Melodía, recuerdos

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Fukami tomó el plato entre sus manos y lo llevó a paso lento a la cocina, de donde ya salía Wadanohara, quien acababa de completar la misma acción que él se disponía a hacer.

Ambos se dirigieron una mirada rápida, y aunque al pulpo le hubiera encantando prolongarla mucho más, la bruja bajó los ojos, incómoda, para luego ir a seguir recogiendo la mesa, aunque ni Memoca ni Dolphi hubieran acabado aún de comer.

La tarde transcurrió tranquila en el barco. Dolphi y Memoca jugaban repetidas veces a "Piedra, papel o tijera", ya que esta última no pensaba parar hasta que ganara por lo menos una partida; Fukami leía un libro que había adquirido hacía poco en una isla por la que habían pasado y que sólo él lograba entender bien debido a su dificultad y Wadanohara escribía con mucha cautela sobre pentagramas que ella misma había realizado con una regla y una pluma de tinta negra.

El recuerdo de aquella mañana seguía rondando por las cabezas de los familiares de la bruja, quienes intentaban ocultar su preocupación llevando la tarde como solían llevarla normalmente. Aunque ninguno de ellos podía evitar mirar de vez en cuando a la chica, quien ojos en ese momento para la partitura que estaba trabajando.

Entonces, cuando el reloj de la salita iba a marcar con su campana las seis de la tarde, Wadanohara se levantó con varios papeles entre las manos y los observó con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro. Sin dar tiempo a los demás presentes en la sala a preguntar por la partitura, dijo en voz baja:

—Ahora vuelvo.

Y salió corriendo hacia el exterior.

Fukami cerró los ojos unos instantes, y luego continuó con su lectura. Memoca y Dolphi se miraron y se sentaron en el asiento más cercano, con la mirada clavada en la puerta por donde acababa de desaparecer la bruja.

Se hizo el silencio. Las dos chicas se lanzaban de vez en cuando miradas la una a la otra para luego girar sus rostros agobiados hacia el peliazul, que fingía no darse cuenta y seguir leyendo.

Pasaron varios minutos silenciosos, únicamente el tic-tac del reloj se presentaba monótonamente en la sala. Fukami pasaba las páginas lentamente, sin hacer casi ruido, aunque en verdad no prestaba atención a las palabras escritas en él, tenía otras cosas en mente más importantes.

Cuando ya parecía que la gaviota y el delfín fueran a estallar de puro agobio, el de la chaqueta blanca colocó un pequeño trozo de papel entre las páginas que estaba leyendo, cerró el libro con suavidad y se levantó.

— ¿Vas a verla? —preguntó Dolphi, yendo a levantarse.

Fukami le mostró la palma de su mano y negó con la cabeza.

—Iré yo solo.

Ella bajó la mirada y se quedó junto a Memoca. Ambas querían ir con él, pero sabían que lo mejor era dejar a Fukami.

Éste salió al exterior, donde la bruja se encontraba contemplando el mar, tocando con su ocarina una suave melodía, melancólica y nostálgica.

Fukami se apoyó en la puerta, pudiendo así verla desde no muy lejos. Ella no pareció percatarse de su presencia, pues siguió tocando con ayuda de las partituras que acababa de componer frente a ella, sujetas a una barra de madera que Fukami había colocado en el suelo del barco para que ella pudiera colocar cómodamente sus partituras.

El pulpo cerró los ojos, dejándose llevar por la triste melodía, y casi le pareció compuesta para él. Un pulpo silencioso, solitario, que amaba en secreto a aquella bruja que ya había entregado su corazón a alguien hacía tiempo.

Pero no, esa canción no representaba sus sentimientos, sino los de a joven Wadanohara, incapaz de superar la ausencia de aquel tiburón que tanto daño le había causado antaño. Aunque sus familiares la vieran allí con ellos, en aquel bote, ella se encontraba nadando en las aguas de un océano interminable, confusa y perdida, sola.

Fukami despegó los párpados y se acercó a ella, hasta quedar a menos de un metro de su cuerpo frágil y menudo, cada vez más delgado desde que Samekichi se había marchado.

—Wadanohara —pronunció.

La melodía paró. La nombrada giró su cabeza y la levantó, para así dar con la mirada de su familiar.

—Oh... Hola, Fukami... —dijo, intentando sonreír— Perdona por lo de esta mañana, no debí haberos preocupado así...

Él se posicionó a su derecha, tal vez incomodándola un poco.

—Bonita melodía —dijo.

Ante ese cumplido, la chica se sonrojó levemente y dirigió su mirada al mar.

—Gracias —respondió.

— ¿Quieres hablar?

Esa pregunta, tan de repente, dejó sin respuesta a Wadanohara. ¿Quería hablar? Sí, quería hablar. Le gustaba hablar de sus sentimientos a Fukami, pero sabía que si lo hacía volvería a llorar y sucedería como aquella mañana.

Por eso, no dijo nada. Quedó muda, esperando que el mismo pulpo entendiera cómo se sentía en ese momento.

Él suspiró, y también miró hacia el mar.

—Wadanohara —repitió—. Yo mismo me he hecho una promesa.

Ella lo miró de reojo. Fukami miraba hacia el frente con el semblante serio, con los ojos algo entornados y los hombros relajados.

— ¿Cuál es? —se atrevió a preguntar la bruja del mar.

—Te juro que traeré a ese tiburón aunque sea lo último que haga. —Dicho esto, se volvió a Wadanohara y por primera vez en mucho tiempo, sonrió—. Por ti.

Wadanohara también lo miró unos instantes escasos, pero al notar las lágrimas comenzar a brotar bajó el rostro y clavó la mirada en la punta de sus botas.

— ¿Por qué harías eso? —dijo, intentando que la voz le permaneciera firme.

—Porque... —Fukami calló antes de decir lo que realmente quería, pues sabía que eso sería demasiado para ella, y lo reemplazó rápidamente—: para eso estamos tus familiares: para hacerte feliz, para que no vuelvas a llorar nunca más.

La bruja quiso tirarse a su cuello en ese mismo instante para abrazarlo, para darle las gracias por ser tan bueno. Pero de alguna forma, supo que no era el mejor momento.

Al no obtener respuesta, el pulpo se despidió acariciando algo su cabello y comenzó a caminar hacia la puerta. Justo cuando iba a posar la mano sobre el pomo de ésta, escuchó la voz de Wadanohara decir tras él:

—No está bien jurar si sabes que no vas a poder cumplir lo que has jurado, Fukami.

Ante esto, el nombrado sonrió y entró de nuevo en el barco, donde Dolphi y Memoca lo observaron, ansiosas de saber qué acababa de pasar entre aquellos dos.

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