pensé en ir sola mañana, pero en mi cultura era una costumbre entre las parejas enamoradas el ir al templo, y pedir la bendición de nuestro Dios para que la unión fuera fuerte y duradera. Y se me ocurrió la idea de que me acompañaras allá hoy. Y sí, sé que no crees en nada de eso, pero...

—¿Te hará feliz que yo vaya contigo? —Theresa la interrumpió, sin la menor irritabilidad en su habla.

—Demasiado.

—Entonces vamos. Si es importante para ti, quiero ir contigo.

—¿Segura? Tengo otro lugar al que podemos visitar en caso de que...

La empresaria detuvo sus pasos y la besó.

—Muy segura.

—Okay entonces... —Las mejillas azuladas de Casey se oscurecieron—. Vamos.



---


El templo al que entraron era una construcción enorme, circular, cuyo techo y espacio interior era tan alto, que las catedrales de la tierra se sentirían celosas de su vastedad.

Ashka era representado en el centro del templo con una escultura, hecha de una piedra preciosa, verde, parecida al mármol terráqueo. La única diferencia entre un material y otro era que el primero brillaba, ya el otro, era opaco. La misma estaba ubicada en el medio de una pileta de agua turquesa, llena de corales, algas, rocas, y especies marítimas nativas de Anthelion.

El Dios en sí era un gigante de tres caras, sentado con sus piernas cruzadas, sosteniendo un libro. Casey le explicó a Theresa que cada uno de sus rostros representaban los tiempos del universo (pasado, presente y futuro), que sus piernas cruzadas indicaban su eterno estado de meditación, y que el libro era una referencia al Ethern, un registro donde él anotaba todos sus planes para las vidas de cada uno de sus "hijos" —fueran o no seguidores de su religión—.

La ingeniera se asombró al oír este último dato. En la tierra no era común que un Dios se importara por la vida y el bienestar de las almas que no le rindieran culto. Lo otro que la sorprendió fue descubrir que por allí no había un sacerdote definido, ni un altar. Apenas algunos grupos de Ypsilóx dispersos por doquier, meditando juntos, arrodillados o de pie.

—¿Y qué tenemos que hacer? —Theresa indagó en voz baja, mientras las dos cruzaban a los otros fieles.

—Bueno, los religiosos de la tierra van a sus propios templos a rezar, ¿no? Nosotras tenemos que hacer algo similar. Nos ponemos cerca de la pileta, sujetando nuestras manos, y le decimos a Ashka lo que queremos. No tenemos que hablar. Podemos hacerlo en nuestras mentes.

—¿Solo eso?

—Ya que lo nuestro no es necesariamente una boda, solo una bendición, sí. Solo eso.

—¿Y si me quiero casar contigo?

Casey, al oír la pregunta, paró de caminar y miró a Theresa con la expresión más profundamente enamorada que le había enseñado hasta la fecha.

—¿Es esa una duda, o una petición?

—Ambas —la empresaria afirmó, igual de encariñada.

—Pues, las bodas Ypsilóx no se llevan a cabo en templos como estos. Son oficializadas por los sabios de nuestras comunidades, los miembros más ancianos de ella. Tenemos que firmar nuestros nombres en el Tahurr, un libro que es una representación física del Ethern, y después beber una copa de cualquier licor, para que nos traiga abundancia. Es todo un evento.

—¿Y preferirías hacer todo eso aquí, o en la tierra?

—Sí me caso contigo, me gustaría tener las dos ceremonias. La boda que ustedes hacen, con los vestidos, anillos, y fiestas... y a la vez, tener también nuestro tipo de boda, con el Tahurr y el licor.

—¿Y por qué no mezclar a las dos experiencias en una sola? ¿O eso es prohibido?

—No, no lo es —Casey sonrió—. Pero me gustaría tener el recuerdo en ambos lugares. Pero si quieres solo tener una...

—Dos bodas serán —Theresa la interrumpió, llevando la mano azulada de su novia a sus labios—. Pero no tenemos que apurarnos con nada...  Podemos casarnos cuándo y cómo se nos dé la gana. Solo quería que supieras que no hay otra persona para mí, que no seas tú. Shak'na knatark. Juntas para siempre.

—No sabes lo mucho que me encanta oírte hablar en Kopta... —La superheroína amplió su sonrisa, hasta enseñar sus dientes—. Pero estoy de acuerdo. Shak'na knatark.

Casey y Theresa siguieron caminando con los dedos entrelazados hacia la escultura. Se detuvieron en el balaustre que protegía a la piscina, y se apoyaron en contra de él. Cerraron los ojos por unos minutos y, tal como la alienígena lo había explicado, le hicieron a Ashka sus deseos para su relación.

La ingeniera nunca había tenido fe en nada. Nunca había creído en ninguna entidad todopoderosa, que gobernaba su vida de acuerdo a sus ideas y caprichos. Pero desde que su novia había sido sacada del eje de la muerte, y traído de vuelta a la vida por una tecnología científica milagrosa, su relación con sus creencias había cambiado. Aún no estaba segura de que los dioses terráqueos y extraterrestres existían, pero sí sabía que algo, alguna fuerza misteriosa y sin nombre, la estaba mirando. Que la misma la estaba protegiendo y que, cuando todo perdía el sentido a su alrededor, podía confiar en la misma para traerle orden al caos.

Ella había perdido a Casey dos veces. Y dos veces, su alma gemela había sido regresada a su lado, sana y salva. No había otra explicación para dichos hechos que no involucrara una pizca de intervención divina.

Así que la ingeniera puso todas sus dudas y cuestionamientos filosóficos a un lado, y en vez de depositar todas sus esperanzas sobre un ser mágico cualquiera, las entregó a las manos del destino, y le rogó para que tuviera cuidado con las mismas.

Quería tener una vida feliz. Una vida plena. Y quería terminarla junto a la mujer a su lado.

Cuando abrió los ojos, llorando, no se sorprendió al ver que Casey también lloraba. Las dos se sonrieron de nuevo, pese a sus lágrimas, y sellaron sus promesas secretas de amor y fidelidad con un beso, tan intenso como los sentimientos que se tenían, y tan dulce como sus expectativas para el futuro.


---


Al volver a la casa de Uatek, fueron recibidas con una cena opulenta y con música fuerte. Comieron, bailaron, se divirtieron con su poco ortodoxa familia, y se retiraron a su habitación compartida, sintiéndose algo ebrias y muy felices.

—Pues entonces... —La Antheliona cerró la puerta—. Llegó la hora.

—Lo dices como si estuviéramos a punto de irnos a alguna misión secreta —Theresa se rio, sacándose sus sandalias.

La ingeniera estaba usando un atuendo Ypsilóx aquella velada. Había al fin encontrado un tipo de tela que no incomodaba su cuerpo tanto como las otras que había probado antes, por su textura parecida al algodón. Casey también estaba vestida con ropas de su tierra, pero de distinto material. Theresa no podía decir cómo el mismo se llamaba, solo sabía que era muy similar a la seda.

—Te ves tan linda... —la leñadora pensó en voz alta—. Nunca pensé que te vería así...

—¿Usando una toga?

—Usando un traje típico de mi cultura —La de cabello azul se le acercó, mientras Theresa se estiraba la postura, habiendo dejado su calzado a un lado—. Debe ser un poco surreal para ti, eso sí... venir a un planeta distinto. Yo sé que lo fue para mí.

—Bueno... sabes que me encanta viajar allá en la tierra, y conocer lugares nuevos. Venir aquí ha sido como eso, pero aún más especial, porque no conozco absolutamente nada sobre Anthelion. O sea, me habías enseñado algunas cosas, pero...

—Vivirlo es distinto a oírlo.

—Exacto —La empresaria asintió, rodeando el cuello de Casey con sus brazos—. Pero ha sido una buena experiencia. Hoy en especial, fue... mágico.

—¿Te gustó la cita?

—Me encantó —Theresa sonrió y la besó—. Eso sí... hay algo de lo que te quiero hablar.

—¿Hice algo mal?

—No, para nada. Ni siquiera es sobre la cita, es sobre... este lugar. Mis sentidos han estado súper agudizados aquí. La textura de las cosas es distinta, los olores, los colores... todo. Y sí, sé que es de esperarse que no me sienta del todo cómoda, porque estoy en un mundo que no fue hecho para mí... Pero no deja de ser un problema real. Y me he dado cuenta de que mi experiencia aquí debe ser parecida a la tuya en la tierra. Las cosas allá no fueron hechas para ti tampoco... Y es por eso que he estado pensando en hacer algo para ayudarte a disminuir los estímulos sensoriales que sientes cuando estás allá. Pero necesito consultar tu opinión primero, porque no quiero que pienses que te estoy queriendo controlar o algo...

—Thea, eso es lo último que se me pasó por la mente —Casey la calmó—. ¿Cuál es tu plan?

—Pues... quiero encontrar una manera de usar el factor debilitante de la Uranita para suprimir tus poderes, sin dañar tu salud. Así ya no tendrías problemas para dormir por tu oído, o dolores de cabeza por tu visión fuera del alcance... en fin, me entiendes. Pero me gustaría estudiar a las propiedades de la Uranita aquí, en Anthelion. Siento que es demasiado peligroso hacerlo en la tierra, con todos esos fanáticos de mi hermano queriendo robarla para alcanzar sus propósitos nefastos.

—Me estarías ayudando mucho, si es que logras encontrar una manera de suprimir mis poderes de forma temporaria. Y puedo hablar con mi tío al respecto. Él confía en ti, y podría conseguirte un laboratorio seguro en el que trabajar. Además, conociendo lo curioso que es, el probable que incluso te ayude con la investigación. 

—Uatek es un ángel, lo juro. Sin él, yo hubiera estado perdida en cómo sobrevivir en este planeta. Y sin él tú no estarías aquí... viva.

—Sin ti tampoco.

—Case... Yo hice lo mínimo.

—No hiciste lo mínimo. Él me habló sobre tus logros, así como mamá lo hizo. Usaste un grupo de satélites, cápsulas y estaciones espaciales para emitir frecuencias de radio ultraaltas y contactar a mi gente. Nadie más que tú hubiera logrado hacer algo así. Tú me salvaste también.

La expresión relajada y feliz de Theresa se volvió un poco más tensa y oscura.

—No podía perderte de nuevo —admitió, antes de inclinarse adelante y apoyar su tez en la de Casey—. Y le estoy dando gracias a todos los dioses que puedan existir, en todo el tiempo y espacio, por el hecho de que estés aquí, ahora... a mi lado.

—Y no me iré de nuevo —la Antheliona prometió—. Haré todo lo que pueda para no irme de nuevo.

Las dos pasaron unos minutos juntas, sosteniéndose, hasta que Theresa se apartara de Casey y se quitara el chal que llevaba puesto sobre los hombros. Dejó a la tela caerse sobre el suelo con una sonrisa más juguetona que provocadora, y le hizo un gesto con los dedos a Casey, diciéndole que se aproximara a ella de nuevo y la ayudara a desvestirse.

La alienígena le sonrió de vuelta y se quitó su propia túnica de encima, dejando que se uniera al chal en el piso. Luego, caminó con pasos rápidos hacia la empresaria, le removió todas las prendas de encima, la recogió por las piernas y la llevó a la cama.


-

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro