•Capítulo 3: Tareas y miradas

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Los humanos son muy extraños, todo lo que crean lo usan para destruir


Atenea como había previsto el día anterior se había levantado ni bien salió el sol.

Había hablado con su madre sobre que iría a trabajar, a ayudar algunos vecinos.

Ella sin chistar asintió, aquello era algo habitual en su hija por lo que no le sorprendió, simplemente le dijo que se cuidara y que volviera para la hora del almuerzo.

Además, que en su familia no venía mal comida o algo de capital. No eran pobres como otras personas, ni pasaban necesidad, pero tampoco tenían todas las cosas que les gustaría.

Se vistió con un bonito vestido, al menos ella creía eso, y salió de su casa a paso rápido y firme. Cambiaba con rapidez hasta la cima de la colina, en las afueras del pueblo, donde la casa de la señora Heidi estaba y por ende Loki también.

Llegó a la cerca que bordeaba la casa y se escondió al ver que fuera de esta se encontraba el dios que tanta intriga le traía.

Sonrió inevitablemente y suspiro volviendo a incorporarse.

Ella pensaba que él era atractivo.

Él sabía que era atractivo.

Cruzó el pequeño portón y camino lo más elegante que podía hasta la puerta de la casa.

Llevaba la mirada puesta en la puerta sin voltear a ninguno de los lados, pero pudo sentir una mirada clavada en su nuca.

Se volteo a verlo cuando por fin llego a la puerta, hubiera preferido no hacerlo, ya que el príncipe Loki parecía que la fulminaba con la mirada.

Ella se puso realmente incómoda y quito la mirada de él para golpear suavemente.

No sabía porque le miraba así pero no le gustaba.

La señora Heidi abrió con una sonrisa.

—Buenos días preciosa, ¿qué deseas el día de hoy?, ¿buscas algo de queso? —preguntó.

—No, no. Sólo vengo a ofrecer mi ayuda, aunque le preguntaré luego a mi madre si desea más queso, el suyo es el mejor del pueblo —le sonrió con simpatía lanzando varias miradas incómodas hacia atrás.

—La verdad sí, me vendría estupendamente ayuda. Me enviaron a un principito que nunca lavó una copa en su vida —Atenea vio como a señora rodó los ojos.

—Lo he visto, tampoco parece feliz —se encogió de hombros.

No quería contradecirla menos cuando buscaba ayudarla por lo que tenía que ser lo más neutral posible, sin abandonar sus creencias, pero sin llegarle a dar la razón a la anciana.

—Claro que no. Pero su padre, el gran Odín, ni siquiera quería tenerle en palacio. Esto, él pensó, sería lo mejor para todos.

—Todos menos para él —ella observó.

—Lo merece niña, que no te engañe su cara bonita —la anciana le dijo. —No vayas a pensar que no merece castigo alguno —bufo.

Atenea no dijo nada más, sino se limitó a asentir para no generar pelea alguna.

La anciana se sentía impotente al saber todo lo que él había causado, pero le estaban pagando bien por mantenerlo, ella no debería quejarse.

Ambas mujeres observaron ahora como el dios caminaba de un lugar a otro por el patio delantero.

Daba de comer a las gallinas en un estado increíblemente pacífico y con una elegancia al caminar propia de la realeza. No parecía ser como la gente lo describía.

Lo seguían con la mirada hasta que él lo noto. Se incorporó con la espalda recta y las miro. Su mirada parecía no trasmitir nada, era simplemente vacía.

Loki no sentía nada en aquel momento, en estar en aquel lugar, menos con aquellas personas.

No sabía quien era la chica feliz que parecía sonreír. Le repugnaban las personas extremandamente feliz. Las creía tan o más vacíos que él, pensaba que aquello era pura falsedad.

Nadie podía estar tan contento por nada, menos cuando debía trabajar como si fuese un esclavo.

Él paso de ser una persona a la que le servían a ser alguien que debe servir.

Su impotencia estaba por el cielo, pero se mantenía pacifico debido a que sino explotaría y sabía que al no tener su magia la vieja que lo custodiaba podía hacerle cualquier cosa. Nadie le defendería.

Él dejó lo que hacía y se dispuso de caminar a donde las dos estaban.

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