Capítulo 2: Melancolía II

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Lo vio girar en la esquina de la acera, él también la vio y le saludó levantando una mano mientras los cachorritos tiraban de sus correas, tan ansiosos como un montón de niños cuando se van de excursión con el colegio.

Jackie se despegó del poste de la parada de bus en el que estaba recostada, guardó los auriculares en su mochila y luego se acercó a ellos usando su patineta. Se bajó antes de lo previsto cuando los cachorros se soltaron y corrieron hacia ella.

—Cachorritos —los llamó ella, poniéndose en cuclillas y abriendo los brazos en un intento de abrazarlos a todos.

Para su sorpresa, pese a ser pequeños, provocaron que se cayera sobre su trasero y sucumbiera a la avalancha de caricias y lametones. Solo pudo reírse mientras sus manos intentaban acariciar a alguno de ellos, pasando de uno a otro sin darse cuenta debido a lo mucho que se movían. Sus pequeñas lenguas y narices le hacían cosquillas en todo el cuerpo.

—Eh, chicos, vamos, dejen en paz a Jackie —dijo Marco, también poniéndose en cuclillas y dándose palmadas en los muslos.

Los cachorros se detuvieron por un momento y miraron al muchacho, al cabo de unos segundos se lanzaron a él.

—No —Marco intentó defenderse, pero fue inútil. La carga de los cachorros lo dejó en la misma posición que Jackie hace unos instantes.

Ella no pudo evitar soltar una pequeña carcajada al ver la escena.

Marco se giró hacia ella cuando consiguió calmar a los cachorros, y pudo ver en su rostro que no había pasado una buena noche. Tenía ojeras en sus párpados y los ojos enrojecidos. Solo pudo aventurar en su cabeza cuanto había dormido Marco esa noche, si es que había dormido. Prefirió no preguntar. Lo último que necesitaba era pensar de más en el tema. Por el mismo motivo evitaría preguntarle cómo se encontraba. Tampoco hacía falta para adivinarlo.

Intentó mantener la sonrisa a pesar de verlo así. Necesitaba subirle los ánimos.

—¿Te echo una mano, Díaz? —Le extendió su brazo, invitando a que este la tomara de la mano para que se pusiera de pie.

Marco se la quedó mirando un momento antes de tomarle la mano con firmeza y tirar de ella. Sin soltarse, fueron andando hacia el parque de mascotas municipal de Eco Arroyo, liderados por la jauría de cachorros.

Jackie quería distraerlo mientras caminaban, así que habló de un tema trivial. Se había enterado por las noticias y por algunos de sus amigos que la noche anterior se había celebrado una fiesta en el tejado de un edificio. Hubo pintura, música a todo volumen y bebidas no aptas para chicos de su edad. Cómo era de esperar, la cosa se les fue de las manos, y la policía hizo acto de presencia. De ahí que aquello saliera en las noticias. Más de un padre habría recibido una llamada desagradable del cuerpo de policías esa noche.

—Vaya. Bonita forma de empezar las vacaciones de verano —opinó Marco, ya sentados los dos en un banco del parque mientras los cachorros corrían de un lado a otro, hostigando al primer perro que se les cruzase.

—Sí, una noche que recordarán por muchos años. —Repitió esa frase en su cabeza un par de veces y deseó haberse mordido la lengua. Para Marco también sería una noche difícil de olvidar, en el peor de los sentidos. Lo miró de reojo. No había reaccionado el comentario. Tampoco sonreía, así que no estaba segura—. Sabes, todos los años mi padre y yo nos vamos una semana a un campamento que está por Litetown, se llama campamento el Castor Desdentado. Hay muchos juegos y actividades. Además, está pegado a una playa. Cada noche hay música y karaoke. Es muy divertido. Y este año tal vez me deje llevar a unos amigos conmigo. —Se giró hacia él y le apuntó con el dedo—. Si lo consigo, que sepas que estás obligado a venir.

Marco sonrió y asintió con la cabeza.

—Mis padres también hacen lo mismo. Desde que tenía seis años me han llevado a muchos sitios a pasar parte de las vacaciones. —Levantó una mano para enumerarlos—. Hemos ido a ver los géiseres del Rey Negro, las montañas nevadas del Pico Rascacielos, las cataratas Cielo Rojo, y los bosques de la Riera Cañaveral. También fuimos en dos ocasiones al campamento la Tortuga Vaquera, en donde comíamos muchas cosas mexicanas y bailábamos con sombreros y guitarras por uno de los sitios en donde se crio mi padre —explicó este, visiblemente más animado que al principio. Jackie sonrió mientras lo miraba contar sus historias—. Este año teníamos pensado volver allí y llevar —Marco se quedó paralizado a media frase, como si se hubiese olvidado de lo que iba a decir. Jackie frunció el ceño, extrañada. Marco tragó saliva y bajó la mirada. Su sonrisa, natural hace unos instantes, parecía forzada—. Este año... este año íbamos a llevar a Star con nosotros. —Jackie maldijo para sus adentros—. Iba a ser una sorpresa —terminó por decir, con la mirada perdida en el césped—. Iba.

Era inevitable que en algún momento saliera el tema. Tarde o temprano uno necesita exteriorizar sus emociones. Aunque le hubiese gustado que hubiese sido más tarde, aunque sea para que Marco pudiese tener un día o dos de margen.

Llegados a ese punto, intentar cambiar de tema no sería conveniente, así que lo mejor en ese momento era abordar la situación y dejar que Marco hablase.

—¿La echas de menos? —En el mismo momento en el que Jackie se escuchó deseó haberse mordido la lengua por segunda vez. No había pasado ni un día desde su partida y ya se le notaba que estaba afectado. Era obvio que la echaba de menos.

—Sí —dijo Marco con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza gacha—. Sí, la echo de menos.

Hasta ese día, Jackie nunca había visto a Marco tan melancólico. Ni siquiera el día en el que Star se había perdido y estuvo repartiendo panfletos para encontrarla. Aquel fue otro motivo para sentirse celosa de ella, pero, en un momento como ese, los celos no tenían lugar. No cuando su novio lo estaba pasando tan mal.

Se acercó a él, le colocó una mano en el hombro y apoyó la cabeza junto a la suya. Lo notó temblar un poco, pero luego fue él quien se acercó a ella, colocó la cabeza en su hombro y la abrazó. Jackie correspondió el abrazo y le dio caricias en la espalda para tranquilizarlo.

—Está bien, Marco. Estas cosas necesitan tiempo.

Notó como él apretó más, ahogando un sollozo, y luego suspiró.

—No es eso. La echo de menos, pero no es eso lo que me molesta. —La tomó de los hombros y se separó de ella. Jackie se fijó en los ojos del muchacho. Estaban al borde de las lágrimas—. Lo que me preocupa es lo que pueda estar pasando en su reino. Anoche le estuve dándole vueltas al asunto. Para que Star se fuera así de repente tuvo que haber pasado algo gordo. Pensé en muchas cosas, pero lo que me pareció más plausible fue la posibilidad de que Ludo aprendiese a manejar la varita.

—¿Ludo? ¿Ese búho extraño y verde?

—Sí. Cuando la varita se partió en dos él se quedó con una de las mitades, y luego se robó a Glossaryck para aprender a utilizarla. Intentamos recuperarlo en una ocasión, pero no pudimos. Cabe la posibilidad de que haya aprendido a usarla, y que haya recuperado a sus secuaces, o peor, puede que ahora tenga más secuaces, quizás un ejército, quizás...

—Marco, Marco —Jackie lo tomó de los hombros y lo sacudió un par de veces—. Cálmate. Tal vez podrías intentar preguntarle a Star el motivo por el que se fue de forma repentina. Así al menos podrías quitarte la duda.

—No puedo. Los mensajes no le llegan a su celular, y no tengo forma alguna de contactar con ella.

Jackie se llevó una mano al mentón y comenzó a pensar. Star era una princesa de otra dimensión. Una princesa mágica. ¿Cómo iba Marco a poder hablar con ella desde otra...?

—Es verdad —dijo ella—. ¿Por qué no usas esas tijeras que me dijiste que podían llevarte a cualquier parte?

Marco se llevó la mano a la espalda y luego sacó las tijeras que Jackie había mencionado.

—Las tijeras dimensionales —dijo él.

—Sí, esas.

—No se puede.

—¿Por qué?

—Hay unas reglas a tener en cuenta para poder usar las tijeras, y una de ellas es que para poder ir a un sitio uno debe ser capaz de visualizarlo. He estado en Mewni antes, pero nunca estuve en el reino, en el castillo de la familia Butterfly. Así que no puedo abrir un portal directo allí.

—¿Y alguien que ya hubiese estado allí podría hacerlo? ¿O solo tú puedes usar tus tijeras?

—No, las puede usar cualquiera. Así que si alguien que ya haya estado en el castillo las usara, podría llevarme ahí.

—¿Y no conoces a nadie que ya haya estado antes? —preguntó ella.

—Sí, Tom y Ponyhead. Pero tampoco puedo contactar con ninguno de ellos. Así que estamos en las mismas.

—¿Tom no era el exnovio de Star?

—Sí.

—Y era un demonio, ¿no?

—Sí. ¿Por qué lo preguntas?

Jackie sonrió.

—Creo que ya sé cómo contactar con él. Pero necesitaremos la ayuda de un experto.

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A que no adivinan quién es el "experto". Síganme para saberlo.

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