Capítulo 66: Maldición VIII

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El sonido de la gente charlando lo embargó y lo hizo abrir los ojos. Ya no estaba rodeado de oscuridad, sino de luces y adornos festivos. De monstruos vestidos con trajes elegantes y alegres. Reconocía aquel sitio. Era la fiesta de la luna de sangre.

Notó su mano aferrada a algo. Se giró y vio a Star. No la había soltado. La chica iba vestida con el mismo vestido y corte de pelo que llevó durante la fiesta, con la adición de que en el pelo llevaba como adorno la rosa que Janna les había dado.

Se miró a sí mismo, y se dio cuenta de que estaba vestido en el mismo traje que aquel día. La máscara, el sombrero, todo estaba en su sitio. En su caso, la rosa estaba en el bolsillo de la americana.

Soltó a Star y ella abrió los ojos. Parpadeó un par de veces y miró a su alrededor. Se miró a ella, y miró a Marco.

—Funcionó —dijo, sonriendo.

—Eso parece —respondió, alegre.

—Está todo: los adornos, la música, los aperitivos... —mencionó ella, a la par que miraba la mesa repleta de platillos. Como era de esperarse, se acercó a ella y probó un par de cosas—. Echaba de menos estos bocaditos. Nunca volví a encontrarlos.

A Marco le alegraba saber que, pese a la situación, Star seguía siendo Star.

—Invitados, prepárense —anunció alguien a través del altavoz—. El baile está a punto de empezar.

Marco y Star cruzaron miradas, esta última, terminando de tragar algo que tenía en la boca.

—Rápido, tenemos que ir a la pista —dijo Marco.

Su amiga asintió y dejó la comida en la mesa. Ambos se tomaron de la mano y se deslizaron a la pista de baile. Cada uno tomó sus posiciones. Marco colocó una mano en la cintura de la chica y ella en el hombro. Ambos se miraron un momento para comprobar que estuviesen listos, pero cuando los ojos de él hallaron los de ella, lo hicieron bajo un manto de luz roja y la música embargando el ambiente.

El baile había empezado.

Marco tomó la iniciativa y comenzó a moverse. Star le siguió los pasos. Se movieron con libertad y gracia. Emulando los mismos movimientos que hicieron aquella noche.

—Oh, esto me trae recuerdos —dijo Star mientras el baile seguía.

—Ha pasado tiempo desde que estuvimos aquí. También han pasado muchas cosas desde entonces.

—Sí, es verdad —rio ella—. El día que convertí tu brazo en un tentáculo monstruoso.

—O la vez que te convertiste en una mariposa durante la mewbertad.

—O la fiesta de fin de curso —dijo ella, y a Marco le cambió el gesto por uno un poco más melancólico. Star se percató de ello. Aun así, ninguno paró de bailar—. Marco, siento lo de la fiesta de fin de curso.

—No te preocupes.

—No, Marco. Hice mal. Quería evitar decirte nada porque sabía que te pondrías en peligro para venir conmigo. Pero, al final, hice más mal que bien. Debería haber confiado en ti y decirte la verdad. Fui una mala amiga, y lo siento.

—Eso no es verdad, Star. Tú eres una buena amiga. Yo habría hecho lo mismo. Si estoy un poco triste es porque la fiesta me recuerda que, a partir de ese día nuestras vidas se separaron. Antes solíamos vernos todos los días, reír juntos y tener aventuras. Sé que estamos creciendo y nuestras responsabilidades requieren que las atendamos, pero... —hizo una pausa y miró a Star a los ojos— echo de menos pasarlo bien contigo.

Star sonrió, conmovida.

—Yo también echo de menos esos días. Pero es verdad que desde que comencé a juntarme con Eclipsa y a aprender más de los monstruos, me he metido en un asunto que consume casi todo mi tiempo.

—Y lo entiendo. Es parte de crecer. Ya viví esto cuando estuve en la dimensión X-103. Es solo que es una parte de crecer que no me gusta. Cuando los amigos toman caminos distintos y acaban distanciándose.

—Pero eso no nos pasará a nosotros —dijo ella, como si lo asegurase—. Es verdad que desde aquel día nuestros caminos se han dividido. Pero eso no significa que vayas a perderme. Marco, jamás vas a perderme —aseguró ella con una sonrisa—. Eres mi mejor amigo.

El chico sonrió, conmovido. Star hizo lo mismo. Y ambos se abrazaron.

—Tú también eres mi mejor amiga, Star —dijo Marco sin romper el abrazo.

La luz que los rodeaba comenzó a hacerse más pequeña. Cuando se percataron de ello, los dos se separaron.

—Es hora —dijo Marco—. Prepara la rosa.

Star se quitó la rosa del cabello y Marco del bolsillo. La luz roja acabó por enfocarlos solo a ellos. El hilo rojo que los conectaba se hizo visible, yendo del pecho del chico hasta el de su amiga. Ambos enroscaron parte del hilo en su rosa y luego se pincharon con una de las espinas. Dejaron caer una gota de sangre sobre los pétalos y en el mismo momento en el que entraron en contacto, se encendieron en llamas. Los dos soltaron las rosas, pero estas no se cayeron, sino que se mantuvieron flotando en el aire mientras las llamas se expandían. El hilo también comenzó a arder. Y cuando llegó al pecho de ambos, se cortó. Los pétalos en llamas se desprendían poco a poco de la flor y ascendían por encima de las cabezas de los chicos. Comenzaban a girar, adoptando poco a poco la forma de una esfera a medida que aumentaba el número de pétalos. La luz roja volvió a encogerse. Esta vez, hasta el tamaño de una fina línea que apuntaba a la esfera en la que se habían transformado todos los pétalos de las rosas. Del hilo y del tallo no quedó nada. Cuando la última línea de luz roja desapareció, la esfera de pétalos ardió con más fuerza hasta consumirse del todo. Bajo esta se mostró una luna roja que se apagó poco a poco hasta volverse un círculo negro que desapareció, como un montón de cenizas. Dejando un silencio sepulcral en el ambiente.

—¿Lo conseguimos? —preguntó Star.

Como si el mundo mismo la hubiese escuchado, las figuras alrededor de ellos comenzaron a ennegrecerse y desaparecer, igual que lo hizo la luna.

La oscuridad apareció como si se tratase de una prisión que se encogía y lo engullía todo. A medida que avanzaba, más figuras iban adoptando ese aspecto oscuro.

—Yo creo que sí —comentó Marco.

Ambos intercambiaron miradas y sonrieron. Se acercaron el uno al otro y se abrazaron.

—Nos vemos en el otro lado, Star.

—Nos vemos en el otro lado, Marco.

La oscuridad volvió a engullirlos como un animal, cerrando el telón de aquel recuerdo.


Jackie estaba preocupada. Hacía rato que ambos entraron en aquella oscuridad absoluta. Por lo que sabía, y por lo que investigó, eso era algo normal. Una parte necesaria del ritual. Pero ese dato no la dejaba más tranquila.

Tom tampoco estaba mejor que ella. Intentaba disimular la preocupación, pero hacía rato que se pasaba unas uñas por debajo de otras, moviendo los dedos de un lado a otro y de arriba abajo.

—Chicos, tranquilícense —dijo Janna mientras terminaba de ajustar los preparativos para cuando Marco y Star regresaran.

La chica dejó preparado el mismo círculo extraño que hizo la vez anterior para detectar la maldición que afectaba a Jackie. En esa ocasión utilizó una tiza para dibujar el círculo, pero, como estaban rodeados de arena, solo sustituyó la tiza con sal. Previamente tuvo que aplanar el terreno donde hizo el círculo, luego utilizó la sal, la ceniza y las ramitas que el ritual requería. Ver a Janna trabajar le ayudaba a distraerse un poco mientras Marco y Star regresaban.

—Ahí están —gritó Tom, señalando al pilar de oscuridad.

Jackie ignoró por completo a Janna y miró hacia adelante. Vio el bote y a Marco remando hacia la orilla. Star estaba de pie, saludando a la distancia. Tanto Jackie como Tom saludaron, emocionados. Se les veía animados. "Ha funcionado", pensó Jackie. "Tiene que haber funcionado".

Ambos chicos llegaron a la orilla y se bajaron del bote, casi al instante, Tom y Jackie corrieron hacia ellos, y estos hicieron lo mismo.

—Quieto todo el mundo —dijo Janna, poniéndose en el medio—. Hasta que no estemos seguros de que se hayan librado de la maldición aquí nadie abrazará a nadie.

Aunque a disgusto, todos hicieron caso y se alejaron. Sabían que Janna tenía razón y lo mejor era esperar un poco más.

—Me gusta tener esta potestad —dijo la chica con una sonrisa maliciosa.

Janna buscó un termo y vertió en la tapa aquel brebaje que Jackie tuvo que tomar la última vez. Indicó a Marco y Star que se ubicaran en el interior del círculo. Luego pronunció las palabras del ritual y obligó a ambos a beber del brebaje. Los dos arrugaron la cara después de beber. Janna continuó con el ritual.

Jackie sentía el sudor frío bajarle por la espalda. Tragó saliva y respiró hondo. Vio como la misma mota que salió aquella vez de la ceniza volvía a alzarse otra vez. Por un momento pensó que eso significaba que no había funcionado. Sin embargo, en su fuero interno, se negó a creer en esa posibilidad. Rezo a todo lo conocido porque esta vez funcionara. Quería volver a abrazar a Marco. Quería dejar de vivir teniendo que evitarlo como si fuera un extraño. Quería que todo volviera a la normalidad. De verdad lo quería.

La mota de ceniza bailaba alrededor de los chicos, juguetona. Lenta. Irritante. Se detuvo al cabo de un rato y se desvaneció. Jackie abrió los ojos. Era la primera vez que veía esa reacción en el ritual.

Janna se giró hacia ellos con rostro serio, inspiró profundo y luego soltó un suspiro mientras caminaba en su dirección.

—La maldición está rota —dijo ella en tono neutro, sin darle mucha importancia.

No necesitó escuchar más. Jackie salió corriendo hacia Marco con una sonrisa. Este hizo lo mismo. Cuando estuvieron cerca, Jackie dio un brinco y se echó encima de Marco. Este reaccionó y abrió los brazos para atraparla, pero fue tan repentino que ambos cayeron sobre la arena. Marco consiguió reincorporarse un poco, pero Jackie se le echó al cuello y lo abrazó con fuerza. Había pasado tanto tiempo que la sensación se sentía como si fuera nueva. El calor de su cuerpo. La dureza de sus músculos, signo de que había entrenado. Y ese aroma tan casual y limpio que desprendía. Pensó que podría derretirse allí mismo sobre él. Marco correspondió el gesto y le dio un beso en el cuello que le provocó cosquillas a la chica.

—Hola, Jackie —dijo el chico, como si ansiase poder pronunciar esas palabras.

—Hola, Marco —dijo ella, con las mismas ganas que él—. Te he echado de menos.

—No, yo soy quien te ha echado de menos.

—No, soy yo —aseguró ella, separándose de él y buscando sus labios con anhelo.

El gesto sorprendió a Marco, provocando que se cayera y rompiese el beso, pero Jackie no lo dejó libre por mucho tiempo. Se le echó encima y buscó sus labios una vez más, con deseo. Rodeó su cuello con los brazos, arañando la arena con la piel. Su cuerpo estaba muy pegado al de él. Y así lo prefería. Después de estar apartados tanto tiempo por fin tenía vía libre para hacer lo que quisiera.

—Eh, un poco de decencia —se quejó Janna—. Aún sigo aquí.

Jackie se quitó de encima, despacio. Tenía el cuerpo adormecido y la cabeza fuera de sí, como si acabase de despertarse. Miró a Janna, la cual tenía un gesto de reproche y una ceja alzada. Más allá de ella estaban Tom y Star. El primero estaba encima de ella, y esta última le rodeaba el cuello con los brazos, ambos estaban sonrojados. Comprendiendo la situación, se giró hacia Marco y lo miró a los ojos. El chico respiraba de forma entrecortada, tenía las mejillas encendidas y una mirada perdida. Jackie tenía las manos sobre el pecho del chico y estaba sentada encima de su pelvis. Consciente de lo que estaba haciendo, Jackie notó la sangre subirle al rostro, y se quitó de encima en un santiamén.

—Lo siento, lo siento —se apresuró a decir—. Me dejé llevar.

—Cielos, ¿podrían esperar a volver a casa, al menos? —dijo Janna.

Tom y Star también se mostraron apenados. Marco no dijo nada, estaba demasiado avergonzado como para decir algo.

—Tienes razón, Janna, lo sentimos. Sin ti, nada de esto habría sido posible. Gracias, por todo.

—Jackie, las gracias están bien, pero lo que yo quiero es otra cosa —dijo ella, frotando el dedo pulgar con el índice.

—No hace falta pedirlo —dijo Star, apareciendo por la espalda para abrazarla.

—No me refería a eso.

Jackie también se le unió.

—No, en serio.

Tom también se unió.

—Paren.

Y, por último, Marco.

—Ah, así una no puede trabajar —suspiró—. Por cierto, Marco, no sabía que estarías tan contento de abrazarme —dijo ella en tono burlesco.

Marco se volvió a sonrojar.

—A penas te estoy tocando —se defendió él.

Janna se comenzó a reír y el resto hizo lo mismo. Lo habían conseguido. Finalmente, la maldición estaba rota.

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Los protas por fin tienen un descanso. Esperemos que puedan disfrutar de su tiempo juntos de nuevo y ser felices.

Los sabremos en próximos capítulos.

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