~|Sueño 1|~

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Caía por un infinito hoyo del que no se veía final. Recibí un fuerte golpe en la espalda al llegar al suelo, pero realmente, dolió menos de lo que pensé que dolería.

    Un colchón de flores había amortiguado mi caída.

    Flores doradas y brillantes.

    Al levantarme, me di cuenta de que todo aquello me resultaba familiar, aunque estaba seguro de no haber estado allí nunca antes. Caminé durante unos minutos, intentando averiguar dónde me encontraba y por qué todo era tan extrañamente familiar.

    "¡Howdy".

    Una flor idéntica a las doradas anteriores, pero con boca y ojos apareció frente a mis ojos.

    Era Flowey, Flowey la flor.

    Lo supe desde el momento en el que dejó ver el primero de sus pétalos.

    ¿También estarían allí Toriel, y Sans, y Undyne?

    ¡Sabía que ellos eran reales! ¿Así que este es el lugar del que tanto me habían estado hablando? ¿El Subsuelo?


***  


"¡Mamá, mamá!".

    Corrí hasta encontrarme en los brazos de mi madre.

    "Oh, mi niño, ¿qué pasa?".

    "¡Nada, mamá!".

    Reí y apreté con más fuerza a mi madre.

    "¿Y entonces, por qué vienes tan nervioso, pequeño?".

    "Bueeeeno... ¡Mamá, ¿sabes qué día es hoy?!".

    "¿Hoy? Veamos..."

    Mamá me soltó y caminó hacia la cocina. Miró el calendario que yo le había hecho y abrió los ojos como platos.

    "¡Vaya, si hoy es sábado!".

    "¡¡Sí!!".

    "¿Y sabes qué significa?".

    Inflé mis mofletes y asentí frenéticamente.

    "Claro, ¡si por eso te lo he dicho antes!".

    Toriel rió más y me tomó en brazos de pronto, sacándome una carcajada. 

    "¡Pues preparemos esa tarta de caramelo y canela!".

    "¡Bieeen!".

    Me llevó con ella hasta la cocina y me depositó junto a ella, frente a la encimera.

    Como todos los sábados comenzamos a cocinar. Yo me encargaba de remover la masa mientras que Toriel cortaba, cascaba huevos, encendía el horno y hacía cosas algo peligrosas para mí, que sólo tenía diez años.

    "Fantástico, creo que esto ya está" suspiró Toriel, limpiándose las manos con un paño de cocina.

    Asentí y corrí al salón seguido de ella, quien tomó un libro de su enorme estantería y se sentó en su sillón preferido, dejando que yo me colocara a gusto en su regazo. Apoyé mi cabeza sobre su pecho y cerré los ojos mientras que ella leía el libro en voz alta...

    Yo escuchaba atentamente las palabras de Toriel, sin moverme. Cada vez que pasaba una página, la habitación se quedaba en silencio, exceptuando el chisporrotear de la madera ardiente de la chimenea que había encendido la guardiana de las ruinas esa tarde.

     Cuando acabó de leer, me tomó con mucho cuidado, posiblemente pensando que estaba dormido, y me llevó a mi habitación, depositándome suavemente en mi cama.

    Al despertar, un dulce olor a tarta llegó a mis fosas nasales. Abrí los ojos: en el suelo, junto a la cama, se encontraba un gran trozo de la tarta que habíamos preparado el día anterior mamá y yo.

     Sonreí. Era tan feliz de repente... Por fin estaba con mis verdaderos amigos, podía llevar una vida tranquila y llena de paz de una vez por todas.

    Y así seguiría durante el resto de mi vida.

    O por lo menos, eso creía hasta que desperté del todo y me encontré en la habitación en la que me había criado. 

    Con Toriel, Papyrus, Sans, Alphys, Undyne, Asgore... Todos los que parecían ser mis mejores amigos, a mi lado.

    Con expresiones tristes y cansadas.

    —Quédate determinado, Frisk, y ven... —murmuró Asgore.

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