2. GELUM

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—Muchas gracias por llamar al Hotel Belle Porte, mi nombre es Ángeles, ¿cómo puedo ayudarle? —pregunté con mi tono educado y automático.

—Si, me gustaría hacer una reservación —dijo la persona al otro lado de la línea.

Tomé nota de su reservación y luego colgué. Ser recepcionista era un trabajo que me gustaba, no era nada del otro mundo y en ocasiones me aburría hasta más no poder, pero pagaba las cuentas y eso era lo importante. Después de terminar la preparatoria, empecé a trabajar en diferentes lugares, nunca fui a la universidad, así que estaba agradecida con el Señor Belle Porte por darme este trabajo.

Me quedé mirando el vestíbulo del hotel, había empleados uniformados por todos lados, sonriendo educadamente a los huéspedes. Admiraba esa habilidad de sonreír falsamente, yo llevaba dos años trabajando en el hotel y aún no lo dominaba. Las puertas doradas del elevador se abrieron y una pareja feliz salió riéndose ruidosamente. Y fue inevitable recordarlo: Pierre. El único novio oficial que había tenido en la vida. La primera vez que lo vi fue emergiendo de ese mismo elevador con una sonrisa mientras hablaba por teléfono. Luego de un par de interacciones me había invitado a salir y así fue el comienzo de todo. Estuvimos juntos por 9 meses hasta que...

El teléfono sonó interrumpiendo mis pensamientos y atendí para tomar la siguiente reservación. Al terminar, suspiré, este día se me estaba haciendo eterno.

Mis ojos recorrieron las paredes rosa pálido del vestíbulo, una línea dorada las cruzaba en el medio. El piso era de mármol y brillaba pulcro e intacto, todo en este lugar transmitía elegancia. Suspiré, ¿cuántas veces me había quedado mirando fijamente estas paredes y este piso? ¿Por qué siempre me preguntaba quién lo había decorado? Me incliné hacia atrás en mi silla y miré el techo. Había sido pintado a mano con arte de ángeles y demonios, en una esquina había un ángel pequeño desnudo sosteniendo una rosa, las espinas le hacían sangrar las manos, él le estaba ofreciendo la flor a una sombra.

Ángel...

—Ann, —alguien me llamó y me sacó de mi ensoñación. Bajé la cara para mirar al frente y encontrarme a Jessica con el ceño fruncido, ella estaba apoyada en el mostrador frente a mí.

—Hotel Belle Porte, ¿en qué puedo ayudarte? —Bromeé y Jess rodó los ojos.

—¿Cómo estás? —Sus ojos parecían evaluar mi expresión con cuidado.

—Supongo que bien.

Ella suspiró.

—Escucha, estaba pensando que podíamos ir al cine después del trabajo hoy.

—Jess, no creo que eso sea buena idea —le digo francamente. Raven había desaparecido, venir al trabajo me distraía, pero no podía seguir como si nada.

—Necesitas distracción, Ann —expresó Jess, sus ojos oscuros llenos de preocupación—Necesitas aire fresco.

—De verdad, no...—pausé, ojeando una foto en mi pequeño espacio detrás del mostrador. Era una foto de Raven y yo cuando cumplí 13. Ella estaba sonriendo, tenía un brazo alrededor de mis hombros, estábamos sentadas frente a mi pastel de cumpleaños. Yo me estaba preparando para soplar las velas; mis mejillas estaban llenas del aire que sostenía. Esa foto me marcó porque si observabas bien podías ver el morado casi imperceptible debajo del ojo izquierdo de mi hermana. En esos tiempos, estábamos viviendo con una familia que solo aceptaba ser hogar temporal por el dinero, y nos golpeaban cuando les daba la gana. Eso nunca detuvo a Raven, su sonrisa se veía tan genuina a pesar de todo.

—¿Ann? Por favor, sé que es difícil, pero puedes intentarlo. —Ella suplicó e imaginé volver a casa y encontrarme la soledad y el silencio que solo me hacía pensar aún más en mi hermana.

—Vale, iré. —Accedí, la sonrisa de Jess se hizo más grande y me pellizcó la nariz.

—No te arrepentirás —ella me lanzó un beso en el aire y se fue.

Jess era la asistente del señor BellePorte, el dueño de este hotel; ella y yo nos conocimos en la preparatoria y nos hicimos buenas amigas, seis meses después de que termináramos la preparatoria, aplicamos juntas a este trabajo, había varias vacantes y tuvimos suerte de quedar las dos. Raven no debía mantenerme para siempre. Ella tenía un buen trabajo y su lugar propio. Así que me mudé cerca del hotel y dejé a Raven al otro lado de la ciudad para que tuviera su espacio. Ya no quería ser una carga para ella.

—¿Dolió? —una voz familiar preguntó, sacándome de mis pensamientos y encontré la fuente ahí al otro lado del mostrador: Adriel BellePorte, el hijo del gran jefe. Su brillante cabello rubio estaba peinado perfectamente a un lado, sus ojos irradiaban calidez. Sus labios formaban una sonrisa deslumbrante. Adriel era muy guapo, pero lo que tenía de atractivo, lo tenía de mujeriego.

—¿Qué?

—¿Dolió? —él repitió—. Cuando te caíste del cielo.

—¿En serio, Adriel? ¿Eso fue lo mejor que se te ocurrió? —Sacudí la cabeza con desaprobación.

—¿Qué? Tu nombre es Ángeles, pensé que encajaría perfecto, —dijo, fingiendo inocencia.

—Piérdete —pedí, mientras le hacía un gesto para que se fuera. Y por supuesto, él solo hizo lo contrario y se inclinó más sobre el mostrador.

—Algún día, no podrás resistirte a mí, Ann —respondió con confianza mientras ajustaba la corbata de su traje de traje negro. Yo arqueé una ceja.

—Lo siento, los mujeriegos no me van —espeté y le di una sonrisa de boca cerrada.

—Siempre me lastimas, Ann.

—Tu padre preguntó por ti hace algunas horas —informé, recordando que el señor BellePorte había gritado en el vestíbulo. El jefe tenía un temperamento difícil, la sonrisa de Adriel desvaneció.

—Ah, me va a gritar por llegar tarde otra vez.

—Siempre llegas tarde —le recordé con seriedad. Adriel no era para nada responsable, era un mujeriego y fiestero en toda su gloria.

—Entonces, ¿cenamos esta noche? —Él movió sus cejas de arriba abajo con rapidez.

—No, tengo planes.

—Eso es una mentira y lo sabes, por lo menos deberías cambiar tus excusas para esquivarme cada día.

—No tengo porque hacer eso —replique—. Yo te puedo dar la excusa que quiera y decirte que no las veces que me de la gana. —Él resopló derrotado, sabiendo que no iba a llegar a ningún lado conmigo.

—Eres imposible, Ann —susurró mientras se alejaba.

#

Al finalizar mi trabajo ya había oscurecido, caminé de regreso a mi edificio, no estaba muy lejos, unas cuantas calles. El aire frío de diciembre me acariciaba el rostro, metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta. Las calles vibraban con energía, la gente me pasaba por los lados, absortos en sus mundos. La nieve que cayó la noche anterior aún cubría todo con su blancura. Pasé tiendas, edificios, y algunas casas. Imaginé aquellas personas que se estaban preparando para cenar con sus familias y sonreí con tristeza. Una familia completa era algo que nunca había tenido y nunca tendría. Mi única familia era Raven y ella estaba desaparecida. No quería pensar en esa noche. Esa voz al otro lado de la puerta y la silueta oscura en mi balcón habían protagonizado mis pesadillas en los últimos días.

Llegué a mi edificio y entré en el ascensor, descansé mi espalda contra las puertas después de que cerraron. Mi reflejo en el espejo delante de mí era deplorable, me veía terrible, mi cabello  estaba ligeramente despeinado; tenía ojeras muy oscuras y evidentes bajo mis ojos. Mi maquillaje se había desvanecido, dejando solo un rastro rojizo del labial que me puse en la mañana. Una mosca apareció de la nada y se posó en el vidrio del espejo, recordé la otra noche con claridad.

De pronto, las luces del elevador se apagaron y el ascensor paró abruptamente con una sacudida, ¿en serio? No era la primera vez que me pasaba, vivir en un edificio de clase baja tenía sus desventajas. Presioné el botón de emergencia, pero no emitió ningún un sonido. Así que lo hundí de nuevo con un poco mas de fuerza: Nada.

—Pero ¿qué...? —exclamé y seguí presionando el botón de emergencia hasta que golpeé el panel frustrada —¡Maldita sea!

—Cuida tus palabras, Ángeles —me congelé al escuchar esa voz— ¿Tu madre no te enseñó que no debes maldecir? Si no lo hizo, yo estaría feliz de enseñarte.

Sentí un escalofrío recorriéndome la espalda, era esa voz... la que me atormentó aquella noche.

—No...

—Aunque, debo advertirte, mis castigos no son leves.

Di media vuelta tratando de ver en la oscuridad sin encontrar nada. Moví las manos alrededor para confirmar que el ascensor estaba vacío.

—No te asustes.

—¿Dónde estás? —arrastré las palabras, mi garganta estaba seca, y podía sentir el corazón en los oídos. Sudor empezó a bajar por la parte de atrás del cuello.

—Aquí —fue su respuesta. Jadeé al observar como dos ojos rojos brillaron en la oscuridad del espejo. No lucían normales, si no ligeramente ovalados de una forma terrorífica. Una sonrisa que se extendía de forma antinatural y de colmillos muy afilados también se volvió visible.

Retrocedí hasta que mi espalda se estrelló contra las puertas del ascensor. Me cubrí la boca con la mano.

—Esto no puede estar pasando —exclamé con voz temblorosa. 

Eso era imposible, parecía que él estaba dentro del espejo. Quería gritar y correr, sin embargo, ningún sonido salió de mi boca y esa sensación de entumecimiento en mis extremidades volvió como si el miedo fluyera y congelara cada parte de mí.

—No te haré daño —prometió.

—¿Quién eres? ¿Dónde está mi hermana? —las preguntas brotaron de mi boca sin control.

—Demasiadas preguntas, —dijo—. Ven aquí.

—No, por favor, —rogué. Me presioné aún más contra las puertas del ascensor.

Observé con horror como algo comenzaba a salir del espejo, sus ojos carmesíes resplandecían en la oscuridad. Chillé aterrorizada. Las piernas me temblaban tanto que no sabía como seguía de pie.

—No, no, —supliqué mientras lo que sea que había emergido de ese espejo se acercaba.

—Ángeles Fairwell, —dijo mi nombre y esa sonrisa inhumana de dientes afilados y puntiagudos creció. —Coopera conmigo o esto será doloroso.

— ¡No! ¡Aléjate de mí! —me giré y comencé a golpear las puertas cerradas con los puños. —¡Ayuda! ¡Estoy aquí! ¡Ayuda! ¡Ayu— una mano helada me cubrió la boca y algo se enroscó alrededor de mi cintura. Luché, pateé las puertas del ascensor e intenté liberarme, mis gritos se ahogaron en mi garganta.

—Shhh... —Frialdad pura rozó mi oído. Me estremecí y seguí peleando para liberarme. La desesperación llenó mis venas, él iba a matarme, iba a morir.

Su mano libre se deslizó dentro de mi blusa. Sus dedos helados recorrieron la piel de mi abdomen hacia arriba; sus puntiagudas y afiladas uñas dejaron cortes dolorosos en cada contacto. Mis gritos de agonía quedaban atrapados en su mano. Cuando sus garras llegaron a la piel en medio de mis pechos, él las enterró sin compasión. Me ahogué en mi propio grito, y por un segundo, creí que me desmayaría. Podía sentir mi piel rompiéndose, abriéndose, sentí la calidez de mi sangre resbalando por mi estómago. No podía respirar.

—Tus miedos, —su voz era un vacío frío e infinito—. Tu dolor, tu vida, todo lo que eres y todo lo que serás me pertenece.

Las puertas del ascensor se abrieron y caí hacia adelante en el piso frío, golpeándome la cabeza. Solté un alarido, mi pecho palpitaba dolorosamente. Intenté levantarme, pero mi sangre ya goteaba en el suelo creando un charco, mis manos se resbalaban. Todo era un caos de sangre, miedo y confusión. Finalmente, me rendí y sucumbí a la oscuridad. 


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Nota de la autora: Ah bueno, por eso digo que no me subo en un ascensor de noche. 

#SábadosdeInsania, hoy actualicé tarde para que les toque leer de noche muajajaajaja

¿Qué pensamos de Jess y Adriel? 

¿Y nuestro sangriento amigo?

Ahora memes para relajarnos y reírnos un rato. 

#SeLesQuiso

Muakatela

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