Lo juro...

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La luz salada del sol comenzaba a iluminar perezosamente las cristalinas y tranquilas aguas del mar Azul. Las olas se mecían sobre el pequeño pueblo, todas a una, acabando en nubes de espuma al chocar contra las rocas de la costa.

Una joven bruja despertó de un profundo sueño. Al abrir los ojos, giró su rostro en todas las direcciones, buscando algo desesperadamente. En cuanto sus ojos se acostumbraron a la oscuridad que pronto sería sustituida por la luz del amanecer y no encontró lo que más necesitaba en ese momento, sus ojos grises se inundaron y las lágrimas comenzaron a mezclarse con el agua marina.

Se abrazó las rodillas, pegando las sábanas a su cuerpecito, y observó con tristeza algún punto de la pared, con la mirada y el pensamiento perdidos, aún con el borroso recuerdo de su sueño.

—Por qué... —gimió en susurros, al tiempo que apretaba los párpados y escondía el rostro entre sus rodillas— Por qué...

Desde fuera, alguien llamó a la puerta de su habitación. La bruja no respondió y permaneció sentada, temblando y gimiendo en silencio. Tras unos instantes, los golpes en la puerta se repitieron, seguidos de una voz serena y calmada:

— ¿Wadanohara? El desayuno ya está listo.

La nombrada no respondió. Lo último que necesitaba era hacer a sus familiares sufrir y preocuparse por ella.

Un sonido en el exterior le hizo saber que quien fuera que le estuviera llamando había apoyado su rostro contra la madera de la puerta, y eso le hizo fruncir levemente el ceño.

—Oye... Sé qué estás despierta... —dijo la voz— Y qué lloras. Te oigo gemir. Wadanohara...

—Fukami, no pasa nada —dijo Wadanohara, intentando que no le temblara la voz—. Sólo tuve una pesadilla, puedes irte, no te preocupes.

El pulpo permaneció en silencio al otro lado. La chica casi podía escuchar su respiración.

Entonces, volvió a hablar:

— ¿Es por el tiburón?

Wadanohara no supo qué decir. Se abrazó un poco más y dejó que su pelo suelto le tapara el poco rostro que quedaba visible.

—Sí —respondió con voz ronca.

Fukami calló de nuevo. Durante casi un minuto, el silencio se hizo presente en aquella solitaria habitación que comenzaba a iluminarse por la luz de la mañana. Wadanohara llegó a pensar que Fukami se había marchado y la había dejado sola, pero en ese momento su voz temblorosa, como si fuera a llorar, sonó a través de la madera:

— ¿Puedo pasar?

Ella se encogió de hombros y se sorbió los mocos. Realmente necesitaba desahogarse, quería que su familiar la consolara. Pero no quería parecer tan débil, así que sólo dijo con un hilo de voz:

—Vale.

El pomo de la puerta se giró lentamente, abriendo ésta y dando paso al peliazul. Mi se asomó un poco y observó a Wadanohara, sentada en la cama, con el rostro escondido entre las rodillas.

La bruja lo miró un poco de reojo a través de sus mechones de pelo castaño. Vestía la camisa y los pantalones que solía llevar bajo su larga chaqueta blanca de decorados azules, junto a unas botas negras y altas. En esos meses había cambiado un poco: su pelo era algo más largo y lo recogía en una pequeña coleta a la que aún no llegaban algunos mechones que caían alrededor de su cara y bajo sus ojos se habían formado unas notables y oscuras ojeras que delataban lo poco que dormía desde "aquello".

Wadanohara lo vio acercarse a ella y sentarse en el borde de su cama.

—Oye... ¿quieres hablar?

La bruja del mar asintió y levantó el rostro, de forma que Fukami pudo ver las lágrimas que decoraban su delicada expresión y sus ojos hinchados y rojos.

—Fukami... —comenzó a decir con la voz temblando.

Él la interrumpió envolviéndola en un cálido abrazo que le hizo hundir la cara en su pecho.

—Lo sé —respondió—. Lo sé.

Wadanohara cerró con fuerza los ojos y rodeó con los brazos a su familiar, mientras volvía a empezar a llorar en silencio.

—Sé qué volverá... —gemía— Pero lo echo tanto de menos, Fukami...

—Tranquila...

—Quiero verlo de nuevo, Fukami, quiero verlo de nuevo, y abrazarlo, y decirle todo aquello que quiero decirle.

—Lo sé...

— ¡Quiero que vuelva, Fukami! ¿¡Por qué tuvo que irse!?

—Tranquila... tranquila...

Wadanohara lloró durante varios minutos, abrazada al pulpo que tanto la quería. AL escuchar a su familiar llorar, Memoca y Dolphi también se agolparon en la puerta y corrieron a unirse al abrazo.

Y allí estaban los cuatro, llorando todos juntos, consolando a Wadanohara, sintiéndolo todo.

Poco a poco, la chica se fue calmando. A pesar de acabar de despertar, sus ojos se cerraron lentamente y cayó de nuevo en un profundo sueño. Con ayuda de las chicas, Fukami tumbó y arropó a Wadanohara en su cama, de la que no se había movido aún, y corrió las cortinas para que pudiera descansar sin molestias.

Dolphi y Memoca salieron de la habitación con expresiones preocupadas, dejando unos instantes a Fukami para admirar a Wadanohara mientras dormía. Casi sin poder evitarlo, se arrodilló frente a la cama y depositó un suave y breve beso en la frente de la chica. Ante esto, la dormida esbozó una sonrisa y murmuró en sueños:

—Samekichi...

Fukami cerró los ojos, intentando guardarse completamente toda la tristeza para él solo. Se levantó y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, pero no sin antes dirigir una última mirada hacia su amada bruja y murmurar:

—Hey, Wadanohara... Lo traeré para ti, lo juro...

Y se marchó.

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