Lo que no fue

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El pitido constante le informó que el corazón de su hermana todavía latía y por ende, continuaba con vida. Tsumiki parecía dormida, aunque Megumi no recordaba exactamente cuando fue la última vez que la vio despierta y junto a él. Extrañaba su risa y su voz, recordándole que fuese bueno y brindándole consejos que a menudo solía menospreciar por la inmadurez de aquella época. Ahora más que nunca anhelaba las charlas del ayer, y contarle lo que estaba ocurriendo, especialmente respecto a ella. Quizá porque no lograba decidir qué hacer y necesitaba una confidente fiel. Por un lado, creía que con Nobara su vida había adquirido más matices y, por el otro, sentía miedo. Las inseguridades que guardaba en lo más profundo de sí salían a la superficie, sobre no ser lo suficientemente digno para aquella a la que quería o lo que podría pasar después de oficializar la relación. Lo único que tenía claro, en aquel momento, era que no quería perderla también.

—Me gustaría que estuvieras aquí —dijo tomando la mano inerte de Tsumiki para sostenerla, como cuando era un niño pequeño buscando protección de su hermana mayor— y la conocieras. Vuelve... Por favor.

Dejó unas flores sobre la mesa del cuarto de hospital de Tsumiki y retornó a la escuela de jujutsu. Utahime se encontraba conversando con Yuuji y Nobara. A Megumi le sorprendió ver a la profesora, recién llegada desde Kioto, para hablar exclusivamente con ellos. Según les informó, había descubierto al infiltrado en uno de sus estudiantes y requería la ayuda de los tres.

—¿Nos da un momento? —Nobara la interrumpió, antes de que partieran de Tokio, y tomó a Megumi del brazo para llevárselo a un rincón—. Tenemos una conversación pendiente. No creas que nos iremos sin resolver lo que hay entre tú y yo.

Los ojos de Nobara llenos de ilusión, y sus mejillas coloradas, le llegaron al corazón. ¿Arritmia cardíaca...?

—La verdad —Megumi dijo—, todo esto es muy confuso para mí.

Nobara bajó la mirada, pero su sonrisa no se desvaneció.

—En ese caso, piénsalo primero. Tienes toda una misión para hacerlo, solo no olvides esto —agregó inclinando el rostro para mostrarle un lado en específico—. No seas lento, Fushiguro, ¡mi beso!

Megumi miró a Yuuji a lo lejos y besó rápidamente la mejilla de Nobara. Por suerte, ya no había rastro de la profesora Utahime.

—Vive, Kugisaki.

—Tú también —ella volvió a sonreírle—. Nos vemos cuando acabe la misión... Te quiero.

"Cuando acabe la misión".

Megumi no imaginó cuanto daría por haberle hablado y decirle que también la quería y todo lo que significaba para él. Después, la oportunidad se perdió. Una vez que se separaron en equipos, equipo Nanami y equipo Zenin, la verdadera guerra se desató y no la volvió a ver. Aquellas batallas serían unas que jamás olvidaría porque la victoria no era otra que la garantía de haber salido con vida. Finalmente, contra todo pronóstico, Megumi pudo reunirse con Yuuji, confuso, solo y destrozado.

—¡No actúes como si nada hubiera pasado! —éste le reclamó. Todo había sucedido frente a sus ojos dejándole un trauma que lo marcaría para siempre—. ¡Muchas personas murieron por mi culpa! ¡Kugisaki está...! ¡No pude protegerla!

Ella había pagado el precio de desafiar a Mahito, pero Megumi sabía que no habría podido ser de otra forma. Era parte de su naturaleza inquebrantable, esa que tanto amaba y que trazó su desafortunado destino. Nobara había dado todo de sí en la lucha porque ella poseía una brújula moral difícilmente desviable, era alguien que imponía su voluntad y no renunciaba hasta cumplirla. Hacia lo que quería un cuando quería, pero no por eso, dolía menos.

—Yo tampoco, Itadori... También es mi culpa, nuestra culpa —Megumi apretó los puños, con la mirada sobre él—. Pero somos hechiceros, no héroes.

—¿Cómo...? —Yuuji agrandó los ojos, todavía dentro de la conmoción y lo tomó del uniforme de la escuela bruscamente—. ¿Es que acaso no te importa...?

Megumi habría hecho lo que fuera por tenerla de vuelta, sana y salva. Él, que siempre elegía a quien merecía ser salvado y quien no, estaba convencido de que Nobara era una de las personas por las que daría la vida y no solo por los sentimientos que compartían. Sin embargo, a pesar de la angustia que estaba reprimiendo, se mantendría fuerte para Yuuji aunque éste pensara lo peor de él.

Se suponía que estaba bendecido, o eso significaba el nombre que le habían dado antes de nacer, pero él solía creer que estaba atado a una maldición que lo vinculaba a la pérdida, con la que tendría que lidiar el resto de sus días. Primero, su hermana; luego, Satoru; y ahora, Nobara. Uno tras otro.

En un juego, siempre había un ganador y alguien que tenía las de perder, no obstante, en ese juego de los dos, parecía que ambos habían perdido. Si Megumi seguía en pie, podría considerarse vencedor, pero si lo era realmente, ¿por qué se sentía tan amargo el sabor del triunfo?

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