Juego absurdo

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Nobara emitió un gruñido. Yuuji se detuvo en la esquina a hablar con esa excompañera suya, alta como Jennifer Lawrence, su tipo ideal. ¿Yono...? ¿Yoko...? ¿Yuko...? El nombre era lo de menos.

La hechicera se dio la vuelta y, cruzada de brazos, continuó avanzando hasta que se percató de que Megumi aún la seguía, con su usual expresión seria, ajeno e indiferente a lo que atormentaba su mente y corazón.

—¿No me vas a decir nada? —ella le preguntó, volteando hacia él, con las manos en las caderas y el pliegue del ceño marcado—. Se supone que eres mi amigo.

Megumi se encogió de hombros y le respondió con un resoplido.

—No creas que estoy celosa, Fushiguro —Nobara le aclaró—. ¿Itadori y yo? Ni aunque el cielo y la tierra bailaran lambada. Ya te lo dije, no puedo permitir que él tenga novia antes de que yo tenga un novio o no me llamo Nobara Kugisaki.

El Zenin dirigió lentamente sus ojos hacia ella, con aparente desinterés.

—¿Qué piensas hacer?

—Buscarme un novio, obvio —Nobara sonrió de lado, cambiando de repente su humor, y estiró los dedos para realizar una uve animesca—. Hay un cupo disponible.

El rostro de Megumi se tornó de un rojo suave y él ladeó la cabeza para disimularlo, sin embargo, Nobara alcanzó a verlo y frunció las cejas.

—No te emociones, solo quiero que me asesores.

—¿Por qué yo?

Detrás de su espalda, la chica asomó la punta reluciente de su martillo. Parte de su mirada pareció ensombrecerse, como si estuviese siendo gobernada por una ráfaga de la energía maldita que circulaba en su interior.

—Aunque seas aburrido y hables como viejo, eres un adolescente, un chico adolescente y, ¿quién mejor que un chico para aconsejarme sobre chicos? —dijo causando que él soltara un bufido—. Vamos, no puedo contar con Yuuji para esto. Se supone que lo hago para adelantarme a él.

Megumi tensó la mandíbula, probablemente musitando entre dientes y arrepintiéndose de lo que estaba por hacer. ¿Por qué la amistad era un compromiso tan complicado?

—¿Qué es lo que planeas, Kugisaki? —le preguntó.

Nobara sacó su celular del bolsillo y desvió la atención de él para enfocarse únicamente en la pantalla.

—Citas por Internet.

Y así, todo comenzó con un juego tonto que, tarde o temprano, terminaría volviéndose en contra de los dos.

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